
Durante el siglo XIX, la irrupción de la Educación Primaria Obligatoria produjo el efecto de divorciar dos grandes corrientes artísticas o maneras de entender el arte: una dirigida hacia una élite erudita y bien instruida, compleja, vanguardista y a menudo experimental, y otra dirigida hacia el público masivo y formado tan solo en las primeras letras, centrada principalmente en la aventura y la diversión, sin ulterior contenido filosófico o intelectual de relevancia. Ríos de tinta han corrido sobre cuál corriente es más válida o importante que la otra, y no vale la pena reincidir sobre el tema aquí. Sin embargo, la ciencia-ficción, o lo que por ese entonces era la embrionaria ciencia-ficción, se vio afectada tempranamente por este divorcio. Al lado de las serias elucubraciones de un William Morris o de un Herbert George Wells, creció así una literatura de índole más aventurera y popular, cuyo gran refugio no era tanto la novela sino el pulp, la revista confeccionada con papel de mala calidad, destinado a ser leído y desechado, y en el cual, por lo tanto, no predominaba tanto el afán literario como el contar historias que mantuvieran al público enganchado comprando los sucesivos números que se editaran de la revista. La primera publicación que avizoró este modelo de hacer negocio editorial nació en (¡cómo no!) los Estados Unidos, y fue la revista Argosy, en 1892. La seguirían varias otras durante el siglo XX, incluyendo Weird Tales, Amazing Stories y Astounding Stories, hasta que por razones que oportunamente mencionaremos, el ciclo pulp terminará decayendo y virtualmente desapareciendo.
En esa época, debe decirse, no existía conciencia clara de que existiera la ciencia-ficción como género aparte, y por ende éste aparece mezclado, tanto en lo referente a ser publicado al bulto con otros relatos de distinto tipo, como en lo referente a los temas de cada relato en particular, junto a un torrente de otras tendencias fantásticas de la época. En plena época de expansión imperialista de Occidente, eso significaba aventuras en lugares exóticos
. Los escritores bien pronto aprendieron que podían utilizar los otros planetas como escenarios para sus aventuras, y de esta manera trasladaron el exotismo de los desiertos norteafricanos y las junglas llenas de salvajes, a ambientaciones situadas en otros planetas.

La saga más representativa de esta manera de entender y tratar la ficción, y que ha recibido el nombre de Romance Planetario, es el ciclo de John Carter de Marte. En 1911 el escritor Edgar Rice Burroughs, muy reputado ya en aquellos días por haber inventado al celebérrimo y nunca bien imitado Tarzán, publicó en forma serializada en las páginas de la revista All-Story, un relato llamado BAJO LAS DOS LUNAS DE MARTE. Este relato fue compilado después en la novela UNA PRINCESA DE MARTE, y fue la primera de una larga y fecunda saga presentando a John Carter de Marte, un virginiano que un día cualquiera simplemente mira a Marte y sueña con viajar allí, para verse al instante mágicamente transposicionado, viviendo peligrosas peripecias en su eterna lucha por proteger a Dejah Thoris, princesa marciana de Helium y su enamorada. A pesar de la ambientación marciana, Burroughs describe un mundo (Barsoom, según dice le llaman sus habitantes) repleto de culturas y civilizaciones a cuál más exótica, pero que en definitiva son un trasunto de escenarios exóticos de la Tierra, convenientemente alterados con elementos ficticios de distinto tipo. Para Burroughs la verosimiltud científica es lo de menos: su única divisa es crear aventura tras aventura. Y lo hace con arte supremo. Su manera de entender la ficción le hizo crear una legión de imitadores. En muchos sentidos, por ejemplo, las aventuras de Flash Gordon en Mongo son un trasunto en cómic de las andanzas de John Carter por Marte.
Un subgénero muy peculiar y que dio mucho de sí, dentro de esta tradición pulpesca, lo conforman las llamadas Edisonadas. En ellas aparece algún genio científico, que con sus inventos vive sorprendentes aventuras. Su nombre deriva de la novela EDISON´S CONQUEST OF MARS (ignoro si hay traducción al castellano) una secuela no oficial y no autorizada de LA GUERRA DE LOS MUNDOS de H. G. Wells publicada el mismo año 1898, en que Thomas Edison (el histórico Thomas Alva Edison, debe entenderse) aplica su enorme genio para estudiar las máquinas marcianas y proveerse de los medios para darle a los marcianos un contragolpe (sintomáticamente, el tono irónico y pesimista de Wells es reemplazado aquí por un patrioterismo ramplón, pero muy al gusto del público lector de pulps) Las Edisonadas fueron muy populares, y en cierta medida fueron el correlato benéfico del maligno estereotipo del científico loco que usa su saber para el mal. En muchos sentidos, los Edisones de estas obras fueron antepasados remotos de los superhéroes, fundamentalmente por aprovechar su superioridad para hacer el bien. Con todo, los Edisones se basan en el poder de la Ciencia, no en la magia o en su procedencia alienígena, como será moneda común entre la mayor parte de los superhéroes.

La simplicidad del público a la que iba dirigido, y la velocidad a la que se necesitaban nuevas historias para publicarlas, obligó a los escritores a usar un lenguaje simple y llano, y también a repetir situaciones, creando así una serie de estereotipos que han servido después para burlarse hasta el hastío de dicha tradición pulpesca. El cuadro clásico lo compone el héroe, siempre musculoso y valiente, la heroína (muchas veces princesa) permanentemente en peligro, y un villano que suele ser tan feo como retorcido. Pero por otra parte, mucha de la ingenuidad que irradian estas obras pulps, las han hecho conservar su popularidad a lo largo de los años. En los pulps se forjaron una serie de mecanismos y resortes narrativos que después fueron vertidos al cine y la televisión, y por lo tanto, tuvieron un papel importantísimo en la formación de lo que hoy en día conocemos como cultura popular. Sin embargo, no todo en la literatura pulpesca de ciencia-ficción sería tan brillante, y pronto surgiría el tenebroso reverso de este optimismo, en la figura de Howard Phillips Lovecraft y sus horrorosos Mitos de Cthulhu...
