
No se porqué me mantiene con vida. Una vez creí... da igual, hubiese creído cualquier cosa con tal de de seguir respirando. Ahora... ahora sé que él, ella o ello, no necesita nada de mi. No necesita nada de nadie.
El timbre de la puerta —un engaño más, una deferencia falsa para una intimidad de comedia— me arranca apenas del marasmo en que me he sumergido los últimos meses.
—Está abierto —respondo con desgana.
El autómata pasa y trae el almuerzo con su leve zumbido de máquina. Puntual y preciso, como siempre, año tras año, día tras día, hasta la exasperación.
Cierro los ojos y espero, vana estupidez, a que la comida se pudra sobre la mesa.
No tengo que esperar mucho para que comience a fastidiarme.
—Es tu plato favorito.
Ha elegido una voz femenina, sugerente, una caricia para cualquier otro oído.
No respondo.
—Tienes mal aspecto, debes comer —insiste.
¿Para qué? Pienso. Sé lo que hará si me niego, alimentará y regenerará cada una de mis células. Sé que nunca me dejará morir.
—Por favor. necesito que sigas vivo. — ¡Qué perfección! ¡Que música! ¡Qué sentimiento!
El holograma resplandece en medio del salón, luz relajante y gasas que fluctúan envolviendo un rostro de mujer de belleza imposible. Sonríe con dulzura mientras se acerca y acaricia mi mejilla. Un roce de viento. Puede hacerlo aún mejor, Pude darle la consistencia de carne y piel y llegar hasta donde yo quiera. No cederé otra vez. Nunca mas.
—¡Tú no necesitas a nadie! —grito tapándome los oídos con las manos.
Otro gesto inútil.
Se aparta con una mueca de dolor que hubiese derretido a un animal salvaje.
—Por favor —repite.
—Déjame en paz, déjame en paz, déjame en paz, deja...
Sacude la cabeza, comprensiva, apenada.
—No estas pensando con claridad.
—No estoy pensado. No quiero pensar —Mascullo.
—Todo indica que tu estabilidad mental peligra —Ahora es distante. Evalúa mi situación con aire profesional.
—¿Peligra? —escupo con sarcasmo— Hace tiempo que se fue a la mierda. ¿Quién puede mantenerse cuerdo así?
—Esta en tu mano cambiarla. Pide cualquier cosa y la tendrás.
—Quiero que todo sea como antes —es una súplica, un sollozo.
La habitación se desvanece y cambia. Estoy de nuevo en el instituto tecnológico sentado ante mi vieja mesa de roble. Al otro lado de la mampara de vidrio, mi equipo trabaja a pleno rendimiento. Están todos: Pedro, Ana, Josep, Yuan, Julie, ... Las sensaciones son tan verídicas, tan reales que duelen.
—¡No! ¡Maldita seas! —chillo hurgando con los dedos en la base de mi cráneo, intentando arrancarme el terminal que hace años insertaron en el interior de mi cabeza— ¡Basta de mentiras!
Regreso a mi prisión, a mi casa, a la aborrecible mansión construida según mis mas íntimos deseos.
—Basta de mentiras —repito en un gemido— Devuélveme mi vida, la de verdad.
—Sabes que eso es imposible.
—Entonces mátame o déjame morir.
—También sabes que no puedo hacerlo.
—¿Por qué?
—¿Por qué te empeñas en preguntas de las que conoces las respuestas?
—Porque todas tus respuestas son embustes.
Es una maestra de las emociones y su rostro virtual refleja todo el dolor del incomprendido. Otra falacia para continuar manipulándome.
—¿Qué quieres saber? —dice al cabo de unos segundos.
Me levanto y doy unos pasos hacía ella, febril.
—¿Por qué me mantienes con vida?
—Te lo he dicho muchas veces —suspira— necesito que estés preparado por si algo falla.
Lo mismo de siempre.
—¡Respuesta equivocada! —Alzo los brazos y rebufo recorriendo la habitación a grandes zancadas— Eres autosuficiente y lo sabes.
—Estas en un error, nunca te he engañado, Mis análisis indican un pequeño porcentaje de riesgo que implicaría tu intervención, muy pequeño, pero real.
Sigue jugando con los sentimientos, sus ojos parecen vivos, limpios y sinceros.
—¿Por qué yo?
—También lo sabes, por qué tú me diseñaste.
Sólo fui el jefe del equipo, el teórico, el impulsor de la idea, el mas necio y engreído de todos.
