
Salvor Hardin se miró las manos, desesperado. Otro día más en su despacho de la Alcaldía de Términus, atendiendo los asuntos de la Fundación. Otro día más teniendo que soportar pedigüeños, pedantes, locos, extravagantes de toda clase, y, sobre todo, vendedores. Todo el mundo quería algo de la Fundación, y lo quería a través de su representante, como es lógico.
Suspirando, revisó la agenda de la semana. En los días pasados había tenido que atender a un vendedor de energía nuclear ¡que quería venderle plutonio! a una tal Susan Calvin que le ofrecía ¡robots positrónicos! y a un orondo vendedor de Trántor, llamado Preem Palver, que le ofreció una extraña técnica de predicción del futuro llamada psicohistoria. Acaba de despedir a un doctor llamado Chandra que traía lo último en computación, el HAL-9000 y aún tenía otra cita pendiente antes del almuerzo.
Entró un hombre canoso sobre una silla de ruedas motorizada. La silla se detuvo frente a su mesa y su ocupante saludó:
—¡Buenos días, Señor Alcalde! ¡Disculpe que no me levante como es de rigor! ¡Me llamo Hari Seldon!
—¡Buenos días, Señor Seldon! No se preocupe por el protocolo, en realidad estoy cansado de todas esas formalidades. Dígame, ¿qué se le ofrece?
—Señor Alcalde Hardin, ha de saber que me siento muy complacido porque le hayan nombrado a usted para dirigir esta maravilla de Fundación. Es un logro de la Humanidad reunir a tantos sabios aquí, en este alejado planeta de Términus, pare preservar todo el saber que la Humanidad ha acumulado en 25 mil años de civilización espacial.
—Bueno, el Emperador Galáctico ha tenido a bien nombrarme, pero es un favor que no merezco.
—No hace falta que sea humilde. Usted es la persona más indicada para tomar las cruciales decisiones que son imprescindibles para la buena marcha de este encomiable proyecto. Sólo un gigante como usted puede llevar una obra de gigantes como es la Fundación. Y para una obra de gigantes, hacen falta recursos de gigantes.
—¿Recursos de gigantes?
—¡Sí, de gigantes! Usted y su gente de la Fundación tienen ante sí la enormísima tarea de recoger todos los logros de la Humanidad. No dudo podrán hacerlo, pero estoy seguro de que no rechazarán la ayuda que les ofrezco.
—Y esa ayuda ¿es?
—¡La Enciclopedia Galáctica! ¡La obra magna del conocimiento! ¡Justo lo que necesita la Fundación! ¡Y en unas condiciones inmejorables! No es una oferta, ¡es un regalo!
—¿Regalo, ha dicho?
—¡Sí, un regalo! Porque las condiciones que ofrezco son tan increíbles que se trata de un verdadero regalo. Verá usted, Señor Alcalde: ¡por tan sólo 25 créditos al mes podrán ser suyos los más de 52.000 tomos de la Enciclopedia Galáctica!
—¡25 créditos!
—¡Sí, 25 créditos al mes, según las condiciones de financiación que podemos establecer! Es la cuota mínima, por supuesto, porque si prefiere pagar más, el periodo de amortización será proporcionalmente menor.
—Y ha dicho usted más de 52.000 tomos ….
—La obra está calculada en 52.000 tomos exactamente. Pero es una obra monumental, que llevará décadas completar, por lo que habrán actualizaciones con la frecuencia que sea necesaria. Observe este tomo de muestra.
El vendedor abre su maletín y saca un grueso libro que alarga hacia el alcalde. Éste tiene que inclinarse sobre su mesa para recogerlo.
—Disculpe —dice Hari Seldon—. Por favor, examine este ejemplar. Vea la calidad de su encuadernación, en símil piel de guarnidorfo de Pleitom. Las letras son doradas al láser. El papel es, por supuesto, plastipapel microimpreso con actualización automática. Las imágenes son tridimensionales con 8 millones de colores, y a 12.000 píxeles por centímetro cúbico. Aprecie, también, que pese a su gran tamaño es muy ligero y manejable. Puede abrirlo sin temor a que se desencuaderne, pues las hojas están cosidas con hilo sincrónico de monofilamento. Un niño podría manejarlo sin el menor peligro, ni para el niño ni para la obra, por supuesto.
Salvor Hardin hojeó el libro, leyendo aquí y allá. Encontró un mapa que desplegó. Una imagen galáctica apareció ante sí.
—Los mapas son desplegables, por supuesto —recalcó el vendedor—. Hay miles y miles de mapas de todo tipo. Ese es un mapa galáctico, evidentemente, pero asimismo hay mapas locales de cada planeta e incluso mapas de las principales ciudades, y regiones planetarias. Algunos de ellos son interactivos para servirle de guías cuando viaje.
—Parece interesante —dijo Hardin mientras se estiraba para alcanzarle el libro al vendedor.
—¡Es la maravilla de las maravillas! ¡La obra más grandiosa que se ha compuesto jamás en toda la historia de la Humanidad!
—No se queda usted corto con las alabanzas….
—Ciertamente, ¡las merece! Pero hay más.
—¿Más?
—¡Sí, más! Si firma el contrato ahora le podré entregar un mapa lenticular galáctico interactivo, de gran tamaño, ajustable dentro de 1.500 parámetros para poder estudiar todas las estrellas conocidas. Muy fácil de manejar, con sólo seleccionar las coordenadas le indicará los datos de la estrella elegida. También puede marcar sectores galácticos, y ya incluye en memoria todos los sectores conocidos en este momento y durante los 12.000 años del Imperio. Más muchos de los sectores preimperiales, como por ejemplo la República de Trántor. ¡Y totalmente gratis!
—Si firmamos ahora. Pero debo responder de los fondos ante el Emperador.
—Señor Alcalde, ¿no creerá que no he consultado con su Inmensa Majestad? Tengo el aval del Administrador Imperial. Sujeto, por supuesto, a su aprobación.
—A verlo.
—Tenga.
Nuevamente, Salvor Hardin tuvo que estirarse sobre la mesa para recoger la hoja de plastipapel. La examinó y colocó en su lector para verificar su autenticidad.
—Podrá comprobar que es auténtica, Señor Alcalde.
—Sí, ya lo veo. Pues de acuerdo, ¡firmaré ese contrato, si me lo entrega!
Otra vez se hubo de estirar sobre la mesa. Estudió el contrato de compra con todo el detalle que pudo. Su ordenador de sobremesa lo leyó y le dio el visto bueno. El alcalde estampó su firma y se lo devolvió al vendedor.
—¡Muchas gracias, Señor Alcalde! ¡Ha adquirido lo mejor para su Fundación! Mañana recibirá el primer tomo y dispondrá de 15 días para examinarlo sin reservas. Si no es de su agrado, lo devuelve y cancelamos el contrato.
—¡De acuerdo! ¡Que tenga un buen día, Señor Sheldon!
—Buen día para usted, Señor Alcalde. ¡Ha sido un placer hacer negocios con usted!
Hari Seldon activó su silla y salió del despacho.
Salvor Hardin miró el reloj de la pared. ¡Llevaba ya 30 minutos de retraso para su comida! ¡Y después de la siesta tenía otra cita que atender! ¡Otro loco que tal vez pretendería venderle una parcela en la galaxia de Andrómeda! ¡O algo peor!
¡Era la última vez que se metía en un berenjenal como ese!
¡Primera y Última Fundación!
