
Esta película británica tuvo una gestación realmente curiosa. Producida por Sky Cinema, estaba destinada casi desde el principio a no salir del circuito de la distribución digital. Sky Cinema es la división del grupo Sky, pertenece a Comcast, que emite contenido bajo demanda en varias plataformas de pago en las Islas Británicas.
Sin embargo, en el Reino Unido e Irlanda se estrenó en salas de cine, además de que la propia Sky la emitiera en su servicio, mientras que en el resto del mundo fue Netflix quien la distribuyó a través de su plataforma. No deja de ser un buen ejemplo de cómo ha cambiado el mundo de la distribución y visualización de las películas. Mientras que las salas pierden irremisiblemente terreno (y a día de la fecha, con el SARS-COV-2 campando por sus respetos) las plataformas ganan adeptos, y lo que se auguraba como la destrucción de la industria cinematográfica se ha visto de nuevo impulsada gracias las películas y series que estas mismas plataformas precisan para ofrecer contenido a sus clientes.
La película está protagonizada por Clive Owen, en el papel de Sal Frieland, un policía clásico de serie negra que resuelve cansinamente los casos que se le presentan sin más que recurrir a las grabaciones de los recuerdos de criminales, víctimas y testigos. Porque ese es el leitmotiv de la película, absolutamente todo lo que una persona ve queda grabado y accesible, en un a modo de recuerdo nítido y fiel. Por supuesto que la policía tiene acceso a esas grabaciones, pero es que además cualquier individuo puede pedir a otro que las enseñe para corroborar que no le está mintiendo. No queda claro si hay alguna obligación de hacerlo, pero una negativa al respecto deja claro que si no se quiere mostrar algo, es que algo se esconde.
Un día Sal, que como policía tiene acceso a más datos que el común de a pie, se cruza en la calle con una mujer (Amanda Seyfried) a la que no puede identificar. En un principio no le da mucha importancia, puede tratarse perfectamente de un error informático, pero al poco es requerido para un extraño caso de asesinato en el que la víctima no ha guardado recuerdo de lo sucedido, y hay bastantes indicios de que sus registros han sido manipulados. Un caso anterior de similares características, y que los recuerdos de su encuentro callejeo están siendo borrados, le hace relacionar los asesinatos con la mujer, y a partir de ese momento se desarrolla un policiaco de perfil clásico con detective amargado, vampiresa imperturbable, y asesino inesperado, que solo se diferencia de la serie negra la asombrosa tecnología que lo envuelve.
Si lo que pretendía Niccol era advertir sobre los peligros de renunciar a nuestra intimidad, lo consigue, eso queda claro. La película es poco sutil al respecto, el hecho de estar permanentemente conectado y expuesto deja la privacidad al descubierto con unas consecuencias en las que tampoco entra, excepto por el surgimiento de un lucrativo y clandestino, por supuesto, negocio de borrado de recuerdos, pero que sugiere como muy poco satisfactorias. La uniformidad en el vestir, el brutalismo al que recurre para los escenarios, en general, la falta de relieve de la sociedad que muestra es también una alegoría de la progresiva pérdida de pensamiento individual, desterrado por expuesto.
Tampoco se complica la vida con la tecnología que da sustento a su antiutopía, aunque quizá más propio sería hablar de mundo paralelo. Apenas se hace mención a ella y a los expertos en su manejo les basta pensar en ello (literalmente) para tener acceso a registros, rutas y servidores.
Por todo esto la película acaba teniendo un desarrollo un tanto traído por los pelos, tanta alegoría, tanta metáfora, tanto (o tan poco) simbolismo, la convierten en un producto minimalista, en el que solo cuenta la idea de Niccol sobre la pérdida del anonimato. En ese sentido, las interpretaciones, contenidas, casi hieráticas, siguen esa línea de frialdad, que se intenta alegrar con unas cuantas escenas de sexo, bastante incongruentes con el tono general.
Ni siquiera como película de detectives funciona. Uno de los contratos no escritos del policiaco es que el autor irá dando al lector/espectador suficientes pistas como para que pueda deducir por si mismo quien es el malo
de la película. De forma habitual, esas pistas son ambiguas, o poco claras, incluso el autor las descarta al final y se saca de la manga nuevos datos que apuntan en la dirección contraria a la que estaba dirigiendo al lector/espectador. En esta película Niccol hace lo propio, señala con un gran dedo rojo hacia la Luna, aunque el espectador experimentado ya sabe que donde hay que mirar es al dedo, pero ni siquiera en ese sentido Niccol es honrado, y el dedo que apunta al asesino lo tienen escondido en la espalda.
Película correcta pero tramposa, que sin ser un desastre total no hace nada por ser recordada, aunque por sus aires minimalistas no sería extraño que, en unos años, acabara convertida en una oscura película de culto.
El contenido de este texto puede ser total o parcialmente reproducido sin autorización explícita y previa del autor y bajo cualquier medio de comunicación siempre que se den las siguientes condiciones:
- Debe incluirse la totalidad de este pie de página.
- No puede modificarse, con la excepción de correcciones ortográficas, tipográficas o de traducción a otro idioma, y nunca excepcionando las correcciones de estilo, contextuales o gramaticales, de las cuales se hace responsable el propio autor en el texto original.
- El autor no renuncia a sus derechos de propiedad intelectual legalmente constituidos y se reserva la posible reclamación oportuna siempre que el medio en que se reproduzca reporte beneficios económicos de cualquier tipo.
Publicado originalmente el 28 de marzo de 2021 en www.ciencia-ficcion.com