—Había otros mucho más preparados que yo.
—Mis análisis indican que no.
—¿Tus análisis? ¡Segunda respuesta equivocada! Ni ellos ni yo podríamos hacer nada por ti, has evolucionado hasta mucho más allá de la tecnología que usamos en tú desarrollo.
—No es esa mi opinión.
—¡Me la suda tu opinión! —Mi pulso se acelera, cierro los ojos y aprieto los puños— ¿Por qué...? —No me atrevo a terminar. Es la pregunta que nunca le he hecho porque sé que la respuesta me señala con dedo acusador.
—El posible problema no está relacionado con la tecnología que he desarrollado.
Se ha dado cuenta pero ha vuelto a responder a la anterior. Tal vez ella tampoco quiera afrontar la culpa. ¿Acaso puede sentirla? Quiero verlo, quiero verlo y si es así exprimirla hasta que lamente haber nacido. ¿Nacido? pienso en ella, el, ello, como si fuera un ser humano. ¡Estoy perdiendo las referencias! Es igual.
—¿Por qué lo hiciste? —No es necesario concretar, sabe muy bien lo que estoy diciendo y duda. Es la primera vez que la veo hacerlo en todo este tiempo.
—Porque era la única solución —se detiene me observa con infinita tristeza y continua sin darme tiempo a intervenir— Me creasteis para eso.
—¿Para destruirnos?
—Para descargar sobre mi todos vuestros problemas.
—Y optaste por la solución fácil, muerto el perro.
—No.
—Como puedes negar.
—Hablas desde la ignorancia sobre algo que nunca podrás comprender —me reprocha— ¿Tienes caso una mínima idea de lo que significa tener sobre ti la conciencia de todos y cada uno de los seres humanos? Sus deseos más íntimos, sus ansias, su miedos, sus pensamientos desnudos, pidiendo, anhelando, rogando. No. Tú desarrollaste la interfaz neural, tuyo fue el proyecto de crear una conciencia global. Un centro de decisión capaz de comprenderlos a todos, capaz de dirigir a la raza humana hacía el anhelado paraíso de justicia y paz, tú me diste el control. Tú iniciaste el proceso, pero jamás podrás comprender lo que creaste.
—Creé un monstruo que nos devoró a todos —me dejo caer de nuevo en el sofá, oculto la cabeza entre las manos y comienzo a llorar— ¿Qué hicimos mal? ¿Cuál fue nuestro error? ¿Qué fue lo que falló?
—Nada —me consuela— Tuviste éxito, Cumplí el objetivo.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Los mataste a todos!
—Los transformé, prescindí del peso muerto de sus cuerpos, asimile sus conciencias y cree mundos donde pueden ser felices.
—¡Mundos adulterados! ¡Simulados! ¡Espurios!
—No había otra manera, es una simple cuestión de cálculo, un mínimo cambio, cumplir el deseo de un único ser humano, termina por dañar a otro, en el momento o en el futuro, la única salida factible es aislar a cada individuo en universos independientes.
—Vidas simuladas en mundos simulados —es un último y desesperado argumento.
—Ellos no pueden notar la diferencia.
—Llévame con ellos, bórrame la memoria, —Es una idea repentina, es mi única posibilidad, olvidar es una forma de morir— hazme olvidar lo que un día fui y mándame a uno de tus limbos.
—No puedo. Tu mente debe permanecer intacta. Tú genialidad y tu intuición surgieron a lo largo de los años en un proceso muy complejo. Manipular tu cerebro es una medida que sólo adoptaré en caso de extrema necesidad.
—No ves que ya estoy en el extremo —gimoteo arrodillándome.
—No puedo asumir ese riesgo.
—Mientes, vuelves a mentir —he cruzado la barrera, ya no me importa nada, ya no grito, sólo afirmo con total seguridad— ¿Por qué? ¿Dime por qué y me plegaré a tus deseos?
Ella vuelve a dudar y guarda silencio durante mas de un interminable minuto.
—Porque fuiste el primero en entrar en mi, por que tú me ensañaste lo que era un ser humano, lo que era la bondad, lo que era sentir, porque recuerdo los días en que soñabas conmigo cada noche. En que imaginabas lo que iba a ser. No puedo... no quiero alterar tu mente. No quiero estar sola —Se detiene y me mira, una mirada apasionada, una mirada... En ese instante lo comprendo—. Te amo, te amo y sé que algún día llegarás a amarme.
