Los últimos hombres íntegros
Durante Década 70 se rodaron varias películas sobre el Fin del Mundo que poseen un paladar
característico que no ha vuelto a repetirse. Contiene algo su atmósfera, su fotografía, que cautiva, preserva, permite perdonar muchos de sus defectos. Incluso LA FUGA DE LOGAN se beneficia de este aire
al que aludo.
De cuantas he tenido ocasión de ver de esa época, THE ULTIMATE WARRIOR, de Robert Clouse (ajá, sí, el director de OPERACIÓN DRAGÓN) es la titánica. La más conseguida. Pudieran superarla, o están en plano de igualdad, LA CARRERA DE LA MUERTE DEL AÑO 2000, CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE y, por supuesto, ROLLERBALL. Me afirmaron que EL PLANETA DE LOS BUITRES era mejor. Qué va.
THE ULTIMATE WARRIOR se presume cinta en la que Warner Bros. invirtió una modesta cantidad de dinero. Financió a la baja
un proyecto catastrofista que tira mucho de decorados de estudio, apañándosela el director de fotografía para aumentar su desasosegante atmósfera con una bien elegida sucesión de fotogramas que muestran una Nueva York despoblada y ruinosa, invadida por el fleo y el silencio.
La BSO de Gil Mellé también ayuda a potenciar tanto la sensación de vacío como de claustrofobia que envuelven a los personajes. Ésta quizás sea la clave en que la película debe entenderse: el encierro, plasmado en niveles tanto físicos como emocionales. Contiene escenas de espacios abiertos, desde luego, y los protagonistas no nos agobian con un constante/desmoralizante discurso de voz en OFF; lo reflejan sus actuaciones. Pero se palpa la sensación de derrota y desesperanza, de reclusión sin solución, que el Barón (Max Von Sydow) ejemplifica cuando abandona la azotea/huerto.
La conversación con el hortelano, Cal (Richard Kelton), no fue tan bien como querría y al Barón lo ataca la desesperación según desciende la escalera, estragando y destrozando su permanente máscara de confianza y serenidad, de sé bien qué hacer ahora
. Como nadie (pues el Barón procede de una época mejor, de abundancia que se avinagró paulatinamente y, de súbito, desapareció), se percata del aterrador atolladero en que se hallan. A su alrededor, todos son jóvenes (o lo bastante) como para dudar de la exactitud de sus recuerdos respecto a tal pasado. No comprenden bien la magnitud de la pérdida.
Lo angustia el futuro que lega
a su hija, Melinda (Joanna Miles), y a su nieto, aún nonato, y lo humilla no poder brindarles un futuro decente; sobre todo, porque las circunstancias lo impiden. Y se ahoga en la claustrofobia fruto de este conocimiento, junto al espacio físico donde se instaló, con otros sobrevivientes, que descargaron en él el liderazgo: unas pocas calles de la gigantesca urbe despoblada, a excepción de otras comunas como la suya y los asesinos de las calles, quizás caníbales.
Enfrente prácticamente tienen la comuna dominada por Carrot (William Smith, el Falconetti de Hombre Rico, Hombre Pobre —serie que a los más jóvenes nada dice—), un fornido criminal que codicia los cultivos de la comuna del Barón. Tanto Carrot como su tropa son auténticos predadores, que viven en la fuerza y la violencia destruyendo, incapaces, al contrario de la gente de Barón, de construir nada. Es sintomático que su base sea una cárcel (quizás comisaría); aunque edificio recio, también sugiere que de allí surgió
esta raza; el fruto de los otrora allá confinados es Carrot y su hueste.
La figura del protagonista, Carson (Yul Brynner), es digna de estudio. Habituados a un cine de esteroides a mogollón y bíceps como zepelines, admirar a este hombre fibroso y ágil, aunque de apariencia madura, rompe esquemas; el primero, ese de que hay que ser un titán de las mancuernas para sobrevivir en mundos como el reflejado en esta cinta. Pero luego razonas que, más que fuerza, se requiere maña, destreza. Carson es al que necesitas en una pelea. Sabe dónde pegar. Economiza sus recursos. Explota sabiamente las debilidades del contrincante. Tampoco es un asesino. Usa una navaja cuyo mango es más largo que la hoja; esto atestigua su intención de defenderse, más que de intimidar. Tal como la emplea, no necesita más.
Carson es un luchador cerebral, atemperado, que combate moviéndose como si danzara (aunque eso lo creo cosa de cómo caminaba Brynner, la verdad), y que, como el Barón, destila recuerdos del ayer esplendoroso con contenido dolor. Carson es un mercenario que ha vagabundeado por esos mundos de Dios (para pasmo del Barón, consciente del aterrador páramo circundante), mas también es víctima del estrago de la claustrofobia: su familia vive en una isla de Carolina del Norte cuyos habitantes ya practican el canibalismo. Teme por ellos. De inmediato le participa al Barón su intención de seguir viaje. Esto, parar en su comuna, es para reponer fuerzas, no un trabajo a jornada plena.
Otra peculiaridad de Carson es que se trata de un hombre honorable rodeado por una jauría de lobos. Quizás esto sincroniza
la afinidad entre el Barón y él, porque son dinos engolfados en cierta nostalgia. Carson y el Barón hablan
un olvidado idioma, y les es grato volverlo a oír.
El Barón confía a Carson su más valiosa posesión (Melinda; su nieto) y las semillas que Cal hibridó, resistentes a las plagas del ayer, cuyo azote contribuyó al actual estado del mundo. Sin dudar le encomienda que sacrifique a Melinda antes que a las semillas, pues constituyen la esperanza de regeneración de la Humanidad; la apartará del injurioso abismo de la antropofagia.
Pero Carson, en el intenso y medido duelo final en los andenes del metro (vía de escape, esperaba el Barón, tanto de la rapacidad de Carrot como de la gente de la comuna que el Barón lideraba), donde Carrot se ve por fin obligado a pelear (hasta entonces, y hábilmente, interpuso esbirros entre él y la navaja de Carson), ante la tesitura de abandonar a Melinda y salvar las semillas, se juega el tipo por ella. Es una cuestión de integridad. Lo otro resentiría su conciencia. Obtiene la victoria, aunque a oneroso precio. También en este descorazonador futuro, los malos pagan sus culpas.
Otro detalle de THE ULTIMATE WARRIOR está en su violencia, seca, expeditiva. Clouse no se anda con tonterías en ciertos momentos, y sorprende pues tal crudeza no era tan habitual en producciones de esta época.
Anímate. Visiónala. Dale una oportunidad. Igual te gusta.
Vuestro Scriptor.