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EL MAGUFO
Eduardo Delgado Zahino

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Comfreak, Pixabay License

El cartel luminoso no resplandecía, pero lo anunciaba bien claro: BAR EL QUIJOTE.

José entró y el humo de cigarrillos lo asaltó. Dando gracias a quien tuviera que recibirlas por poder respirar aquello, sacó un pitillo, se lo puso en los labios y lo encendió. El primero del día, probablemente no el último.

La fauna que poblaba EL QUIJOTE a esas horas apenas levantó un segundo la mirada de sus vasos para comprobar que se trataba de un tertuliano conocido y no de una indeseada orden de registro. Nadie saludó. La gente se había vuelto arisca y poco comunicativa desde hacía tiempo.

Se dirigió al camarero, que se encontraba apoyado al otro lado de la barra, mirando al infinito.

—Eh, Tomás —dijo.

Tomás salió de su ensueño.

—Eh —respondió.

—¿Qué se puede beber hoy?

Tomás dio una calada a su cigarrillo de liar. Tenía los ojos enrojecidos. Buena señal. Lo que quiera que fuese que se pudiera beberse esa noche, era fuerte.

—Vodka.

—Pues que Dios bendiga al hijoputa que lo haya destilado.

Tomás sacó una botella medio vacía de debajo de la barra y llenó un vaso metálico que dejó en espera de la ansiosa mano de José.

—Son cincuenta pavos —dijo.

—¿Cincuenta, eh? Dime, Tomás, ¿cuánto te debo ya?

El camarero alzó las cejas, extrañado.

—Que yo sepa no me debes nada.

—Entonces, ¿por qué no dejas que me tome el puto vodka y te pago cuando vaya a salir, como siempre?

Tomás asintió.

—Claro.

Y así, José pudo dar el primer sorbo de aquella gloriosa porquería. Puro veneno, pero le hizo sentirse vivo durante un segundo.

Avanzó hasta la mesa más próxima y se dejó caer sobre una silla. Saludó con la cabeza al hombre gordo y a la mujer ultra maquillada que se hallaban allí sentados. Solo la mujer sonrió levemente como respuesta. Era Narda, una putilla dispuesta a todo a cambio de un trago.

—¿Sabes, Narda? —dijo José—, hoy te encuentro particularmente atractiva.

El tipo que la acompañaba salió de su ensimismamiento y le clavó un par de pupilas furibundas.

—Pues resulta que hoy está conmigo —dijo, con voz ronca.

José asintió, reculando. No quería líos, y menos si esos líos giraban alrededor de Narda. Dio una calada a su cigarrillo y miró hacia el televisor, un aparato viejo colocado sobre una máquina tragaperras apagada y polvorienta. La imagen muda de un enorme destructor siendo alzado con un cable hasta la primera órbita llenaba la pantalla. En la parte inferior de la pantalla, un rótulo informaba.

HOY EL CINTURÓN DEFENSIVO TIENE UNA NAVE MAS ENTRE SUS FILAS. ¡GLORIA!.

José expulsó el humo, apuró el vodka y se levantó. El triste intento de obtener compañía femenina acababa ahí. Se dirigió de nuevo a la barra.

—Tomás, que sean cien pavos de esta mierd...

Entonces la puerta de la calle se abrió y entró el magufo.

El uniforme estaba tan limpio que resaltaba en el local como una margarita creciendo en un vertedero de residuos tóxicos; blanco, engalanado con ribetes dorados y medallas del mismo color. El tipo que lo llevaba puesto parecía joven, comparado con el resto de personas de aspecto ajado que poblaban el bar.

Avanzó hasta situarse justo en mitad del local. Sonreía.

Los parroquianos miraban, entre alucinados y aterrorizados, a aquel hombre de aspecto níveo que había penetrado en el santuario donde se escondían durante un par de horas cada noche antes de ir a dormir.

El tipo miró a su alrededor teatralmente y habló.

—Me han dicho que os podría encontrar aquí. Veo que os habéis convertido en pura mierda, aunque creo que simplemente ahora se os nota más, porque siempre lo fuisteis...

