En 1967 el escritor Harlan Ellison levantó ampollas en la bien pensante sociedad norteamericana de su época con la antología VISIONES PELIGROSAS, que, no obstante, fue un éxito de crítica y público lo suficientemente rentable como para que Ellison repitiese la formula con varias nuevas entregas. Casi seguro, de publicarse hoy día, la antología hubiese llamado mucho menos la atención, cuando no pasado desapercibida entre todos los volúmenes similares que pueblan los estantes de nuestras librerías. Y es que ahora mismo se puede ver más piel (y escenas de sexo) en cualquier serie de televisión como Los Tudor, Los Borgia, Roma o True Detective, sólo por poner varios ejemplos y sin que haya el menor ánimo de crítica en mis palabras.
No es que Harlan Ellison descubriese la pólvora. El sexo siempre ha estado presente en el género desde sus comienzos. Los editores de revistas pulp ya eran conscientes de que cualquier ejemplar vendía más con una chica semidesnuda en portada, aunque luego en el interior la norma era ser más sugerente que explícito. Así y todo algunos escritores se las arreglaban para burlar los estrechos márgenes de la censura editorial, como es el caso de Leigh Brackett, en cuya novela LA ESPADA DE RHIANNON (1949) hay escenas que desbordan pasión y lujuria, cuando no coquetean abiertamente con la sumisión, el bondage y el masoquismo más desenfrenado. E. L. James, muérete de envidia. Por no hablar de John Norman, que elevó la carga sexual del género hasta extremos políticamente incorrectos. Otros autores, por el contrario, preferían ser más asépticos en sus planteamientos, como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, más preocupados por la concordancia y la verosimilitud científica de sus argumentos que por la dimensión sentimental (y sexual) de sus personajes. Mención aparte merece Robert A. Heinlein, el cual, tras una primera etapa literaria en la que el sexo casi brillaba por su ausencia, pasó a escribir novelas donde todo valía: poligamia, orgías, incesto, homosexualidad, transexualidad, y un largo etcétera de permutaciones y posibilidades. Y nuevamente, por favor, que nadie busque críticas ni dobles sentidos donde no los hay. En realidad, una relectura atenta de la obra heinleniana nos revela que el giro no es tan radical como puede parecer en un principio, ya que el individualismo —y por extensión, la libertad del individuo para hacer lo que le venga en gana— es uno de los pilares fundamentales en la obra del autor de LAS BRIGADAS DEL ESPACIO, como muy bien intuyó el cineasta Paul Verhoeven que en su irreverente (y sin embargo fiel) adaptación de dicha novela llevó al extremo la carga sexual presente en la misma, muy probablemente como el propio Heinlein habría hecho si la hubiese escrito en fechas posteriores a los años setenta.
Por lo tanto, la gran revelación de las Visiones Peligrosas de Ellison no fue tanto hablar de sexo como el hacerlo de forma explícita, tratando temas que hasta entonces se consideraban tabú o, al menos, socialmente inadecuados. Con la perspectiva que da el tiempo hay casi algo ingenuo en la idea, como pasa con esos niños pequeños que buscan escandalizar cuando dicen Caca, culo, pedo, pis
. Y es que a día de hoy muchas de estas historias aburren, cuando no resultan trasnochadas. Sin embargo, no les neguemos su mérito. La ciencia-ficción es un género que por su propia naturaleza mira hacia el futuro, o extrapola toda clase de presentes alternativos, lo cual le permite ir a veces un paso o dos por delante del resto de la sociedad, o incluso por delante de otros géneros más acomodaticios. Recordemos que la primera vez que vimos un beso interracial en pantalla, fue en televisión y en el puente de la Enterprise. Ignoro si William Shatner y Nichelle Nichols eran conscientes en su momento de la trascendencia de dicha escena y de su significado, a corto, medio y largo plazo; pero Gene Roddenberry fue tajante al respecto: en el futuro, las diferencias de piel (no digamos ya de raza) deberían de ser absurdas. Y si no lo son, deberíamos denunciarlo hasta que las cosas cambien. El gran mérito de Ellison y de los escritores que participaron en su antología fue, pues, intentar normalizar algo que siempre había estado ahí, pero relegado a un segundo (cuando no tercer o cuarto) plano. Empeño al que pronto se sumaron otros autores como Philip José Farmer, Kurt Vonnegut, Joanna Russ y un largo etcétera demasiado extenso como para mencionar aquí a todos y cada uno de ellos (y ellas).
Tras la revolución, viene la calma. Muchos de estos primigenios pioneros de la porno-ficción se han acomodado por el camino e incluso alguno de ellos (como Farmer) siguió el camino inverso al de Heinlein, reconvirtiéndose en un escritor de novelas de aventuras casi políticamente correctas, al menos si lo comparamos con su obra previa. Pero como se suele decir, quien tuvo retuvo, y nuevas generaciones de escritores (y lectores) se han apuntado al carro, aportando su visión personal al respecto. Así, hemos pasado de la tripulación interracial de la Enterprise original a las duchas mixtas de STARSHIP TROOPERS (1997); de la minifalda de Anne Francis en PLANETA PROHIBIDO (1956) al bikini espacial de BARBARELLA (1968); o del erotismo light de BLADE RUNNER (1982) a la hipersexualidad de Scarlett Johansson en UNDER THE SKIN (2013) sin que nadie se escandalice, o al menos, no demasiado. Y es que, como decíamos hace unas líneas, la ciencia-ficción es un género que mira hacia el futuro, y siempre hemos tenido la impresión de que muchos de nuestros tabúes y prejuicios serán agua pasada con el tiempo. ¿Quiere eso decir que una buena dosis de sexo es imprescindible para animar una historia? Sí, y no. Al igual que en cualquier película, comic o novela, depende de lo que su autor quiera contar, y como quiera hacerlo. Y de su habilidad al respecto, claro. En cualquier caso lo importante es que ese mismo autor (o autora) tenga la libertad de hacerlo sin que le censuren, o sin que una legión de moralistas bien pensantes se echen las manos a la cabeza a la vez que amenazan con el fin de los tiempos y la decadencia de la civilización occidental. Y sí, la señorita Johansson estaba más que estupenda en la citada película de Jonathan Glazer, que caray. Así de superficial soy (o somos).

