Hace tiempo leí en algún sitio un refrán inglés que venía a decir algo así como que Para ser un héroe basta un minuto, pero para ser honrado hace falta toda una vida
. Sin embargo, la realidad es más complicada. Lo que permite al héroe realizar, en el momento oportuno, su acto de heroísmo son una serie de cualidades morales y de otro tipo que a él, también, le ha llevado toda una vida mantener. En cierto modo, un héroe es una persona honesta tan cabezota, tenaz y poco adaptable que ha sido capaz de mantener su honestidad y su sentido de la justicia contra viento y marea, de modo que, cuando ha llegado el momento, ha sido capaz de comportarse como debía, y no como razonablemente debería haberlo hecho.
En mi opinión, un héroe es fundamentalmente una persona capaz de defender una causa que él cree justa, arriesgando para ello, si es preciso, su propia vida. Es cierto que hay héroes que están equivocados y, al menos durante un tiempo, defienden una causa que es obviamente injusta, y sin embargo no por ello dejan de ser considerados héroes (por los que piensan como ellos, al menos). Por eso, una segunda característica importante en un héroe es la sabiduría: al menos la necesaria para saber distinguir una causa justa de una injusta. Esa distinción no siempre es fácil, y depende de los valores sociales imperantes. Por eso puede suceder que una persona que es un héroe para cierta gente sea un ser malvado para otros. Por ejemplo, Ender Wiggin, ese pequeño bastardo que casi acaba con todos los insectores del mundo mundial: ¿Fue Ender un héroe, o un malvado genocida? Pobrecito, Ender. Fue engañado y manipulado. Era sólo un niño cuando sucedió todo aquello. Le faltaba experiencia. Con más experiencia, Ender lo hubiera descubierto todo, se habría librado de sus manipuladores y habría salvado a los insectores y a la Humanidad a la vez.
Mi héroe favorito fue durante un tiempo Flash Gordon, abriéndose paso a puñetazos por un planeta desconocido, enfrentándose al malvado Ming, resistiéndose valientemente a los deseos de Aura, la hija de Ming (¡será estúpido! pensaba yo, a veces), haciendo amigos entre los hombres león y cruzando las tierras habitadas por criaturas cada vez más extrañas como los hombres halcón o los hombres tiburón. Pero Flash Gordon es un héroe de cómic. ¿Hay héroes así en las novelas de ciencia-ficción?
Dejaré que otros contesten a esa pregunta y hablen de los grandes héroes de la ciencia-ficción. Yo, en cambio, me dedicaré a recordar a algunos héroes poco conocidos, en los que quizás no haya reparado nadie, pero que merecen como el que más el reconocimiento de los lectores.
Cerne Obrien (MONUMENTO, Lloyd Biggle Jr., 1974)
Cuando los desarrolladores de la Federación Galáctica desembarcaron en Langri, un planeta de exuberante belleza y temperatura ideal, decididos a convertirlo por entero en un inmenso parque temático lleno de hoteles de cinco estrellas, los nativos consiguieron frenarles gracias al brillante Plan elaborado por un solo hombre, un antiguo prospector cuya nave había naufragado años antes en ese planeta: Cerne Obrien. De origen humilde, siempre necesitado de dinero, Cerne sin duda supo reconocer enseguida el enorme potencial económico del planeta; sin embargo, llegó a amar a los nativos y su sencillo modo de vida y, con inteligencia y tenacidad, consiguió librarles del triste destino que les esperaba.
Si en el Planeta Tierra... No, sin llegar a tanto... Si en Huelva, donde vivo, hubiera habido algún Cerne Obrien, los inmensos pinares que antes bordeaban toda la costa seguirían allí, en vez de haber sido sustituidos en muchos lugares por campos de golf y urbanizaciones. Claro que los campos de golf y las urbanizaciones tampoco están mal. En fin, como decía al principio, eso del heroísmo es algo un poco ambiguo. Para los indígenas Cerne fue un héroe, pero los empresarios de la Federación Galáctica sin duda le verían como un malvado estúpido sin ninguna visión comercial.
