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FORMAS DE PASAR EL TIEMPO EN LA CIUDAD DEL ESTE
por Fabián Álvarez

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asmuSe, Pixabay License

Fiódor tiene, geográficamente, seis polos: en primer lugar, el Boreal y el Austral, situados en los extremos del eje de rotación del planeta. En segundo lugar, el Solar y el Antisolar. Y, finalmente, el Oriental y el Occidental. En toda la República, sólo en Fiódor es este hecho algo significativo.

Debido a que Fiódor (Фeдop para los nativos y en todas las placas y documentos oficiales) es un planeta desgirado, los polos Solar y Antisolar son los puntos más inhabitables de dos hemisferios inhabitables, uno tórrido y abrasador, el otro cruelmente frío. Es en los polos Oriental, Occidental, Boreal y Austral dónde se encuentran las mayores ciudades. Es allí también, en la franja templada que separa el hemisferio oscuro del iluminado, donde se encuentran las vías de los trenes supersónicos que surcan el planeta de un lado a otro, siguiendo la circunferencia del mundo. Es posible así ir en tren supersónico de uno a otro polo; el trayecto es largo y aburrido, porque gran parte del recorrido es subterráneo. No hay otra forma de hacer las cosas, porque la atmósfera de Fiódor, azotada por constantes vientos, hace que utilizar aviones no sea rentable. Los trenes, si bien actualizados y mejorados, son de la época de la Primera República, de finales del siglo XXII, y siguen funcionando.

En el Polo Oriental, allí donde el arco de circunferencia que une los polos solares se cruza con la franja templada, mirar hacia el Polo Boreal deja el hemisferio oscuro a la mano derecha del viajero, y el iluminado a la izquierda. La ciudad que ocupa el Polo Oriental se llama Bocтoкa (Vostóka en los mapas oficiales) es decir, simplemente, Del Este. Los trenes supersónicos tienen allí su estación central, junto al espaciopuerto principal. Vostóka es, debido a su importancia como núcleo de comunicaciones, mucho más cosmopolita, civilizada e interesante que el resto del planeta.

* * *

Al menos, así parecía ser para alguien como Marcus Krammer, que se encontraba esperando en la terminal de Llegadas a que su equipaje saliera por la cinta transportadora. Recordaba haber leído escenas similares a esta en las obras clásicas de los siglos XX, XXI y XXII... las horas muertas pasadas por los protagonistas en los aeropuertos. Por un instante, se maravilló de que todo el progreso tecnológico de la humanidad no hubiera permitido acabar con aquello. Después alzó los ojos hacia el techo del edificio, de plastividrio reforzado, y el cielo perpetuamente crepuscular, con un leve tono anaranjado, le hizo preguntarse como iba a sobrevivir allí durante los años de contrato por los que había firmado. Sabía que aquello era un castigo... él no tenía la culpa de que su jefe inmediato se hubiera casado con una chiquilla a la que doblaba en edad... tampoco tenía la culpa de que ella hubiera entablado amistad con él a través de la Red, ni de que... en fin, de que le hubieran sorprendido con ella en los lavabos, con los pantalones medio bajados, dándole lo que su marido —según ella, con los ojos llorosos le había confesado— no le daba. Por un instante, se preguntó si todo había sido una trampa para librarse de él.

Aparte del cielo anaranjado, le llamaron la atención las grandes y frondosas plantas de hojas negras que había por todas partes. No era en absoluto un experto en botánica, lo suyo era el trato con la gente, pero le parecían, en general, bastante similares a las plantas de Arcángel, el mundo en el que había nacido y había pasado casi toda su vida. Y, sin embargo, eran sutilmente distintas. Bueno, pensó con resignación... viajar abre la mente, ¿no? Mientras seguía esperando que su equipaje apareciera, se dio cuenta de que había viajado mucho... y no había aprendido nada de sus viajes. Siempre y cuando se considerara que los vuelos a las playas turísticas de Arcángel, llenas de muchachas siempre sonrientes ligeras de ropa, habían sido viajes. Al fin y al cabo, pensó, lo que había hecho allí podía haberlo hecho igual de bien en su ciudad natal.

