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DE PASEO POR EL PARQUE
Luis del Barrio

Tiempo estimado de lectura: 3 min 29 seg

vinsky2002, Pixabay License

Una tarde, paseando con Gilberto por el parque de la Rosa, encontré tirada en una papelera una cápsula metálica de delicado diseño y colores deliciosos. Gilberto apenas le prestó atención, pero a mi me resultaba muy familiar, más familiar de lo que hubiera querido.

Hacía mucho que aquellas cápsulas habían sido proscritas. Contenían un poderoso agente psicoactivo, en forma gaseosa, destinado a tratar los más graves casos de depresión y abulia. Sin embargo, como todos los productos químicos que potencian el sano juicio de la raza humana, acabó por ser usado para animar fiestas aburridas y reuniones tediosas, a las que insuflaba, y nunca mejor dicho, aires nuevos y daba perspectivas pero que muy interesantes. Al cabo, la Jerarquía Sanitaria, alertada por una serie de incidentes notablemente divertidos, y por ello harto molestos para la chusma bien pensante, arguyó que la composición de gas no era del todo inocua, retirando las cápsulas de la circulación.

Suponiendo, por el lugar donde se encontraba, que la cápsula estaba vacía, la recogí con el objeto de llevármela a casa para que pasara a engrosar mi colección de curiosidades. Gilberto, que aquel día estrenaba ojos nuevos, me hizo ver que el precinto no estaba roto y que, muy probablemente, la cápsula conservaría integro todo su contenido, con los peligros que ello conllevaba. Recordé con desagrado los seis meses de reclusión que hube de soportar después de la última fiesta-cápsula a la que asistí y, optando prudentemente en evitar males mayores, la tiré de nuevo a la papelera.

Se escuchó un ruidito y Gilberto, curioso como siempre, se inclinó sobre el recipiente de plástico para observar que ocurría. Me comunicó que el precinto y la válvula de seguridad se habían roto con el impacto, expulsando, con toda seguridad, el contenido al aire. Alarmado por aquella mala noticia me incliné sobre la papelera para confirmar por mi mismo lo que Gilberto me contaba, y efectivamente, la cápsula, rota, dejaba escapar el agente.

Contrariado por las imprevisibles consecuencias que a buen seguro nos traería la ya inevitable inhalación del gas, la recogí nuevamente para comprobar si por un casual estaba caducada y, por lo tanto, los gases se habían convertido en una mezcla inofensiva. La fecha que se daba como recomendable para limitar su uso hacía tiempo que había pasado, así que respiramos tranquilos, sabiendo que la efectividad del agente sería prácticamente nula. Aún así no pude por menos que insultar desaforadamente a una anciana punki que transitaba a pocos metros del lugar de los hechos. Antes de que hubiera terminado de injuriar a la vieja apareció un PoliFlot que me recriminó con paciente solicitud aquella acción, clasificándola de Tipo Reprobable, Clase 1.

Gilberto le tiró una rama que el PoliFlot esquivó con elegancia, a la vez que nos advertía que aquella agresión podía clasificarse de Tipo Reprobable, Clase 4. Le dejamos perorando sobre la urbanidad y las buenas costumbres para llegarnos hasta la fuente, donde una par de niñas se entretenían jugando con sus muñecas planeadoras. Gilberto dijo de estuprarlas allí mismo, pero le hice ver que ni siquiera estaban en edad núbil, y que sería una perdida de tiempo forzarlas siendo tan jóvenes y tiernas. Para que en cualquier caso no quedaran dudas acerca de lo avieso de nuestras malignas intenciones, las tiramos a la fuente donde gritaron asustadas e impresionadas por el agua fría. El PoliFlot nos informó, con toda la educación del mundo, que aquello se consideraba como infracción de Tipo Punible, Clase 1.

Gilberto, seguramente contrariado por la insistencia del PoliFlot, le lanzó esta vez una piedra de regular tamaño, acertándole en uno de los ojostros sensibles, a lo que el PoliFlot contestó con un rotundo Tipo Punible, Clase 4.

