
Érase una vez, en un punto indeterminado de la galaxia...
13-14
La nave comenzó a reaparecer lentamente en el espacio tridimensional.
Un observador externo habría apreciado una forma alargada, de trescientos metros de eslora por treinta de manga, lisa, metálica, azul, con tres enormes aletas traseras ideadas para facilitar el vuelo en atmosferas de distinta índole. Claro que tendría que haber sido un observador perspicaz, pues los fulgurantes relámpagos residuales de energía exótica cubrían la estructura en intervalos demasiado rápidos como para permitir apreciarla en su totalidad.
En los laterales delanteros, el distintivo de la Tierra circunvalada por la cadena de oro de la inteligencia humana, logotipo federal.
El capitán era un tipo, ni joven, ni viejo, de vestir impoluto. Paseó la mirada ceñuda, escudriñando a todos y cada uno de los miembros de la tripulación y pasaje. Treinta en total, allí presentes.
Carraspeó ligeramente y acto seguido extrajo de un bolsillo un paquete de cigarrillos.
—Pueden fumar —dijo.
Sin excepción, todos hicieron caso del consentimiento explicito y sacaron cigarrillos, cigarros puro y tróscolos ilegales en cualquier planeta de la federación, pero no en mitad de ninguna parte. En menos de quince segundos la estancia se llenó de un humo espeso que se expandía en todas direcciones debido a la falta de gravedad.
Paseó de un lado a otro, gracias a sus zapatos de suela magnética, fumando. Parecía como si no supiera qué decir. Su mirada adusta se intensificó entonces, detuvo sus pasos y centró su atención en uno de los fumadores, uno que se encontraba especialmente adelantado con respecto a los demás asistentes.
—Protocolo de emergencia 13-14 —dijo.
—¿La trece catorce? —preguntó alguien antes de que los murmullos comenzaran a expandirse por la sala como el humo se expandía.
Un señor calvo levantó la mano, mientras con la otra daba nerviosas caladas a su tróscolo.
—¿Qué es el protocolo 13-14? —preguntó.
El capitán apartó la mirada del hombre adelantado y la centró en el pasajero.
—Si hubiera leído el manual de normas estándar que se le proporcionó cuando subió a mi nave, caballero...
El hombre no se amilanó.
—Pues no lo hice, capitán.
—Eso es evidente. Bien, para los que no lo sepan, el protocolo 13-14 contempla la posibilidad de portar un peligro potencial para la Tierra. Si alguien, sea quien sea, sospecha que en la nave puede existir un peligro para el planeta madre, o cualquier otro de La Federación, se aproximará a la consola computacional más próxima y pulsará en el teclado: 13 guión 14. Entonces, sin previo aviso, la nave comenzará las secuencias de frenado hasta entrar definitivamente en el espacio normal.
El silencio se hizo patente y algunas cabezas se dirigieron al tipo adelantado, al que el capitán volvía a dedicar su hosca mirada.
—¿Y bien, capitán? —dijo el señor calvo— ¿Quién y por qué ha invocado ese protocolo 13-14?
La impresionante mujer que tenía justo al lado le puso la mano sobre el hombro, intentando comunicar con ese acto que estaba llamando demasiado la atención. A esas alturas de viaje, todos sabían que se trataba de su esposa.
—Alguien que espero sepa las consecuencias de provocar una alarma 13-14 falsa —respondió el capitán.
Entonces el hombre adelantado se puso en pie, agarrándose a los reposabrazos de su silla para evitar salir despedido hacia el techo. Avanzó con cuidado para que sus zapatos magnéticos se afianzaran bien al suelo y se colocó frente a frente al capitán.
—Soy consciente de que la pena por declarar una 13-14 falsa es la cárcel —dijo.
Se volvió hacia la concurrencia y con extrema solemnidad, afirmó.
—Señoras, señores, en esta nave hay un exógeno.
La frase fue recalcada por un especialmente fulgurante resplandor residual de la reentrada.
Naturalmente, no se escuchó ningún trueno.
