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Alien Geographic, 7
EL QUE SABE ESPERAR
por Manuel Nicolás Cuadrado

Tiempo estimado de lectura: 5 min 09 seg

AnjaPetrol, CC0 Public Domain

I

En las nieblas perpetuas de Vegetus la luz de dos soles se filtra tenue a través de la atmósfera del planeta, creando imágenes oníricas llenas de una extraña belleza.

La multitud ingente de ríos, pantanos, lagos y manglares de agua dulce que parten la orografía de los blandos terrenos firmes, han hecho posible la colonización en masa de las paraplantas.

El paisaje que observamos es mayoritariamente verde en infinitas tonalidades. Las especies que más han evolucionado son las del tipo acuático o pantanoso.

Arboles de corteza flexible de 80 metros de alto, nenúfares caníbales, plantas con raíces motoras, pastos de hierba encharcados que cambian de color en función de los depredadores... todas estas especies hacen de Vegetus el planeta exuberante por excelencia.

Sin embargo, la fauna de Vegetus es comparativamente ridícula con el elevado número de especies de paraplantas. Este hecho llamó mucho la atención de los xenobiólogos, que no encontraban explicación a la extraña pirámide alimenticia del planeta.

Solo existen tres especies de paranimales. Las ovejas-ranas, con una morfología parecida a los carneros de la tierra, pero sin lana protectora, con piel rosácea y patas asimétricas. Los bóvidos de los manglares, una especie de vaca sin cuernos, el doble de grande y por lo tanto muy pesada, tal vez algo más parecida al hipopótamo, pero sin su ferocidad por el territorio. Y por último los perros-torpedo, grandes nadadores, tremendamente rápidos, muy sociables y posiblemente los más inteligentes.

Todos tienen la particularidad de un hiperdesarrollo ocular. Sus ojos son desproporcionadamente grandes en relación con su cabeza, lo cual les da una apariencia de anfibios o peces. Esto se explica por la necesidad primero de ver bajo el agua y segundo a través de las espesas nieblas de la superficie.

Todos son herbívoros y esquilman grandes terrenos de vegetal. En teoría no tienen depredadores. No se ha observado ningún mecanismo de defensa por parte de las paraplantas, que curiosamente prefieren atacarse y comerse entre ellas. Este ecosistema crea vegetales-depredadores de plantas con función motora (¡e incluso caníbales!) pero no se defienden en ningún caso observado de los animales.

¿Por qué? ¿Cómo es posible el control del crecimiento de los animales sin depredadores? ¿Y cómo es que paradójicamente hay tan pocos animales?

La sociedad Alien Geographic se lanzó a la búsqueda de respuestas y decidió observar y seguir la evolución de la vida en una manada de perros-torpedo, durante tres meses standard en el planeta Vegetus.

II

La lluvia en el planeta proviene de las propias nubes bajas de sus nieblas perpetuas. Cuando están muy saturadas producen una descarga de agua en gotas finísimas, que empapan todo lo vivo y muerto del territorio. Vegetus nunca está seco.

Una manada de perros-torpedo se acerca chapoteando, calada hasta sus huesos huecos y blandos. Mientras avanzan, emiten un zumbido agudo, que utilizan para que ninguno de sus miembros se pierda. De ahí sus orejas alargadas, lo que les da la similitud terráquea con un perro pastor alemán.

Sus ojos amarillos y enormes no dejan de moverse en todas direcciones. Su rugosa piel verdosa es totalmente impermeable. Se desplazan en un grupo compacto, pero de repente se apiñan todavía más. Parece que se aprestan a la caza.

Los cazadores son cinco ejemplares del tamaño aproximado de un San Bernardo, con tres pares de patas palmípedas. Su objetivo son varias plantas con función motora, concretamente un pasto de orquídeas asesinas.

Estas, con su característico movimiento sinuoso, parecido a las serpientes de agua, están siguiendo a su vez a una aglomeración de nenúfares caníbales, que por el momento se están reproduciendo (antes de comerse entre ellos)

Las orquídeas asesinas tienen una longitud de 5 metros y son muy rápidas. Disponen de un aguijón en su corola con el que arponean a sus presas.

