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SELLADO AL AIRE
Juan Martins

Tiempo estimado de lectura: 2 min 43 seg

A la memoria de Borges

niekverlaan. Pixabay License

Postergé la responsabilidad. Pronto tendré que hallar el modo de enfrentarla para no soportar la obligación de escaparme. Tenía que hacerlo. Y así fue.

A pesar de todo, sigo alrededor de este desorden. Justo al lado de objetos extraviados. Es cuando observo esa camisa de cuadros, que no sé hasta dónde ni cuántas veces me ha hecho compañía. Ahora que la miro sobre mi hombro derecho (con otra perspectiva del piso, con otra luz), descubro los detalles y noto algunos defectos de costura. Me detengo justo donde se define el diseño. Y me doy cuenta de que la camisa no es una cosa del otro mundo, que podría tener otra textura. Pero era necesario verla desde aquí, ahora, esforzándome para encararme con ella.

Pero deshago el movimiento dirigiendo la mirada hacia el techo, allí la luz es diferente, amable, no tan dura. Repito el movimiento una y otra vez: miro al techo, miro hacia la camisa. Es divertido. Bueno, no tanto. Porque mientras practico este ocio, muchos detalles se vuelven contra mi: se que en cualquier momento, cuando menos lo espere, me levantaré y volveré a la vieja rutina. Entretanto repetiré el movimiento. Es inútil, en cualquier momento el pensamiento adquiere otro sentido real. Miro con más tranquilidad la camisa. Olvido las responsabilidades. En tal caso, es útil tratar de olvidar. Está bien así, mientras no me mueva de aquí. De algo puedo estar seguro, la camisa no cambiará de lugar.

Lo más curioso, es que al girar la luz cambia de tono y la vista se disuelve, siento que mi cuerpo se hace más ligero, que cambia de tamaño, que se hace cada vez más pequeño. No sé, pero todo cuanto me rodea forma una línea abierta y sin límites. Me atemorizo un poco cuando me abstraigo, cuando dejo de mirar la camisa. Sé que todo está bien, que ella continúa allí, sin cambios, y cuando vuelvo la vista hacia ella, y compruebo que sigue allí, inalterable, sólo en ese instante, se pierde junto a tu cuerpo. Todo sucede al mismo tiempo y sin conocimiento de cuánto ha transcurrido. Da igual saberlo cuando el pensamiento sólo se reconoce a través de la luz que llega, puedo asegurarlo, a cubrir poco el lugar, haciendo que parte de la habitación sea oscura. Me gusta así. Y creo no haberme movido lo suficiente. Para decirlo con más claridad, mantengo la misma perspectiva. No ha pasado el tiempo.

Me detengo observando la camisa. Todo empieza de nuevo, si lo quieren ver así.

Lo importante es que no puedo medir con exactitud cuánto tiempo ha pasado. Lo único que logro determinar es que mi cuerpo pesa, ¡ahora! más que nunca y tengo la sensación de que soy demasiado pequeño dentro de la habitación. Logro definirlo con mucho esfuerzo porque lo más cercano que tengo como ejemplo es que el cuerpo se me hace pequeño, más pequeño. Y lo curioso, es que las sensaciones varían de una a otra, sin que pueda cambiar esa realidad. Sólo tengo espacio para mezclar los pensamientos (si es que cabe decir, frente a todo esto, que estamos ante los pensamientos). Es posible ponerlo en duda, de cualquier manera, lo que se logre definir de esto, estará bien. Me quedo, en un segundo o menos, mirando la costura. Es curioso cómo rechazo todos los aspectos de esta camisa, me repugna arrastrar sus recuerdos: cuántas entrevistas mediocres sin hacer, cuántas veces he tenido que bajar la cabeza frente al jefe de redacción sin cambiar de camisa por lo menos, cientos de veces usé la misma foto para cientos de reportaje, a los que sólo mudé la redacción. A fin de cuentas me convertí en un experto del plagio: la noticia a tiempo. Me cansa oírlo todos los días. ¿Vuelvo a oírlo? Ya ni escucho.

Aún no ha terminado el momento en el que tengo la mirada sobre mi hombro. Repito el movimiento. Esta vez sin aburrimiento, pero el instante es el mismo, como al principio. Todo vuelve al mismo lugar.

Sí, el cuerpo se confunde con la luz de la habitación al pensar en la manera en la que debo interrogarlo, será una entrevista estelar hablo de las mismas entrevistas de siempre. Puede que determine mi éxito. Con menos experiencia en esto del periodismo se puede hablar de éxito. Ya este personaje debe estar harto de tantas entrevistas y poco o nada le importa si tendré éxito. Sin embargo no podrá ser suficiente para él ninguna entrevista, él sabe que es el creador de este género. Podrá confundirme. Al menos estoy consciente de mis limitaciones. Siempre te hallarás con limitaciones en esta profesión.

Lo desee o no el cuerpo se detiene, creo comprender de qué se trata. Cada vez que recuerdo la responsabilidad que tengo, me cuesta salir de esta habitación, con temor de enfrentarlo. Esa es la manera de cómo la ensenada del techo cambia de color o, mejor aún, entre otras cosas, cómo la costura de la camisa ha tomado importancia. Todo gira entorno a un movimiento muy corto y preciso. No se trata de que logre girar sobre mi propio cuerpo, por el contrario, es despreciable lo que logro moverme. Diría que, al dirigir este pensamiento, la responsabilidad me tiene bajo parsimonia. Has hallado el cómplice perfecto. Evadirlo todo. El cuerpo se confunde entre un pensamiento y otro: lo que parece cosa de poco tiempo se confunde con la más rigurosa de tus ideas. No hay explicación. Ya nada defiendes con tanta firmeza y el concepto de tu realidad cambia.

Es cuando pienso que el suicidio ha consumado su esfuerzo. Miro con cierta satisfacción, si me permiten el lugar común: el hilo de sangre que quedó.

Será lo necesario para evadir mi responsabilidad.

Todo es un recuerdo, mientras que allá, fuera del ataúd, el sacerdote cita el epitafio de mi sepultura.

© Juan Martins, (978 palabras) , 2000 Créditos
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