29
Las miradas evaluaban a través del humo al hombre que había hablado. De nuevo fue el señor calvo el que se atrevió a preguntar.
—No quiero parecer aún más ignorante, este es nuestro primer viaje espacial, pero, ¿qué es un exó... lo que sea?
—Exógeno, señor, exógeno. Es difícil de explicar.
—¿Sabe que, además de la pena de cárcel, estará obligado a pagar los costes de combustible necesarios para volver a ponernos en marcha, verdad? —dijo el capitán.
—Si la alerta resulta ser falsa, sí, por supuesto, lo sé.
El capitán dio muestras de hacer un esfuerzo por calmarse. Seguramente, el que aquel hombre admitiera conocer la pena por dar una alarma 13-14 falsa, le indicaba que podría haber un peligro real en su nave.
—Está bien, señor detective, ya está aquí todo el pasaje, al completo, como usted solicitó. En unos cuantos minutos comenzaremos a frenar de nuevo y será mejor que estemos todos preparados y amarrados firmemente en nuestros asientos cuando esto ocurra.
El hombre, al que el capitán se había referido como detective, dio una profunda calada a su cigarro puro, lo contuvo unos segundos y exhaló el humo.
—Bien, incluidos yo y el capitán, puedo contar a veintinueve personas. Han sido llamados aquí, a esta sección concreta de la nave, por contener asientos suficientes para todos. Cuando comiencen las secuencias de frenado hiperespacial, tendremos que estar todos firmemente amarrados a nuestros asientos. Mientras tanto, podré explicarles el porqué de mi actuación. Lo que voy a contarles es un secreto, un rumor, algo de lo que muchos hablan pero de lo ninguno en realidad sabe nada. No espero que me crean, pero al menos sí espero que se tengan en cuenta mis palabras. Estamos en peligro, no de muerte, sino de algo mucho peor.
Algunos traseros se revolvieron incómodos en sus asientos. El señor calvo preguntón hizo lo que mejor sabía.
—Disculpe, señor, ¿podría decirnos quién es usted?
El hombre se elevó un par de centímetros al responder.
—Mi nombre es Callahan.
El hombre calvo insistió.
—Antes el capitán se ha referido a usted como detective...
—Porque eso es lo que soy. Así me gano la vida.
El hombre pareció quedar satisfecho. De momento.
—Quiero que entiendan —prosiguió Callahan— que lo que estoy a punto de relatarles no forma parte de mi trabajo, sino de mis observaciones particulares a lo largo del viaje, contrapeadas con mis conocimientos sobre casuística hiperespacial...
La voz mecánica de la computadora irrumpió en la conversación.
Secuencia de frenado en 10,9,8...,
.
El capitán animó al detective a sentarse y a los pasajeros a abrocharse firmemente los cinturones.
...3,2,1,0.
La segunda etapa de frenado los mantuvo en silencio los siguientes cinco minutos.
La progresiva reintegración en el espacio tridimensional siempre resultaba traumática.
27
Cuando los estómagos empezaron a resituarse en sus lugares y los ojos se animaron a abrirse, Callahan comenzó a hablar.
—No me atrevo a empezar mi historia recordándoles lo que supone viajar por el hiperespacio; ustedes lo saben bien. Pero sí que voy a contarles lo mucho que me aburro cuando viajo en estado hiperespacial. Mientras ustedes disfrutan del viaje como pueden, bien sea jugando en el casino, viendo vídeos o leyendo, yo curioseo. Deambulo por la nave, observo a los tripulantes atenderles, al capitán mirar por la ventana... El caso es que me encanta adentrarme en las entrañas de la nave, visitar los lugares a donde nadie más quiere ir —Carraspeó—. La primera vez que observé una defecación estaba paseando por las proximidades del motor inductivo, cosa poco aconsejable...
—Un momento —interrumpió, cómo no, la señora preguntona—, ¿se puede saber de qué demonios está usted hablando?
Callahan no pareció molesto por la interrupción, al contrario.
—De eso es exactamente de lo que estoy hablando, bella señora, de un demonio.
