
Se apoyó en la barandilla de acero inoxidable. La terraza de tablas de madera en voladizo, a metro y medio aguardaban las tranquilas y frías aguas del río. Contemplaba el Sumida color azul, intensamente iluminado por el sol. Las gaviotas graznaban mientras revoloteaban en busca de peces. Los barcos de recreo navegaban mientras algunas lanchas iban y venían. Todo bajo el amparo de los grandes rascacielos de hormigón blanco reluciente y vidrio azul espejado.
Era una bonita postal, lástima que tuviera que marcharse. Tokyo era un mundo sumamente agradable.
Contempló la bahía. Una espléndida mañana. A lo lejos veía las grúas que ayudaban en la construcción de un puente, por lo que parecía (basándose en un cartel promocional) se trataba de una nueva red de tráfico experimental: un proyecto de circulación para vehículos de levitación magnética.
A la derecha, captó su atención una lancha que salió del aparcamiento del rascacielos.
Había trabajado de incógnito para la policía metropolitana de Tokyo en una exitosa operación: el desmantelamiento de una red de pornografía infantil. Y lo había hecho gratis. Un colega de la prefectura, Masa, le pidió el favor, y el gran Desvirgador accedió. Sin embargo, sus buenas acciones no le eximirían de sus pecados. Puesta precio su cabeza en los cinco continentes. Un fijo en el ranking del FBI, la INTERPOL y las mafias de medio mundo. Un pirata informático anónimo con la habilidad de desmembrar empresas, redes, sistemas.
Nadie conocía su nombre, edad, nacionalidad, código genético... No tenía ficha en ningún lado. Y al no dejar rastro, por internet resultaba prácticamente indetectable. Solo era un fantasma.
* * *
Sobrevolaba ya el continente asiático cuando decidió ponerse de nuevo la grabación. Iba en clase business. Sentada junto a él había una chica occidental muy mona, pelirroja y de rasgos suaves, sin hacer nada y con cara de aburrimiento. No estaba de humor para flirtear con ella. Se colocó los electrodos adhesivos en las sienes y encendió el reproductor. Cerró los ojos y a los cuatro segundos ya estaba poseído por la grabación sensorial. No le gustaba demasiado aquella experiencia, perdía completa noción de lo que ocurría a su alrededor, partes del cuerpo se entumecían y apenas era posible reaccionar ante los sucesos del mundo real.
Del mundo negro surgió uno nuevo. Un cambio muy brusco, como quién enciende de pronto las luces en mitad de la oscuridad. Un cielo, un gigantesco cielo azul poblado de nubes descomunales. Y tierra, una tierra ocre que parecía no tener fin. Un desierto. No alcanzaba a ver el horizonte, solo un pequeño resplandor azul. Sentía el suelo esponjoso, y el sol le quemaba la camisa blanca de seda. No reconocía las ropas que llevaba puestas pero se sentía cómodo, el actor del disco debía ser un tipo sano. Caminó unos metros y sintió el viento fresco, húmedo. Sin embargo estaba en un lugar desolado. Giró la vista lentamente y de pronto se sobresaltó. Enterrado en la arena sobresalían los restos oxidados de un buque. El enorme casco semienterrado era una nota discordante en la planicie infinita. Aquel lugar parecía ser un mar desecado.
—Bienvenido —dijo una voz.
El joven se giró.
—Estás en las Arenas del Infierno. Disculpa la excentricidad del lugar, es responsabilidad de mi diseñador de escenarios.
El hombre no era muy alto, pero sí delgado. Vestía también camisa de seda y unos pantalones sueltos de algodón. Toda su ropa era blanca, inmaculada. Su cutis era perfecto, un rostro imberbe, de ojos azules y melena dorada. Una racha de viento y los largos cabellos se movieron.
—Yo soy el Hedonista.
Llevaba las manos metidas en los bolsillos. Dejó de andar y permaneció a unos metros de distancia.
—Te he contratado, Desvirgador, con un propósito. Es un trabajo importante y bien recompensado.
Notaba cierto amaneramiento en su voz, pero no le resultaba del todo desagradable. Aire resabiado, tal vez, pero un tipo de ideas claras. Ahora solo había silencio sepulcral.
—Te reunirás en Madrid, en la terminal de vuelos internacionales, con tu nuevo compañero. Una vez juntos vendréis a verme. En el aparcamiento tendréis a vuestra disposición un volkswagen deportivo color rojo. Poned rumbo a la provincia de Cáceres. La localización precisa la recibiréis en el momento adecuado.
Un rugido cortó el aire. Sobresaltado, miró a su izquierda. Algo completamente surrealista. En medio de aquel desierto un animal, un león, paseaba tranquilamente.
