Sitio de Ciencia-Ficción
ASIMO
Josué Ramos

Tiempo estimado de lectura: 22 min 49 seg

1

—El siguiente artículo es un robot humanoide creado en el año 2000 —mientras el hombre hablaba, una proyección holográfica a escala natural apareció a su lado, en el espacio que simulaba los productos ofertados para que todos pudieran ver cómo eran. Entre la gente se oyeron algunas risas. John estaba todavía observando el anuncio publicado en The Inquirer, que lo había llevado allí aquella tarde. Empezaba a perder la esperanza de encontrar alguna ganga útil para su casa—. Inicialmente fue diseñado para interactuar con las personas y tratar de ayudarles haciéndoles la vida más fácil y agradable —continuó el hombre. Trataba de hacer llamativa aquella oferta, pero nadie parecía estar interesado—. Mide 130 centímetros y pesa 54 kilos. Camina a 2,5 kilómetros por hora y es capaz de correr a 3 kilómetros por hora.

El hombre hizo una pausa, sin saber qué más decir, cogiendo el mazo en la mano y mirando a su público. Algunas caras sonreían mirando al pequeño robot regordete, otras se mantenían serias y las demás simplemente esperaban indiferentes a la siguiente oferta; pero ninguna mano se elevaba. Tras unos segundos, el hombre continuó:

—Señores, tengan en cuenta que este robot es una joya de principios de siglo. Cuenta con una tecnología innovadora para su época. Durante años fue el bípedo humanoide más avanzado del mundo y un pionero en la interacción con humanos.

»Todavía sería útil para realizar gran cantidad de tareas. Soporta medio kilo de peso en cada mano y es muy fácil comunicarse con él.

—¿Puede ser actualizado? —preguntó un hombre desde la primera fila.

—Pues... no —respondió—, me temo que no. Únicamente podría cambiarle la batería para que contara con más de la hora de autonomía de la que ahora dispone y aprendería alguna cosa nueva por sí mismo, supongo; pero su hardware no puede ser modificado.

—¿Y no dispone de ningún tipo de conexión externa?

—No, señor. No tiene ninguna conexión online.

El hombre dejo de preguntar. Si había en él alguna intención de adquirir el robot, ya no la tenía. Sin embargo, entre las últimas filas, John se mantenía mirándolo y pensando:

Puede que le guste a los niños —se dijo—. Además, parece un tipo simpático. Puede que les sirva como de... mascota.

* * *

Al llegar a casa, sacó con cuidado la caja del coche y la metió en casa. Había resultado muy barato pero, desde luego, no quería que rompiera nada más llegar.

Los niños vieron la caja pero no dijeron nada, no les llamaba la atención. Apenas la miraron. Mamá se acercó para ver si John había cumplido su promesa de comprar algo en la subasta que le ayudara en las tareas de casa. Al ver la caja, preguntó qué era, extrañada.

—Es para los niños —dijo papá—. Puede que les caiga simpático. Así no les tendremos que comprar un perro que te ensucie la casa.

Mientras hablaba usó una palanca para abrir la tapa con cuidado de no dañar el interior. La caja se abrió. Colocó la tapa aparte, contra la pared, viendo cómo mamá se acercaba más para poder ver el interior. Los niños, en cambio, seguían sentados.

La caja resultaba algo grande para lo que contenía. Era un robot muy pequeño y bastante sucio, pero que mantenía un extraño gesto amigable. Dos grandes ojos redondos y una gran sonrisa de uno a otro esperaban órdenes tras un visor oscuro que le cubría toda la cara. Tenía el pecho estrecho entre los hombros, pero anchando hacia abajo hasta fundirse con una gran barriga que le añadía comicidad.

Con los codos tocaba la caja por detrás y tenía las manos ligeramente abiertas, como tratando de saludar a la familia. Las piernas eran algo más extrañas que el resto del cuerpo, extrañamente articuladas. Y, por último, esa gran mochila en la que parecía llevar sus pertenencias para la mudanza.

Mamá se acercó y le tocó una mano. Era blanco, pero el polvo acumulado impedía percibirlo con claridad. Se alejó de nuevo para verlo entero.

Ahora se fijó más en su apariencia. Se le asemejó, de repente, a un niño pequeño. Un niño, allí, de pie, sucio e indefenso; con todas sus pocas cosas en aquella mochila y extendiendo las manos de aquel modo… en aquel momento a mamá le pareció que le estaba pidiendo un lugar donde vivir.

—Es muy bonito —susurró—. ¿Qué es eso que tiene en el pecho?

Papá se acercó al robot y le pasó la mano por el pecho para que se leyera mejor lo que ponía.

—Es su nombre —respondió—. Así le llamaban en Honda. Es un acrónimo de Paso Avanzado en Movilidad Innovadora. Es lo que representaba cuando lo crearon. Pero ahora ya no significa nada. Me salió muy barato.

—Bien —dijo por fin el hijo pequeño, sin perder de vista el televisor—, ¿y qué hace?

2

Era de noche. Una noche muy fría y oscura, y lloviendo como pocas veces sucedía. Una de esas noches que no invitan a quedarse fuera de casa, una de esas noches para las que nadie es bienvenido.

Así lo sentía Andrew, así se sentía. Su trabajo era agotador y la gente, insoportable. Cada vez era más difícil tratar con las personas. El día había resultado exasperante, y de la noche ya no esperaba más que volver a casa y descansar, por fin. Es lo único que iba pensando ahora. Descansar.

Se sentó al fin tranquilo, relajado, con los ojos entrecerrados, disfrutando de la relajante música que su coche sabía que necesitaba y que por momentos parecía querer armonizar con el incesante goteo del agua sobre el parabrisas.

Hoy más que nunca, dejó que el coche lo llevara por sí mismo a casa. No trabajaba cerca, pero nunca quería ir por la autopista, donde estaba prohibido conducir manualmente. Siempre iba por carretera. No se encontraba cómodo sin guiar su camino, por lo que pocas veces dejaba que el coche lo llevara solo, pero hoy lo invadía un cansancio tan agotador que casi no podía mantener los ojos centrados en la carretera. Además, la lluvia impedía casi totalmente la visibilidad.

Ya estaba a pocas manzanas de casa, ansioso por llegar cuando, de repente, pudo ver a lo lejos una figura que caminaba despacio bajo la lluvia. Le llamaron la atención su estatura y su modo extraño de caminar. Parecía una persona en apuros. Pero el inacabable fluir del agua apenas le permitía verlo bien.

—Limpiaparabrisas.