Nuevos cigarrillos se encendieron. Si no hubiera sido obligatorio permanecer sentados, esperando la tercera etapa de frenado, muchos habrían abandonado la sala.
—Entiendo que he empezado demasiado bruscamente y aunque no nos queda mucho tiempo, emplearé el que tenemos mientras frenamos para que entiendan lo importante de mis afirmaciones: la primera nave que llegó vacía a la Tierra dejó a los responsables con un gran problema, permitir que la gente se enterase, o no. Desde luego, el que supieran que llegaban naves federales a la Tierra sin tripulación ni pasaje no ayudaría a que se animasen a realizar viajes hiperespaciales, así que supusieron que lo mejor era no decir nada. Pero siempre quedan cabos sueltos, operarios que se van de la lengua a través de las redes de información, secretarias chismosas e incluso algún que otro gerifalte de la empresa con problemas de conciencia. Pero vayamos al asunto: ¿por qué llegan algunas veces naves vacías a la Tierra? La primera vez, repito, se articularon los protocolos de emergencia básicos. Se pusieron en contacto con la compañía emisora del viaje y obtuvieron una sencilla respuesta: la nave había partido pilotada en modo automático. Sin más. Cuando consultaban sus propias computadoras, resultaba que estaban esperando la llegada de una nave en modo automático, y todo esto resultaba de lo más normal, pero, ¿por qué parten de los espaciopuertos naves vacías? ¿Qué sentido tiene? Los viajes hiperespaciales existen para trasladar a personas de un lugar a otro, ¿no? Entonces, ¿por qué se organizan viajes a través de rutas hiperespaciales de naves que no transportan a nadie? A día de hoy se tiene en cuenta esta particularidad de los viajes a través del espacio y se acepta que de cada mil o mil quinientas naves, una es enviada vacía. Las investigaciones no dejan lugar a dudas. Simplemente, a veces, se decide enviar naves vacías, sin excusas ni explicaciones. Los billetes del vuelo son puestos a la venta, pero nadie los compra. Nadie es asignado a comandar el navío. Nadie se encarga de limpiar, ordenar o mantener los motores en marcha. La computadora de a bordo no es capaz de explicar el porqué de esas acciones. Simplemente la nave parte vacía, llega vacía, es cargada con nuevo pasaje y tripulación y vuelve al espacio con normalidad.
Callahan detuvo la perorata para propinar un calada a su cigarro puro, cosa que la señora preguntona supo aprovechar.
—No entiendo nada de lo que está diciendo, señor Callahan, pero lo preguntaré de todos modos: ¿qué tiene que ver eso con nosotros?
25
Callahan clavó su inteligente mirada en la turgente mujer.
—Le voy a preguntar, a usted, señora, y a todos, especialmente al capitán: ¿qué les parece extraño de este viaje?
Nadie respondió.
—Exacto, nada les parece extraño, y eso es precisamente lo más extraño. ¿A nadie le preocupa que una nave capaz de trasportar a tres mil personas tan solo trasporte a veinticinco? —se dirigió al capitán—. Capitán, ¿no es cierto que lo normal es que una nave que utiliza medios tan caros, solo parta cuando el pasaje está completo?
El capitán esbozó una extraña sonrisa de autosuficiencia.
—Así es. Un viaje de estas características es tremendamente caro.
—¿Entonces? —preguntó Callahan.
—¿Entonces qué, señor?
—Que si no le parece extraño que tan solo seamos veinticuatro personas viajando en esta nave, cuando lo normal sería que no activase un solo minuto sus motores hasta que se hubieran vendido todos los pasajes.
El capitán pareció encogerse sobre sí mismo.
—Pues...
—No, no le parece extraño. A nadie se lo parece. Ni a mí, que recuerdo perfectamente haber estado vagabundeando todo el viaje por una nave casi completamente vacía —volvió a fijarse en la mujer preguntona— Usted, señora.
—¿Quién, yo?
—Sí, usted. ¿Está casada?
La mujer se ruborizó visiblemente.
—No se avergüence y responda a esta sencilla pregunta.
La mujer se revolvió en su asiento, dio una calada a su casi extinto tróscolo y respondió.