Pero la manada de perros-torpedo es más rápida todavía. El grupo se abalanza sobre las orquídeas, a las que atrapan sin dificultad. Las paraplantas no huyen ni se defienden, simplemente son cazadas, para alborozo de sus depredadores, que las destrozan.

Por último, cada uno de los cinco animales se desplaza hacia un terreno más firme, con varios ejemplares de sus presas en la boca, con el objetivo de poder saborear su comida con tranquilidad.

Al amparo de una amplia zona de hierba flotante, los perros-torpedo se comen despreocupados a los terribles depredadores vegetales. Con lo que han capturado tienen hasta dos días de alimento. Y la zona es rica en comestibles. Aunque los animales se han especializado en paraplantas con función motora, no le harán ningún asco a las plantas inmóviles del manglar. Pasados unos días cazando y paciendo, parece que los animales han encontrado un sitio en donde establecerse y tal vez aparearse.

Mientras tanto, su único compañero de vivienda es un solitario y marchito mirón o estudiante común. La planta es una triste estructura grisácea, con un tallo escuálido y una desproporcionada corola, de forma parecida a la calabaza, pero de color marrón oscuro y coronada por unos largos filamentos. La planta mueve constantemente su corola hacia los perros-torpedo. Parece como si los estuviera mirando o estudiando. Pero estas plantas carecen de ojos. Los estudiosos creen que pueden detectar movimiento mediante sus filamentos, pero es una mera especulación.

Aparte de su observación minuciosa la planta no hace nada digno de mención. Además, esta paraplanta tiene una función motora mixta, que en ocasiones hace que se desplace muy lentamente hacia algún lugar apetecible, para instalarse y echar unas miserables raíces subacuáticas fasciculares. La única función motora que conserva en este estado es la que necesita para la observación. Ahora su hogar es el mismo que el de los paranimales. Sin embargo estos no prestan ninguna atención al mirón ni se le acercan tampoco. La comida de la zona es mucho más suculenta que el poco atractivo estudiante, que por cierto sigue sin quitarles el ojo de encima.

III

Después de dos meses observando junto al escuchimizado y pasivo mirón a los perros-torpedo, se ha confirmado su gran versatilidad en la caza de plantas con función motora (desde las orquídeas asesinas, pasando por las enredaderas corredoras y terminando por la hiedra marsupial) También se comprobó que después de una dieta tan rica, su peso y volumen aumentó hasta duplicar su tamaño. Su rapidez entonces decaía considerablemente, aunque no tanto como para dejar de cazar. Pero sin embargo nada descubrimos sobre su falta de depredadores ni sobre su reproducción o muerte. Tal vez habría que preguntarle al mirón, que podría contarnos mejor los secretos de los paranimales.

Lo sorprendente del caso era que al fin de al cabo, el estudiante si hacía algo, además de mirar. Lógicamente tenía que comer. Se observaba que se desprendía de parte de sus lastimosas hojas que caían al agua. Estas, a pesar de su penosa apariencia, atraían como un imán a las plantas con función motora. Al comerlas quedaban parcialmente paralizadas. Lo cual aprovechaban los paranimales para darse un festín. El estudiante era demasiado lento para adelantarse a la rapidez de los animales, por lo tanto su comida era traicioneramente robada. La planta estaba cada vez más marchita por la falta de alimento y los perros-torpedo, desagradecidos, cada vez más saludables. Esperábamos con angustia la inminente muerte de la planta, mientras que esta no dejaba de mirar a los animales mientras se comían su alimento, casi en actitud lastimera.

Hasta que llegó el tercer mes de estudio.

Una mañana, los cinco ejemplares de perros-torpedo amanecieron totalmente inmóviles, como plantados en la plataforma de hierba flotante. Tenían sus gordos cuerpos totalmente rígidos, sus bocas aparecían abiertas y sus enormes ojos inexpresivos.

