
Las sociedades distópicas apuestan por el triunfo de la desigualdad, la cerceración de los derechos individuales y la despersonalización del individuo. Rehuyen el hedonismo y promueven el control exhaustivo de la población. Y, encima, son profundamente metafóricos.
La sociedad vertical de METRÓPOLIS (1926) es una sociedad sustentada por una clase trabajadora encerrada en el subsuelo de esa gran ciudad en que se ha convertido la Metrópolis del año 2022. Arriba, disfrutando de los placeres del sol y el vino se encuentra una clase dirigente aficionada a las fiestas y a la explotación del prójimo. Instigados por una moral lúcida (personificada en el personaje de María) los laboriosos obreros de esa gran ciudad tratarán de invertir el proceso de degradación social planteando una dura batalla contra la casta dirigente. Toda una parábola, como vemos.

En la misma línea, THX 1138 (1971), el primer, mejor y más revolucionario film de George Lucas (inspirado, como tantos otros, en el 1984[8] de George Orwell), plantea la lucha contra un aparato político opresor desde el punto de vista del individuo. Aislado en un receptáculo opresivo y monocorde donde sólo hay lugar para el abatimiento, drogado por la misma fuerza moral que inspiraba el soma del BRAVE NEW WORLD de Huxley, el protagonista (interpretado por Robert Duvall), iniciará un viaje por las entrañas de un sistema lineal e invariable que le llevará a darse de bruces, afortunadamente, con una realidad más esperanzadora. happy end ambiguo que anticipa las intenciones dogmatizadoras de su, todavía hoy, brillante creador.
Los protagonistas de estos filmes, conscientes de que hay algo más allá, se invitan a revertir su destino apostando por el triunfo de los sueños (BRAZIL), por la conquista de la revolución social (METROPOLIS), por la derrota del poder omnipotente (1984), o por el disfrute de la luz del sol (THX 1138) Resultan, pues, tipos transgresores que no se conforman con los dictámenes oficializados. Son, naturalmente, especímenes de un futuro muy, muy lejano.
[8] Novela paradigmática que cuenta con una adaptación excesivamente literal a cargo de Michael Radford, precisamente, del año 1984.