En 1971, Len Wein y Bernie Wrightson crearon La Cosa del Pantano para el número 92 de la colección House of Secrets. En estos inicios el monstruo llevaba el nombre de Alex Olsen y la acción se situaba a principios de siglo. Más tarde, 1972, el personaje debutaba en su colección propia, con ambientación contemporánea y el nombre definitivo de Alec Holland.
La condición de partida estaba muy relacionada con los mitos de terror clásicos, revisitados habitualmente en los seriales de los 70, y muy alejada de la versión que se popularizaría posteriormente, más bien de horror new age.
El origen y la caracterización inicial del personaje distan bastante de la idea que en hoy día tenemos de la criatura del pantano, con un científico brillante víctima de sus propios experimentos que, por culpa (directa o indirecta) de su maléfico archienemigo, se convierte en un monstruoso ser de pesadilla. En un principio los autores plantean las aventuras de un alma atormentada dentro de un cuerpo deforme e inhumano, la trágica y típica historia de la bestia incomprendida, a la que sólo la bella, y algunos pocos más, logran llegar a entender.
Como todos sabemos, Alan Moore revitalizó la serie en su decadente segunda temporada virando drásticamente los designios del antihéroe. Su génesis fue reinventada y se dotó al personaje de mayor profundidad, reformando la finalidad de las tramas hacía planteamientos pseudo-filosóficos, expresados con un mayor lirismo también típico de la época. De igual modo el enfoque, más explícito y carente de la ingenuidad anterior, se hizo más acorde a los tiempos que corrían.
Sin embargo, no es este material el que utilizaría Wes Craven para su versión de imagen real. En 1982 el éxito no había alcanzado aún al guionista británico y la pretensión no era otra que la de realizar una película sobre el clásico personaje de la DC, en horas bajas por aquel entonces.
Craven nos presenta una cinta de serie be con todas las de la ley. El no demasiado brillante director de Cleveland (al menos a mi entender, salvo, quizá, en PESADILLA EN ELM STREET o LA SERPIENTE Y EL ARCO IRIS) propone una especie de estética comiquera de lo más espantosa, con cortinillas estrambóticas que se suceden entre secuencia y secuencia así como con una explicación final totalmente absurda, requisito al parecer imprescindible cuando se quiere adaptar una serie de cómics.
Gran parte de los planteamientos del filme se contemplan con displicencia, como la insólita y meteórica relación amorosa entre Alec Holland y Alice Cable (¿Por qué no Abigail?) o el aspecto y las formas de los paramilitares a los que combaten.
El guión, realizado por el propio Craven, deja de lado los aspectos terroríficos y se centra casi exclusivamente en las numerosas secuencias de acción, convertido finalmente en un ir y venir de la protagonista entre soldados de fortuna, lugareños y la susodicha criatura, mientras estos se dan tiza sin ningún miramiento.
La atormentada chica no es ni más ni menos que Adrienne Barbeau, actriz fetiche de John Carpenter a pesar de su peinado (incluso pone la voz a un ordenador en la brillante La Cosa, aunque no aparezca en los créditos) y, por otro lado, en algunos momentos La Cosa del Pantano recuerda más bien a la adorable Cosa de ojos azules ¡Es la hora de las tortas!
Los efectos especiales (tan importantes en este tipo de películas) son bastante malos, seguramente acordes con el presupuesto, y los disfraces, tanto el de Swamp Thing como el del engendro del final, parecen salidos de un capitulo de Bioman (peores incluso) El ritmo es rápido pero monótono, y carente de ninguna sorpresa reseñable (si exceptuamos el desfile final de carne humana) Las secuencias de acción son muy convencionales y típicas de la época, incluso hay veces que da la impresión de estar viendo un M. A. Barracus de piel verde...
Quizá lo único reseñable sean las escenas en las que se enfoca desde lejos a la versión vegetal de Alec caminando por el pantano. Nada del otro mundo pero al menos me llamaron la atención.
En definitiva, LA COSA DEL PANTANO no deja de ser una curiosidad que se contemplaría con más ganas si intentara adaptar la etapa Moore del personaje, aunque lo hiciera tan mal. Por otro lado la ausencia total de sentido del humor en una producción de este tipo no deja de restarle muchos enteros, ya que ni siquiera resulta simpática, al menos no mucho.