Otra cosa que le llamó la atención es que el espaciopuerto carecía de música ambiental y de los anuncios personalizados que había en Arcángel por todas partes. Los muros eran sobrios, casi severos, grises; los ventanales no dejaban ver más que pequeños jardines interiores, llenos de plantas negras semejantes a palmeras y setos. Había habido muy pocos viajeros en su vuelo, y la zona de recogida de equipajes se estaba quedando vacía. Le pareció que aparecía su maleta y cuando se acercó a recogerla, se le adelantó un hombre de unos cuarenta años, vestido de agente corporativo. Marcus lo había visto durante el vuelo, no en el crucero estelar sino en la lanzadera de desembarco y en la zona de amarre del ascensor orbital, en las capas superiores de la atmósfera de Fiódor. El hombre comprobó los datos de la maleta con un sensor de mano, la cogió y se la llevó. Marcus se quedó allí de pie, un poco incómodo junto a la cinta transportadora.

Finalmente, apareció su maleta. Comprobó que no había ningún error, se la echó al hombro, y se encaminó a la zona de salida. Se suponía que su empresa, a pesar de haberle mandado allí como castigo, iba a enviar a alguien para recogerle. Si no lo hacían o si, cansados de esperar, se había marchado... ¿qué iba a hacer? Sólo tenía la dirección en la que tenía que presentarse... al día siguiente. Consultó su reloj, dándose cuenta de que, si el cielo no cambiaba de color, ¿cómo iba a saber cuando tenía que presentarse?

Afortunadamente, su reloj se había sincronizado automáticamente con la hora oficial de Fiódor, que usaba Horario Republicano Estándar (HRE). Se dio cuenta de que tenía hambre. El reloj le informó de que eran las dos y media de la tarde. Normal que sintiera calambres en el estómago. El cielo de color naranja y la constante luz, cuyo nivel —a sus ojos— no variaba en absoluto, estaban ya empezando a darle dolor de cabeza. Se preguntó qué ocurriría cuando llevara allí meses... El reloj le informó de que el proveedor de información horaria no daba ninguna información sobre el mes en que se encontraban y de que, por defecto, se adaptaría al calendario de Arcángel. Magnífico. Cuando volviera a su planeta natal iba a volverse loco. Nunca se le había dado bien entender el cambio de hora ni nada semejante. En cualquier caso, no tenía porque preocuparse demasiado. Había dejado claro a sus amistades que tardaría bastantes años en volver, y la comunicación interplanetaria era demasiado cara para su sueldo. De vez en cuando mandaría correos a sus amigos más próximos, cada dos o tres meses, pero esperaba que no se lo tuvieran en cuenta si tardaba un año estándar en dar señales de vida.

Llegó a la zona de salida y comprobó que no había nadie esperándolo, nadie que lo buscara con la mirada, nadie que hiciera gestos en su dirección. La lanzadera había descendido con retraso y su equipaje había tardado una eternidad en salir de la cinta transportadora. Normal que se hubieran marchado. Los agentes de seguridad del espaciopuerto miraron en su dirección un par de veces, entre aburridos y hostiles. Un drone pasó por encima de su cabeza, prácticamente silencioso. Salió a la calle y comprobó que había una parada de vehículos de alquiler a su derecha. Subió, introdujo su tarjeta de crédito, y se relajó mientras el autotaxi le sacaba del espaciopuerto. Entonces la máquina, después de saludarle, le preguntó: ¿A dónde desea ir, señor?

Marcus no sabía que decir; no conocía a nadie en Fiódor. Se lo pensó un momento y pidió información sobre los hoteles cercanos a las oficinas en las que tenía que presentarse al día siguiente. Eligió de la lista un hotel que parecía bastante atractivo; el autotaxi se incorporó al tráfico y descendió al subsuelo por un túnel lateral. Los carriles estaban casi vacíos, nada de los terribles atascos que había sufrido cada mañana en Ventura, la capital de Arcángel, para ir a trabajar. Pensó que la cosa cambiaría al acercarse al centro de la ciudad, pero no fue así. En todo caso, la circulación se volvió algo menos fluida, pero nada más.