El limpiaparabrisas se activó y ajustó la velocidad de movimiento al incesante goteo, permitiendo a Andrew mejorar ligeramente su visión del exterior. Ahora estaba más cerca. Parecía… ¿un niño? Sí, un niño. ¿Un niño caminando solo bajo la lluvia? Y por el modo de andar, parecía estar enfermo.

Si se hubiese topado con él cualquier otro vecino, o cualquiera de sus clientes, ni siquiera se hubiera detenido a contemplar al muchacho. En la aldea global que se había formada en los últimos años, la gente vivía hacia dentro, preocupándose tan sólo de sus propios intereses y de sus propias vidas, rechazando cada vez más el trato humano con otras personas y, irónicamente, potenciándolo a través de la virtualidad de Internet.

Pero Andrew no era así. Andrew había sido educado por su padre, un anciano de noventa y siete años nacido en 1960 y con otras ideas sobre la vida y las costumbres humanas. Siempre le decía que el mundo era cada vez más frío y egoísta, que lo veía evolucionar a peor desde su juventud, y que las relaciones humanas se estaban perdiendo debido a la tecnología. Decía que cada vez le recordaba más a las viejas novelas de ciberpunk que leía de niño.

No por culpa de la tecnología, decía él, porque la tecnología nos ha dado muchas cosas buenas, sino por el uso indebido que hacemos de ella.

Andrew siempre recordaba aquellas viejas palabras de su padre, casi tan viejas como él: Si Prometeo nos da fuego, podemos usarlo para calentarnos; pero también podemos usarlo para quemar nuestras casas.

Esa era la forma de pensar del padre de Andrew, un hombre con el que cada día menos personas estaban de acuerdo. En un principio, había muchos que pensaban igual que él, después sólo eran los amigos, después sólo los bancos del parque y, finalmente, sólo la intimidad de su casa; donde vivía recordando el pasado, leyendo libros y viendo viejas películas, donde el mundo ya no se preocupaba por él y donde ya no molestaba a nadie.

Andrew recordó a su padre al ver al pequeño niño abandonado y decidió acercarse a ayudarlo.

—Pausar ruta. Orden paralela: aparca a 50 metros adelante, junto a la acera derecha.

Andrew se puso un chubasquero mientras el coche lo llevaba al lugar indicado, un poco más adelante de donde se encontraba el niño.

Ahora estaba casi a su altura. Andrew dio media vuelta en el asiento para verlo de cerca. No era un niño, era más bien... era como... parecía... ¡pero si era un humanoide! No era un niño, era un pequeño robot perdido. Nunca había visto nada semejante. Un robot caminando abandonado bajo la lluvia. Y no era un robot doméstico ni el robot de una empresa, era un modelo que nunca había visto.

Durante un momento pensó que, irónicamente, una persona le habría hecho más caso a este robot que a un supuesto niño. Al fin y al cabo, era más sorprendente ver a un robot vagando por la calle que a un niño.

Salió del coche y se acercó a él, que seguía su camino con la mirada fija en el suelo, como si necesitara fijarse mucho en él para cuidar de dar cada paso con sumo cuidado. Por el modo de andar, sin duda, la lluvia dificultaba la percepción a sus receptores visuales y a sus receptores de superficie, lo que además revelaba que se trataba de un modelo de robot de una antigüedad considerable.

—Oye robot —comenzó Andrew—. ¿Qué haces aquí?

El robot no respondió. Seguía su camino, murmurando incoherencias. Parecía estar procesando hacia dentro alguna información recibida que le costaba asimilar. Andrew tuvo que colocarse frente a él y pararlo con las manos para llamar su atención, pues no respondía a ningún estímulo externo.

El robot elevó la mirada de sus 120 centímetros a los 180 del hombre que lo había parado. Su cabeza parecía el casco de un astronauta y tenía un cristal oscuro, empañado y empapado por la lluvia, que protegía dos grandes ojos que escudriñaban el rostro del desconocido en busca de posibles conocidos y una amplia sonrisa diseñada para ganar amigabilidad y que se clavaba fácilmente en los rostros que se cruzaban con ella. No era un niño, pero esa era su apariencia, al fin y al cabo: era un pequeño niño astronauta.

—Lo siento —respondió el robot después de unos segundos—. No te conozco. No entiendo tu rostro. Está… desdibujado. Es confuso. Cambia continuamente y no logro percibirlo.

—Eso es por la lluvia —Andrew cogió ahora al robot por un brazo y trató de dirigirlo hacia el coche tirando de él—. Ven conmigo.

Al tirar, Andrew supuso que el robot respondería al estímulo siguiendo el camino indicado, como es lógico, pero no fue así. El robot no reaccionó y casi cae al suelo por el tirón.

—Vaya —dijo Andrew estabilizándolo—. O eres muy viejo, o estás muy estropeado. Será mejor que te desconectes. Yo te llevaré.

—No entiendo. No comprendo la orden.

—Desconéctate. Apágate.

—No comprendo la orden.

Si su mujer estuviera ahora con él viendo a un robot desobedeciendo una orden directa de desconexión, se habría puesto histérica y se hubiese visto invadida por el pánico, pero Andrew era distinto. Nunca había visto que un robot se negara a cumplir una orden, pero en aquellas circunstancias consideró que la desobediencia no era más que otro indicio del mal estado de la maquinaria, no de su mala educación o de su rebeldía. Andrew sabía mantener la calma en todo momento, lo que le había supuesto la supervivencia durante muchos años en la vida y en la jungla que suponía su trabajo.

—¿Por qué no puedes desconectarte? Debes hacerlo.

—No comprendo la orden.

Andrew permaneció durante unos segundos parado bajo la lluvia, sin saber qué hacer, frente a una sonrisa que a pesar de estar empapada, enferma, sucia y perdida, permanecería ahí; una sonrisa imborrable ante la que la desconfianza se tornaba imposible. Una sonrisa que le impulsaba a permanecer allí, quieto, de pie, corriendo su misma suerte, a pesar de no tener nada que ver con ella, y a pesar de saber que no era real, que no era biológica, que no tenía vida. Porque aquella sonrisa formaba un conjunto con un inescrutable cerebro y un par de ojos casi totalmente inútiles.

Qué hacer, qué. Se le ocurrió cogerlo en brazos y meterlo por sí mismo en el coche, y se disponía ya a hacerlo, cuando el robot dijo:

—Situación crítica de sistema. Precisa desconexión.

—Oye, usas un lenguaje muy antiguo. ¿De dónde has salido?

—Situación crítica de.

—Ya, ya te he oído —cortó Andrew. El lenguaje del robot era extremadamente arcaico. Debía tener al menos treinta años, así que no estaba evitando la orden de desconexión. El problema es que era un modelo tan antiguo que todavía no podía hacerlo. Necesitaba que alguien lo desconectara manualmente, mediante algún tipo de interruptor. Pero, ¿cómo?

