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Alien Geographic, 1
COMBATE DE ANTENAS
por Manuel Nicolás Cuadrado

Tiempo estimado de lectura: 4 min 58 seg

wal_172619, Pixabay License

I

Un mimético solitario y soltero ronda una manada de su propia especie. El multiforme adopta su aspecto más fiero para acercarse a un territorio que no es el suyo. Empieza por captar los fronterizos rastros químicos que deja el actual dueño del territorio y marca los suyos propios para dejar constancia de su presencia.

El mimético alfa de la manada siente el rastro enemigo a cinco kilómetros. de distancia. Alza sus poderosas patas traseras y tantea a los miembros de su manada, para comprobar si están todos. Después se acerca al multiforme beta de su prole y, con fuertes rozamientos de cabeza, le transmite que hay un extraño invadiendo su territorio. El beta se lanza en pos del invasor. Mientras avanza a saltos de cinco metros de longitud se va transformando en un monstruo de vivos colores entre los que sobresale el rojo. Su cabeza se alarga para dejar paso a una mandíbula capaz de albergar una dentadura de setenta y cuantro piezas, sus cuatro patas delanteras desarrollan una fila de púas óseas que alcanzan los diez centímetros de longitud y lo más importante, comienza a producir unas enzimas adrenalíticas que le provocan un estado de frenesí descontrolado (lo que los estudiosos denominan como locura multiforme)

En menos de quince minutos estándar, nuestro encolerizado defensor beta se planta frente al extraño, que ha estado esperando impasible su llegada. El beta ofrece un espectáculo increíble de agresividad. Salta de un lado a otro del invasor lanzándole dentelladas, estocadas y patadas, pero sin llegar a tocarle. Es solo el aviso de lo que podría ocurrirle si se atreve a seguir avanzando por el territorio de la manada. El mimético soltero se limita a contemplarle, valorando sus posibilidades. Por regla general un mimético solitario cambiaría de forma a la de vegetariano común y se iría por donde había venido. Solo un cinco por ciento de las veces se termina en enfrentamiento.

Pero este mimético está desesperado. Nunca ha tenido manada propia. Si no encuentra pronto un territorio estable, sus genes se perderán. Así que flexiona hacia atrás sus patas y se lanza sobre el beta, al que la costumbre de ver como sus adversarios desaparecen a la menor manifestación de su poderío le coge por sorpresa. Es complicado ver a velocidad normal como se desarrolla el combate. A simple vista todo parece un borrón de gruñidos, saltos, embestidas y mordeduras. En menos de tres minutos el combate ha terminado. El beta yace inerte a los pies del soltero, pese a que su envergadura era casi el doble que la de su contrincante.

Un rugido de triunfo sale de la abovedada tráquea del solitario. Está herido y algo maltrecho, pero victorioso. El sonido llega a percibirse por las antenas de toda la manada, que comienza a mostrar signos de intranquilidad. El alfa es el primero en intentar calmar a sus gamma, tocando a sus doce miembros con sus patas, transmitiéndoles seguridad.

Mientras tanto, el soltero realiza una hazaña insuperable. Carga en su abdomen el peso de su adversario muerto y lo transporta hacia la manada. Es una labor hercúlea y sobre todo lenta, pero muy importante para sus objetivos.

Toda la manada al completo puede oler ya a su enemigo, que se acerca pesadamente arrastrando el cadáver de su familiar y protector.

El soltero se planta delante de la prole y arroja su trofeo. Todos los gamma se lanzan en pos del cuerpo en una locura colectiva. Lo palpan, lo huelen y hasta lo muerden, cuando comprenden que está muerto y que ya no puede ofrecerles protección. Mientras tanto los miméticos cambian de forma de manera descontrolada, ofreciendo al soltero e hierático vencedor un patético espectáculo de frustración.

Entre todo el barullo resultante sobresale el alfa, mucho más tranquilo, y se dedica una vez más a calmar a su descendencia con un conjunto de roces y rociadas químicas de su propio organismo. Cuando los doce miembros dejan de emitir sus quejidos de angustia el alfa se carea con el beta muerto y balancea su enorme cabeza con la esperanza de que solo esté aturdido. Como no es el caso, alza sus patas hacia el invasor y le reta con un rugido incontenible, mientras cambia a su forma de cavador. Las pruebas de aptitud han comenzado.

II

El mimético alfa desarrolla una especie de palas óseas que utiliza frenéticamente en el duro terreno. En menos de media hora estándar construye un tosco túnel de un metro de profundidad por tres de longitud con una salida de emergencia. Mientras el soltero invasor contempla la escena, el alfa titular de la manada traslada a toda velocidad a sus gamma al refugio improvisado y cuando termina, ruge de satisfacción coreado por su prole. Acaba de demostrar a su invasor que es capaz de proteger su familia de las inclemencias del tiempo y de posibles ataques de depredadores. Si pudiese hacerlo, se diría que el multiforme invasor muestra una sonrisa de burla en su facetado rostro.

Con una rapidez pasmosa, fruto de la desesperación, el multiforme pretendiente replica al actual propietario del terreno. Al mismo tiempo que transforma su aspecto comienza a cavar. En poco tiempo ha fabricado otro túnel que comunica con el construido por el alfa y que le dobla en longitud, con tres salidas de emergencia. Además consigue trasladar a siete de los gamma a su agujero y eso que por el camino no dejan de morderle e intentar escapar de sus atenciones.