—No, no lo estoy.
—Es solo un ejemplo de lo absurdo de nuestro viaje. Una mujer de mediana edad, atractiva y, no se ofenda, con aspecto de haber estado casada, que sin embargo no lo está.
Algunas sonrisas afloraron en algunos labios.
—No entiendo a qué viene ese ataque cruel hacia mi persona.
—No lo tome como un ataque, señora, al contrario. Simplemente señalo un hecho que a todos nos parece extraño, sobre todo ahora que lo he evidenciado. Si yo la viera por primera vez en el salón recreativo de la nave, imaginaría que su marido está próximo, solo por su aspecto, y no me atrevería a intentar iniciar un romance con usted. Aunque mi forma de ser me lo pidiera a gritos, no lo haría. Sin embargo dice que no está casada y no lo entiendo.
—Tiene usted un alto concepto de sí mismo.
—Cuando se es soltero hay que tenerlo para triunfar con las damas, pero no desviemos la conversación. Intento decirles que es extraño, del mismo modo que es extraño que nadie se preocupe de la limpieza de los servicios. Capitán, respóndame, ¿dónde está el personal de limpieza de la nave?
22
El capitán se lo quedó mirando de nuevo con la expresión de un hombre que sabe lo que tiene que responder, pero que a la vez sabe que lo que va a responder no tiene sentido.
—A eso me refiero. Llevamos viajando semanas y nadie se ha encargado de limpiar. Nadie. No hay un solo empleado de limpieza en toda la nave.
El hombre, que todos sabían era el amante de la mujer turgente, se decidió a preguntar por primera vez.
—Tal vez sea por eso mismo, porque solo somos veintidós personas viajando en la nave.
—Lo que nos lleva a la primera pregunta: ¿por qué solo viajamos veintidós personas? ¿Entienden a dónde quiero ir a parar?
El segundo de a bordo se incorporó en su asiento.
—Lo que intenta decirnos es que estamos viajando en uno de esos vuelos que vuelven vacíos, ¿verdad?
—Exactamente es eso lo que intento decirles. Es más, el haber accionado el protocolo 13-14, el salir del hiperespacio, tal vez sea la única posibilidad que tengamos de seguir con vida.
Tercera secuencia de frenado en 10,9,8...
—Sentémonos y amarrémonos, enseguida proseguiré.
...3,2,1,0
La tercera etapa de frenado no solía ser tan brusca como la primera. Aun así, los estómagos se revolvieron de nuevo.
21
La secuencia de frenado finalizó y los cuerpos pudieron adaptarse a la nueva semi realidad tridimensional. La cuarta y última estaba por llegar.
—Existen multitud de teorías que podrían explicar ese comportamiento y que van más allá de la contra lógica que supone el que una compañía envíe naves vacía a pesar de lo mucho que esto las perjudica, económicamente hablando, pero mi preferida desde siempre ha sido la teoría del exógeno.
—¿Exógeno? —preguntó la mujer turgente.
Callahan esbozó una seductora sonrisa antes de proseguir.
—Exógeno, hipotético ser que habita en el indeterminado espacio que subyace entre las dimensiones que conocemos y por las que nos movemos normalmente. En un, llamémosle, lugar
, como es el hiperespacio, donde no existe ni espacio ni tiempo, pensar que pueda haber algo vivo es impensable, pero, ¿y si lo hay? Por supuesto, las veces que llega una nave vacía a la Tierra, aunque está todo bien explicado por las computadoras emisoras y receptoras, se suele organizar una investigación. Y nada, no se encuentra nada fuera de lo normal, tan solo una nave que ha viajado en modo automático..., excepto por las defecaciones.
Callahan pausó un instante la perorata, sin pretenderlo, y se quedó mirando a la mujer preguntona. Esta, que se dio cuenta del honor
de ser esperada en su costumbre de interrumpir, decidió aprovecharlo.
—Pero eso es hipotético...
—¡Algo hipotético pero que podría existir! ¡Eso es, señora!
—¿Usted lo ha visto?