—Ya le advertí acerca del programador. Por lo que tengo entendido, este lugar existe, al sur de África, creo. Le encantan los ambientes esotéricos.
Miró de un lado para otro sonriendo ligeramente.
—Ya nos veremos.
El lugar y el Hedonista se difuminaron hasta desaparecer por completo. De nuevo la oscuridad. Abrió lentamente los ojos y se quitó los electrodos.
—¿Ha estado bien? —preguntó la pelirroja—. Ha habido un momento en el que te has sobresaltado.
—Ya...
—Tengo algunos de deportes en la mochila, —continuó su compañera de viaje— pero son un poco aburridos.
—No. gracias.
Se sentía cansado. Sentía el sudor en la frente y se limpió con el dorso de la mano.
Una nipona de uniforme pasaba por el pasillo.
—Azafata —llamó con desgana.
La chica se volvió.
—Asistente de vuelo —le corrigió molesta.
—Ya... Oiga azafata, ¿podría traerme algo de beber?
Durante el resto del viaje, la única bebida que le sirvieron fue zumo concentrado de arándanos. No se quejó.
—¿Sabes? Yo paso de viajar en primera. —Su compañera aburrida quería conversación.
—Qué bien.
—Sí, es un incordio. Cuando vas en business o turista no piensan que puedas ser famoso.
La miró de reojo, pero no sabía quién era.
—¿Y qué eres?
Ella soltó una carcajada. Su risita era débil pero estridente.
—Soy actriz. No puedo creer que no sepas quién soy.
* * *
Al aterrizar dio gracias de que la pesadilla hubiese llegado a su fin. Recogió la bolsa y salió del avión. La actriz le había dado el viaje, y cuando intentó darle su número él solo dijo muérete.
Llevaba puestas unas gafas metálicas de vidrio rojo reflectante, unas SpyGlass Cuarzo muy caras. Negros y anchos pantalones de fibra, una holgada sudadera negra con capucha. Calzaba unas deportivas grises. Solo cargaba con una mochila negra.
En la terminal de vuelos internacionales encontró a su pareja. Sin embargo, no era lo que esperaba.
La chica debía tener unos veinticinco años. Muy guapa. Un pelo extremadamente largo, color cereza oscuro, resuelto en una cola de caballo y dos trenzas. Una camiseta naranja con los cuellos de las mangas negros, más unas botas y unos pantalones también negros. Un aspecto jovial y deportivo que desconcertó al Desvirgador.
—Kayla Rueben James —dijo sin mucho entusiasmo, ofreciéndole la mano.
—El Desvirgador.
Estrecharon las manos y empezaron a caminar.
—No pienso llamarte Desvirgador —añadió ella en el mismo tono.
* * *
Subieron en el volkswagen rojo. Las llaves las tenía Kayla, así que fue ella quien se puso al volante.
—¿Ya las tenías de antes?
—No —respondió ella—. Las recogí en el servicio de la terminal, ocultas detrás de un inodoro.
—¿También recibiste las instrucciones por simulación? —preguntó en referencia a las grabaciones de realidad virtual.
—Me vi con él, en mitad de un entramado de autopistas, en Los Ángeles. Fue muy impresionante. Todo estaba vacío, sin coches, nada... Al cabo de unos segundos llegó en un ferrari rojo.
—A nuestro amigo le gustan las entradas espectaculares. Lo mío fue un desierto, en África— se recostó en el asiento—. Oye, si no me llamas... —no sabía como continuar la frase—. ¿Cómo piensas...?
—¿Te refieres a lo del nombre?
Él asintió con un sonido.
—Me lo dijo él —explicó ella—. Me dijo que eras un pirata muy famoso, pero que nadie sabe nada sobre ti, ni siquiera tu nombre.
Él no dijo nada. Puso la bolsa en la parte de atrás.
—¿Es ese tu ordenador?
Afirmó con la cabeza.
—Y bien, ¿cómo te llamo?
—Como te de la gana —respondió él.
Arrancó el coche. El sonido del motor era agradablemente suave.
—Jim, Frank, Mario, caraculo... Podría llamarte Des, pero de todos modos me recordaría a tu horrible alias.
Los segundos pasaron, mientras prestaba atención a los desvíos de la autopista.
—¿Qué tal Jack? O mejor aún, John.
—John está bien.
—Creo que lo dejaré en Jim o John, uno de esos dos.
Pusieron rumbo a Cáceres.
* * *
Había echado una cabezada. Se frotó los ojos. Miró a su compañera. La chica no parecía cansada, conducía tranquilamente por la carretera.
—Para ser un hacker perseguido pareces muy confiado.
