El fallecimiento de un autor siempre es una triste noticia para cualquier amante de la literatura bolsilibresca. Pero sí, además, se tenía la suerte de conocerlo, la tristeza aún es mayor. Sobre todo, cuando, por esas extrañas vicisitudes de la vida, uno se entera del deceso con cierto retraso. Me ocurrió no hace mucho con Javier Redal, escritor al que admiraba muchísimo. Pero el caso de Antonio Vera Ramírez, que para mí siempre será simplemente Lou, es especial. Porque, gracias a las nuevas tecnologías, pude ponerme en contacto con él hace ya muchos años a través de su Blog, en el que publiqué algunos trabajos sobre sus obras. No llegué a conocerlo en persona, pero mantuvimos el contacto, si bien esporádico en algunas ocasiones, durante bastante tiempo. Para mí, conocer y poder llamar amigo a uno de los autores que alegraron mi infancia y adolescencia con sus sencillas pero maravillosas obras, fue un auténtico privilegio, además de un honor. Porque sus novelas policiacas y de espionaje fueron siempre mis preferidas con notable diferencia. Destacó en todos los géneros que cultivó a lo largo de su carrera, pero en el thriller jamás tuvo rival, al menos en lengua española.
Su nombre se asocia con los relatos de aventuras y acción. Pero también escribió novelas románticas, que no conocía, pues las firmaba con el seudónimo Ángelo Antonioni, que entonces yo no asociaba con Lou Carrigan. Hace unos años, Lou, tras comentar conmigo el asunto, tuvo el detalle de enviarme media docena de novelas suyas de tal temática, publicadas a principios de los años 80. Y, tras leerlas, pude dar fe de que Antonio Vera, Lou Carrigan, era un verdadero todo terreno de la novela, pues ningún género se le resistía. Esto me decidió a escribir un artículo sobre sus obras del género romántico, que podéis encontrar en su Blog.
Al enterarme de su muerte, recordé una frase que él solía emplear a menudo: Nuca he sido más yo, que cuando he sido Lou Carrigan
. Estas palabras condensan la filosofía personal de un hombre que amaba su profesión, para el que, según me comentó en una ocasión, escribir es una maravillosa forma de disfrutar de la vida
. Me consta que hubo autores de bolsilibros que consideraban su labor como un trabajo alimenticio, un modo de ganarse la vida y pagar facturas. Sin embargo, también hubo muchos que, como Carrigan, adoraban lo que hacían, y eso se notaba en cada uno de sus textos, en los que ponía, además de su innato talento literario, su alma. Trabajó en lo que realmente le gustaba, y eso, por sí sólo, le convirtió en un hombre afortunado. Como afortunado fui yo al conocerle, y descubrir que, además de un portentoso autor de bolsilibros, era un hombre de bien y una gran persona.
Antonio Vera Ramírez, Lou Carrigan, el autor que tantos buenos ratos me hizo pasar en mi juventud, y que me honró con su amistad, ha emprendido el último viaje que todos estamos llamados a emprender. Quiero transmitir desde aquí mi pesar por su fallecimiento a su familia, en especial a su esposa e hijas, y recordarles que, si realmente existe eso que algunos llaman Cielo
, a estas horas Antonio ocupa allí un puesto de honor. ¡Hasta siempre, Lou!