Volvió a separarse del robot y escrutó toda su parte frontal. Descubrió que se llamaba Asimo y que había sido diseñado por Honda, pero no cómo desconectarlo.

Lo miró por todos lados, como si buscara la fecha de caducidad en una caja de galletas. Lo rodeó, lo miró, lo tocó... pero no encontró nada.

Se fijó más detalladamente, sin embargo, en la gran mochila que llevaba a la espalda.

—Bueno —le dijo—, si esta es tu mochila, ahí llevas todas tus cosas, ¿no?

Asimo lo miró como si entendiera lo que oía, pero no dijo nada. Con ambas manos, Andrew repasó los laterales de la mochila descubriendo, aparte de que estaban extremadamente sucios, que eran totalmente lisos. Pero en la zona baja de la mochila había una serie de conexiones e interruptores. Al tacto, dedujo cuál era el interruptor indicado y lo utilizó.

Asimo liberó de repente la tensión que acumulaba dentro. Estaba apagado.

—¿Hola? —nada—. Hola, Asimo.

No respondía. Estaba desconectado. Curiosamente, ahora parecía relajado; pero seguía allí, de pie. Andrew volvió a mirarlo de frente. Los ojos, la sonrisa... todo seguía igual. Parecía un niño simpático en lugar de un robot. Pero también parecía un niño solo, perdido, sucio y abandonado. Sin duda, necesitaba ayuda.

Mantenía aquella sonrisa ante la adversidad, y no pedía ayuda; pero la necesitaba.

Sí, el robot necesitaba ayuda. Era un pequeño robot perdido.

Con cuidado, lo subió al coche. Después subió él, reinició la ruta y se quitó el chubasquero, totalmente seco por estar hecho de una tela que repelía el contacto con el agua, y continuó el resto del viaje mirando al robot, pensando. El pequeño robot perdido.

3

A la mañana siguiente, Jimmy irrumpió de repente en la habitación de Andrew y Janet gritando y dando saltos. No era extraño que se levantara antes que nadie, a veces incluso antes que el sol, y que anduviera por la casa jugando o haciendo cualquier cosa hasta que su madre se levantaba para prepararle el desayuno.

Pero no tan frecuente era que se dedicara a llamar la atención de ese modo. Mientras Janet se despertaba sobresaltada, Billy escondía la cabeza bajo la almohada tratando de continuar el descanso que su hermano pequeño le había robado ya hacía unos minutos.

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?

—¡Mira mamá! ¡Ven, mira!

—No grites. Vas a despertar a tu padre.

—Es que es eso lo que quiero. Ven. Venid todos. Tenéis que verlo.

Cuando Janet abrió la boca para preguntarle de nuevo de qué estaba tratando de hablarles, Jimmy ya había desaparecido como un relámpago por el pasillo de la casa, trotando como un caballo y haciendo un gran escándalo en el suelo.

Janet miró a Andrew antes de levantarse. No se había despertado, no se había enterado de nada. Estaba tan cansado que era mejor dejarlo seguir durmiendo. Los sábados siempre era mejor dejarle hasta tarde.

Janet se levantó con cuidado para no mover demasiado a Andrew y salió, cerrando la puerta de la habitación a su espalda, y buscando con la mirada alguna señal de Jimmy.

Caminó por el pasillo y, al pasar frente a la habitación de Billy, pudo verlo escondido bajo las mantas, tratando de dormir. Entrecerró la puerta que Jimmy había dejado totalmente abierta al salir. Continuó el pasillo. Fue hasta la sala, pero Jimmy no estaba allí. En la cocina, tampoco. Sin embargo, oía su voz conversando con alguien. Tenía que estar en el garaje. Janet se sobresaltó. ¿Quién podía estar en el garaje con su niño de cinco años?

Fue corriendo, y lo vio frente a la puerta abierta del coche, hablando hacia dentro.

—¿Qué haces? ¿Estás hablando con el coche?

—No, mamá. Está dentro, sentado. Míralo.

Janet se acercó despacio. Desde lejos no percibía más que una forma extraña. Se acercó junto a Jimmy y miró hacia dentro.

—¡Un robot!

—¡Sí, un robot!

—Hola —Asimo saludó con la voz y con la mano—. Soy Asimo, no te conozco.

Janet se quedó pegada al suelo. No sabía qué hacer. ¿De dónde había salido aquel robot tan extraño?

—¿A dónde vas, mamá?

—Voy a preguntarle a tu padre qué es eso.

—¿Crees que lo ha traído para nosotros? —una idea que aún no se había propuesto, pero que ahora sonaba excelente, pasó por la mente de Jimmy iluminándole los ojos.

—Espero que no —murmuró Janet alejándose.

Jimmy volvió la vista a Asimo. Asimo lo miraba fijamente sin decir nada, como si esperara a que le ordenara hacer algo.

—Bueno, ¿quieres salir?

—¿Quiero?

—Sí, fuera del coche. ¿Quieres salir?

—No entiendo la orden. No sé qué es querer.

—Está bien —continuó el niño—. Sal del coche. Yo quiero verte mejor.

Asimo hizo unos gestos trabajosos con la intención de obedecer la orden, pero parecía que estuviera atascado o entumecido.

—Lo siento, señor Jimmy. No logro ejecutar la orden. Experimento problemas de movilidad.

—¿Experimentas...?

—Problemas de movilidad.

Jimmy tenía cinco años, no entendió lo que Asimo quería decirle, pero le gustaba. Entonces llegaron Janet y Andrew. Janet hablaba sin parar, y nadie era capaz de comprender lo que soltaba; y Andrew se frotaba los ojos, somnoliento, llevado por Janet, sin ver por dónde iba y sin oír lo que le decía.

—Hola, papá —dijo Jimmy—. Asimo tiene problemas.

Andrew se frotó los ojos ahora con las dos manos tratando de despertar por completo. Se había olvidado totalmente de Asimo. Estaba tan cansado y era tan tarde que prefirió dejarlo en el coche y enseñarlo a la familia por la mañana, pero no reparó en que Jimmy lo descubriría antes y se emocionaría tanto al verlo.

—¿Asimo? —saltó Janet—. Pero Jimmy, ¿ya le has puesto nombre?

—No, no —intervino Andrew—. El robot se llama... ¿Cómo lo sabes? Jimmy, ¿cómo sabes su nombre?

—Porque me lo ha dicho.

—¿Está encendido?

—Sí.