—¿Y eso es malo? —repuso él.
—Mi trabajo es parecido al tuyo. Y en mi trabajo, los confiados acaban muertos.
El hombre miraba las praderas y ella seguía acariciando el volante.
—Será porque pareces honrada.
Kayla sonrió con sorna.
—Sorprende, eso es todo. Alguien tan buscado... ¿te operas a menudo?
—No, ésta ha sido siempre mi cara —respondió Des.
—Difícil de creer... —señaló la joven—. Estoy segura de que eres americano.
—Todo es posible. Hoy día podría ser de cualquier parte.
—Yo vivo en Europa, pero nací en América.
—Tienes acento.
—Sí, ¿verdad? Sureña cien por cien. Mi padre nació en Tennessee, mi madre en Georgia. Yo soy de Louisiana.
—Una sureña que vive en Europa... ¿Puedo llamarte Dixie? —inquirió él.
—No.
* * *
Talavera de la Reina había quedado atrás y ya no quedaba mucho. Ahora el vehículo avanzaba automáticamente, pero Kayla se mantenía despierta. Desvirgador trató de imaginar qué clase de profesión sería la suya. Fuera cuál fuera, daba por sentado que se trataba de una profesional.
—¿Aceptas un consejo? —preguntó la chica sin desviar la mirada del horizonte.
—¿Por qué querrías darme un consejo?
—Veras John, yo que tú no lo intentaría.
—¿Intentar qué?
—No voy a follar contigo solo porque hayamos intercambiado un par de frases.
John no replicó, estaba tumbado, observando tranquilamente los rasgos de su compañera.
Kayla encendió un pitillo y le ofreció al informático, que rechazó el ofrecimiento.
—¿Qué edad dirías que tengo? —preguntó, con ánimo de avivar la conversación.
—¿Intercambiamos más frases para ver si podemos follar?
—Vamos, sígueme el juego —insistió la chica. Ella supuso que su colega rondaría más o menos la veintena.
—No sé, como yo más o menos. ¿Veintiséis? ¿Veintidós? ¿Noventa y cuatro?
—Treinta y cinco. Este cuerpo es reciente. Tuve un accidente. Me trasplantaron el cerebro en Shanghai. ¿Cuántos tienes tú?
—No lo sé —respondió.
Rueben James no sabía si era verdad. Bien podía tratarse de una amable forma de negarle la respuesta. Confiado hasta cierto punto, pensó.
* * *
La primavera contagiaba las praderas de un verde fresco. Flores, hierba y aire azul.
El destino marcado por su cliente quedaba al oeste de Plasencia. Era una región despoblada, salvo por algunas fincas y dehesas. Gracias al sistema GPS del vehículo pudieron llegar sin problemas. Ninguno de los dos conocía la región.
—¿Has visto eso? —dijo Kayla, señalando los caballos, que galopaban por el prado, separados de la carretera por un cerco.
Desvirgador no respondió. Le gustaba lo que veía, pero no sentía deseos de expresar nada en absoluto. Ella no se lo tomó a mal. Se sintió recompensada cuando unos kilómetros más adelante repostaron en la gasolinera. Su compañero, sin mediar palabra, bajó del coche, pagó el repostaje y unas bebidas.
—¿Cómo sabías que me gustaba la cerveza?
—No lo sabía —respondió él—. ¿Sabias que ya no hay motivo para que las gasolineras se llamen gasolineras?
—Podrían llamarlas hidrogineras... —aventuró ella.
Y le arrancó una sonrisa.
* * *
Llegaron por fin.
—He leído toda clase de mierda sobre este tipo, y temo que la mayoría sea cierto —informó él.
—Es posible. Lo mejor será moderarse en el trato.
—Sí.
Tras el rústico cerco de piedra de poco más de medio metro, se escondían los dominios del Hedonista, un hombre que nadie sabía bien qué era; si terrorista, mecenas, pirata, estafador, empresario... No había duda de que era muy rico, tanto que el valor de su fortuna y lo que es más importante, sus influencias, resultaba un enigma.
La lente de una cámara sobresalió unos centímetros de entre los líquenes naranja de los ripios. La verja metálica se abrió, acompañada de un chirrido.
El coche tiró por un camino empedrado hasta llegar a un pequeño aparcamiento, sobre un montículo, que imitaba las formas de una arquitectura romana. Bajo el techo de madera descansaban otros cinco coches, coches muy caros, y una furgoneta. ¿Trataba de imitar un establo tal vez?
Anduvieron por el camino de adoquines grises hasta contemplar la hacienda del Hedonista. El lugar, precioso a ojos de ambos.
—Oye, John, seguro que ninguno de los dos tenemos una casa como esta.
