
Durante la primera mitad del siglo XIX hubo un evidente divorcio entre la dirección de la Ciencia, que avanzaba a pasos cada vez más agigantados, y de las artes en general, imbuidas en la sensibilidad romántica. Los sostenedores del progreso científico empezaban a presentarse como el establishment, en gran medida porque los avances científicos generaban dividendos (máquinas más poderosas, métodos de explotación más económicos) mientras que los románticos, que se mostraban como rebeldes al orden establecido, tendían por tanto a ser anticientíficos. Aún así, hubo escritores románticos que no desdeñaron tratar temas científicos, si bien desde el ángulo del temor y el desencanto.
Probablemente el más importante de estos escritores sea Edgar Allan Poe (1809-1847) En lo literario, Poe es reconocido fundamentalmente por haber llevado al máximo el terror en la línea de la imaginería gótica, hasta el punto que puede decirse que con él acaba el ciclo gótico primigenio; en segundo lugar es reconocido por haber sentado las bases de la literatura policial, creando al sagaz detective Auguste Dupin. Todo esto ha ensombrecido aquella parte de su obra que podría entroncar con la ciencia-ficción. Poe aprovechó las ideas científicas de su momento para pergeñar varios cuentos y obras relacionados con la Ciencia. El mesmerismo como método para burlar la muerte es utilizado en EL EXTRAÑO CASO DEL SEÑOR VALDEMAR, escribió también su propio relato de viaje a la Luna, y aún postuló algunas ideas cosmológicas de avanzada para su época en su ensayo EUREKA. Como Ciencia-ficción, Poe fue después fácilmente superado, pero aún así dichas obras tienen toda la fuerza y el genio peculiares de su autor.

Un elemento característico en la ciencia-ficción del siglo XIX, fue la naciente preocupación por el futuro, en particular desde la perspectiva del cambio social. Hasta el siglo XIX, la idea del cambio social estaba prácticamente ausente de la narrativa. Pero en obras como EL ÚLTIMO HOMBRE de Mary Shelley (que previamente, recordemos, había publicado FRANKENSTEIN) y su escenario apocalíptico, ya latía la idea de que las cosas podían no seguir siendo iguales para siempre. Otro tanto ocurre con LA RAZA VENIDERA, de Edward Bulwer-Lytton (conocido también por su novela histórica LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA) en la cual una raza subterránea ha evolucionado maravillosamente gracias a un mineral muy energético llamado el vril, lo que significa una amenaza contra la Humanidad, toda vez que cuando los vril-ya decidan ascender a la superficie, no habrá poder humano capaz de pararles.
La idea de jugar con el tiempo da desarrollo también a las ucronías, relatos en que se plantea una Historia Universal que corre por carriles diferentes a los reales
. La palabra fue acuñada por una obra de vocación filosófica llamada precisamente UCRONÍA, publicada por Charles Renouvier en 1863, y que plantea un Imperio Romano en el cual el Cristianismo hubiera sido derrotado, y por ende la Edad Media hubiera sido muy diferente. Anteriormente, en 1836, un autor llamado Louis Geoffroy había escrito una novela en la que describía cómo habría sido la Historia Universal si el Imperio de Napoleón Bonaparte hubiera sobrevivido, antecedente claro de las novelas de tipo qué hubiera pasado si Hitler hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial
.

Pero para el grueso público, estas elucubraciones podían ser quizás un tanto elevadas. El siglo XIX vio también el surgimiento de la Educación Primaria Obligatoria, y el mayor grado de alfabetización llevó como corolario el surgimiento de la prensa amarillista. Para satisfacer a estos públicos de formación cultural simple, se los sedujo muchas veces con relatos de aventuras, pero incorporándoles un elemento científico. Ayudó también que avanzando la segunda mitad del siglo XIX, la reluctancia romántica hacia la Ciencia tendió a difuminarse hasta desaparecer, porque los beneficios del progreso científico empezaban a hacerse evidentes para la población en general, que ahora contaba con telégrafos o mejores medicinas. En 1882, la publicación del primer número de la revista Argosy, en Estados Unidos, le dio carta de naturaleza a este nuevo género, el Romance Científico. Sin embargo, su más grande cultor provendría del otro lado del Atlántico, de la vieja Francia: no sería otro sino el famoso Julio Verne.