José intentó ordenar sus recuerdos. Aquella voz le sonaba.

—La educación —continuó el tipo— nunca fue algo que manejaseis, pero podríais saludar al hijo prodigo, digo yo.

Algunos se pusieron en pie y adoptaron la posición de firmes. Pronto les siguieron los demás. José se fijó en Tomás. Estaba con la botella en la mano, a punto de volcarla sobre su vaso, paralizado en aquella posición. Con el dedo índice, José empujó hacia abajo la boca de la botella hasta que el líquido comenzó a salir y espero un momento antes de volver a dejarla como estaba. Después, cansinamente, se puso firme también.

El tipo observó todo esto con expresión sarcástica.

—Caray, es lo más patético que he tenido la desgracia de ver en los últimos años, y mira que he visto cosas patéticas. No sé, será porque os conozco y eso hace que el patetismo se acentúe en mi gnosis.

Tomás aprovechó entonces para dejar la botella sobre la barra y adoptar la posición de firmes.

—Con todo respeto —empezó a decir el camarero—, el ayuntamiento me permite mantener este local. No estoy cometiendo delito alguno. Si se trata de un registro, por supuesto, puede proceder. No hay nada que ocultar...

—¡No sé que es más insultante! —interrumpió el tipo, alzando la voz— ¡Sí el hecho de que os dediquéis a emborracharos como antiguos humanos o que no me reconozcáis!

José se esforzó un poco más. Sí, definitivamente aquella voz le sonaba.

—¡Yo sí que me acuerdo de vosotros, de todos vosotros! —continuó— ¡Durante mi juventud os dedicasteis a insultarme y menospreciarme sistemáticamente debido a mis convicciones!

Entonces la chispa saltó en el cerebro de José, incendiando partes de su mente adormecidas, trayendo recuerdos.

—¡La madre que me parió! —exclamó— ¡Friker!

Ambos hombres se miraban, uno sucio, de aspecto cansado y algo borracho, el otro limpio, sonrosado y completamente sobrio. El arma que portaba al cinto este último destelló un instante bajo la luz de los fluorescentes.

José sintió que había metido la pata hasta el fondo usando aquel apodo pero, como ya hacía varios años que se sentía muerto, no se amilanó y quiso demostrar al visitante que recordaba perfectamente de quién se trataba. Alegremente se dirigió a los parroquianos.

—¡Venga! ¿No os acordáis? ¡Es Friker! ¡El magufo!

Algunos cuerpos parecieron encogerse a pesar de la posición de firmes.

—Lo llamábamos así porque era un friki y veía los programas de Iker Jiménez. Se pasaba la vida dándonos por saco con delirios sobre OVNIS y esas mierdas. Vamos, tenéis que acordaros, en el instituto, cuando el mundo era nuestro y no se había convertido en lo que ahora es.

Los recuerdos afloraron en algunas mentes y unas leves sonrisas se dibujaron en ciertas bocas.

El emperifollado, de pronto, ya no parecía tan imponente y atemorizante.

—¿Y cómo es ahora el mundo, José? —preguntó Friker, con un tono de voz suavemente amenazador.

José abandonó del todo la posición de firmes, agarró el vaso de vodka y se apoyó lánguidamente en la barra.

—Como si no lo supieras —respondió—. El mundo es una gran fábrica de armas gracias a tus amiguitos invasores.

El ambiente fluctuaba. De denso cambiaba a fresco, de fresco a oleoso. No era una mera percepción, parecía estar ocurriendo realmente.

—Se supone que había quedado claro que no se trata de una invasión —dijo Friker.

—Bueno, por decreto está claro que no es de eso de lo que se trata. ¿Cómo lo llamáis los iluminados...?

—Advenimiento de la Nueva Era de la Hermandad Galáctica —respondió Friker, adoptando cierta pose orgullosa.

—Eso, advenimiento... Dime, Friker, ¿a qué has venido?

Friker observó a su alrededor y sonrió con sorna al comprobar que algunos habían abandonado la posición de firmes y se mantenían expectantes ante su respuesta.

—Pues, he venido a veros, claro. A tomar una copa con vosotros —fijó su mirada en Tomás— Camarero, ¿podría ponerme alguna bebida homeopática?