—Seguro.
La finca tendría sus decenas de hectáreas, aventuró Kayla. Caminaron colina abajo. La hierba silvestre se balanceaba ligeramente.
Por aquellos dominios pasaba un pequeño arroyo. Descubrieron a lo lejos el hogar de su anfitrión. En medio de una gran pradera arbolada una suntuosa y reluciente villa romana. Evidentemente era una mansión moderna, pero con el aspecto de aquellos hermosos palacios que los emperadores y patricios mandaban construir. Un pórtico de mármol coronado por un sobrio tímpano marcaba la entrada. Un ala mostraba un pasillo interior flanqueado por arco de medio punto, otras fachadas fríos muros apilastrados. Lo bueno de aquella clase de edificios era lo bien que toleraba ampliaciones y nuevos anexos. Tejas rojas y paredes de piedra blanca pulida. La villa del Hedonista.
* * *
Se encontraba no muy lejos del palacio, a la vista. En el llano, junto a dos tipos más, tiraba, con lo que parecía un arco, a una diana situada a unos treinta metros. Tenía el mismo aspecto que en las reproducciones sensoriales de ambos, incluso la misma ropa blanca impoluta.
Anduvieron hasta el hombre. Con el arco tensado, preparaba el disparo, soltó la cuerda y la flecha de fibra de carbono desapareció.
—Antes usaba flechas de madera, pero se astillan y se rompen con suma facilidad.
El Desvirgador no sabía nada del tiro con arco, pero no pudo reprimir una explicación.
—A lo mejor es que no tiras bien.
El Hedonista acercó su arco de tejo al sirviente y sonrió a sus huéspedes. No llevaba nada bajo la camisa blanca de seda, y pudieron comprobar que su piel era tan pálida como la del rostro. Una cara seguramente operada, pues tenía la piel como la de un niño de cinco años. Sus ojos solo daban frío.
—Necesito de sus servicios. Quiero que lleven a cabo un trabajo y el precio que estoy dispuesto a pagar es alto, así como los riesgos que correrán ustedes.
Junto a él había una redondeada mesita de cristal. Sobre ella había un vaso de vino tinto, un platito de aceitunas y otro con trozos de queso parmesano.
—¿Quieren tomar algo?
—No gracias —respondió Kayla, que no tenía ganas de intimar con su nuevo jefe. Tenía cierto atractivo, resultaba enigmático, pero ello no le haría perder la compostura. Rueben James conocía bien su oficio.
Pero el Desvirgador, según cómo le viniera, parecía un tipo mucho más grosero. Grosero por chulería o por ser alguien más solicitado que solicitador.
—¿Por qué no usa una pistola? —preguntó el informático, en referencia al tiro al blanco—. Es más fácil.
—Déjalo ya —sugirió Kay por lo bajo.
El Hedonista no pareció tomárselo a mal.
—Su fama le precede... y eso que se sabe poco de usted. Lo único que me confirmaron es que es un mujeriego y un maleducado. También dicen que tiene una memoria prodigiosa, Desvirgador.
El rubio tomó un sorbo de vino y a continuación recitó:
—416694235782333047792651.
Hubo un silencio, y él replicó del mismo modo que el Hedonista, por parejas, la cifra numérica:
—416694235782333047792651.
Kayla y los dos hombres trajeados se quedaron de piedra.
—Impresionante. Es una lástima que no haya trabajado para mí antes.
Él no respondió.
—No diferimos mucho en determinados gustos, ¿sabe? En aquel templete de allá.
Desvirgador se giró en la dirección indicada, viendo un pequeño edificio, una especie de santuario rodeado de columnas corintias. Una cúpula de anillos poco pronunciada coronaba el recinto, que no debía ser más grande que un salón.
—...es donde paso las noches de verano. Al aire libre, rodeado de cojines, almohadas de terciopelo y con algunas de las mujeres más preciosas que jamás haya visto, entre las que perfectamente podría estar su amiga —dijo esto último reverenciando a Kayla, que trató de pasar el comentario por alto—. Le aseguro que pocas experiencias pueden igualarse a la que trato de describir.
—Prefiero los shimabarax.
Volvió a sonreír el Hedonista ante el rechazo casi ciego del hacker.
Shimabarax era una cadena de prostíbulos y mancebías bastante popular. En toda gran ciudad había un par. Toda una multinacional. El Desvirgador tenía su carnet de socio.
—Comprenderá que no frecuente esa clase de locales.
—Claro, lo entiendo, vive lejos. Al lado mismo de casa tengo uno, y el servicio.
—¿Puede explicarnos en qué consiste el trabajo, por favor? —interrumpió Kayla.