El parque, estando como estaba poco concurrido, nos resultaba francamente aburrido, salimos entonces a recorrer las calles cometiendo infracciones tanto Punibles como Reprobables de Clases 1, 2, 3, 4, y 5. Por supuesto el PoliFlot revoloteaba a nuestro alrededor recordándonos con insistencia nuestro actual statu quo de detenidos, informándonos además de la clasificación de todos y cada uno de los desmanes según los íbamos cometiendo.

Pese a llevar una marca envidiable comenté a Gilberto que debíamos de conseguir unos logros más acordes con nuestras posibilidades reales y me volví con paso firme hacía la entrada del parque, donde sabía que la concentración de viandantes y turistas era mayor.

En primer lugar agarramos del cuello a un vendedor de helados haciéndole tragar toda la mercancía que en aquel momento le quedaba ganándonos, al fin, un Tipo Punible, Clase 6, tras ello, dimos una portentosa paliza a un cartero que pasaba por allí, con lo que el PoliFlot nos recompensó con un Tipo Punible, Clase 7, y en un alarde de ingenio, hicimos que ambos se masacraran entre sí, pero el PoliFlot consideró que el mutuo asesinato de heladero y cartero no nos era directamente atribuible, y solo nos dio un ridículo Tipo Reprobable, Clase 8, por Omisión de Socorro en la Vía Pública.

Irritados porque aquello rebajaba considerablemente nuestra media, buscamos algo con lo que aumentar la puntuación. En ese momento, un ejecutivo, que ajeno a lo que se le venía encima, se bajaba de su floto con un lujoso maletín en la mano. Nos pareció un objetivo envidiable y sin mediar palabra nos abalanzamos sobre él golpeando y mordiendo sin mesura.

Mientras le saltábamos los ojos con las llaves del floto y le hacíamos tragar el contenido de la valija, termo incluido, el PoliFlot nos advirtió que nos tendríamos que conformar con un Tipo Punible, Clase 8, cosa, como es de suponer, de una mezquindad inquietante. Por lo tanto nos montamos en el floto del ejecutivo, internándonos a toda velocidad en el parque, donde arrollamos, entre otros, a un grupo de escolares que en aquellos momentos lo recorría en perfecta formación, a varias niñeras que paseaban a sus respectivos rorros y a multitud de militares libres de servicio que las rondaban a diversas distancias.

En un golpe de suerte, Gilberto encontró un proyector Bulkeras en la guantera del floto, y no desperdició la oportunidad de vaciar el cargador sobre la multitud de curiosos que contemplaban el espectáculo, organizando la masacre más estupenda que he tenido oportunidad de presenciar.

Incluso el PoliFlot tuvo su ración, pero justo antes de caer al suelo envuelto en llamas, nos comunicó que habíamos cometido exactamente ciento catorce infracciones de Tipo Punible, Clase 10, ganándonos con ello una Orden de Busca, Captura y Ejecución Inmediata sin Respeto de Derechos ni Notificación de Motivo.

Eramos los mejores.

Algo más tarde, después de que se nos pasara el efecto del gas psicoactivo y la Policía de Bosques y Jardines nos diera una buena tunda, el médico del hospital nos comunicó que habíamos tenido suerte de salir bien parados de aquella. La especial composición del agente hacía que este, una vez caducado, no perdiera ni un ápice de su poder euforizante y deshinibidor, es más, se multiplicaba por mil convirtiendo al incauto que los inhalara en una especie de psicópata peligroso y de difícil control.

Afortunadamente, como se demostró nuestra inocencia e involuntariedad en el asunto, salimos al poco de la cárcel y, lo que en definitiva es más importante, sin que nos quedarán secuelas dignas de consideración. Aunque para ser sincero, me preocupa que tras haber descuartizado a mi casera y estrangulado a la vecinita del tercero, tenga todavía esa insana necesidad de machacar la pantalla del videófono cada vez que llama el médico para interesarse por la evolución de mi estado de salud.

© Luis del Barrio, (1.255 palabras) Créditos
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