Tomás se puso tenso. Sus ojos dijeron que allí no se gastaba de eso.

—Ya veo. ¿Agua de mar diluida al 0,000010% en agua dulce?

Los ojos de Tomás dijeron que no, que tampoco tenía.

—Lo imaginaba. Bueno, por suerte he traído de todo en el ovni.

Sacó del bolsillo un pequeño cristal azul y le propinó un suave soplido. La puerta del bar se abrió entonces y entraron dos guardias uniformados con sendas ametralladoras en las manos. Se posicionaron uno a cada lado de la puerta. Cuatro jóvenes muchachas medio desnudas entraron después, portando bandejas con vasos y jarras de cristal. Se colocaron frente a Friker.

—Tomaré de ti —dijo, señalando a una de las muchachas.

La chica hizo una reverencia, introdujo una pequeña barra cristalina en la jarra y dejó caer una simple gota en uno de los vasos, que parecía contener agua. Después se lo ofreció.

—Gracias, mis vírgenes nubias. Podéis volver al ovni.

Las muchachas salieron con pasitos pizpiretos, los guardias se quedaron donde estaban y Friker tomó asiento en la silla más próxima.

José observó todo aquello con su propio vaso calentándose en la mano. Recordó que lo tenía y le dio un sorbo intenso.

—Pues a mí me parece que has venido a vacilarnos —dijo, con voz entrecortada, intentando que la tos no aflorase.

Friker soltó una carcajada.

—Eso es lo que me decías siempre —señaló—. Veo que vas recordando. Anda, siéntate aquí conmigo y hablemos.

José aceptó la invitación y plantó sus posaderas en una silla, frente a su antiguo compañero de instituto.

—Y los demás, acercaos —continuó Friker—, sentaos a mi alrededor. Quiero haceros partícipes de mi alegría.

Poco a poco, sin apartar la vista de los guardias y sus ametralladoras, los parroquianos de EL QUIJOTE obedecieron.

—Aceite de rateros —dijo Friker, agitando levemente el vaso— Es lo más fuerte que puedo permitirme, dadas las circunstancias. Esto evitará que me peguéis alguna cosa mientras permanezco aquí.

José sonrió.

—Convenientemente diluida en agua, por lo que veo.

—Pues sí. Ya os decía yo que la homeopatía funciona, que el agua tiene memoria. Pero nunca me hicisteis caso. Os reíais de mí.

—Entonces has venido a restregarnos que tenías razón. Que todos tus delirios magufos eran ciertos...

—Pues sí, aunque diciéndolo de ese modo me ridiculizas. No eran delirios.

José dio un sorbo al vodka.

—Bueno, supongo que comprenderás que el hecho de que hayamos sido invadidos por una especie alienígena no te da la razón en todas las demás cosas.

—¿Ah, no?

—No. Y ni siquiera te da la razón en lo de los OVNIS. Estos seres no son grises, ni reptilianos, ni anunnakis, ni ninguna otra gilipollez. Llegaron aquí y nos esclavizaron para que les sirviéramos en su guerra...

—Estos seres, como tú los llamas, han estado aquí desde siempre. Ellos nos crearon. Solo esperaban a que estuviéramos preparados para poder entrar en la Hermandad. Muchos lo sabíamos.

—Ya. ¿Y no se te ha ocurrido pensar que eso lo dicen para que los sirváis?

—No.

José suspiró. No tenía claro lo que ocurría. Estar ahí, frente a un recuerdo de la juventud, hablando tranquilamente de extraterrestres, le pareció de lo más antinatural. El ambiente se tornó fresco, otra vez.

—Me siento bien —dijo—. Y no creo que sea por el alcohol.

—Ah, eso. Sí, estoy usando un relajante neuronal. Tecnología de La Hermandad. Es para que no os caguéis encima de puro miedo.

—Claro, ya decía yo. ¿Nos vas a matar?

La pregunta hizo reír a Friker justo cuando se disponía a dar un sorbo de su aceite de rateros homeopático.

—No, no, no es la idea.