* * *
Al entrar en el palacio, comenzó a sonar la obertura de Guillermo Tell de Rossini.
—Un conocido mío, famoso y controvertido historiador musical, me dijo que cuando Gioacchino Rossini ideó esta obra, estaba fornicando con tres hermosas concubinas. Lo cual no parece improbable, en medio de una orgía, otorgando las musas la inspiración necesaria.
Sonrió ampliamente y les guió por el vestíbulo y salón.
El interior del suntuoso palacio era frío y elegante. Los suelos de mármol, aisladas esculturas de hombres desnudos y atléticos y un mobiliario prácticamente inexistente.
Llegaron a un ala adyacente al salón principal: un despacho. Se sentó en un enorme sillón de cuero negro, que chocaba por completo con las paredes y el mobiliario blanco impoluto. Sobre una enorme mesa de roble solo había una pantalla Apple.
Kayla y Des se sentaron, frente al Hedonista. Éste les miraba fijamente y con sonrisa ligera.
—Si terminan este encargo, no volverán a trabajar en su vida.
Los dos no mostraron asombro o reacción alguna.
—Hace dos meses le pedí con extremada cortesía al gobierno británico que dejara en libertad a cierto individuo. A pesar de mis credenciales, mi petición no se tuvo en consideración.
Des dejó escapar una sonrisa burlona, aunque pudiera enojar al Hedonista.
—Yo, para bien o para mal, soy muy poderoso. Soy una persona que hace lo que quiere y cuando quiere. Una persona que usa su poder para su propio beneficio. A mí, el que me dice no, lo paga.
—Ya —suspiró Kayla.
Otro hombre, ajeno a los guardaespaldas, entró en la habitación. Parecía la antítesis del Hedonista. Iba arregladísimo, como su señor, pero toda su indumentaria era negra. La piel igual de pálida, pero sus cabellos peinados hacia atrás eran negros como las tinieblas. Sin duda parecía un vampiro. Las pupilas de sus ojos cristalinos eran diminutas como las de un animal enloquecido, pero su expresión era de hielo.
—Ah... Musrikun, gracias por unirte a nosotros.
—Mi señor —dijo en voz baja el hombre de negro.
—Me gustaría...
—¿Qué quiere que hagamos exactamente? —cortó en seco el informático.
—¿No desea que lleve a cabo las presentaciones oportunas?
—El vampiro no me interesa. Vaya al grano.
Kayla empezaba a sentirse incómoda en presencia del nuevo personaje, que la miraba como a una presa.
—Como quieran. —Giró la pantalla plana del ordenador. Esto es el circuito de aguas de Londres. Ustedes van a infectarlo con el Deborah, un virus de diseño.
—¿Es mortal? —cuestionó Kayla.
—Solo en un ligero porcentaje de la población.
Los segundos pasaron. La pareja pensaba en lo que acababan de oír y el Hedonista en lo que acababa de decir. Las dudas asaltaban ambos bandos.
—Las transferencias ya están realizadas. Unas cuentas a las que solo ustedes, respectivamente, tienen acceso —arrastró sendas tarjetas por encima de la mesa—. Pueden trasladarlas a otras cuentas particulares una vez concluido el trabajo. Veinte millones cada uno.
—Veinte millones... Con eso podrías sacar a tu hombre de la cárcel.
—Eso ya me da igual, de un modo u otro saldrá. Se trata de no cuestionar mi voluntad.
Joder, pensó el Desvirgador. Lo último que deseaba ver: un estrafalario mafioso de tendencias megalómanas.
* * *
Llegada la tarde, el Hedonista paseó con ellos por las praderas de la finca con la intención de acompañarles hasta el aparcamiento y despedirse. Su sirviente Musrikun caminaba unos pasos por detrás.
Una joven paseaba sola por la hierba, con la mirada ausente. Se cruzó con ellos. Sus rasgos eran dulces, su melena negra. Solo llevaba lo que parecía una prenda interior y una camisa desabrochada.
—Imelda, mi queridísima Imelda —dijo el Hedonista llamando su atención.
La chica se acercó y sin mediar palabra le besó, con una mano le acarició el torso.
—Deben disculparla, no es muy habladora.
El Desvirgador, al contemplar los descubiertos y delicados pechos de la chica, así como su rostro, sintió una irremediable envidia. El Hedonista solo tenía que acercar la mano para coger lo que quisiera. Kayla se fijó en el bulto en los pantalones de su socio.
—Por favor.
—Joder, ¿qué pasa? —exclamó en voz baja, excusándose con su compañera—. Es una reacción involuntaria.
—Dile a las demás chicas que os veré luego en el templete —dijo el Hedonista.
—Y dígale que se ponga una manta... —añadió el Desvirgador.
