Me he permitido la licencia de apropiarme del título de la magnífica de novela de George R. R. Martín porque une a la carga poética de la frase: ocaso, fin de una época luminosa; un ejemplo de los tiempos que corren: un buen autor de ciencia-ficción dedicado ahora, con gran éxito, a la espada y brujería (¿Habrá alguna misteriosa relación entre las dos erres en el nombre y el triunfo en la literatura fantástica?)
¡Ay! Triste melancolía por lo que fue y vemos apagarse con la añoranza de los ojos acuosos del anciano que —hoy estoy por plagiar— viejo y cansado, a orillas del mar, se bebe sorbo a sorbo su pasado.
¿Donde quedó la buena y vieja ciencia-ficción? ¿La edad de oro? ¿El 2001 viajando a Júpiter? ¿La humanidad triunfante en todo el universo conocido? Sueños de adolescencia, hoy en 2009, la luna esta más lejos que hace 40 años, seguimos anclados en la vieja Tierra, las máquinas no han liberado al hombre, las viejas enfermedades vuelven, la paz ni se asoma y nuestro mayor éxito ha sido construir una red mundial, globalizar un planeta superpoblado, agotar sus recursos y provocar terribles crisis económicas y ecológicas, acercándonos paso a paso al colapso final. No es de extrañar que resurjan los viejos mitos ocultos desde siempre en el subconsciente colectivo y que la magia imponga sus soluciones fáciles y milagrosas donde el ingenio del hombre pierde pie.
La tecnología incumple sus promesas y el optimismo científico que cubrió el último siglo y medio decae, no pretendo afirmar que la ciencia se halla estancado, hay que reconocer por ejemplo que la biología o la genética están en alza aun sin terminar de mostrar los resultados de sus pretendidas milagros publicitados hace unas décadas, pero la física y la química, grandes impulsoras de la revolución industrial y los nuevos conceptos sobre el universo, han perdido espectacularidad, basta comparar los comentarios escritos en la prensa general hace unos meses sobre el gran acelerador de Hadrones, centrados en el morbo sobre el fin del mundo (¿rozando de nuevo el milenarismo y la magia?) y el titular con que el Times de Londres presentó la teoría de la relatividad: Revolución en la ciencia Nueva teoría sobre el universo Al día siguiente se hizo eco el New York Times y poco después Einstein se convirtió en el científico vivo mas famoso de todos los tiempos. Durante la primera mitad del siglo se pasó de ir en carro tirado por caballos a volar a cientos de kilómetros por hora y poco después a poner un pie en la luna ¿que no podíamos esperar de los cincuenta años siguientes?
Pues se ha demostrado que poco, como decía antes, la gravedad de nuestro pequeño planeta sigue siendo una fuerza demasiado poderosa, en Marte no hay colonias y es probable que, salvando otros análisis sobre tendencias editoriales o la influencia de los nuevos medios y tecnologías, esta realidad esté influyendo en la decadencia de las historias clásicas de viajes espaciales. Aunque tal vez no sea más que un reflejo del cambio de paradigma global —filosófico, económico, político y social— que según algunos se viene gestando desde finales del siglo XX, cambio que inevitablemente afecta y se refleja en todo tipo de arte incluida la literatura.
Y si a este cóctel le añadimos que la hemos manoseado, denostado, vaciado de contenido, y escondido en otros nombres, como el converso que cambia de apellido para pasar por cristiano viejo, no me extrañaría que los nefastos vaticinios sobre la muerte de la ciencia-ficción, se cumplan.
Miento, no tengo ninguna duda: la ciencia-ficción nunca morirá, nunca mientras quede un hombre con algo de ciencia y capacidad para inventar. Es una lástima porque le tengo gusto a las melancolías creativas, las depresiones controladas y las decadencias. Una pena porque la humanidad es mucho más compleja y rica que un individuo y la necesidad elucubrar sobre el futuro, de imaginar historias está en su esencia: Utopías, distopías, aventuras maravillosas, Apocalipsis, mundos perfectos o terribles reflexiones sobre la negra condición del hombre.
Todo fluye, nada permanece, que decía Heráclito, y a donde quiera que fluya el devenir de la historia seguirá estando el espíritu de la ciencia-ficción, aunque termine llamándose literatura prospectiva.