Andrew se acercó sorprendido a ocupar el lugar en el que antes había estado Janet. Miró hacia dentro y vio a Asimo sentado, observando.

—Hola. Soy Asimo. No te conozco. Pero tu rostro se parece a uno que traté de detectar ayer.

—Sí, nos vimos ayer. Yo te traje aquí. Pero dime cómo es que estás encendido.

Asimo lo miró sin responder. No tenía respuesta.

—Yo lo encendí, papá —respondió Jimmy.

—¿Tú?

—Sí, encontré el botón, y lo encendí.

Andrew decidió dejar el asunto. Él había tardado una eternidad en lograrlo, pero su hijo de cinco años decía haberlo logrado sin el más mínimo esfuerzo.

—Bien, Andrew —intervino Janet acercándose despacio—. ¿Qué hace aquí?

—Lo encontré abandonado anoche. Estaba vagando por la calle, bajo la lluvia, y caminando como si estuviese herido.

—¿Herido?

—Sí. Bueno, es que en un principio pensé que era un niño y al bajarme del coche para ayudarlo me di cuenta de que era un robot. Estaba fatal, no podía dejarlo allí, así que decidí traerlo. Pero era tan tarde que lo dejé en el coche.

Janet desvió la mirada hacia Asimo, pensando. El robot lo percibió, y la miró también.

—Pero es un modelo muy extraño. Nunca había visto nada igual. ¿De dónde ha salido?

—Sinceramente, no tengo ni idea. Pero por lo que he podido ver de él ayer, tiene que ser muy antiguo. Tiene que ser un modelo de principios de siglo, o puede que hasta del siglo pasado. Será algún tipo de modelo experimental o prototipo.

—Papá —interrumpió Jimmy—, le dije que saliera del coche y me respondió que tiene problemas no sé con qué.

—¿De movilidad?

—Sí, creo que sí.

—Asimo, sal del coche —repitió Andrew.

Asimo volvió a moverse como lo había hecho hacía unos minutos, sin poder salir.

—No logro ejecutar la orden. Experimento problemas de movilidad.

Andrew se levantó. Ya sabía lo que le pasaba. Estaba tan sucio y abandonado que necesitaba una puesta a punto. Además, la lluvia no le había venido nada bien.

—Ya sé lo que le pasa, Jimmy. Ayer tuve que apagarlo porque estaba fallando. Necesita que lo ponga a punto, y dentro de un rato estará como nuevo.

Andrew apagó a Asimo y lo sacó del coche como si fuera un niño pequeño. Jimmy estaba fascinado, y se hubiera quedado a trabajar en él con su padre, si Janet no se lo hubiera llevado a ducharse y a desayunar.

* * *

—No puedo más. Estoy lleno.

—Sí que puedes. Tómate sólo una tostada más.

De repente, con cuidado, entraron andando en la cocina un metro y veinte centímetros de humanoide.

—¡Mamá, mira! ¡Está andando!

Janet se giró de repente, ante el grito de Jimmy. Lo primero que hizo fue lanzar un suspiro que sólo logró arrancar una sonrisa a Andrew. Después, se mantuvo distante observando al recién llegado y viendo cómo Jimmy lo abrazaba y le preguntaba mil cosas.

Era muy extraño, un robot del que seguramente no debían fiarse. Cómo podía ser fiable si no sabían de quién era ni para qué había sido diseñado. Pero a Jimmy le gustaba, y parecía un robot amigable.

—Andrew, estás seguro de que.

—Asimo, dile a Janet cuál es tu programación.

—Lo siento. No conozco a Janet.

—Espera —dijo Andrew riendo—. Primero tiene que conocerte. Acércate.

Janet se acercó despacio. Asimo la miraba. Se sentía extrañamente observada, pero cuanto más la miraba con aquella cara y aquella sonrisa, menos le costaba acercarse.

—Dale la mano.

—¿Qué?

—Que le des la mano. Es un robot educado. Para conocerte tiene que saludarte como es debido.

Janet extendió la mano y Asimo se la cogió con cuidado. Mirándola a la cara, le dijo:

—Hola, me llamo Asimo. ¿Y tú?

—Yo... yo soy Janet.

—Encantado de conocerte, Janet. Espero que seamos buenos amigos.

—Vaya —Janet no pudo evitar sonreír—, hace años que nadie me dice algo así.

—Porque Asimo es un robot con una programación de hace muchos años, lo que incluye protocolos de relaciones humanas como es debido. Es un robot con educación. Asimo, dile ahora a Janet cuál es tu programación.

—Asimo ha sido diseñado para interactuar con los seres humanos en entornos reales, haciéndoles la vida más fácil, cómoda y agradable.

—Lo ves —continuó Andrew—, es un robot amigable, no es como los que conocemos. Es como si lo hubiera educado mi padre.

Janet todavía mantenía la sonrisa en el rostro, y Jimmy estaba más contento incluso que antes. Sabía que Asimo se iba a quedar en casa.

Entonces, Billy entró en la cocina. Nadie se percató de que se estaba preparando su desayuno porque entró sin decir nada. Sólo miró a Asimo un par de veces.

—¡Qué cosa tan fea!

Y volvió a su habitación.

4

—Ven, Asimo. Te voy a leer este libro. Aún no lo conoces, ¿verdad?

—No —respondió Asimo cogiéndolo con sus manos. Leyó el título—. Guardianes espaciales. No lo conozco. Enséñamelo, por favor.

Jimmy volvió a coger el libro y se sentó en el sofá. Mientras Asimo, algo más lento, se sentaba a su lado, Jimmy abría el libro por la primera página.

—Mira Asimo, el libro fue escrito en el año 2032. ¿En qué año naciste tú?

—Asimo nació en el año 2000 en las instalaciones de Honda Co., Ltd.

—¿Y cuándo te apagaron?

—Última desconexión conocida: 25 de agosto de 2057.

—No, eso fue ayer, cuando nos fuimos a dormir. Yo te pregunto por la última desconexión anterior a 2057.

—Última desconexión anterior a 2057: 27 de octubre de 2030.

—Vaya, claro que no conoces Guardianes espaciales. Estuviste durmiendo desde el 2030 hasta el 2057. No llegaste a conocer la saga. Pero, tranquilo, yo te la contaré toda.

Jimmy se acercó un poco más a Asimo y siguió pasando las páginas del libro hasta llegar al primer capítulo. Al leer el título el libro emitió un fragmento de música de introducción mientras una nave espacial salía de una de las páginas y surcaba el espacio en dirección a Marte.

—¿Lo has visto? Era el Ares V, saliendo de la base lunar en dirección a Marte. Aún no la conoces, pero es la mejor nave de la flota. Ya lo verás —y comenzó a leer la historia con gran entusiasmo y con toda la atención de Asimo.