—Te haces querer, ¿sabes? —le comentó Kay con ironía.
* * *
Kayla arrancó el coche. Abandonaron la villa y pusieron rumbo a Lisboa. El Hedonista ni siquiera les había acompañado hasta el aparcamiento, prefirió quedarse a medio camino admirando sus paisajes.
* * *
Sesenta kilómetros después, el joven seguía tecleando con nerviosismo en el portátil.
—Joder —exclamó.
—Calma John.
—Espero que le estés dando vueltas a la cabeza.
Ella conducía como si nada, pero sí, le daba vueltas a todo lo que había oído.
—¿Se puede saber qué haces?
—Tengo un receptor de sistemas de escucha instalado en el ordenador. En el coche hay un micrófono. Lo he neutralizado. Ahora solo reciben una grabación de fondo, un bucle, podemos hablar sin problemas.
—Bien hecho... —dijo Kayla sorprendida, rememorando cuando había increpado horas antes a su socio por su excesiva confianza. Desde luego era bueno, pensó.
—Solo han bastado cinco minutos de silencio. El cabrón quiere tenernos controlados.
—¿Qué quieres hacer?
—¡¿Pero tú le has oído?! ¡Quiere que echemos esa mierda en los depósitos de agua!
—¿Has leído el disco? —preguntó ella.
—Sí. Vemos a un contacto en Londres, nos pasa la cepa del virus, el material que necesitamos y el transporte. Por lo que leo aquí, se trata de un genetista, trabaja en unos laboratorios médicos privados. Pocos escrúpulos y muchas ganas de ganar dinero.
—Oye.
—¿Qué? —preguntó él, desviando la mirada hacia ella.
—¿Cómo lo has hecho?
—¿El qué?
—Lo de antes, lo de los números. Ha sido alucinante. ¿Tienes memoria fotográfica, o algo así?
—No lo sé, puedo recordar cosas, recabar mucha información si es preciso. Usar y tirar. Si ahora me preguntaras por la cifra, no la recordaría. Digamos que solo aprendo lo que necesito aprender en un momento dado. Si necesitara entrar en un edificio, memorizaría los planos, y al terminar lo olvidaría todo, ¿comprendes?
—¿Estás infiltrado?
—No, joder. Paso de que me hagan cualquier chapuza en la cabeza. Pueden dejarte subnormal para toda la vida.
No era de extrañar que en cualquier sitio un tipo pudiera conseguir rostros nuevos, piernas sobremusculadas, ampliaciones cerebrales o cualquier otro capricho biológico. Kayla sabía de lo que hablaba. Ella se había hecho un transplante corporal completo. El cuerpo nuevo había sido cultivado genéticamente. El cerebro del donante se iba a la basura y el del comprador se instalaba en el cráneo. Microcirujanos robóticos realizaban la tarea bajo la supervisión de competentes autoridades en la materia. En el caso de Kayla, dos médicos chapuzas en un centro clandestino. Tuvo suerte. El 30% de los pacientes sufren secuelas graves.
—¿Y si volvemos?
* * *
Kayla acercó el coche a la cuneta y apagó el motor. Aquella carretera estaba desierta.
—¿Qué haces? —inquirió el hombre—. ¿Y si nos están vigilando con un GPS?
—Pensarán que hemos parado a darnos el lote. Repasemos: quieren que introduzcamos un virus en la ciudad por el sistema de aguas. Bien, no es que haga caso de mi conciencia a menudo, pero no quiero hacer esto. No hago esta clase de cosas.
—No pienso cargarme una ciudad entera. Me la bufa lo que pida este tío —dijo él respaldándola.
—Ahora la pregunta es sencilla, ¿qué hacemos?
—La respuesta no es tan sencilla —replicó mirándole a los ojos.
—Él no dejará que nos marchemos sin más.
—Trataría de encontrarnos.
Meditaron durante unos segundos. Kayla rompió el breve silencio.
—No podemos negociarlo con él. Esto no se olvida sin más. Aunque nos desentendiéramos, seríamos una amenaza.
—Y acabaría haciéndolo, con o sin nosotros, ya sea en Londres u otra ciudad.
Pasaron los segundos. Habló ella.
—¿Y si volvemos?
* * *
Regresaron. La cámara de seguridad, al ver de nuevo el volkswagen rojo, les dio paso.
—¿Se les ha olvidado algo? —preguntó el Hedonista.
Su sirviente Musrikun no dijo nada.
—Iré a recibirles —dijo uno de sus guardaespaldas. Hizo un gesto a su compañero y salieron juntos del despacho.
* * *
—A ver, ¿qué demonios hacemos aquí? —preguntó el pirata, llevándose las manos a las caderas.
