Teniendo en consideración los escenarios más usuales de los cuentos o novelas de ciencia-ficción, esto es, el futuro o el espacio exterior, los protagonistas parecen tener siempre un trabajo —o empleo— asegurado. Son astronautas, investigadores, científicos, mineros del cinturón de asteroides, telépatas al servicio de agencias del Estado, militares...
El futuro y el espacio, se supone, dan trabajo para todos.
¿Realmente es cierto?
En honor a la verdad, habría que responder con un rotundo no
. Acorde con la realidad que vemos en nuestro mundo, el trabajo —es decir, el ejercicio de una labor por la cual se nos otorga una remuneración— se está convirtiendo en un bien escaso y cada vez más distinto a lo que nuestros padres o abuelos tenían por tal.
Creo que las visiones más ingenuas del trabajo proyectado al pasado o al futuro se resumen perfectamente en series de dibujos animados como The Flintstones y The Jetsons [1]. En ambas, ya sea en la edad de piedra o en el futuro más lejano, los seres humanos deben acudir a centros de trabajo en los cuales desempeñarán algún tipo de labor, bajo la supervisión de un jefe. Habrá pues un obrero en el año 3000 (y en el 4000, el 5000, el 6000...).
Vaya y pase en el caso de las series mencionadas, pues estaban dirigidas a un público infantil y básicamente norteamericano, por lo que difícilmente pueden librarse de cantar las glorias del american way of life. El mensaje sería: como ha sido, así será. Y desde este punto de vista, nada impediría —como en LÓGICA DEL IMPERIO, de Robert Heinlein — el regreso a formas más primitivas y degradantes de trabajo, como la esclavitud...
Pero la ciencia-ficción ha tenido otras visiones, y quien sabe qué cosas tendrán en mente los autores más recientes. Por ejemplo, Arthur C. Clarke, en LA CIUDAD Y LAS ESTRELLAS, nos muestra una urbe totalmente automatizada y autónoma, una especie de edén cuyos habitantes solo pueden disfrutar, puesto que todas sus necesidades serán plenamente atendidas. No hay necesidad de que los humanos trabajen. Salvo los inconformes, claro, que no es que busquen trabajo sino que desean cambiar las cosas.
Una perspectiva opuesta es presentada por Philip José Farmer en LOS JINETES DEL SALARIO PÚRPURA. En el futuro, producto de las invenciones y bonanza acumuladas desde el pasado, al fin la Tierra ha llegado a un nivel en el cual cualquier persona, desde que nace, es rica y acreedora de un ingreso por no hacer nada, el salario púrpura
del título. Lo único malo es que, en lugar de dedicarse al arte y la belleza, la mayoría se dedica al crimen y al vicio. Y es que no todo el mundo está dotado para ser un ocioso...
Otro factor que despertó ansiedad fue la aparición de los robots. Precisamente, la palabra robot
significa trabajador
en checo, idioma en el cual los hermanos Kapek escribieron R. U. R, (Robots Universales de Rossum), que no es una novela sino una obra de teatro, en la cual los robots —seres artificiales muy distintos a lo que después se conoció como robot— acaban con el género humano. Pareciera que los robots nos aliviarían de las tareas más peligrosas y rutinarias, o peor, nos quitarían puestos de trabajo.
Sin embargo, creo que la visión más terrible la proporcionó Frank Herbert en la saga (original) de DUNE. Al margen de la aventura mesiánica de Paul Atreides, el decorado
detrás del universo de DUNE permite más de una lectura, como su sistema de castas y la ausencia de máquinas más sofisticadas: ha tenido lugar el Jihad Butleriano, la rebelión de los humanos contra las máquinas pensantes, y el mandamiento derivado de esto: no construirás una máquina que imite la mente humana. Quizá el autor presintió no un futuro lejano, sino un futuro a la vuelta de la esquina, nuestro siglo XXI, más parecido a la visión de Viviane Forrester en EL HORROR ECONÓMICO, un ensayo que fuera calificado por Mario Vargas Llosa como novela de horror
. Forrester consideraba que, en la actualidad, ya ni siquiera tenemos derecho a ser explotados. Los empleos generados son cada vez más escasos y requieren una capacitación previa cada vez más costosa (antes un egresado de secundaria podía ser cajero bancario, hoy en día los bancos exigen título universitario). El trabajador dispuesto a aportar su mera fuerza animal
está frito. Y es que como escribió, no todos tenemos la misma capacidad o aptitud para el despliegue de habilidades mentales.
¿A que vienen estas comparaciones? Pues que casi nadie pensó en la aparición de seres humanos sobrantes
, que estuvieran demás, que no fueran útiles
. Herbert imagina una guerra contra las máquinas pensantes, basada en unos criterios entre teológicos y humanistas no muy bien explicados en su obra. El hecho es que los humanos de su futuro hayan rechazado las bondades de una tecnología que en los años 60 apenas se podía vislumbrar, deja de parecer absurdo en vista de los resultados que conocemos: desempleo, salarios reducidos, eliminación de derechos laborales... sin olvidar el Horror económico
: hay gente de sobra que ni siquiera sirve para ser explotada.
¿Habrá una Jihad Butleriana en perspectiva? La idea de arrojar computadoras por las ventanas o negarse a usar internet es ridícula, y no me imagino como pudo realizarse la Jihad Butleriana de Frank Herbert (su hijo, Brian Herbert, si ha podido imaginarlo). Pero esas masas de desocupados sin esperanza, sin nada que perder, algo harán. Así somos los humanos.
[1] Los Picapiedra y Los Supersónicos.