* * *

Cuando descendió del autotaxi, comprobó que en las calles de Voskova había paneles informativos similares a los de Ventura, pero seguía sin haber publicidad invasiva. Se sentía un poco incómodo sin el flujo de datos constante al que se había acostumbrado en su mundo natal. El panel le confirmó que las oficinas de Solar Dreams, la empresa con la que había firmado un contrato de cinco años, estaban tan sólo a dos manzanas del hotel. Su estómago le informó de que seguía teniendo hambre. Así que decidió entrar, dejar su maleta y bajar a la calle a comer algo. Los voskovanos parecían ciudadanos normales y corrientes de la República; quizá demasiado sobrios y austeros para el gusto de Marcus, que era al fin y al cabo alguien especialista en hacer tratos y manejar a la gente. No lo miraron con curiosidad ni le prestaron mucha atención, aunque era evidente —por sus ropas— que no era voskovano.

El cielo anaranjado le había causado un leve dolor de cabeza, aunque el trayecto en autotaxi le había sentado bien y estaba casi despejado. Miró a su espalda, justo antes de entrar al hotel, y se fijo en un hombre que acababa de salir de otro vehículo. Era el hombre que había recogido su equipaje justo antes que él. Marcus se le quedó mirando con curiosidad, pero el hombre no le prestó ninguna atención. Se alejó del autotaxi y se dirigió a una bocacalle a la izquierda.

Marcus se encogió de hombros y entró en el hotel. El recibidor era pequeño y muy elegante, de líneas limpias y suaves. Parecía que todo estaba automatizado; un letrero sobre el mostrador le informó de que así era: Recepción atendida por nuestro personal de 6:30 a 14:30 HRE. En otro momento, utilice el panel de control. Bienvenido a nuestro hotel. Marcus se informó del precio de las habitaciones, pagó con su clave de crédito y subió a su cuarto. La habitación era del mismo estilo que el recibidor, con una cama y un cuarto de baño extremadamente limpios. Las sábanas olían muy bien. Marcus probó a sentarse y encontró que el colchón era muy cómodo. Sin duda, el hotel poseía una excelente relación calidad-precio. Se acercó a la ventana y comprobó que las cortinas eran densas y pesadas, y las persianas completamente opacas.

En la pared había un panel informativo que le mostró imágenes de Vostóka. La ciudad parecía eficiente, funcional, agradable y aburrida. Si la ciudad más cosmopolita era así... ¿cómo sería el resto del planeta? ¿De qué vivía este mundo? ¿De exportar tedio? Recordó vagamente que en Arcángel le habían dado material turístico y gubernamental para los nuevos residentes de Fiódor, pero aunque estaba guardado en su portátil no tenía ninguna gana de leerlo. Él era un hombre de acción; no leía si podía evitarlo. Lo hacía lo menos posible por trabajo y, desde luego, nunca por placer.

* * *

Cuando bajó a la calle, miró a la izquierda y a la derecha. Vio que enfrente del hotel había un pequeño restaurante, de apariencia corporativa, nada sorprendente. Cruzó la calle, entró y consultó el menú junto a la barra. El personal, vestido de uniforme, le atendió con discreción y eficiencia, con profesionalidad. Pidió un plato de ensalada, lleno de extrañas verduras de hoja negra y algo semejante a tomates morados, y de segundo carne sintética. De pronto, mientras saboreaba con ciertas dudas algo semejante a lechuga, se dio cuenta de que conocía al hombre que estaba sentado junto a la puerta del restaurante. Era el hombre del espaciopuerto, el que había visto en la calle.

Sin darle importancia, se levantó y entró en los lavabos. En ese momento, alguien pasó súbitamente detrás de él, cerró la puerta a su espalda y le retorció el brazo derecho contra el suelo. Su atacante dijo, de forma clara y con severidad.

—¿Marcus Krammer? Queda arrestado por contrabando. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra...

Por un momento, Marcus pensó que todo aquello era una broma, y no dijo nada. El hombre se presentó como un agente de la Policía Planetaria de Fiódor, después de recitarle a Marcus sus derechos, y lo llevó a la calle con las manos a la espalda. Allí había un vehículo esperándolos. El agente aplicó en la muñeca de Marcus una pulsera de restricción y lo subió a la parte posterior.

Atravesaron Vostóka y el agente condujo a Marcus en silencio a través de las oficinas policiales, y lo hizo pasar a una habitación donde lo dejó sólo. Esperó unos minutos, se levantó y comprobó que la puerta estaba cerrada. Volvió a sentarse. Se puso de nuevo de pie. Al poco, entró un hombre... era uno de los dependientes del restaurante. Se había cambiado de ropa y de peinado. Se sentó enfrente de Marcus y le miró a los ojos sin sonreír.

