El conocimiento tiene que ser mejorado, desafiado e incrementado constantemente, o de lo contrario se va desvaneciendo.
Peter Drucker
Las llamadas sociedades o economías del conocimiento suelen tener elevados niveles de prosperidad y riqueza. Que una persona se dedique a la economía del conocimiento no significa que sea ingeniera en el Silicon Valley o científico aeroespacial, puede ser granjero o ganadero también; la clave de una sociedad de este tipo diría que se basa en beneficiarse del conocimiento y de lo que este aporta. Estas aportaciones pueden ser tanto destinadas a la mejora (nuevas tecnologías, por ejemplo) como a la prevención (mejor conocimiento de los problemas de un determinado sector). Aunque una sociedad del conocimiento está formada por individuos que utilizan y disfrutan todo lo que el caudal humano del saber les ofrece, no todos estos individuos son necesariamente amantes del conocimiento; muchos, de hecho, lo esquivan hábilmente tanto como pueden.
Por supuesto, los individuos son libres de hacer como quieran, pero sería deseable que, siguiendo la cita del principio de Peter Drucker, buscaran el conocimiento o, al menos, valorasen esta búsqueda, la promocionasen y la potenciasen en otras personas, si no en ellos mismos. Y es que resulta evidente que, entre otras cosas, nuestra superviviencia como especie pasa por aumentar el conocimiento: si queremos maximizar nuestras posibilidades de sobrevivir, tenemos que salir de la Tierra y crear colonias estables en otros puntos del Sistema Solar. El saber popular recomienda no poner todos los huevos en la misma cesta. De la misma manera, el que todos los seres humanos estén radicados en el mismo planeta supone la asunción de un riesgo existencial elevadísimo (meteoritos, pandemias, volcanes... tienen el potencial de diezmar seriamente a la especie). Para conseguir colonizar con éxito el Sistema Solar hay que resolver numerosos problemas técnicos y científicos, es decir, hace falta mucho conocimiento.
En su obra EL COMIENZO DEL INFINITO, el físico de Oxford, David Deutsch, dedica mucho tiempo a convencernos de la importancia de aumentar el conocimiento y de la mejor forma de hacerlo. Para Deutsch, siempre ha habido problemas, la especie humana se ha configurado a base de resolver problemas, y esto es bueno, ya que indica creatividad; la ausencia de problemas es para él un estado próximo a la muerte. Deutsch cree que los problemas nunca desaparecerán, de la misma forma que afirma que nunca encontraremos una explicación última (ya que siempre podríamos pedir una explicación de por qué esa explicación y no otra). No nos encontraremos nunca sin problemas, por mucho que progresemos, ya que el nuevo conocimiento crea cada vez más problemas nuevos. De la misma forma, tampoco es realista esperar la sociedad utópica, la perfección, pues siempre se podrá aspirar a nuevas mejoras, aquí y allá, que nos sitúen en, palabras de George Gamow, ante horizontes siempre en expansión.
Los problemas que trae el nuevo conocimiento son, por supuesto, algo que no se puede soslayar. Todos sabemos que la tecnología y el saber son neutros, es decir, somos nosotros quienes los derivamos hacia el lado del bien o del mal. Es mala idea frenar el conocimiento por su posible potencial disruptor, pues quizá no podemos predecir o imaginar aún innumerables beneficios que pudiera aportarnos. Podemos, por supuesto, (y debemos) prohibir y vigilar para evitar algo terrible, como la creación en el laboratorio de un virus o una bacteria, pero desgraciadamente, tenemos que estar preparados para ello, pues nunca sabemos si todas nuestras medidas serán efectivas. David Deutsch lo expresa de forma muy simple: los buenos chicos
tienen (tenemos) que ser los más rápidos. Tenemos que ser los que más innovemos, los más preparados, los que más sabemos, para poder frenar el mal.
Otra cara de la misma moneda en lo que al mal generado por otros hombres se refiere sería el de hacer que cada vez más gente adopte criterios éticos y morales como guía de vida. En esto han incidido numerosas personas, muchas de ellas científicos, como Albert Einstein o Edward O. Wilson. Sin duda, es una dimensión esencial de todo el asunto, pero, como decía antes, ni en la sociedad más perfecta jamás imaginada (ideal al que aspirar, aunque siendo conscientes de que es inalcanzable) se puede garantizar que nunca saldrá una manzana podrida. Las medidas precautorias en el sentido expresado anteriormente me parecen necesarias. De todas formas, Deutsch es un optimista; considera que, aunque siempre habrá problemas, la humanidad los ha ido resolviendo, y, en particular desde la Ilustración hasta ahora, el progreso de la especie ha sido espectacular. Deutsch confía en que seguiremos así y yo comparto su optimismo.
Es curioso esto del optimismo. El otro día leía al escritor de ciencia-ficción (además de excelente físico y matemático), Greg Egan, que él era moderadamente optimista. Y es que considero que es la opción más racional. El pesimismo absoluto conduce al desánimo, a la inacción y a la rendición. Por otro lado, el optimismo absoluto es, según Egan, una venda en los ojos ante la realidad, algo que no puede necesariamente acabar bien. Para Egan, el pesimismo moderado y el optimismo moderado se acaban auto-realizando, es decir, son unos esquemas mentales en los que nos acabamos sumergiendo y de los que bebemos a diario; funcionan como bucles de realimentación: con lo que los alimentemos, eso nos devolverán. Por todo ello, parece claro que lo más racional es optar por un optimismo moderado como actitud ante la vida. Sé que es fácil decirlo y que ojalá fuera sencillo llevar a la práctica esa creencia, pero al menos, al saber que es la opción más racional, siempre nos queda la opción de luchar por conseguir tener esa creencia.
Hay también una dimensión moral para el aumento del conocimiento: aunque siempre quedará la opción de que alguien decida hacer el mal a sabiendas de que lo hace es inmoral, un mayor conocimiento nos ayuda a ser mejores personas. Un ejemplo lo puso hace tiempo el escritor C. S. Lewis (el mismo de Las Crónicas de Narnia). Hablando de la quema de brujas, Lewis comentaba que aquella gente hacía eso no porque no tuviesen menos moral que nosotros, sino porque tenían menos conocimiento. Si realmente alguien pensaba que un ser había hecho un pacto con el demonio, con el mal en estado absoluto, y deseaba pervertir el mundo, no era de extrañar, de hecho era incluso esperable, querer cortar ese mal de raíz. Pero esas quemas y esa visión de lo que pasaba eran en realidad el producto de la ignorancia, de no entender y no saber casi nada de los seres humanos y del universo que nos rodea. Más conocimiento ayuda a mejorar nuestra moral y nuestra ética.
¿Qué mejora manera de terminar este artículo que recomendando leer, para aumentar nuestro conocimiento, a alguno de los autores citados, o a cualquier otro? Leer y saber son primos hermanos.