—Entonces dime, ¿qué esperas de nosotros? ¿Una disculpa? Por mi parte, bien, me disculpo. Tú tenías razón en todo.

Friker fijó su mirada en la de José.

—No quiero disculpas falsas.

—Mira, Friker..., perdona que te llame así, es que no recuerdo tu verdadero nombre, he estado trabajando en la fábrica tooodo el día, montando componentes para las computadoras de las naves de tus amos los merkeps, y he venido aquí, como cada noche, a relajarme un poquito, a sentirme humano por un rato. Porque para eso es para lo que hemos quedado los humanos, ¿sabes? Lo que quiero decir es que mañana madrugo para poder seguir montando componentes y no puedo pasarme aquí la noche entera escuchándote.

Friker asintió.

—Andrés, me llamaba Andrés. Ahora soy Luz de Nibiru. Los miembros de la Vigilancia nos hemos cambiado el nombre a otros más acordes con las circunstancias.

—Bien, Luz de Nibiru, pues dime qué quieres de nosotros.

Luz de Nibiru se puso en pie, dejando el vaso en la mesa. Recompuso su uniforme y habló.

—Amigos, lo que me ha traído aquí es puramente personal. Me lo hicisteis pasar mal en el instituto. Erais estudiantes de mente científica oficialista, pero no es eso lo que os reprocharé, pues nuestros amigos de las estrellas nos han enseñado que la ciencia guarda misterios. Misterios que se desvelan, necesarios para dar el paso hacia la nueva consciencia colectiva. Ellos estuvieron aquí siempre, enseñando el camino a unos pocos. Hace diez años llegó el grueso de su especie, a bordo del mundo que podemos observar si miramos al cielo. Nibiru, el planeta errante. Las leyendas que decían que se trataba de un mundo de destrucción eran falsas, promovidas por gente perversa. Nibiru es bueno, los merkeps son buenos. Pero hay otra especie, los balqueps, habitantes del núcleo galáctico, que ansían el dominio de la Vía Láctea. Por eso debemos hacer el esfuerzo y construir la mayor flota de naves capaz de proteger nuestro mundo, y el suyo, ante la amenaza que representan...

—Es decir, que has venido a darnos el discurso del presidente —interrumpió José—. No te molestes, ya lo escuchamos en su momento. Fue la redición definitiva.

—Es a modo introductorio...

—Verás, todo eso que nos contó el presidente de los Estados Unidos, y ahora tú repites, es una mierda.

Luz de Nibiru tornó la expresión de su rostro. Ya no sonreía.

—Simplemente —prosiguió José—, hemos sido invadidos por una especie tecnológicamente superior que ha tomado nuestro planeta para convertirlo en una gran fábrica de naves destructivas porque están en guerra con otra especie, y toda esa mierda sobre Nibirus y maguferías de tres al cuarto que ahora forman parte de la ciencia oficial no son más que placebos para tenernos controlados. No somos nada para ellos, solo un medio para infestar esta parte de la galaxia con naves de guerra. Han Tomado nuestra tecnología, la han adaptado de la forma más barata posible y la usan para sus fines. ¡Punto!

Algunas cabezas asintieron enérgicamente.

—¿Quieres que te demos la razón? Vale, la tienes, pero haznos el favor, y si no piensas matarnos, de irte a tomar por culo—concluyó.

Luz de Nibiru parecía incómodo. Introdujo la mano en uno de sus bolsillos y el ambiente se volvió denso.

—Sé que la verdad es dura, y casi puedo entender que os sigáis resistiendo a ella, pero debéis aceptar que la vida solo es un viaje, un tránsito hacia una forma de existencia superior. Todo sufrimiento quedará olvidado en la quinta dimensión...

—Y eso te lo han dicho los merkeps, ¿no? Que seamos buenos y suframos que luego tendremos un premio en el cielo... ¡Joder, Andrés, nada ha cambiado! ¡Es la misma mierda de siempre, pero con alienígenas reales!

Andrés pareció decaer, miró un instante su vaso de aceite de rateros como si este pudiera sacarle del apuro y volvió a alzar la cabeza con orgullo.