—Buenas tardes, señor Krammer. Supongo que se pregunta cuál es el motivo de que lo hayamos arrestado.

Marcus asintió con la cabeza, y luego dijo.

—No entiendo nada. Tengo mañana que presentarme en las oficinas de Solar Dreams. Tengo un contrato de trabajo para cinco años. ¿Podrían dejarme ir al lavabo, por favor?

El policía negó con la cabeza mientras desplegaba una pantalla de datos entre Marcus y él. Hizo pasar ante sus ojos una serie de imágenes que mostraban al extranjero en diferentes posturas, desde el momento en que había entrado en el espaciopuerto. Luego tamborileó en la mesa con los dedos.

—Ese es precisamente el problema, señor Krammer. No podemos dejarle ir al lavabo más que en condiciones controladas, porque tenemos razones muy serias para pensar que usted, voluntaria o involuntariamente, ha introducido en Fiódor nanobots ilegales. Si le dejáramos ir al lavabo, usted podría destruir pruebas.

Marcus miró al otro hombre como si estuviera hablando algún idioma alienígena. Luego, negó con la cabeza y se puso de pie.

—¿Es usted mi abogado?

—No. Me llamo Stanislav Ivanovich Vlasov. Soy el supervisor de la división de Contrabando. Si desea hablar con un abogado, le permitiremos que lo haga, pero no puede abandonar la comisaría. Lo siento mucho, señor Krammer, pero así son las cosas. Si quiere mi opinión, le han vendido.

—¿Me han vendido? ¿Quién?

—No puedo ayudarle en eso. ¿Desea hablar con un abogado? Le sugiero que se relaje, va a quedarse bastante tiempo aquí.

Marcus se levantó y empezó a dar vueltas de un lado a otro. El policía se levantó también y manipuló la pantalla de datos. Desplegó dos pantallas auxiliares y empezó a mostrarle a Marcus varias vistas del planeta, de Vostóka y otras ciudades. Después de recomendarle que pensara sobre la gente con la que se había reunido en los últimos días, antes de abandonar Arcángel, Stanislav se marchó dejando al detenido solo.

Marcus se sentó a la mesa y pensó en la última noche que había pasado con Greta, la esposa de su jefe inmediato... la última noche que había pasado en su planeta natal antes de tomar la lanzadera que le llevó a órbita, antes de abandonar Arcángel. Pensó en las palabras de amor que ella había tenido con él, en cómo le había sonreído cuando su marido los había pillado en los lavabos de la empresa. Luego se puso otra vez de pie y se acercó a las pantallas de datos. A su izquierda vio una impresionante serie de imágenes de las cataratas que separaban los glaciares de la zona templada, en dirección antisolar respecto a Vostóka.

Empezó a mirar la información de las pantallas, mientras se preguntaba cómo lo habría hecho Greta, si es que había sido Greta la que había introducido en su cuerpo el contrabando. Se sentó en la silla que había usado Stanislav y empezó a leer.

—En dirección antisolar respecto a Vostóka se encuentran las Cataratas Meridionales, allí donde los inmensos glaciares que fluyen desde el polo Antisolar llegan a la zona templada y se derriten...

Si iba a pasar mucho tiempo en la cárcel —y podía ser mucho, porque recordaba vagamente haber oído que el contrabando era un delito muy serio en Fiador— tendría que encontrar alguna forma de pasar el tiempo. Miró en silencio a las Cataratas Meridionales, a las imágenes en movimiento de la vida en los bosques de árboles de hoja negra, a las calles funcionales, rectas y precisas de Vostóka, y solicitó información a las pantallas de datos.

—Por favor, háblame de las FORMAS DE PASAR EL TIEMPO EN LA CIUDAD DEL ESTE.

Las pantallas se llenaron de imágenes y Marcus se relajó, convencido de que todo iría bien. Y al fin y al cabo, él no había hecho nada malo. Sólo había sido lo bastante ingenuo como para pensar que era lo bastante importante como para lo cambiaran de puesto de trabajo en vez de despedirlo.

Fabián Álvarez
© Fabián Álvarez, (2.854 palabras) Créditos
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