Cuando se cita a los grandes autores europeos de ciencia-ficción los primeros en salir a relucir son los anglosajones: Wells, Clarke, Aldiss, Ballard, Banks, Stapledon... al cabo la ventaja del idioma les hace ser conocidos sin filtros en Estados Unidos, si es que no han desarrollado allí directamente su carrera literaria, y no hace falta decir que Estados Unidos es la potencia mundial en ciencia-ficción, y que estos autores nos llegan rebotados desde allí, hasta el punto de que no se tiene muy clara la nacionalidad exacta de muchos de ellos.
Luego nos tenemos que ir al este de Europa, donde Lem y los Strugatski son las referencias ineludibles. Pero cuando se trata de citar autores de otros países europeos, hasta los especialistas más sesudos se quedan en blanco y tienen que rascar la memoria hasta que surge algún autor de cierto renombre (Rene Leloux, por ejemplo) muy conocido en su país pero para nada fuera de sus fronteras idiomáticas (y no, Paolo Bacigalupi está muy lejos de ser europeo).
No obstante, hay autores que no por conocidos, e incluso celebrados, se excluyen del ámbito de la ciencia-ficción aún habiéndola cultivado e incluso influido fuertemente en su desarrollo. Karel Čapek es el ejemplo más claro de ello. Su aportación más conocida es la palabra robot [1], derivada del checo donde viene a describir un trabajo forzado, duro y, propiamente, robótico.
Hasta hace poco no caí en la cuenta de este ninguneo sistemático del autor checo, con obras más que notables como R. U. R. (ROBOTS UNIVERSALES DE ROSSUM, 1920), LA GUERRA DE LAS SALAMANDRAS (1936) o LA KRAKATITA (1923) No obstante tengo que reconocer que si bien Čapek supo ver como el avance de la ciencia y el comercio traería ciertos riesgos y disfunciones a la sociedad, tal y como ha ido sucediendo a lo largo de las décadas, no es menos cierto que su estilo está demasiado pegado a su época, podría decirse que perdió fuerza cuando cierta forma de escribir pasó de moda. El tono melodramático y un tanto ampuloso que cultivaba no casa muy casa muy bien con los gustos actuales, y sospecho que tampoco con las corrientes literarias a partir de la postguerra. Con todo, ha sido precisamente su tratamiento de temas que hace cien años eran poco menos que futurología en cierto modo descabellada, lo que le han mantenido en el recuerdo aunque sea en un segundo plano.
Su vida fue relativamente breve, nació en 1890 Malé Svatoňovice, cerca de la frontera con Polonia, en lo que todavía era el Imperio Austohúgaro y murió a finales de 1938 en la Praga crispada por la anexión alemana de los Sudetes. Desde un principio se inclinó por las letras y estudió filosofía en la Universidad de Karlova, en Praga, y también siguió cursos en las universidades de de Humboldt, en Berlín y la Sorbona. Trabajó como periodista, guionista de cine, libretista, traductor, crítico literario, teatral y de arte y desarrolló una interesante actividad como novelista, dramaturgo y poeta, en muchas ocasiones en colaboración con su hermano Josef, reconocido pintor e ilustrador.
La mayor parte de su obra recorre cuestiones filosóficas en una Europa que la reciente Gran Guerra había devastado. Sus primeros cuentos exploran el anhelo humano por trascender a su destino, otra serie de obras (precisamente la que más nos interesa) hablan de la influencia de los descubrimientos científicos y técnicos en el destino de la humanidad. También tiene una serie de relatos de viajes donde, más que interesarse por la geografía de los lugares que visitó (Italia, Inglaterra, España, Holanda), describió el ambiente y la cultura que se respiraba en aquel tiempo de entreguerras. Por supuesto, no pudo dejar de preocuparse por la cada vez más creciente amenaza que se cernía desde la Alemania nazi, escribiendo varias obras que advertían sobre el desafío que suponía sus agresivas políticas expansionistas.