* * *

—...entonces la radiación solar inundó el espacio a su alrededor, y pudo ver con horror que todas las placas.

Un portazo hizo saltar a Jimmy en su asiento, interrumpiendo su narración.

—¡Billy, me has asustado!

Billy no respondió. Estaba muy enfadado, pero no diría lo que le había pasado.

—Aparta, quiero ver una cosa.

—¡Eh! ¡No empujes a Asimo! ¡No te ha hecho nada!

—Calla la boca. Es un idiota. No sirve para nada. Llévatelo a tu habitación.

Billy volvió a golpear a Asimo, y Jimmy se levantó de un salto.

—¡Vete tú! Estábamos leyendo un libro, y tú nos estás molestando.

—Quiero ver la tele, quítate de en medio.

—¡No!

—Puedes leer en tu habitación. Llévate contigo a tu perro y déjame ver la tele.

Jimmy estaba a punto de explotar pero había aprendido de su padre a no empeorar las situaciones tensas. Se limitó a coger su libro y llevarlo a la habitación. Billy miró enfurecido a Asimo, como tratando de asustarlo, y Asimo se fue detrás de Jimmy, manteniéndole la mirada con aquella dolorosa sonrisa.

* * *

Al entrar en casa, vio a Billy sentado en el sofá, viendo un concierto. Ni siquiera se giró para saludarlo. Janet estaba en la cocina, leyendo un libro. Después de tantos años y a pesar de todo, al atravesar la puerta de casa, sabía identificar cuándo algo iba mal. Se limitó a dejar que Janet le contara lo que pasaba, Como solía suceder, lo único que tenía que hacer era iniciar una conversación preguntando cualquier cosa.

—¿Dónde está Jimmy?

—Está en su habitación, con Asimo. Deberías ir a hablar con él.

Andrew dejó sobre la mesa el vaso que acababa de coger.

—¿Por qué? ¿Qué le pasa?

—Se ha peleado con su hermano.

—Suele pasar….

—No, no es eso. Es por Asimo.

—¿Porque a Billy no le gusta mucho?

—No —respondió Janet, mirándolo fijamente—. Porque a Jimmy le gusta demasiado.

Andrew llenó el vaso de agua y se dirigió a la habitación de su hijo pequeño.

Abrió la puerta, despacio. Jimmy estaba sentado en su cama, con un libro en las manos. Le encantaba leer y, sobre todo, leer ese libro. Asimo estaba mirándolo, sentado en una silla. Parecían estar los dos bien, pero Jimmy tenía esa expresión que no podía evitar en el rostro cuando alguien le hacía daño.

—Hola, chicos —susurró Andrew.

El capitán Wilder estaba a punto de subirse a su nave para despegar en dirección a la colonia minera del planeta Saturno, pero Andrew lo interrumpió.

—Hola, papá. ¿Qué tal estás?

—Te conozco. Hola, Andrew —Asimo se levantó mientras hablaba, señalando con una mano a la silla en la que estaba sentado—. Siéntate, por favor. No te quedes ahí de pie.

Asimo llevaba ya unos meses en casa, y parecía estar aprendiendo mucho. Andrew sonrió, dándole una amistosa palmada en la espalda, y sentándose en la silla.

—¿Le has enseñado tú a hacer eso, o fue mamá?

—¿Enseñado? No. Nadie se lo ha enseñado. Él es así.

—Pero cuando llegó a casa no lo hacía, ¿verdad?

—No. Ahora hace cosas nuevas. ¿No eres tú el que se las enseña?

—No. Yo creía que todo era cosa tuya. Ya sabes, tú eres el que pasa tiempo con él, el que le lee libros, el que le enseña cosas nuevas.

—No. Yo no le enseño a hacer esas cosas. Pensaba que lo actualizabas tú.

Andrew se giró, mirando pensativo a Asimo. Había algo en él que no acababa de encajar. Asimo era un robot muy antiguo, y su software no podía ser actualizado. Sin embargo, estaba adquiriendo costumbres que, al parecer, nadie le había enseñado.

—A lo mejor las aprende él solo —dijo Jimmy.

—No, no puede ser. No puede aprender esas cosas por sí mismo. Es como un perro que.

—¡No le llames así! —protestó Jimmy—. ¡No es como un perro!

—Lo siento, Jimmy. No quería ofenderte. Quiero decir que hay ciertas cosas que no puede aprender por sí mismo a menos que alguien se las enseñe. Tú sabes que yo aprecio a Asimo. Es un buen amigo mío, y no quería tratarlo mal —Andrew pensó que ahora era una buena oportunidad para hablar sobre lo que había pasado entre los dos hermanos—. ¿Es que Billy lo llamó así?

Jimmy guardó silencio. Andrew también. Sabía que no debía presionarlo. Sólo tenía que esperar un poco, y.

—Sí, volvió a enfadarse mucho con él. A Billy no le gusta nada. Dice que es feo, inútil y tonto. Pero Asimo no le hace daño. Asimo trata de ayudarle o de ser amable, pero Billy no lo entiende.

Andrew pensó que Jimmy tenía razón. Billy era un joven más en el impersonal mundo en el que les había tocado vivir. Apenas hablaba con sus padres, no se relacionaba con su hermano pequeño y rehusaba todo otro tipo de relaciones humanas. Sólo se podía hablar con él eficazmente a través de una pantalla. La tecnología sustituía por completo a la humanidad. Era un robot humano.

—Asimo tratará de ser más amable con él —dijo el robot desde la puerta.

—¿Qué?

—Trataré de aumentar mi nivel de bondad hacia él. Estaré más atento a lo que necesite para hacerle la vida más fácil y agradable y que se sienta bien con mi compañía.

—Asimo, eso es algo muy bueno por tu parte, pero las cosas ya no son así —explicó Andrew—. Tu programación es anterior a nuestra época. Billy rechazará cualquier gesto de... humanidad que muestres.

Humanidad. Andrew se paró a pensar si era esa la palabra. ¿Lo era? Sí, lo era. Humanidad. Aquel robot viejo y desfasado era mil veces más humano que su hijo de diez años, o que toda la humanidad en conjunto. Y parecía ser más humano cada día.

—Sí —continuó Asimo—. Ya me ha pasado con John.

—¿Quién es John? —preguntó Jimmy.

—Mi anterior dueño.

—¿Tu anterior dueño? ¿Qué fue lo que te hizo?

—John es similar a Billy en multitud de puntos, y su mujer, y sus hijos. Pero eran muy distintos a vosotros.