Benjamin Allan Denison (LOS PROPIOS DIOSES, Isaac Asimov, 1972)
Cuando Pete Lamont (otro de los héroes de la novela) descubre que un efecto colateral indeseado de la Bomba de Electrones del doctor Hallam puede ser nefasto para el futuro de la Humanidad, nadie le cree. El doctor Hallam es toda una personalidad y tiene demasiada influencia. Su Bomba de Electrones proporciona energía ilimitada a bajo coste, algo a lo que nadie quiere renunciar. Pete Lamon no se rinde, y un oscuro parafísico, Benjamin Allan Denison, empieza a investigar el tema, encontrando por fin la solución: una bomba similar, la bomba-cosmeg, que neutraliza los efectos de la Bomba de Electrones. A base de trabajo constante e inteligente, luchando contra la opinión pública y contra el orden establecido, Denison consigue así salvar a todo nuestro planeta, si bien el mérito se lo lleva, no del todo injustamente, Lamont. Sirva este pequeño texto para reivindicar el nombre de Benjamin Allan Denison, héroe desconocido, prototipo del héroe científico típico de muchas novelas de ciencia-ficción.
LOS PROPIOS DIOSES es una excelente novela, ganadora de los premios Hugo, Nébula y Locus. Para mí es lo mejor de Asimov, aunque sea quizás menos conocida que su trilogía de La Fundación y YO, ROBOT. Es una novela brillante, llena de heroísmo silencioso y de lucha obstinada y tenaz por la verdad. Los extraterrestres de esta novela son de los más logrados y originales con que me he tropezado nunca. Ellos también tienen su héroe, Estwald, que salva a su especie de la extinción, si bien está a punto de desencadenar la extinción de la nuestra.
Ivette Deladrier. (TROPAS DEL ESPACIO, Robert A. Heinlein, 1959)
Los Rufianes de Rasczak habían descendido sobre uno de los planetas de los Huesudos y habían destrozado unos cuantos edificios. No era propiamente una batalla, sino sólo una demostración de fuerza, pero había, de todos modos, cierta confusión. Llegado el momento de embarcar en la nave de recogida, Johnnie Rico notó que faltaba uno de sus compañeros. Fue a rescatarlo y, como consecuencia, la nave despegó tarde, perdiendo el punto de reencuentro. Todos hubieran muerto si no hubiera sido por la Capitana Deladrier, que, sin tiempo para recalcular nada, a ojo, frenó su nave y volvió atrás para recoger a la lanzadera retrasada. Puede parecer fácil, pero Heinlein nos asegura que hacen falta unos buenos reflejos y un montón de conocimientos de matemáticas para hacer algo así, y yo le creo. Ivette Deladrier se preparó toda su vida para momentos así. Años de estudio, primero en el colegio, luego en el Instituto, y más adelante en la academia militar, hicieron posible, junto a su sangre fría y a su valor, que, en el momento decisivo, tuviera los conocimientos, la habilidad y la fortaleza necesarias para salvar a Rico, que de no ser por ella hubiera muerto en esa acción casi irrelevante, lo que hubiera obligado a Heinlein a buscarse otro narrador.
Cerne Obrien salvó un mundo y el estilo de vida de sus habitantes; Benjamin Allan Denison salvó la Tierra y posiblemente, de camino, un par de Universos; e Ivette Deladrier salvó al protagonista de una buena novela (aunque hay quien opina diferente; la novela ha sido tildada de militarista, machista e incluso fascista). Son esos héroes desconocidos que están ahí cuando hacen falta, luchando por hacer de este universo un lugar mejor, sin importarles si serán o no recordados por sus actos.
Para ser héroes no basta un minuto, como decía ese refrán inglés; hace falta estar preparado, y no dudar, cuando llega el momento, en hacer lo correcto.