Su obra más conocida es R. U. R. (ROBOTS UNIVERSALES DE ROSSUM, 1920), donde se origina la palabra robot. Es interesante señalar que Čapek tenía la inspiración en la misma puerta. Las aventuras y desventuras del rabino Löw y el Golem se desarrollan en las calles de Praga y no sería extraño que Čapek se inspirar en esa leyenda para desarrollar sus robots (y, por qué no, en Paracelso y sus homúnculos que tampoco estaban mucho más lejos). No obstante, lejos de la mística cabalística de Löw, los robots son seres humanos sintéticos, incluso adelantándose en el tiempo a otros androides famosos como los andrillos de Dick o los androides de ALIEN, de carácter biológico, seres humanos cultivados para servir. En la obra introduce conceptos interesantes, como la degeneración de la humanidad dependiente por completo del trabajo robótico, la rebelión de las máquinas
, esta si meditada con el fin de sustituir a la humanidad, y por último la desesperación por no haber previsto la forma de perpetuarse. En la línea melodramática de su peculiar estilo, finalmente, entre tanta ciencia, es el amor lo que triunfa.
Su siguiente obra con más renombre es LA GUERRA DE LAS SALAMANDRAS (1936) de corte humorístico, alejado del tono sombrío de sus otras obras, cuenta como una peculiar especie de salamandra inteligente es descubierta en los Mares de Sur y usada con fines comerciales, para lo que se la educa y proporciona equipamiento moderno. Para variar, el asunto se sale de madre y las salamandras acaban convertidas en una amenaza para la humanidad. Se suele decir que se trata de una advertencia sobre la cada vez más expansionista política del partido nazi, y en su época puede que así fuera, pero hoy día se le puede dar una lectura contemporánea sobre los peligros de armar
tecnológicamente a países poco desarrollados, pero de cultura milenaria, con el fin de aprovechar su mano de obra barata. Al cabo del tiempo el país en cuestión, siguiendo su propia agenda, acaba convertido en un gigante económico y tecnológico que amenaza con extender su hegemonía por todo el mundo.
También es posible que LA KRAKATITA (1923) sea la primera advertencia seria sobre el potencial destructivo del átomo. Es más que seguro que Čapek estuviera al tanto de los progresos en el campo de la física de mano de Becquerel, los Curie, Bhor, Rutherford, Einstein y tantos otros, y las posibilidades que abrían. Por supuesto, siendo su ámbito las letras, a Čapek los entresijos científicos le serían bastante oscuros, pero el hecho de que con una ínfima cantidad de materia se consiguiera un poder destructivo inmenso abría un enorme campo de reflexión filosófica. De este modo no entre en muchos detalles acerca de cómo el ingeniero Prokop crea la krakatita (llamada así por el devastador volcan Krakatoa), pero si sobre lo miserable del alma humana, sobre la ambición y el poder y los peligros de manipular la naturaleza. Eso si, cuidado porque en su mayor parte se desarrolla como una novela rosa con Prokop suspirando por toda falda que se le cruce.
Previamente a esta, e igualmente inspirada en los descubrimientos de la física contemporánea, escribió LA FÁBRICA DEL ABSOLUTO (1922), también advirtiendo sobre los peligros de la tecnología mal concebida. En este caso Čapek adelanta la construcción y uso generalizado de los reactores nucleares, o en sus palabras, carburador atómico. Inventado por el ingeniero Mark tiene, como efecto secundario la emisión de energía divina
, un a modo de radiación mística que convierte a quien se irradie en un beato milagrero de mucho cuidado. Es tal el fervor religioso que la implantación generalizada de los carburadores
provoca que el mundo acaba arrasado por cruentas guerras de religión, hasta que finalmente un grupo de esforzados destruye todos los carburadores
evitando el genocidio total. De nuevo, Čapek se vale de la ciencia y la tecnología para filosofar sobre la ambición, la codicia, el fanatismo, y la rigidez de los estamentos de la época.
Hasta donde se Čapek no escribió más ciencia-ficción, pero estas cuatro obras, estilo anticuado aparte, deberían bastar para recordarle junto a los grandes clásicos europeos del género.
[1] El origen es un poco más enrevesado puesto que mientras escribía ROBOTS UNIVERSALES ROSSUM, (suponemos que todavía sin su título definitivo) Karel le andaba dando vueltas a como nombrar los servidores sintéticos fabricados por Rossum. En un principio pensó en un derivado del latín que se explica por si solo: labori, pero su hermano Josef le sugirió roboti, en muchas lenguas eslavas, incluido el checo, se asocia con trabajos desagradables en general.
[2] https://www.revistaelgolem.[...]-golem-de-rabino-judah-löw/

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Publicado originalmente el 8 de septiembre de 2024 en www.ciencia-ficcion.com

