
Desde hace un tiempo, la industria de Hollywood, que ve que los sistemas de distribución tradicionales están en decadencia y necesita alicientes para llevar a la gente al cine, nos está vendiendo que el futuro del cine (y del audiovisual en general) está en las películas 3D. Y, dentro de ese movimiento, AVATAR se ha convertido, en parte también por las declaraciones al respecto de James Cameron, en una especie de buque insignia, en algo así como el epítome máximo de lo que esta tecnología puede transmitir al espectador. Sin embargo, la sensación que me queda a ese nivel después de ver la película es que el estereoscópico sigue siendo el mismo juguetito que era cuando se utilizaban las gafas anaglíficas, sólo que la técnica de reproducción se ha perfeccionado. Lo que llega a la pantalla es más una superposición de capas que una auténtica reproducción de los volúmenes, las formas y las texturas que uno encontraría en la vida real; pero además, de no mediar algún gimmick para (volver a) hacerte evidente de vez en cuando que estás viendo un film 3D, la sensación estereoscópica se pierde a medida que avanza el metraje y te adentras en la historia, relativizando la importancia que tiene la tridimensionalidad dentro de la narración. El entusiasmo hacia el formato me parece tan baldío como el que provocó, en su momento, el Imax: también iba a ser una revolución y, a día de hoy, es una forma distinta de ver cine, pero ni mucho menos la predominante.
De hecho, el uso de los 3D no me parece tan importante como el hecho de que Cameron, un director que siempre se había caracterizado por un planteamiento muy físico de los rodajes, aquí ha trabajado a lo George Lucas: colocando a los actores ante pantallas verdes, y reconstruyendo el universo de ciencia-ficción de AVATAR mediante CGI (que, al menos en mi opinión, sigue sin resultar tan creíble como se dice: la barrera de la teoría del valle inexplicable sigue pesando demasiado) Y de ahí surge la que, quizá, es una de las mayores pérdidas que se aprecian en el estilo del director: la desaparición de la fisicidad, la rotundidad de sus escenas de acción. Aunque en la película hay unas cuantas set pieces bélicas, todas ellas muy bien planteadas y que demuestran que sigue teniendo un muy buen pulso para las mismas, ninguna de ellas transmite esa energía, ese impulso adrenalínico y testosterónico de los tiempos de TERMINATOR 2 o MENTIRAS ARRIESGADAS (a lo que, para qué vamos a engañarnos, también debe haber contribuido el hecho de que, por aquel entonces, Cameron estuviera sobre los 40, y ahora tiene más de 60, y seguramente menos entusiasmo hacia las action movies de sus inicios)
Uno de los peros más recurrentes en los comentarios hacia AVATAR está en la ingenuidad y la superficialidad de su guión. Seamos claros: Cameron no se ha caracterizado nunca ni por su sutileza ni por la brillantez de sus libretos, sino por su habilidad para ambientar ficciónes puramente pulp en un contexto contemporáneo, urdiendo en realidad puras serie B de gran presupuesto (algo que está presente incluso en el romance de bolsilibro que es TITANIC) En este caso, y a pesar de estar realizando, de forma no acreditada, una relectura de UNA PRINCESA DE MARTE, de Edgar Rice Burroughs (pasada, eso sí, por el filtro del mito del buen salvaje tan afecto al western crepuscular) el director se ha metido en camisas de once varas queriendo llevar a cabo una metáfora sociopolítica y ecológica que, prácticamente desde el primer instante, es evidente que se le hace grande. Donde el guión funciona, como es habitual en Cameron, es en los momentos más primarios, menos intelectuales, en los que el espectador puede conectar de verdad con los personajes de la película.
Y es que el director no lo pone fácil porque, no sé si de forma consciente o por puro descuido, las interpretaciones de los actores reales son, en general, tan mediocres, tan descuidadas (quizá el ejemplo más evidente es el de Sam Worthington, que apenas muta su expresión a lo largo del metraje) que hacen que cada aparición de los Na´vi sea digna de celebración porque, al menos, la magnífica labor de los animadores ayuda a imprimir una mayor emoción a algunos de los pétreos protagonistas. Pese a su estrafalario aspecto gatuno, la raza extraterrestre creada por Cameron resulta creíble e interesante, aunque yo no pude quitarme la sensación de estar viendo indios de tres metros de altura y pintados de azul... Ni, sobre todo, la sensación de que habría preferido ver los matices físicos de la interpretación de los actores (como Zoe Saldana, que aporta una tremenda expresividad a su personaje) sin pasar por el filtro del CGI. Pero me da la sensación de que el director, a día de hoy y como le ocurre a George Lucas, está más interesado en la vertiente tecnológica de su trabajo que en la humana, y su trabajo se ha resentido por ello.
En todo caso, estas líneas no quieren ser una visión completa de la película, sino sólo unos apuntes que se pueden complementar con el trabajo de otros compañeros, como el de Diego Salgado para Miradas, el de Noel Ceballos para Cine 365, el de Sergi Sánchez para Time Out Barcelona, el de Jordi Costa para Fotogramas o el de Javier Ocaña para El País.