20
—Eso está más cerca de la pregunta que esperaba de ti, Carlota. No, no lo he visto, pero he visto sus excrementos.
Carlota empezó a enrollar materia verde en un papelillo, rápida y eficientemente. Como el silencio de Callahan se alargaba, decidió insistir en su rol.
—¿Excrementos? —preguntó algo avergonzada.
—Los excrementos de, ahora lo sé, exógeno, es lo único que este deja atrás después de consumir a toda la tripulación y pasaje de un navío hiperespacial. Son pequeñas manchas de materia oscura, restos de lo que una vez fue un ser humano. Un exógeno no tiene existencia propia dentro de nuestro universo tridimensional y temporal, y sospecho que tampoco la tiene realmente dentro del espacio sin espacio del hiperespacio. Pero, de vez en cuando, en su no existencia, se cruza con pedazos de nuestro universo, pequeños objetos llenos de materia y tiempo a los que agarrarse y existir. Existir, ¿entienden? Y para hacer más intensa esa existencia, consume la de los seres que llenan esos pedazos de realidad tridimensional y temporal que son las naves de la federación. Y cuando lo hace, consumir a las personas, su existencia, se borra todo lo que esa persona fue alguna vez, tanto en el pasado como en el futuro.
El silencio posterior fue roto por el mechero de Carlota al encenderse.
19
Nadie creía, y menos entendía, lo que aquel autoproclamado detective estaba diciendo. Lo único que los mantenía en sus asientos era la espera a la que les obligaba la inminente cuarta fase de frenado y, tal vez, la incertidumbre de no saber por qué un hombre, aparentemente normal e inteligente, había echado su vida a perder activando el protocolo 13-14.
Eran diecinueve y eso resultaba extraño, de algún modo, aunque habían estado viajando con el convencimiento ritual de que, en ese caso, era algo normal.
El capitán observó a Callahan volver a desabrocharse el cinturón para seguir hablando a la concurrencia y decidió que ese tiempo iba a ser suyo.
Alzó ligeramente la cabeza.
—¿Computadora? —preguntó al aire.
¿Capitán?
respondió la mente mecánica de la nave.
—¿Por qué somos dieciocho personas viajando en una nave capaz de trasportar a tres mil?
Silencio.
—¿Computadora?
Una nave capaz de transportar a tres mil personas, puede transportar perfectamente a diecisiete
fue la respuesta.
Callahan sonrió.
—No puede explicarlo. Su mente mecánica responde lo más lógico, pero en realidad es lo único que puede hacer —afirmó.
—¡Computadora! —insistió el capitán, dando a su voz la dureza propia de su rango— ¡Responde a esto! ¿Por qué viajamos tan solo dieciséis personas en este vuelo?
Silencio.
Se vendieron trece pasajes, capitán. Con usted y el segundo al mando, suman quince
.
14
— ¿Puedo hablar con ella? —preguntó Callahan.
El capitán dudó un instante.
—Computadora, tienes permiso para hablar con el pasajero Callahan.
Callahan observó su empequeñecido cigarro puro antes de hablar.
—Computadora —dijo— ¿Te parece lógico todo lo que he dicho desde que se inició el frenado de la nave?
Silencio.
Lo que usted ha dicho desde que se iniciaron las secuencia de frenado, pasajero Callahan, no tiene sentido
.
—Sin embargo no puedes responder a una sencilla pregunta, computadora. Te la repito de otra forma: ¿por qué nadie ha limpiado la nave durante el viaje?
No hay personal de limpieza a bordo
.
—¿Por qué solo hay un capitán y un segundo al mando de tripulantes?
Fueron asignados para este viaje
.
Callahan pareció perder la paciencia. Apuró la última calada de su puro y levantó la cabeza altaneramente.
—¡Computadora! ¡Enumera las pérdidas económicas de este vuelo!
Combustible: 500.000 créditos federales
.
Sueldo de capitán: 5.000 créditos federales
.
Sueldo de segundo al mando: 3.500 créditos federales
.