El alfa chilla de rabia mientras los doce miméticos de la familia comienzan a mostrar signos de desconfianza hacia su progenitor, que está perdiendo la contienda.

Ahora los dos contrincantes se lanzan a la carrera en pos del bosque. Mientras cambian de forma a recolector se disponen a competir en la prueba más dura: procurar alimento a la manada.

La familia espera mientras tanto, presa de la inquietud y el desconcierto. Primero vuelve el alfa. Al menos ha sido más rápido en la recolección. En la estación de las lluvias de piedras la comida escasea y es imprescindible que el alfa sepa acaparar comida para que su prole no muera de hambre. Les trae brotes frescos de coriáceas, trozos de corteza de helecho gigante y un puñado de algas de la estepa. Los doce miméticos huelen y empiezan a mordisquear tímidamente los presentes.

No mucho tiempo después aparece el pretendiente caminando pesadamente por la cantidad de carga que porta. No solo trae más cantidad de transvegetal sino que además les ofrece los cadáveres de dos crías de monos voladores. La carne de mono volador es la más difícil de capturar y la más apreciada por los miméticos.

Los multiformes gamma desprecian los frutos recolectados por el alfa y se abalanzan sobre la carne, que no han probado desde hace muchos meses.

El alfa no emite ya sonido alguno. Se limita a realizar movimientos circulares sobre sí mismo. El soltero se acerca al alfa y ambos se preparan para el combate final.

Los dos magníficos ejemplares de multiformes se carean a menos de tres centímetros de distancia y entrelazan violentamente sus antenas. Los gamma de la manada contemplan la última prueba sin dejar de comer las piezas de la sabrosa carne. Lo hacen casi con indiferencia, aceptando quién será su nuevo alfa. Solo sobrevive el más apto y en este caso parece que no hay duda. El alfa es viejo y está infralimentado. El pretendiente es joven y está fuerte por su forzado vagabundeo.

El combate de antenas es la parte del ciclo vital mimético que más desconcierta a los estudiosos del tema. Experimentos recientes aseguran que se produce un intercambio de descargas eléctricas. Otros están convencidos que lo que se produce es una inyección de fluidos venenosos y que solo vence el que más anticuerpos produce en su contra. Algunos científicos excéntricos llegan a decir que lo producido en realidad es un combate mental de fuerzas magnéticas. El caso es que después de un contacto que dura entre diez y veinte minutos estándar de media, se produce un colapso total del organismo perdedor. Su metabolismo se para, sus dos corazones dejan de latir, su sangre verde se licúa y simplemente, el organismo más débil se muere.

III

Nuestro enfrentamiento dura apenas tres minutos. El cuerpo del mimético vencido se desploma sobre sí mismo, levantando una polvareda considerable. El resto de la manada deja de comer repentinamente, salvo dos despistados que continúan con lo suyo. Al final hasta estos dejan sus bocados precipitadamente al observar al vencedor. Si se pudiera asegurar algo así en un multiforme, se diría que los gamma están perplejos.

El viejo alfa mimético ha ganado la contienda. Esta vez ha sido más difícil que nunca, pero ha vuelto a conseguirlo. Si lo hubiera hecho en la primera o segunda prueba las cosas sin duda hubieran seguido como siempre. Pero el alfa no puede fiarse ahora de su propia familia. Han observado otro espécimen más rápido, más fuerte y más joven. No puede consentirlo. Si lo hiciera, una horda de pretendientes le asediaría el trono, invitados por sus propios descendientes.

El viejo alfa muta en forma de bestia y se abalanza sobre su prole. Estos intentan defenderse como pueden, pero son masacrados sin piedad. Uno a uno. Al final, el alfa ruge entre una orgía de sangre, avisando a quien pueda volver a pretenderle sus dominios. Por último, comienza a devorar a los gamma. Después se comerá el cuerpo del beta, del pretendiente, de lo que queda de los monos voladores y hasta los transvegetales. Nuestro triunfador necesita reservas de protoproteínas suficientes para crear una nueva prole, libre de condicionamientos y con un solo dios: el mismo.

Dejamos ya a nuestro alfa tendido en una breve colina de su territorio. Su peso se ha cuadruplicado y está esperando pacientemente el parto. Debe darse prisa si no quiere verse ante los elementos o los depredadores sin manada propia. Primero parirá un nuevo beta, que esta vez llevará parte de los genes de su antiguo adversario y que sin duda será un magnífico defensor del territorio. Después llegarán los gammas, también con mezcla de nuevos y fuertes genes. Hasta incluso podría llegar a una camada de quince ejemplares, si la mezcla de genes es óptima.

El combate de antenas, se produzca como se produzca, es la relación sexual más extraña y complicada de este pequeño planeta de dos soles y cinco satélites con una diversidad vegetal y zoológica insólita en el universo conocido, que lleva precisamente el nombre de la especie más singular de este ecosistema: Multiforme.

Y si quiere continuar disfrutando de las maravillas que ofrece el universo colonizado, no deje de ver la próxima semana Alien Geographic, con nuevas e interesantes historias de planetas, satélites, estrellas y colonias del espacio exterior.

Manuel Nicolás Cuadrado
© Manuel Nicolás Cuadrado
(1.788 palabras) Créditos

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© 2002 Manuel Nicolás Cuadrado
Publicado originalmente el 19 de mayo de 2002 en www.ciencia-ficcion.com

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