No se podía saber a ciencia cierta si estaban vivos, en estado larvario o muertos.

Corrimos hacia la planta-estudiante para interrogarle sobre lo ocurrido durante la noche, pero no quiso contestarnos, tan solo seguía con la mirada fija sobre los animales. Le envidiamos su conocimiento, pero no podíamos hacer nada. La noche en Vegetus es totalmente oscura. Su densa niebla omnipresente no permite dejar el paso de la luz de las estrellas y al carecer de satélites que reflejen la luz de los dos soles, de noche no hay cámara que pueda detectar ninguna imagen. Debido a la extrema humedad, tampoco los sistemas térmicos sirven para nada.

Tuvimos que esperar a la mañana siguiente. Aunque los animales seguían rígidos como palos, estaban adelgazando, o más bien, consumiéndose. Curiosamente, una observación más de cerca de los perros-torpedo nos aseguraba que los abdómenes de sus cuerpos se movían lenta pero rítmicamente. Estaban vivos. Tampoco entonces el mirón nos quiso decir porqué.

Al tercer día los paranimales estaban casi en los huesos, aunque seguían con vida. No se apreciaba ningún factor externo causante de aquella situación. Algún experto zoólogo llegó a especular sobre la posibilidad de alguna extraña conjunción simbiótica o parasitaria con la plataforma de hierba flotante, lo que explicaría su anclaje al firme.

IV

Pero la respuesta la tenía el aparentemente inofensivo fisgón. Si no se podía ver ninguna causa en la superficie nebulosa, había que bajar a lo profundo de la charca.

Debajo de ella, nuestra sorpresa se tornó mayúscula. Las primigenias raquíticas raíces fasciculares del estudiante se habían transformado en enormes espolones pivotantes, que habían avanzado rápidamente hacia los desprevenidos animales.

Durante la noche, mientras los perros-torpedo dormían en posición supina, las raíces atravesaron la plataforma flotante y se clavaron en sus blandas patas, inyectándoles una sustancia paralizante, que solidificaba sus huesos antes flexibles y huecos. Lo curioso es que segregaba también otra sustancia que hacía que los órganos primarios de los animales siguieran funcionando. A esta planta le gustaba comerse a sus presas vivas. Y por último solo le quedaba absorber todos sus fluidos internos, llenos de paraproteínas, poco a poco, sin prisa y por los pies.

Si algo hay que reconocer al estudiante común es su infinita paciencia. Había esperado dos meses observando su comida antes de que estuviese bien cebada y apetitosa para sacar el máximo rendimiento culinario.

Al día siguiente los paranimales estaban totalmente consumidos. Eran meras carcasas que no aguantaron su propio peso y que se desmoronaron vacías de contenido.

El mirón o estudiante común se dio por satisfecho. Su apariencia había mejorado bastante. Tenía su tallo repleto de hojas y su corola adquirió un tono naranja muy saludable.

Ya no tiene nada que hacer en la plataforma flotante, así que repliega sus raíces y sale del firme flotante. Lentamente se sumerge en la charca y se dirige hacia el sur, sin duda en busca de nuevas presas que engordar. No tiene miedo, ningún animal o planta quiere atacarle. Está en la pirámide de la cadena alimenticia.

Vemos finalmente como el groumet se aleja flotando mansamente por las nieblas de Vegetus. Tal vez la próxima vez sean las suculentas ovejas-rana o mejor los enormes bóvidos de los manglares.

La cuestión es que esta extraña, paciente y solitaria paraplanta nos ha resuelto muchas dudas acerca de los animales del planeta. Ahora sabemos quien es su depredador y como se controla su crecimiento de población. Y eso que no parecía gran cosa cuando la encontramos.

Gracias por todo estudiante, y... bon apetit.

Manuel Nicolás Cuadrado
© Manuel Nicolás Cuadrado
(1.858 palabras) Créditos

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© 2003 Manuel Nicolás Cuadrado
Publicado originalmente el 20 de julio de 2003 en www.ciencia-ficcion.com

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