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ELECCIONES SEGÚN EVERETT
Luis Antonio Bolaños De La Cruz

Tiempo estimado de lectura: 2 min 34 seg

En homenaje a VENTANA de Bob Leman, motivado por una de las fértiles ideas de Greg Egan en CUARENTENA y condimentado con una pulgarada de Stephen King, un vistazo a los universos paralelos de Hugo Everett.

Capri23auto, Pixabay License

Creo que he cometido un error. Un científico puede perpetrarlos, un cazador, no. Fui a trotar al bosquecillo que rodea a la universidad la noche que funcionaría por primera vez nuestro cableado de redes cuánticas. Su instalación significa que nadie podrá observarnos sin ser bloqueado ni penetrar en nuestras dimensiones sin que los sensores lo capten y lo aíslen.

En el momento exacto que la malla se tendió sobre la realidad un impulso que parecía provenir del aire me levanto y me sacudió, arrojándome sobre el césped. Del golpe quedé semidesvanecido, pero la pronta ayuda de un par de estudiantes que agazapados sobre el prado se degustaban en mutuo contubernio, permitió que me derivaran rápido a la clínica universitaria. Tres días después retorné al lugar del accidente para comprender que me ocurrió.

Sentí una presencia, alguien se ocultaba en la vegetación, salté por encima del parterre cercano, reboté un par de veces y apresé al vouyerista en un santiamén con cierta sorpresa de mi parte. Lo solté de inmediato, el individuo delgado pero apetitoso, temblaba y gemía en una jerigonza que al inicio no comprendí, pero a medida que el oído se habituaba empecé a discernir una especie de español macarrónico repleto de modismos extraños y giros dialectales estrechos. Con cuidado lo agarré por el hombro y lo llevé a una pérgola dotada de cómodas mecedoras. Aterrorizado, el frágil sujeto insistía en repetir las mismas frases, cual si su reiteración las convertiría en comprensibles.

Me concentré y extraje la siguiente narración: Hace tres días salí a trotar por el parque para descansar de las tensiones motivadas por la faena académica cuando de repente una fuerza desconocida me lanzó a una elástica y blanda melaza gris que me sujetaba y me provocaba calambres, me desmayé varias veces antes de adquirir conciencia, en apariencia me hallaba en el mismo parque, aunque cubierto de una gelatina viscosa que ya se disolvía, no obstante cuando aún conmocionado tomé la ruta habitual para retornar a mi residencia ingresé a un paraje desconocido: calle amplia revestida de un asfalto donde rebotaba al caminar y flanqueada por caserones de granito incrustados de guijarros, con exuberantes jardines repletos de plantas fantásticas, reinaba un silencio apabullante, y sin embargo, al arribar al cruce vislumbré un trío de personas en relativa cercanía, al aproximarme comprobé que eran corpulentos, de cabezas aproximadamente cúbicas, mandíbulas enormes y pétreas, y miembros (en especial las piernas que equivalían a la mitad de su estatura) gruesos y cilíndricos.

»Se encontraban ocupados en sus quehaceres, que me resultaron incomprensibles, sensación que creció en grado superlativo cuando uno de ellos se encaramó en lo que clasifiqué como un vehículo impulsado por aire ya que se abrió una especie de vela, otro sacudió su valija que se hinchó y expulsó un par de matraces repletos de un líquido resplandeciente que deposito en una hornacina antes de continuar a saltos su camino y el tercero empezó a trotar en zig-zag, acuclillándose y estirándose en saltos alternados; al ser el más próximo, pude observar como estiró una lengua violácea y dilatada hasta el caracol de la oreja lamiéndolo con un chasquido, el pánico me invadió y me sumergí en las sombras. Lo ocurrido me sugería no sólo que me encontraba extraviado sino que corría peligro».

»Retrocedí y me refugié en el bosquecillo, y aunque no reconocí a las alimañas que deambulaban tampoco se aproximaron a olerme o a mirarme, no me atreví a consumir frutas (sus colores son tan vivos que parecen demasiado tridimensionales) ni setas (tan abundantes que cubren extensas áreas con sus bruñidas corazas) el hambre, el cansancio y el nerviosismo me están liquidando, a su arribo me sentí impelido a aproximarme, un ramalazo de intuición me zarandeó, sentí que lo reconocía y en simultánea confusión la memoria me negaba su nombre, me pongo en sus manos y que suceda lo que haya de suceder».

Quizás algunas frases me las inventé, las completé o las acomodé a lo que quería oír, a mi también me parecía conocido en esa forma vaga de los sueños, me invadía la extrañeza de la situación pero también el apetito empezó a recorrer mis músculos y órganos, poco más o menos que sin pensarlo abrí al máximo mi boca y extraje mis dentaduras, el terror que se dibujo en sus facciones lubrico mi dentellada y sentí la suave y orgiástica dulzura de sus líquidos corporales incorporándose a mis multibolsas linguales, entretanto… tuve la incómoda sensación de asomarme a un espejo y casi identificarme.

Mientras paladeaba la carne crujiente e ignorados sabores asaltaban mis papilas ningún proceso de razonamiento cruzó por mi mente, pero cuando el festín estuvo consumado las corrosivas dudas del análisis hincaron su aguijón. Si la destreza de la paciencia imponía su primado y reemplazaba al disfrute fácil de alimentarme, como expectativas entre las que oscila el cazador: comer a lo largo de un periplo o embutirse ahora, acaso un resultado no esperado por los científicos que crearon la malla podría brotar de los pliegues de esa armadura cuántica y engalanar la investigación con el mayor regalo que cualquier especie puede recibir: un festín interminable.

Deduje sorbiendo los postreros fluidos y masticando los restos, que acabábamos no sólo de perder un excelente coto de caza, sino que la probabilidad de haber devorado a mi yo de un universo alternativo, tendía a la máxima.

© Luis Antonio Bolaños De La Cruz, (929 palabras) Créditos
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