—Nunca daréis vuestro brazo a torcer. Jamás abriréis la mente a la verdad ni teniéndola delante.

El ambiente volvió a refrescarse.

—Desde luego —dijo José—, si me quedara alguna gana de sorprenderme de algo a estas alturas, sería de esto. Que hayas venido a intentar convencernos después de tantos años. Dime, ¿cómo ingresaste en la Guardia de Vigilantes? ¿Hiciste un examen de magufismo?

Una risa femenina recalcó la última frase. Una bofetada directa a la afectación de Andrés. Este miró iracundo a la dueña de la carcajada.

—¡Bernardita! —exclamó— ¡Maldita sea! ¡Viéndote ahora me sorprendo de que una vez estuviera enamorado de ti! ¡Mírate, que pinta. Pareces una puta barata!

Narda borró la expresión divertida de su rostro y se alzó, de pronto, adoptando una pose de dignidad que se notaba hacía años no practicaba.

—Es lo que soy, maldito traidor. ¡Y a mucha honra!

Pocos se dieron cuenta, pero los guardias se pusieron tensos y apretaron las manos sobre sus armas.

—¿Y no sería mejor que aceptases la realidad? —dijo Andrés— ¿No podrías esforzarte en mantener una vida más digna...?

—¡Mi hijo! —interrumpió Narda, dando un paso al frente— ¡Mi niño!

El hombre gordo que la había estado invitando hasta unos minutos antes de la entrada de Andrés en el bar, la sujetó del brazo y le dijo algo a oído.

El ambiente se volvió oleoso.

Narda volvió entonces a su posición derrotada, asintió mirando al hombre gordo directamente a los ojos y apartó suavemente su mano. Después se encaró de nuevo a Andrés.

—Tuve un hijo —dijo, con voz cansada—. El más bonito de todo este cochino mundo. Tenía los ojos de su padre, al que mataron tus amos durante el primer embate. Mi niño padeció una enfermedad llamada polio, algo que podría haberse evitado si vosotros no hubieseis prohibido las vacunas...

—¡Oh, vamos! —interrumpió Andrés— ¡Nosotros os libramos del monopolio de las farmacéuticas y sus métodos inadecuados, toscos y mal intencionados!

—¡Una simple vacuna y mi hijo seguiría vivo...! Aunque, te voy a decir la verdad, a veces pienso que mejor está muerto que no viviendo en este mundo de...

—¡Mirad!

Todos miraron al tipo que había gritado que mirasen.

—¡A mí no, imbéciles, a la tele!

Y las miradas fueron a parar al aparato.

La nave destructora que había estado centrada en la pantalla durante su lento ascenso a los cielos, caía. El cámara seguía el descenso a duras penas y en un momento dado decidió abrir el zoom a tope. Sí, definitivamente se había producido un accidente y el destructor iba a estrellarse.

—¿Lo veis, lo estáis viendo?

El destructor recorrió el medio kilómetro que le faltaba y se desintegró en el suelo. Una densa nube de polvo se extendió hasta alcanzar al cámara.

—¿Qué puede haber pasado? —preguntó alguien.

—Pues yo me alegro —respondió otro.

José se giró, encarándose a Andrés. Este soplaba su cristal y observaba destellos en su superficie intentando obtener respuestas.

Alguien se dio cuenta de que la tele estaba muda.

—¡Tomás, dale volumen! —exclamó ese alguien.

La asustada voz de un comentarista llenó EL QUIJOTE, quebradiza, sollozante.

...es algo sin precedentes desde que el Advenimiento... No tengo palabras. Sencillamente, no sé qué decir....

El polvo nos impide ver. Ésfera, ¿qué ha ocurrido?.

No... no puedo hablar.

Hemos visto caer la nave. Dinos, ¿ha caído la nave?.

—Estúpido, pues claro que ha caído... —empezó a decir Tomás.

—Shsss...

Hace escasos segundos la nave de defensa planetaria número trescientos dieciséis, desde el Glorioso Advenimiento, se ha soltado del cable elevador y se ha estrellado contra el suelo. Aún no tenemos explicación por parte de la Neo-NASA....