—Con eso basta, computadora —interrumpió Callahan al tiempo que dirigía su mirada al capitán—. ¿Entiende ahora que la computadora está sujeta a la misma percepción de la realidad que nosotros catorce? No puede responder lógicamente, porque no hay respuesta. En estos momentos, en la Tierra, las máquinas están cambiando sus datos, las mentes están olvidando a familiares y amigos. Es más, estoy completamente seguro de que cuando se inició esta reunión, no éramos tan solo trece personas.
Carlota habló.
—Pero si todo eso que dices es cierto... Pero, ¿cómo puedes estar tan seguro?
Callahan soltó la colilla de su cigarro puro, que flotó despreocupadamente por la estancia.
—¡Mira a tu alrededor! ¡Está ocurriendo ahora mismo, mientras seguimos permaneciendo en el hiperespacio!
Todos observaron, pero fue la Carlota la que se dio cuenta.
—¿Esto es mierda de exógeno? —dijo, mientras miraba el sillón vacío a su lado.
Callahan se aproximó hasta ella y centró su atención en el asiento.
—¡Exacto! ¡Esa sustancia oscura ha sido hasta hace unos instantes uno de los pasajeros, aunque no podamos recordarlo!
11
Algunos se desabrocharon el cinturón y avanzaron con pasos torpes hasta el asiento vacío. Otros, descubrieron manchas oscuras alrededor suyo.
—¿Lo ven? ¿Lo ven? ¿Pueden recordar si esos excrementos estaban ahí cuando empezamos? —exclamó Callahan con evidente nerviosismo.
—Me dijiste aquella noche que tengo aspecto de mujer casada—dijo Carlota—, ¿podría ser esta mancha lo que queda de mi... marido?
—Ya lo vas entendiendo. Sí, podría ser, aunque, por supuesto, no puedo estar seguro. Bien podría ser la mancha que ha dejado algún otro familiar tuyo o simplemente la de alguien que se encontraba a tu lado.
—¿Pero cómo es posible que no nos demos cuenta? ¿Acaso nos están devorando en esta misma sala, ante nuestros ojos? —intervino el capitán.
—Piénsenlo. El exógeno captura a uno de nosotros y lo consume delante nuestro, pero una vez asimilada su existencia desaparece de nuestras mentes todo lo concerniente a ella, incluso el cómo desapareció. Por eso no recordamos al exógeno cada vez que ataca, porque forma parte del recuerdo que teníamos de la persona que consume...
9
—¿Pero qué sentido tiene eso? —preguntó el capitán— Quiero decir, no sé... Si esa cosa borra de la existencia a todos los pasajeros de una nave, de los recuerdos de las personas que quedan atrás en los planetas, de las computadoras que ponen a la venta los billetes, ¿acaso no sería lógico pensar que la nave jamás debería de haber partido por estar vacía?
Callahan pareció alegrarse de la enorme sensatez de aquellas palabras.
—Por supuesto, claro que sí, pero, piense, si la nave jamás hubiera partido, nunca habría sido atacada por un exógeno, por lo tanto, ¿por qué no debería de haber partido si estaba bien cargada con pasaje y tripulación? No, no tiene sentido, pero los cambios que se producen en esta nave tienen que mantener una cierta coherencia con ambas realidades, aunque a ojos humanos no tenga sentido.
El capitán bufó alguna incongruencia soez y miró a su alrededor, buscando algo. Callahan prosiguió.
—¡Lo único que puede salvarnos a los nueve que quedamos es que la nave termine de salir del hiperespacio de una maldita vez! ¿Cuánto falta para el frenado definitivo? —preguntó.
El capitán masculló algo, pero inmediatamente recobró la compostura y alzó la cabeza.
—¡Computadora! ¡Tiempo restante hasta la cuarta etapa de frenado!
3 minutos 12 segundos
.
—Demasiado. Escuche, ¿puede ordenar a la computadora que acelere el proceso?
El capitán pensó durante una décima de segundo.
—¡Por supuesto! ¡Computadora! ¡Protocolo de emergencia negra! ¡Frenado total!
5
Emergencia. Emergencia. Alerta negra. Alerta negra
.