—Tengo algo en mente —respondió Kay sin más explicaciones.
—Ya, vas a hablarlo con él.
—Más o menos.
La mujer abrió el maletero del coche y sacó una bolsa de deporte.
—¿Qué llevas ahí?
—Armas.
—Armas... —Desvirgador cayó en la cuenta de qué clase de profesión sería la de Kayla. Hasta entonces ni se le había pasado por la cabeza.
—¿Sabes manejar esto? —preguntó ella enseñándole una pistola.
—No.
—Presta atención. —Puso un cargador—. Siempre que recargues, tienes que hacer esto para poder disparar. —dijo cargando la bala de rigor en la recamara—. ¿Lo ves? Así, corres esto y ya puedes disparar. El seguro es esto, se quita y se pone así. Sujétala firmemente, con las dos manos si quieres, y si tienes que disparar apunta a blancos grandes.
—¿Blancos grandes?
—Al cuerpo, no la cabeza.
Ella se escondió otra pistola idéntica detrás del pantalón. El chico la imitó. Se llevó la mochila a la espalda, agarrándola con una mano y caminaron hasta el palacio.
—Sabes lo que haces, ¿no? Quiero decir, eres buena en esto y tal.
—He contado cuatro guardaespaldas más el vampiro ese. Espero que no haya nadie más.
* * *
Los dos guardaespaldas, impecablemente trajeados, aguardaban en la escalinata como si fueran porteros de discoteca.
—¿Y bien? ¿Qué se os a perdido?
Kayla no dijo nada. En menos de un segundo se sacó la automática de detrás, la empuñó con las dos manos y antes de que los guardias dibujaran una expresión en su rostro, disparó a la cabeza, a quemarropa. Solo el segundo tenía la boca abierta al recibir el balazo. Cayeron al suelo como sacos de patatas.
—Hostias... —murmuro el Desvirgador.
La chica se agacha, abre la cremallera de la mochila y saca un subfusil H&K: una pequeña MP-5.
—Cuidado —mencionó a un paso de cruzar la puerta.
Él se sacó la pistola y la sujetó con las dos manos como había visto hacer en las películas.
* * *
—Con que no les ha gustado el trato... —comentó el Hedonista al ver la situación.
Su sirviente se iba.
—¿Adónde vas, Musrikun?
—Tengo que prepararme —dijo sin más explicaciones.
Era un personaje peculiar, pero le tenían por el mejor en lo que hacía, por eso le contrató el excéntrico multimillonario.
—¡No hay nada que parlamentar! ¡Acabad con ellos! —gritó.
—Cúbrase, señor —le ordenó uno de sus hombres.
El informático seguía a cubierto sin moverse casi, no dejaban de dispararle.
Kayla salió de su escondite rodando por el suelo, con una ráfaga acabó con uno de los hombres. Se levantó y trató de avanzar agachada, sin quitar el ojo de la mirilla.
Desvirgador entonces disparó varias veces, con cuidado de no apuntar en la dirección de Kayla.
* * *
—Tira el arma —dijo Kayla—. Hacia acá.
El Hedonista no apuntaba, porque tenía a la mujer a dos metros con su ametralladora apuntándole a la cara. Soltó su pistola y permaneció tirado bocaarriba.
Los guardias y otro hombre más yacían en el suelo sobre pequeños charcos de sangre.
—¿Quién es el de la ametralladora? ¿El chef? El cabrón casi me vuela la cabeza —dijo el Desvirgador.
—El piloto del helicóptero —el Hedonista se puso de pie frente a la mesa—. ¿Hay alguna forma de que podamos solucionar este malentendido?
—Sí —repuso Des—. Tú plan de infectar Londres nos parece una mierda y como no queremos que nos jodas, aquí la prima de Rambo y yo hemos decidido cortar por lo sano.
* * *
Apareció quien se había marchado. Musrikun, que antes vestía una sencilla indumentaria negra, vestía ahora de igual color, salvo que sus ropas eran más deportivas, más ajustadas a su atlético cuerpo. Excepto los ojos, tenía la cabeza entera cubierta por una funda elástica. Se acercó despacio hacia Kayla, desarmado.
—No puede ser... —dijo ella, completamente anonadada.
—Ya iba siendo hora de que aparecieras, ¿no te parece? —le increpó el Hedonista ante su desesperada situación.
Esos ojos, ahora recordaba esos ojos. Sus diabólicos iris azul claro y sus diminutas pupilas.
—Black Ker —dijo Kayla.
—¿Black qué? —preguntó el Desvirgador.
—Este hombre pertenece a mi escuela.
—¿Me estás diciendo que compartías clase con el vampiro ninja?