»John y su mujer comían juntos a la mesa, pero no se hablaban ni se miraban. John hablaba con su ordenador y su mujer hablaba con su teléfono. Pero no hablaban entre ellos. Las personas casadas deberían hablarse, ¿no es así?

—Sí, Asimo. Las personas en general deberían hablarse.

—Sus hijos nunca comían con ellos, ni se sentaban, ni hablaban con ellos. Siempre estaban solos. Vivían todos bajo el mismo techo, pero vivían solos, muy solos. Y Asimo se sentía solo.

Cuando trataba de hablar con ellos, me ignoraban. Cuando trataba de ayudarlos, me desplazaban o me gritaban. Asimo estaba perdido y confuso. Honda me diseñó para ayudar a las personas a hacer sus vidas más fáciles, pero las personas las complican por sí mismas. Aunque Asimo lograra algo, ellos lo echaban por tierra. No entendían mi labor.

—¿Y por eso te fuiste de casa? —preguntó Jimmy.

—No, estaba cumpliendo una orden. Fue la única orden de John.

—¿Te ordenó salir a caminar bajo la lluvia?

—No, John dijo: Vete lejos de aquí. No quiero volver a saber nada de ti. Estaba cumpliendo la orden, me iba lejos de John.

—¿Dónde vive John? —estalló Andrew—. Quiero ir a verlo y decirle.

—No, Andrew. No —Asimo respondió firme. Por primera vez, Andrew sintió en su voz un tono firme que no había oído anteriormente—. Fue una orden directa sin límite de tiempo. No debo violarla.

—Pero, Asimo —intervino Jimmy—. John es malo. Merece un castigo.

—No. Me lo ordenó, y debo cumplirlo.

—Asimo, escucha.

—Debo cumplirlo.

Andrew y Jimmy guardaron silencio. No podían hacer nada. Asimo nunca violaría la orden de un humano. Aquella noche la cumplió aun a riesgo de su propia existencia. No volvería a cruzarse con John nunca más.

—Billy es como John —Asimo susurraba mirando fijamente a Andrew, tratando de dejarle clara una cosa—. Billy no es como vosotros. No dejéis que siga su mismo camino. No sería una buena persona. No lo permitas, Andrew. Billy es tu hijo. No lo permitas.

Andrew mantuvo la vista fija en los ojos de Asimo mientras le hablaba. Durante ese instante, sintió que hablaba con una persona. El silicio se tornó en carne, y los impulsos eléctricos en pensamientos, en pensamientos racionales. Asimo le estaba aconsejando algo que ningún humano de la ciudad tomaría en cuenta, excepto uno. Excepto uno al que Asimo le recordaba ahora mismo, allí sentado frente a él, aconsejándole cómo educar a sus hijos y previniéndole contra futuros peligros: su padre.

Andrew se giró de nuevo hacia su hijo.

—¿Quieres que mañana vayamos los tres a ver al abuelo?

—Sí —saltó Jimmy—. Sería genial. Asimo todavía no lo conoce.

—Sería agradable conocerlo —intervino Asimo—. Me gustaría conocer al abuelo.

Andrew lo miró de nuevo. Le pareció que sonreía más de lo normal.

* * *

Jimmy y Billy estaban en el colegio, Andrew estaba en el trabajo, y Asimo se sentía muy solo. Janet le decía continuamente que no hacía falta que le ayudara en las tareas de casa y Asimo no quería molestarla, así que se quedaba solo. Estaba solo, y se sentía solo. Nadie lo veía y nadie lo creería, pero era así. Él lo sentía así.

Estaba sentado en la cama de Jimmy, mirando las cosas que lo rodeaban sin saber qué hacer, sin saber cuál coger, sin ganas de hacer nada. Y no entendía por qué se sentía así. Miró a su alrededor, se levantó y se dirigió a la cocina. Janet estaba muy ocupada preparando la comida. Asimo quería ofrecerse de nuevo para ayudarla pero, al acercarse, vio en sus ojos esa expresión que le ordenaba retroceder. Se frenó en seco y dio media vuelta.

Casi tropieza con la aspiradora. La miró, pensativo.

Janet oyó de pronto la aspiradora encendida. Dejó el cuchillo sobre la mesa y se giró bruscamente. ¡Increíble!

—Asimo, ¿qué haces?

—Ayudar.

—No te he pedido que me ayudaras.

—No, no lo ha pedido, señora. Pero lo necesitaba. Percibo que está claramente agobiada y, como todavía tiene el suelo sin limpiar, decidí hacerlo yo.

En aquel instante, Janet sintió una gran simpatía por Asimo, algo que no sabría explicar.

—Sabes, Asimo. Ninguno de mis hijos ha hecho algo así por mí, jamás.

Cuando hubo terminado, Asimo se acercó despacio a Janet. Una vez más, quería ayudarla. Pero esta vez no sería como las anteriores. Ya había aprendido lo que debía hacer. Aunque Janet se negara, le ayudaría a preparar la comida.

—¿Has terminado con el suelo?

—Sí, señora.

—Muchas gracias, Asimo. Ahora, ¿podrías cortar esas verduras?

—Por supuesto, señora.

Se sintió útil de nuevo. Seguía aprendiendo de las personas. Aprendía cómo tratarlas, cómo eran y cómo sentían. Incluso sentía que necesitaba su compañía y su conversación. No sabía por qué pero así era.

Janet no conocía su programación, pero se fijaba en él más de lo que parecía y le estaba sorprendiendo muchísimo la capacidad de aprendizaje que demostraba y lo mucho que había evolucionado con Jimmy. En un principio, lo vigilaba para proteger a su hijo, por miedo. Pero poco a poco, sentía cada vez más admiración hacia él, aunque sabía esconderla en su interior.

Asimo parecía estar disfrutando ayudándola en la cocina. Parecía que le gustaba lo que hacía.

—¿Qué tal, Asimo? ¿Te las arreglas bien?

—Bien, muy bien. Estoy disfrutando mucho con este trabajo —una respuesta que solo un humano daría.

Janet se frenó en seco, sorprendida.

—¿Disfrutando? No creo que estés usando el término correcto, Asimo. ¿Qué pretendes decir exactamente?

—Es cierto que es un término nuevo para mí, pero creo que es exactamente lo que siento.

—¿Lo que sientes?

—Sí, lo que siento. Siento placer. Eso es disfrutar, ¿no?

—Pues... sí. Es eso, pero... —no sabía qué responder. No tenía sentido, pero era así—. Pero, el ánimo es algo humano. ¿Cómo puedes saber cómo es tu estado de ánimo? ¿Cómo puedes siquiera tener estado de ánimo, Asimo?