— ¡Que todo el mundo se siente y se amarre! ¡Ya! —ordenó el capitán.
Frenado de emergencia en 10,9,8...
.
Los cinco se apresuraron.
—Es posible que esto nos mate —dijo el capitán antes de abrocharse el cinturón.
—No podemos hacer otra cosa —respondió Callahan.
...1..., 0
.
El sonido del inductor cuántico desconectándose bruscamente llenó cada centímetro de la nave. Nadie, ni siquiera el capitán, había escuchado nunca nada parecido. No era un sonido propiamente dicho, más bien la ausencia absoluta del mismo, lo que hacía que los tímpanos vibrasen en la frecuencia del infinito.
Un vómito surcó el aire, proveniente del interior del bueno de Jacob, y chocó contra algo.
Entonces lo vieron.
4
Aquello se sacudió el vómito, que flotó por la estancia en forma de pequeñas esferas sucias.
Carlota fue la primera en romper el silencio.
—¿Eso es el exógeno?
Callahan se preguntó cómo era posible que su amante pudiera siquiera hablar, cuando él mismo sentía que cada molécula de su cuerpo perdía la cohesión.
Aunque, a pesar de todo, sabía que solo era la misma sensación de siempre. Simplemente estaba exagerada hasta lo inconcebible.
Abrió los ojos y observó a la cosa.
Era, o no, un pedazo de materia subyacente. Algo, o no, que fluctuaba entre cuatro dimensiones y la ausencia total de ellas. Su mente era incapaz de reconocerlo como algo
, así que hizo lo posible por otorgarle un aspecto al que enfrentarse lógicamente.
Era un reptil. Un reptil negro y enorme. Un reptil negro, enorme y hambriento. Tenía dos pequeños ojos frontales que podían ser reconocidos por estar formados de una negrura aún mayor que el resto del cuerpo. Ojos de cazador.
Callahan sacó de sus entrañas los escasos restos de fuerza vital que le quedaban y respondió.
—Ahí está, cariño.
—¡Dios Santo! ¡Y pensar que nunca te creí! —exclamó Carlota.
El motor cuántico comenzó a expeler los ya conocidos relámpagos de energía residual exótica con una intensidad nunca vista y la estancia se llenó de luz blanca. Al no tratarse de verdadera luz, no los cegaba. Podían mantener los ojos abiertos.
Todo estaba lleno de aquella luz. Todo, excepto el exógeno, tan oscuro que parecía absorberla en vez de reflejarla. La única cosa con esencia propia.
—¡Todavía estamos en peligro! —dijo el capitán— ¡Aún no hemos salido del hipereee...!
El tiempo se ralentizó de pronto, para los últimos cuatro y la computadora, pero no para el exógeno, que comenzó a moverse, a aproximarse a ellos.
3
Primero absorbió a Jacob, aunque Callahan, y probablemente también el capitán y Carlota, lo percibieron como si abriese una enorme boca y se lo tragase.
De su parte trasera surgió un chorro de materia oscura.
—...eeespacio! —concluyó el capitán.
—¡El tiempo ha vuelto! ¡Puedo recordar a Jacob! —apreció Callahan en su desesperación.
El dolor se hizo patente en todas y cada una de sus células.
—¡Nos va a comer! —gritó Carlota.
2
El siguiente en caer fue el capitán. La bestia abrió sus fauces y lo arrancó de su asiento.
Los gritos de Carlota y Callahan se confundieron en uno solo. Después de expulsar la correspondiente defecación, la cosa comenzó a mover alternativamente la cabeza, mirando a uno y a otro.
—¡No le va a dar tiempo a comernos a los dos! ¡Está eligiendo! —exclamó Carlota.
Callahan la amaba. Lo sabía del modo en que se sabe que se ama a una mujer cuando la mente transciende el físico. Su historia era producto de las acciones del exógeno y tal vez nunca había ocurrido, pero él lo recordaba. Recordaba que habían sido cuatro en la nave, recordaba que, ante los otros dos competidores, ella lo había elegido a él. Y poco importaba si había estado casada en algún lugar inexistente, si en la verdadera historia, al margen del exógeno, ni siquiera lo habría mirado.
