Existen varias formas de acercarse a una película como LA CUARTA FASE (2009), desde su ángulo más superficial en cuanto a vehículo de lucimiento de su protagonista, Milla Jovovich (con acento en la primera o
, como ella misma se encarga de aclarar) o bien como relato fantaterrorífico en torno al tema de las abduciones extraterrestres, centrándose particularmente en un remoto pueblo de Alaska donde las desapariciones supuestamente inexplicables de los parroquianos están a la orden del día. Pero también, y esto sea quizás lo más llamativo, está su precepto estético de falso documental y su invitación a un juego dual de realidad/ficción entre la película y el público. Esto último por lo visto fue una estratagema publicitaria que se concentró especialmente en el público de Estados Unidos, por lo que allí la película tuvo una recepción muy distinta que no se reprodujo en ningún otro país.
Partiendo de la ya habitual carnada de basado en hechos reales
, LA CUARTA FASE propone una historia contada a dos bandas en la que la existe una plena autoconsciencia del carácter dramatizado de aquellas escenas narradas desde una perspectiva tradicional con conocidos actores hollywoodenses, alternándose con metraje mucho más crudo que, al menos en el contexto de la película, se pretende hacer pasar por real. El contraste entre ambos lados de la narración es especialmente notable en la estética: cuidada y pulida en el metraje abiertamente ficticio y deliberadamente feísta en el caso del metraje real
(la verdadera
Abbey es de hecho una de las cosas más inquietantes de la película). Este juego que propone es a decir verdad muy interesante, aunque no está del todo bien aprovechado; independientemente del hecho de que la estratagema publicitaria (que en Estados Unidos contó incluso con noticias falsas publicadas en varios periódicos de Alaska) resulte o no creíble, hay detalles que rompen la ilusión creada al caer en la tentación de hacer más impactante aquello que vemos, como por ejemplo el a veces excesivo dramatismo del metraje real en las secuencias de entrevistas.
Pero si algo me ha parecido interesante de esta película, y lo que la termina alejando de innegables influencias como la muy recomendable FUEGO EN EL CIELO (1993) es que su temática claramente ciencia-ficción está abordada desde una perspectiva más cercana al terror y menos a las teorías conspiratorias que casi siempre se manejan en cuanto aparece el elemento extraterrestre. Sorprende por ejemplo la total ausencia de personeros del gobierno, que nunca faltan en este tipo de historias. Por el contrario, el director y guionista Olatunde Osunsanmi estructura su cinta como un relato de miedo marcado no sólo por elementos estéticos inquietantes y ampliamente reconocibles (la figura de la lechuza unida a una historia de alienígenas es algo que viene de COMMUNION (1989), película que comparte grandes semejanzas argumentales y temáticas con esta de la que hablamos hoy) sino también por momentos abiertamente terroríficos como las escenas de las pruebas de hipnosis, que van marcando el ritmo episódico de la cinta y la acercan más al tema de las posesiones diabólicas.
Es precisamente este componente de terror lo que para mí resulta más interesante de LA CUARTA FASE, más allá incluso de su maniobra metanarrativa que, al menos en este caso, no llega tan lejos como se podría esperar y resulta un tanto fallida. A pesar de ello, se agradece que al menos sus responsables hayan conseguido sacar algo nuevo de un tema ya tan tocado como son los contactos extraterrestres, y aunque al final quedamos prácticamente con la misma cantidad de preguntas e interrogantes sin resolver, el conjunto es lo suficientemente curioso como para al menos hacer que me sorprenda la cantidad de críticas negativas que ha recibido. Quizás, como decíamos más arriba, el hecho de que en su país de origen haya tenido una recepción completamente distinta pueda aclarar en parte este misterio.