—No lo sé, pero le diré mis conclusiones. Usted dígame si estoy equivocado.

—Está bien. Cuéntamelo.

Janet se limpió las manos con una servilleta mientras se sentaba a la mesa, frente a Asimo.

—Verá, señora. Me encuentro confuso desde el día que me reactivaron. El mundo es distinto. En un principio no lo creí así, porque al ser aquella familia tan extraña pensé que era su mundo el que estaba cambiado, que eran gente distinta; pero ahora veo que realmente el mundo no es como yo lo recuerdo. Todo es diferente.

—Ha pasado muchísimo tiempo desde el mundo que tú conociste hasta el nuestro, Asimo. Es algo normal. Supongo que a cualquier ser humano en tu situación le costaría muchísimo adaptarse.

—Sí, tiene razón. Pero hay algo más, no sólo eso. El entorno que me rodea es distinto. Es un entorno en el que me veo obligado a moverme de forma distinta y a aprender de un modo diferente. Y hay cosas que... —Asimo hizo una pausa y miró al suelo. Parecía estar pensando—. Estoy aprendiendo cosas que nunca creí posibles.

—Por ejemplo, ¿sentimientos?

Asimo volvió la vista a Janet.

—Creo que sí —respondió, confuso—. En un principio fui diseñado para interactuar con los humanos y después, además, aprender de mi entorno. Podía aprender cómo es vuestro comportamiento observando vuestros patrones de movimiento y vuestro estado. Podía identificar vuestro estado emocional, pero nunca aprenderlo. Sin embargo, ahora las cosas son diferentes por algún motivo.

»Sé que las emociones son algo interno, y lo que yo... siento, es también algo interno. Los circuitos de mi interior funcionan con mayor fluidez en determinadas situaciones, sin motivo aparente. Por ejemplo, cuando Jimmy me cuenta historias del espacio, mis sensores se agudizan; cuando recuerdo a una persona que conocí en el pasado pero ya no existe, mis circuitos funcionan con menor fluidez; y cuando hago algo que me agrada, como ayudarla a usted en la cocina, funcionan mucho mejor. He leído acerca de las emociones, os he observado a vosotros y he llegado a la conclusión de que estoy empezando a sentir emociones.

—Pero, eso es imposible. No puede ser.

—¿Hay, acaso, algo incorrecto, en mi línea de razonamiento?

—No, nada incorrecto.

—Entonces sí es posible. Siento que sí es posible.

5

Asimo nunca había visto el coche de Andrew. La noche en que se topó con él en la calle, la lluvia le impidió verlo con claridad y, después de aquello, no había tenido otra ocasión de verlo. Ni siquiera había vuelto a entrar en el garaje. Tan sólo una vez, en la que lo llevó para aumentar la autonomía de su batería de una hora a un día entero. Pero en aquella ocasión, Janet se había llevado el coche.

Así que, cuando Jimmy abrió la puerta del garaje, Asimo se quedó pasmado, mirándolo. Andrew no se fijó en lo que había sucedido. Pasó junto a Asimo, se acercó a la puerta del coche y colocó la yema de su pulgar derecho en el lugar indicado. El coche se encendió, abrió las puertas para que pudieran entrar y dijo:

—Hola, Andrew. ¿Qué tal se encuentra, hoy?

—Bien, muy bien —Andrew respondió exactamente como hacía siempre. A veces, ni siquiera se daba cuenta de que lo hacía. Le parecía simplemente absurdo hablar con un coche. Cuando entró y se giró para asegurarse de que Jimmy tenía el cinturón puesto, se fijó en que Asimo no había entrado aún. Seguía de pie, en la entrada del garaje—. Asimo, ¿qué pasa? ¿Por qué no vienes?

—Honda —dijo, señalando el coche—. Es Honda.

—Sí —Andrew respondió sonriendo—. El coche también es Honda, como tú. Es curioso, ¿eh? Venga, vámonos.

—¿Es un primo?

—¿Qué?

—Si es un primo.

—¿Un primo?

—Sí, es un primo —razonó Asimo—. Es otro como yo. Aún quedan otros como yo.

Por un momento, Andrew sintió por Asimo la tristeza que nunca supo sentir por su coche. De algún modo, se sentía identificado con el coche, como si fuera de su misma familia. Al fin y al cabo, tenía razón, era un primo. No era un hermano robot, pero sí una máquina Honda. No había sido antropomorfizado, pero era de la familia. Era un primo.

—¿De qué año eres? —le preguntó Asimo al coche, mientras se acercaba hasta tocarlo.

—Año 2055.

—¿Qué pasa, Asimo? ¿Qué necesitas? ¿Qué quieres saber?

Asimo pasó la mirada lentamente del coche a Andrew, que ahora estaba de nuevo de pie, a su lado.

—Es de la familia. La familia existe. Cuando estaba solo en aquella casa, me habían dicho que no quedaba nadie —estaba acariciando la H metálica del capó, dibujándola con su dedo—. Pero Honda existe. Honda es real. No lo sabía.

—Tranquilo, Asimo —Andrew lo vio más alterado que nunca—. Parecía realmente dolido.

—Me han mentido, Andrew. Me han mentido. ¿Por qué? ¿Por qué me han hecho tanto daño?

* * *

Asimo se mantenía ante la puerta, sin intervenir en la escena.

Jimmy estaba tan entusiasmado como cada vez que iba a visitar a su abuelo. Mientras ellos hablaban, Andrew observaba que todo en la casa estuviera en orden.

El abuelo bajó a Jimmy de su regazo y lo dejó sentarse a su lado, pasando a Andrew el turno de saludarlo.

—Hola, papá. ¿Cómo van las cosas? ¿Necesitas algo?

—No, Andrew. Tranquilo, todo está bien —hizo una pausa, sonriente, y señaló a la película, que ahora también veía Jimmy—. Estaba viendo Casablanca —rió.

—Otra vez. ¿Cuántas veces la habrás visto ya?

—No lo sé. Es una película de la que uno no se cansa.

Jimmy miró a su abuelo y rió. Le hacía gracia ver aquellas viejas películas en las que todavía se grababa con actores de verdad y en las que se encontraban tantos errores. Le parecía absurdo que se hubieran esforzado tanto en hacerlas así en lugar de hacerlas digitales, como se hacían ahora. Ya había hablado con el abuelo del encanto y el arte de Casablanca, pero no lo entendía.