Simplemente, la amaba.
—¡A mí! —gritó Callahan— ¡Cómeme a mí, maldita cosa abyecta...!
El exógeno fijó su vista en Carlota.
—¡Bicho asqueroso! ¡No la mires a ella! ¡Yo te conozco! ¡Sé lo que eres! ¡Hablaré de ti en la Tierra y te quedarás sin nada!
El exógeno avanzó, abriendo su enorme boca, hacia la aterrada mujer.
Carlota miró a Callahan.
—No me olvides —susurró.
Callahan no dijo nada. No podía.
1
Observó hasta el último momento de la existencia de aquella dama perturbadora que había conseguido de él, por primera vez en su estúpida vida, algo más que simple deseo carnal.
El sonido sin frecuencia del motor cuántico descendió y los relámpagos de energía exótica menguaron su intensidad. Al tiempo, el exógeno comenzó a fluctuar entre las dos realidades que son el espacio tridimensional y el hiperespacio.
Apenas quedaban segundos para que la nave ingresara definitivamente en el espacio normal.
Entonces, el exógeno, se giró hacia él. Estaba claro que iba a aprovechar hasta el último momento de su etérea existencia.
—¡No te va a dar tiempo! ¡Espera, que ya voy yo!
Callahan desabrochó en un instante su cinturón y, con la furia del amante que ha perdido a su amor, se propulsó contra el asiento hacia las fauces de la bestia.
Desquiciado, creyó que a aquella cosa le faltaba ese monstruoso sentimiento para completarse.
—¡¿Quieres existir?! ¡Existe con esto!
Ambos cuerpos chocaron mientras el último relámpago de energía residual exótica lo llenaba todo con su nívea luz.
0
La nave de la federación surcó los cielos de Europa, dejando tras de sí la estela ígnea a la que los habitantes de la Tierra habían llegado a acostumbrase. Cruzó el Atlántico mientras frenaba y pronto aparentó flotar como una hoja de trescientos metros sobre el espaciopuerto neoyorkino. Finalmente se posó en el lugar asignado para empezar a enfriarse y permitir la apertura de puertas.
El Ser lo recordaba todo.
Recordaba el viaje en sus múltiples facetas de existencia. Recordaba cuando habían sido tres mil pasajeros, el bullicio de los niños correteando por los pasillos con sus zapatitos magnéticos, al personal de limpieza recogiendo la basura de los servicios...
Recordaba cuando habían sido dos mil, el cambio de muchos que habían perdido, sin saberlo, a sus seres queridos, el transcurso de un viaje que empezaba a incomodarle...
Recordaba cuando solo habían sido cien, el vacío de los pasillos y la sonrisa de aquella apabullante mujer casada paseando de la mano de su esposo.
Recordaba cuando, quedando tan solo treinta y nueve pasajeros, invocó el protocolo 13-14 para intentar arrojar luz sobre la extrañeza que le producía el ser tan pocos.
Recordaba las defecaciones de exógeno. Por todas partes.
Y recordaba a Carlota. Sobre todo, recordaba a Carlota.
La compuerta se abrió y el Ser observó la realidad con sus nuevos ojos. Inspiró el aire viciado del planeta. Le gustaba respirar. Expiró y esperó pacientemente a que vinieran a recogerle.
Un único autobús llegó. El conductor esbozó una leve sonrisa y comprobó sin inmutarse que en la consola tan solo aparecía un nombre.
—Bienvenido a la Tierra, señor Callahan —dijo, mientras cerraba la puerta.
—Gracias —respondió el Ser.
Tomó asiento.
—Un viaje solitario, por lo que veo —continuó el conductor—. Se habrá aburrido.
Rebuscó en su nueva mente una respuesta apropiada.
—No crea. Me gusta deambular mientras los demás se divierten.
—¿Los... demás?
Observó al conductor, dimensional, apetecible...
El autobús llegó a la terminal en modo automático. Un solo hombre descendió del mismo.
El Ser se mezcló con la palpitante algarabía humana.
