Ha caído uno de los grandes, se está tornando cada vez más frecuente trazar las geometrías convergentes de obituarios y elegías destinadas a quienes desde la Ciencia-Ficción construyeron y continúan edificando aquí, al lado de la realidad concreta, otro universo, preñado de sugerencias y propuestas, de atajos y esquemas multidimensionales, colmado de ejercicios prospectivos y exploraciones pormenorizadas de las variables fundamentales que nos tornan humanos, que indagan en ese especial animal que somos, y aunque quisiéramos decir que sólo con el combustible de su imaginación y la creatividad de su mente, hay que incorporar las redes de aficionados, las webs, las reuniones y congresos donde se debate y se comparte, se produce retroalimentación y reorganización temática, ya sea en ocasiones para plasmarlos en aventuras trepidantes, en encandilantes paisajes o criaturas esplendorosas, en otras para describirnos desastres letales que ayuden a reflexionar o procesos de dilatación tecnológica que simulan la magia y sus efectos, o también realizan incursiones introspectivas y casi metafísicas sobre la interfase ciencia & humanidad que influyen en cambiar hábitos y asumir otras conductas y pensamientos.
La Ciencia-Ficción madura… y en que forma, hasta hace apenas un par de décadas, aún la mayoría de ese grupo creador se encontraba vivo y coleando, aunque en su representación expandida, contando a los lectores y cultores de las otras variantes (gráficas, cinematográficas) sumaban millones, parecía un tanto aislado y en cierta forma exclusivo, lo cierto era que con frecuencia su obra enrostraba como quería Prevert su tercer pie contra las posaderas de los imbéciles, obteniendo que la organización social en su conjunto se tiñera de ciencia-ficción, que se anidara en la asunción de tecnologías y procesos, que formara parte del imaginario popular, que se hundiera en la cultura de masas y la vigorizara, que erosionara las exclusiones, el racismo, la xenofobia y nos abriera al cosmos, al ecumenismo y la pesquisa sideral.
Y JGB ha sido uno de los gestores de ese potente viraje, de repente apoyado en aquel potente apotegma de Teilhard de Chardin: Lo infinitamente grande, lo infinitamente pequeño, lo infinitamente complejo
, aceptando el primero se lanzó a bucear en el microcosmos interior del segundo, para develar las iniquidades y claridades del tercero, para demostrar que nosotros somos nuestro propio límite, que inmensas posibilidades reposan en nuestras circunvoluciones cerebrales, en nuestras redes neuronales, en nuestras sistemas de redundancia electroquímica, que podemos transformarnos en poderosos motores de cambio, y es que él supo contaminar como pocos la existencia cotidiana de ciencia-ficción, nada más hay que repasar ese genial intento de instalar un fragmento de sociedad que funciona cual cronómetro aniquilador dentro del gran consorcio cultural como es la Isla de Cemento, o recordarnos que la fragilidad de la civilización es enorme (coincidiendo con los análisis de Rifkin y Howard, o con las conclusiones de Lovelack) o cuando releemos ese párrafo final de Rascacielos y comprendemos que la irracionalidad que nos nutre ha desbordado cualquier cortapisa y decidida se lanza a restaurar sus fueros.
JGB siempre estuvo preocupado por abordar y explicar las regresiones, las involuciones, las ruinas, los edificios y aeropuertos abandonados, las piscinas vacías, recordemos ese paquete genial de catástrofes donde el viento, la inundación, la sequía y el bosque de cristal trastornado aniquilan como elementos esenciales del entramado global a la vida tal como la conocemos en el planeta; sus calamidades son desesperadas, se sumergen en la profundidad de la que no podemos retornar, porque nos hemos extraviado en las antípodas de lo que debería ser nuestra orientación basada en la inexistencia en la naturaleza de doblez o engaño, que nos extraviamos en laberintos autoconstruidos con ladrillos de carne e ideas, que contribuimos con denuedo al desmontaje y demolición de nuestras representaciones mentales e históricas.
El intercalamiento de colisiones, el imbricamiento de tensiones, frecuente en su exposición, nutridos de alucinada pero lúcida amargura, escarban en las raíces del llamado sentido común, en la supuesta solidez del espacio y en los fundamentos del tiempo lineal demostrando que lo insólito se oculta listo a reventar virulento y contaminante en cada uno de sus rizomas, pliegues o ampollas, si releemos sus relatos con esa mirada encontraremos suficiente ejemplos para confirmarlo, JGB era un ferviente surrealista, un eficaz francotirador. La ambigüedad campea, la conectividad conceptual contamina cada párrafo, y a pesar de esa constatación la tersura del relato es con escasa diferencia cercana a la objetividad. Como lo logra: esa es la química de sus palabras, de la manera como envuelve al lector, de la capacidad para mezclar datos del entorno incluidas las notas sobre el ecosistema, con anotaciones sobre locura, colapsos mentales, tentativas de suicidio o psicopatologías, intimidades de pareja, desplomes de egos, diseña desde el pasado para arrojarnos hacia un futuro con frecuencia desagradable y degradado.
La fuerza elástica de sus frases crece en proporción al esfuerzo que colocamos en adentrarnos en ellas, ejemplo consumado de fractalidad, porque es uno de los escritores que nos dice mucho más de lo aparece redactado, igual le sirve una nube que un comentario de aviación, o apuntes sobre carcinomas que una escenografía teatral, para sumergirnos en parajes extraordinarios, como VERMILION SANDS, ese litoral insomne, quizá atemporal, que se extiende crepuscular, borroso, fundiendo mentes y playas, poesía, mar fósil y marasmo temporal. Recuerdo la vehemencia con que frente a otros lectores defendía la ciencia-ficción de JGB, preciso es reiterarlo con los argumentos con que ahora intento rendirle homenaje, porque no hay nada más cercano al amparo de la memoria que el amor, y la emoción se me anuda a la garganta como una cuerda de palabras, rumorosa e interminable, cuyo peligro se disuelve a medida que la interpelamos. Ese es JGB, un humanista que a pesar de colocarnos contra la pared, de decirnos que estamos destruyendo el único entorno que moramos, que machacamos a quienes queremos, que enloquecemos por seguir no los dictados de la conciencia, sino los de la moda y el dinero, nos deja vibrando con una glosa perspectiva, para que tracemos rutas de salida y no nos ahoguemos en la indiferencia que exuda el capital, quizás porque para él, la muerte funciona como el momento culminante de la vida, el de la comprensión y la realización, al escapar de las determinaciones.