—No podemos enfrentarnos armados. Vigila al Hedonista, yo me encargo de esto.
—¡¿Qué?! —Desvirgador no salía de su asombro.
—Tú no hagas nada, solo apunta el arma hacía él para que no escape. Este hombre es cosa mía.
Kayla lanzó hacia el informático el arma y se acercó hacia la imperturbable figura del rival. Al igual que ella, era asesino, mercenario, un ninja. Tenía fama de ser implacable, uno de los mejores luchadores del mundo. No se conocían formalmente, pues ella le hubiera reconocido. Se habían formado en la misma orden. Black Ker sí la había reconocido, por eso sabía que Kayla no podría enfrentarse a él armada, su orgullo no lo permitiría, aun siendo consciente de que se encontraba ante un rival superior. Entre los miembros de la orden, este código se respetaba.
El combate entre ambos se desarrolló rápida y violentamente. Desvirgador esperaba ver algo más etéreo, algo quizás más parecido a una pelea de película de artes marciales. La lucha entre ambos era una mezcla de karate y boxeo. Movían las manos deprisa evitando los movimientos del adversario. Cuando se acercaron demasiado el uno al otro, Black Ker golpeó con su rodilla cerca de la ingle, un golpe seco y fuerte. Kayla se apartó y en vez resentirse giró sobre su cuerpo dándole una potente patada en la cara. Ahora él intentó hundir el pie en su estómago pero ella apartó la pierna con ambas manos, sin embargo el bajó el codo hasta golpearle la cara. Kayla dejó escapar un grito, le había hecho un corte en la mejilla. Desvirgador estaba confuso, la situación le parecía estúpida, eran ellos los que tenían el mango por la sartén, y aun así Kayla montaba su numerito con el hombre de negro.
Esta vez Kayla se llevó un potente izquierdazo en la cara, el puñetazo la tumbó. Black Ker ya la miraba como a una presa indefensa. Fue la mujer a levantarse con cierta dificultad cuando un disparo le voló la tapa de los sesos a Black Ker.
—¡No! —gritó ella.
—¡¿No qué?! ¿Crees que iba a dejar que te matara a golpes?
—Pues si así tenía que ser, así sería.
—Basta —terminó él, que no le encontraba ningún sentido a aquello.
—He traicionado a la orden.
Kayla se agachó, recogió la ametralladora del suelo, apuntó hacia el Hedonista que no se había movido y...
—¡Espera! —gritó inútilmente el hombre, con el rostro desencajado y sudoroso.
...lanzó una descarga contra el estómago del Hedonista. Calló de rodillas en el suelo completamente ensangrentado. Desvirgador se había quedado mudo.
—Vámonos de aquí ya —sentenció ella.
* * *
Ya de regreso a Madrid, el automático conducía. Kayla miraba por la ventana y Desvirgador no sabía cómo abordar la situación.
—Oye, Kay.
Ella se giró con el rostro serio, esperando a lo que tuviera que decir.
—No has traicionado a tu orden, tu comunidad chan chow mei o lo que sea. Tú has hecho lo que tenías que hacer y yo sencillamente he hecho lo que me ha dado la gana. Tú has peleado con él como decías que debías hacerlo y yo no iba a dejar que te matara a golpes. No formaba parte de la ecuación, así que no debes culparte de nada.
—No, no me culpo... Es que no era lo que se supone que debía hacerse. Si él me mataba, así tenía que ser. Puede que sea mercenaria, pero todos tenemos nuestras reglas y nuestros códigos, y queremos respetarlos. Si yo me enfrentara a uno de los míos, uno de mi orden, estando él armando, no soportaría la vergüenza de haberme matado con su arma en vez de con sus manos.
—Bueno, lo dicho. Me has salvado la vida y yo no iba a dejar que te matara. Lástima —añadió cerrando la pantalla del portátil—, el dinero no se ha transferido, solo un pequeño porcentaje inicial. ¿Qué hago con tu parte?
* * *
En el aeropuerto de Barajas cada uno se iba por su lado. Kayla cogía un vuelo al norte de Europa, Desvirgador a Estados Unidos.
—Qué confianza al dejarme meter las zarpas en tu cuenta bancaria. Que sepas que ha sido un placer trabajar contigo.
—Sí... algo me dice que volveremos a vernos.
—Esto teníamos que haberlo resuelto con un polvo de despedida.
Ella sonrío pero no añadió nada al respecto.
—Gracias a ti también por salvarme la vida —dijo finalmente.
—No pierdas tu vuelo.
—Adiós, John.
Y ahora fue él quien sonrío. No se llamaba realmente así, pero quizá algún día ella lo supiera.
