La expresión decir las cosas a la cara
significa que la persona que te dice lo que sea que te diga lo hace con sinceridad y sin miedo a que te enfades por ello. Es una demostración, hasta cierto punto, de franqueza y honradez. Sin embargo que te lo pasen por la cara
significa que no solo tu interlocutor no te tiene miedo, sino que además tampoco te tiene respeto, puesto que hay implícita una intención de hacer daño o aprovecharse de ti.
Cuando Kornbluth y Pohl describían en MERCADERES DEL ESPACIO un mundo dominado por la publicidad ni soñaban con las herramientas de las que disponen los publicistas actuales. Menos aún suponían que públicamente se iba a dar carta de naturaleza legal a prácticas que ellos trataban como influyentes mecanismos secretos.
A día de hoy, lo último al respecto ha sido la aprobación por parte del Congreso de los Diputados español una ley que, entre otras muchas cosas, permite a los partidos políticos recopilar toda la información pública de los ciudadanos (recordemos que ya disponen de nuestras direcciones gracias a su acceso al censo electoral), de modo que a partir de ella, van a poder generar perfiles personalizados e incidir en las cuestiones que más dudas
cree en cada ciudadano. Además de bombardear con mensajes móviles y correo electrónico, datos de los que no había disponibilidad porque, excepto los afiliados, nadie había dado a los partidos.
Cinismo manifiesto y disociativo de los políticos que por un lado elaboran leyes sobre cookies y privacidad que hacen de la navegación una pesadilla, y por otro promulgan normas que les permiten espiarte como les de la gana.
Eso por parte del gobierno, los que se supone que hemos elegido para que nos protejan precisamente de la invasión a nuestra privacidad. Los chinos lo tienen peor todavía, el gobierno tiene intención de echar a andar un carnet por puntos ciudadano que te calificará según tu comportamiento. Si escupes en la calle, no respetas los semáforos, según que consumas y hasta como te expreses, millones de cámaras te seguirán, estudiarán y puntuarán. Y a partir de ahí, tu relación con la administración y las empresas estatales (en China, todas) podrá ir como la seda o convertirse en una pesadilla burocrática.
En el episodio LA REGLA DE LA MAYORÍA de la serie satírica The Orville se ilustra como funcionan ese tipo de mecanismos, pero va un poco más allá, no es el gobierno, son los propios ciudadanos los que puntuan a sus vecinos. Siendo un gran chiste, no deja de ser espeluznante.
De las multinacionales para que hablar. Google ha patentado recientemente un método que les permitirá escanear tu casa para analizar el entorno y, según lo que vistas, lo que comas, lo que veas, así te lanzará los mensajes publicitarios que más te puedan interesar
.
Ya no se esconden, nos lo pasan por la cara: quieren, pueden y van a espiarnos, y no solo estaremos calladitos, sino que además haremos largas colas cuando en el Black Friday nos vendan dispositivos
que les van a decir hasta la cantidad de papel higiénico que usamos en cada descarga de los intestinos.
Lo malo es que muchos de esos dispositivos
tienen una serie de usos de mucha utilidad y que hacen más cómoda la vida, sobre todo en el ámbito de la domótica, donde ya no será necesario manejar varios mandos a distancia, bastarán pronunciar unas pocas órdenes directas.
Hasta los tópicos más venerables de la predictiva, como el 1984 de Orwell, se van a quedar cortos cuando todo esto se haya implantado en nuestros hogares.
Sin embargo, y paradójicamente, aún tenemos varios aliados en sencillos objetos de uso cotidiano, el primero un experimento fallido del doctor Spencer Silver y el ingenio de Art Fry: la invención en 1978 de los papelitos amarillos
y su asombrosa e probada capacidad de tapar los objetivos de las cámaras de los dispositivos
(además de servir como formidables recordatorios). Otro, aunque quizá no tan cotidiano, una pequeña fuente zen discretamente ubicada en las cercanías del dispositivos
que basta para confundir sus micrófonos y que solo nos atienda cuando nos dirijamos directamente a él.
También queda la opción de no conectar el dispositivo
a Internet. Aunque eso, sospecho, que harán todo lo posible para que sea imposible... lo que abrirá un nuevo nicho de mercado para los avispados que vean el potencial inmenso de los dispositivos desconectados
, además de una escalofriante lista de ciudadanos
antisociales que no quieren entrar en el sistema.