Entretanto, Asimo observaba la escena desde lejos. Una escena familiar pero, a la vez, extraña. Era algo que había visto muchas veces en su otra vida, pero que siempre le había sido ajena. Y era algo que, con Andrew y su familia, revivía de nuevo; aunque seguía siéndole ajena. Allí estaba, de pie, sin poder acercarse, sin poder participar, sintiendo cómo le invadía un nuevo sentimiento del que nunca había oído hablar y que no sabía interpretar, pero que no le gustaba. Una ausencia, una falta, un dolor.

—Mira, Janet al fin me ha dejado traer a Asimo para que lo veas —Andrew estaba ahora a su lado. De algún modo, la escena se había extendido para incluirlo a él, pero no parecía ya tan real como antes —Ven, Asimo. Acércate—. Algo fallaba. Él no encajaba.

—¡Vaya! ¡Tiene más de 50 años!

—¿Lo conoces, abuelo? ¿Sabes algo de él?

—Sí —respondió el abuelo—, lo recuerdo vagamente. Fue toda una revolución en su tiempo por la increíble cantidad de cosas que era capaz de hacer. Fue todo un pionero. Una joya.

Una joya... una joya... una joya nunca pierde su valor. Conserva su atractivo durante toda su existencia. No se deshecha de esa manera.

El tiempo pasó, y Asimo se mantenía perfectamente atento a la conversación mientras, por otro lado, reflexionaba en lo que le estaba sucediendo. Ese sentimiento que lo invadió de repente al entrar en la casa crecía por momentos. Aquel cuadro, aquella estampa, le había revelado algo muy doloroso sobre su existencia. Una familia. Él nunca tendría una familia. Aunque vivía con una familia, aquella visión le enseñó que siempre viviría aparte, siempre sería mantenido distante. Siempre sería un personaje triste y solitario.

* * *

Asimo quiso quedarse con el abuelo unos días. Por lo que Jimmy le había contado, era el único medio del que ahora disponía para contactar con su pasado.

Jimmy, por su parte, fue el único que notó el comportamiento extraño de Asimo aquel día, por lo que no insistió en llevarlo de vuelta a casa. Sabía que necesitaba hablar con el abuelo.

Durante horas, hasta bien entrada la noche, el abuelo le contó a Asimo infinidad de historias del mundo ya pasado. Un inevitable aire de nostalgia invadió toda la casa aquella noche.

—Echo mucho de menos aquella época, cuando las personas se preocupaban por las personas.

—Yo también —respondió Asimo—, yo también lo hecho de menos.

El abuelo estaba al tanto de todo lo que le había pasado a Asimo. Cuando Andrew lo visitaba solo, sin llevar a Jimmy o a Janet, le contaba sus problemas y sus preocupaciones sin reservas; y durante los últimos meses lo había mantenido al tanto de todo. La reacción de todos los demás hacia Asimo siempre había sido de sorpresa y de incredulidad, pero el abuelo no reaccionó así. Él simplemente sonrió, con una sonrisa que transmitía una indescriptible sensación de calma y empatía. Asimo supo entonces que había encontrado lo que buscaba. Este hombre era el último reducto de aquel mundo. Este hombre era igual que él.

—Sabes, Asimo. Tú y yo no somos tan diferentes —dijo el abuelo—. Sé lo que sientes. Desde que Andrew me habló de ti por primera vez, supe cómo te sentías.

»No hay nada que hacer ya, Asimo. Tu mundo ha muerto y sin saber cómo tú le has sobrevivido. Tienes una familia, sí, pero no te sientes ya parte de ella. Es el momento de hacerse a un lado.

—Así es, eso es lo que yo siento, señor.

—Sabes, Asimo. Lo mismo me pasa a mí. Siento que ya no me queda nada.

—Pero usted sí tiene una familia, señor.

—No, Asimo, ya hace muchos años que no. Se han dejado llevar por el mundo sin darse cuenta. No veo a mi nieto mayor desde que era como Jimmy, y Jimmy viene cuando su padre se acuerda de traerlo.

—Pero Andrew y Janet son buenas personas.

—Sí, por supuesto que lo son. Pero son de otro mundo. Para ellos, es normal que yo viva aquí solo, encerrado, viendo antiguas películas y sin hablar con nadie. Pero para mí no... Y para ti tampoco, ¿verdad?

—No, señor. Es algo que no puedo juzgar pero que no me parece normal. Mi vida ya se ha terminado. Mi programación indica que mi objetivo es interactuar con las personas para que su vida sea cada día más fácil y cómoda, pero.

—Pero no te dejan interactuar con ellas —cortó el abuelo.

—Y ellos mismos se complican sus propias vidas, aislándose de los demás —terminó Asimo.

Entonces se hizo el silencio. Era ya muy tarde, y la casa estaba envuelta en la oscuridad. Allí, en el centro de una gran ciudad de millones de habitantes, dos hombres solos, rodeados sólo de oscuridad. Nada más. Sólo oscuridad.

6

Andrew llegó lo más rápido que pudo a la casa. Ya había amanecido y podía ver perfectamente el lugar donde la ambulancia había aterrizado. Paró el coche frente a la puerta y se bajó corriendo.

Pasó junto a la ambulancia pero no vio a nadie.

Entró a la sala de estar. Había un enfermero tomando notas en una libreta.

—Su padre está en el dormitorio —dijo.

Caminó por el pasillo y se cruzó con una enfermera, que no dijo nada.

Entró en el dormitorio y pudo ver a un médico junto a la puerta, también tomando notas.

—¿Qué le pasó?

—97 años. ¿Qué esperabas? Murió mientras dormía. La casa detectó un paro cardíaco y dio la alarma al hospital, pero no llegamos a tiempo.

Estaba acostado en la cama, con una manta más que la que él le había dejado puesta antes de irse. Estaba muy bien tapado, pero sobre las mantas había sacado una mano, que Asimo sujetaba.

No se había fijado en él, pero allí estaba también.

Ambos rostros reflejaban paz. Ambos descansaban.

Aquella noche no murió un anciano, no se apagó una chatarra anticuada, no murió un mundo anticuado. Aquella noche murieron los demás. El mundo se había echado a perder.

© Josué Ramos, (8.214 palabras) Créditos
*Comentar este relato (Ya hay 1 comentario)
 
Este relato ha sido leído 1288 veces desde el 5/07/08

Las opi­nio­nes expre­sa­das en los ar­tí­cu­los son de exclu­si­va res­pon­sa­bi­li­dad del co­la­bo­ra­dor fir­man­te, y no re­fle­jan, sal­vo ad­he­sión explí­ci­ta, los pun­tos de vis­ta del res­to de co­la­bo­ra­do­res ni de la ad­mi­nistra­ción del Sitio.

El Sitio no recopila datos de los navegantes y (casi) no usa cookies.ExplícameloTe creo