—Dios —dijo Tomás—, esos trastos tienen más de tres mil metros de largo. Fijo que no ha quedado nadie vivo en kilómetros...

Nos informan ahora....

La voz se quebró.

No está muy claro lo que nos dicen, pero he creído entender la palabra sabotaje....

— ¿Será posible eso? —preguntó el tipo gordo.

—Sería maravilloso —respondió Narda.

José vigilaba por el rabillo del ojo a Andrés, fijándose en que este reculaba hacia la puerta.

Entonces, la borrosa imagen inundada de polvo cambió y en su lugar apareció un tipo con un pasamontañas negro.

Humanos dijoLa liberación ha llegado. Aprended y hacedlo rápido. Así es como se mata a un merkep..

La imagen se movió, centrándose en una figura. Hasta ese momento, la única idea que tenían de cómo era un merkep la habían adquirido en secreto, mediante dibujos y fotografías borrosas. Pero ahí estaba, grande, pulposo y atado con cuerdas rojas.

Se agarra algo puntiagudo y se le mete por aquí.

Una mano sujetaba un simple pincho de cocina y lo introducía en un lugar determinado de la extraña fisonomía del alienígena. El ser se retorció un segundo y quedó inerte.

Son débiles y cobardes. No os resultará difícil alcanzarlos y matarlos. Ahora, mirad al cielo.

Nadie se movió hasta que José terminó de entender lo que el encapuchado decía.

—¡A la calle! —exclamó.

Y todos salieron.

Lo primero que vieron fue el ovni de Andrés elevándose, dejando atrás a su jefe. En el emotivo momento que vivían, ninguno se dio cuenta de que los guardias habían abandonado la puerta.

—¡Vaya, Luz de Nibiru, parece que tus vírgenes nubias y tu escolta no te han esperado! —soltó jocoso José, vaso en mano.

Luz de Nibiru observó alejarse la nave mientras profería furiosos soplidos a su cristal azul.

El ambiente había vuelto a la normalidad. Sin duda, el relajante neuronal se alejaba junto con el ovni.

—Bien —dijo el hombre gordo—, veamos qué ocurre en el cielo.

El cielo estrellado, recorrido por la Vía Láctea, sin luna, con Nibiru saliendo por el Este, los recibió. La fina línea de puntos que era el anillo defensivo compuesto por las enormes naves de guerra que habían estado construyendo durante los últimos años estaba allí, como siempre. Nada extraño parecía ocurrir.

—¿Pero qué está pasando? —preguntó quejumbroso Luz de Nibiru mientras observaba su pequeño cristal de control, que se había vuelto negro.

En el cielo, uno de los puntos comenzó a brillar con más intensidad, tanta, que tuvieron que cerrar los ojos. Otro punto, situado casi en la línea del horizonte, brilló con fuerza. De pronto, ya no había oscuridad y la calle aparecía en todo su esplendor decadente. Los coches abandonados, los pisos con las persianas echadas, los montones de basura apilados en las bocacalles.

Algunas persianas se elevaron dejando ver rostros humanos en las ventanas.

Pronto los dos resplandores se apagaron y en el lugar, donde antes habían estado los puntos luminosos, quedaron dos pequeños soles. Pero otro fogonazo atenuó el fulgor de estos. Y otro más se unió a la orgía lumínica. Y luego otro.

El cielo nocturno se había convertido en una especie de oscuridad blanca. Nadie pudo seguir mirando al cielo y se introdujeron de nuevo en el bar. Las cortinas negras dejaban pasar la luz, que se atenuaba durante unos segundos para volver de nuevo a iluminarse ante una nueva explosión.

Sentados, con sus vasos rellenados de vodka, dejaron pasar varios minutos en un estado intranquilo de perplejidad. La pantalla del televisor se había vuelto negra.

Entonces, Narda, habló.

—Hemos ganado —dijo en un susurro.

Los que entendieron las palabras la miraron.

—¡Hemos ganado! —repitió, elevando la voz.

Cada rostro humano se volvió hacia ella.

—¡¿No lo entendéis?! ¡Los estamos matando!

