No es que uno esté totalmente de acuerdo con aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor pero, en lo que a la ciencia-ficción se refiere, el dicho popular se me antoja bastante acertado. Hoy se suele asumir que Flash Gordon, Buck Rogers y muchos otros de la época clásica, descritos como tipos de una pieza, sin fisuras ni dobleces, honrados a carta cabal y siempre dispuestos a sacrificarse en aras de la justicia y la verdad, respondían a un estereotipo heroico falso. Puede que fuera así, pero muchos aficionados a la science fiction, entre los que me cuento, preferimos con mucho a esos héroes con principios y valores firmes, que a los macarras o, mucho peor aún, los pusilánimes políticamente correctos que últimamente pueblan novelas, largometrajes y series televisivas de nuestro género.
La figura del héroe arquetípico ha resistido, hasta hace relativamente poco tiempo, los embates de los adalides del relativismo moral que, desde unas décadas acá, han ido socavándolo todo para implantar sus ideas. La patulea políticamente correcta ha metido sus pezuñas no sólo en la ciencia-ficción, sino en cualquier otro género literario y cinematográfico. Y así, nos encontramos con que, sobre todo en las series televisivas actuales, tanto de ciencia-ficción como de cualquier otra temática, casi siempre hay un personaje que es gay, lesbiana o trans, tiene unos problemas existenciales tremendos y está lleno de dudas de todo tipo. Eso aparte, parece haber una obsesión compulsiva, que haría las delicias de Sigmund Freud, por la inclusión y la paridad, por dar protagonismo, aunque no venga a cuento y a la historia que se quiere narrar le siente como a un Cristo un par de Colts Peacemaker y un sombrero Stetson, a las mujeres y a las supuestas minorías étnicas.
En principio, eso es adecuado. La sociedad va evolucionando y es lógico que eso se refleje en las obras de ficción. En ese aspecto, mi amada Star Trek (me refiero a la serie original) fue pionera, pues Roddenberry insistió en incluir en su producción un elevado porcentaje de presencia femenina y, además, dio a algunos actores negros y asiáticos la oportunidad de interpretar papeles relevantes, algo nada común en la televisión americana de los años 60. Tras la revelación de la homosexualidad de George Takei, que encarnaba a Ikaru Sulu, la serie web amateur Star Trek: The News Voyages/Phase II, incluyó, supongo que como homenaje a Takei, el personaje del alférez Peter Kirk, sobrino del capitán y gay.
Pero lo que se sale de madre es que, en aras de una supuesta modernidad, se alteren los más elementales esquemas literarios, cinematográficos y televisivos, que han funcionado a la perfección hasta ahora, para meter con calzador no sólo argumentos inspirados por la corrección política más recalcitrante, sino a representantes de los colectivos que los adalides de esa perniciosa ideología pretenden promocionar, con vistas a llevar a cabo el experimento de ingeniería social con el que llevan décadas soñando.
En los últimos tiempos, gracias a las plataformas digitales, hay más series de ciencia-ficción que nunca. A nivel estético, la mayoría son poco menos que perfectas. Pero sus guiones semejan haber sido escritos no por guionistas profesionales, sino por propagandistas de las chorradas de género y génera; del pacifismo estulto y cerril (léase cobardía pura y dura); de la homosexualidad más entendida como opción política que sexual, que también; del feminismo irredento, que le lleva a uno a sospechar que, en realidad, esas supuestas feministas no son tales, sino que, simplemente, odian ser mujeres y por tanto la condición femenina de las demás... Y así, hasta el infinito.
Y cuando alguien se atreve a presentar un héroe como los de antes, bien plantao y echao palante
, un tipo con las ideas y las prioridades claras, que no duda en defender con decisión aquello en lo que cree, y heterosexual sin absurdos complejos por más señas, se le acusa de haber creado un personaje reaccionario y ser, por tanto, un fascista él mismo.
Por suerte, todavía quedan en la ciencia-ficción personajes como los de antaño, hombres muy hombres y mujeres orgullosas de serlo. Pero están en franca minoría frente a esa legión de advenedizos, social y sexualmente ambiguos, que se van imponiendo sobre todo en series y películas del género.
Por eso quiero romper una lanza en favor de la legión de héroes clásicos de la ciencia-ficción, que abarca desde los ya citados Gordon y Rogers, hasta el Neo de THE MATRIX, pasando por el Taylor de EL PLANETA DE LOS SIMIOS (la de 1968), el Neville de EL ÚLTIMO HOMBRE VIVO, o el Han Solo de STAR WARS. Por cierto, que hace poco escuché a una simpatizante de Unidas Podemos definir a éste último como un machista asqueroso
. De traca, vamos. Además, la ciencia-ficción cinematográfica ya tiene su heroína icónica en la sin par Ripley de la saga ALIEN, una mujer de armas tomar que, a pesar de no tener nada que envidiar a los héroes de acción masculinos, resulta tremendamente femenina. Por no hablar de la dinámica Alice Abernathy de RESIDENT EVIL.
Por lo anteriormente expuesto, y sin que ello signifique que menosprecie todo lo que se hace hoy en el ámbito de la ciencia-ficción, me declaro un firme admirador de aquellos héroes de antaño, que defendían principios y valores atemporales, que son la base más sólida de la civilización humana.