Algunos traseros abandonaron las sillas. Las cortinas negras brillaron entonces de tal modo que iluminaron la escena de todos aquellos seres humanos levantándose y colocándose alrededor de esa mujer erguida. Tal vez fuera la luz, pero a todos les pareció extrañamente hermosa, sobre todo cuando, riendo, volvió a gritar.

—¡¡¡LOS ESTAMOS MATANDO!!!

Nunca les había parecido tan bella la palabra matar y se unieron al júbilo de Narda con sus propios gritos de triunfo.

Tan solo un culo permaneció sentado. Andrés era la viva imagen de la perplejidad y la derrota. Su inmaculado traje ya no significaba nada entre tanta luz de victoria inundándolo todo. Al final de su brazo, en su mano, refulgía el arma.

—Animales —dijo—. Volvemos a ser simples animales.

Pero nadie pudo oír aquellas palabras enterradas en la algarabía. Tampoco pudieron escuchar el disparo que se propinó a sí mismo.

Afuera, la alegría se adueñaba de las calles. Miles de personas salían de sus casas para celebrar la liberación del pueblo humano.

Rápidamente se organizaron grupos armados que marcharon hacia los edificios públicos donde sabían se alojaban merkeps y secuaces terrícolas. José, Tomás, Narda y el tipo gordo recobraron esa noche el orgullo de pertenecer a la especie humana y supieron de la alegría que suponía matar a un merkep.

Si hubieran tenido tiempo de imaginar, habrían imaginado que en los días siguientes se fundarían gobiernos provisionales que decantarían la nueva realidad a la que tendrían que adaptarse.

Pero esa noche tenían que acabar con la resistencia que quedara. Con toda la resistencia.

Iba a ser una noche larga y sangrienta.

Una noche histórica...

* * *

El cartel luminoso brillaba en la noche, anunciando bien claro: BAR EL QUIJOTE.

José entró y el límpido ambiente sazonado con un aromaterapico olor a lavanda eliminó de un plumazo su incipiente dolor de cabeza. Los escasos tertulianos levantaron sus vasos en señal de saludo. Sonreían.

—Eh, Tomás, ponme algo.

Tomás salió de su sempiterno ensueño.

—Elije —dijo.

—Pues que sea Whisky.

Tomás bufó.

—Ya sé que son doscientos pavos, no me jodas. ¿Alguna vez has tenido problemas conmigo por eso?

—Claro que no, camarada —respondió Tomás, sonriendo.

Sacó de debajo de la barra una botella con una solución al 0,00000000010% de licor, llenó un vaso hasta el borde y José lo tomó, alzándolo hacia las estatuas de escayola que representaban a la heroína Narda y su amante compañero, el tipo gordo, que se hallaban sentados en su sitio de siempre, cogiéndose la mano.

Todo un homenaje a los caídos.

—Salud, dónde quiera que estéis —dijo.

En el viejo televisor, colocado sobre la máquina tragaperras apagada y decorado con un adorno de orgonita, se podía ver el horroroso rostro de un balkep sonriendo a la cámara. Un letrero en la parte inferior de la imagen anunciaba.

LOS LIBERADORES DEL CENTRO GALÁCTICO SON LA AUNTENTICA HERMANDAD. ¡GLORIA!

—No, no lo sois —dijo José, dando un buen trago a su vaso.

Le supo a agua, como siempre, pero sonrió a pesar de todo.

—¿Sabes qué? —preguntó.

—Qué —respondió Tomás.

—Esto es una mierda.

—¿El whisky? Ya sabes que lo es.

—No, no solo eso. Todo, en general.

—No deberías hablar así en mi local.

—Bah, todos estos piensan lo mismo.

—Bueno..., solo es tan malo como antes.

—Claro, pero encima no se nos permite sentir lo malo que es realmente.

Observó una de las sillas vacías, una que nadie ocupaba nunca.

—¿Sabes?

—Qué.

—A Friker le habrían encantado nuestros nuevos amos.

Un inicio se sentimiento negativo comenzó a adueñarse de sus corazones humanos.

El ambiente se refrescó a escala planetaria.

© Eduardo Delgado Zahino, (4.342 palabras) Créditos
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