Sinopsis
Lucy y Jerry Warriner están en pleno proceso de divorcio, uno intentando hacerle la vida imposible a la otra y viceversa. No obstante, en el fondo Jerry todavía ama a Lucy, así que se propone recuperar su amor. Sin embargo, la mujer planea casarse con un tejano simplón, que se ha hecho rico gracias al petróleo.
Para Montse.

LA PÍCARA PURITANA fue la película que convirtió a Cary Grant, hasta entonces un buen actor no demasiado valorado, en una gran estrella. Conviene repasar, siquiera brevemente, los acontecimientos previos a la filmación de esta joya de la comedia clásica.
LA GRAN AVENTURA DE SILVIA (SYLVIA SCARLETT, George Cukor, 1935), que Grant había coprotagonizado con Katharine Hepburn, devino en el fracaso más sonado de RKO Radio Pictures. El film de Cukor fue, posiblemente, el mayor patinazo de su carrera como director, pues se trataba de un relato inclasificable, con una Hepburn nada convincente en un absurdo personaje andrógino, con ciertas connotaciones lésbicas, que determinarían el rechazo frontal de la película por todo el mundo. El de LA GRAN AVENTURA DE SILVIA, verificado el 3 de enero de 1936 en el Radio City Music Hall de Nueva York, fue el estreno más desastroso en toda la historia de esa legendaria sala. Sin embargo, Grant consiguió despuntar en aquel engendro progre, porque el rol parecía pensado para que él lo interpretara, estaba bien escrito, en ese apartado concreto la dirección de Cukor estuvo acertada y, lo más importante, Cary comprendió al personaje. Lo único que se salvó de la quema general fue el trabajo del británico, quien, encarnando a Jimmy Monckley, un pillo irresistible y bien caracterizado, sedujo tanto al público como a la crítica. Así que, aunque en líneas generales LA GRAN AVENTURA DE SILVIA sea uno de los poquísimos títulos olvidables del cine clásico, en el mismo se reveló, de una vez por todas, el talento natural de Cary Grant para la comedia.
Tras dejar la RKO y firmar con Paramount, la carrera del actor pareció estabilizarse. No obstante, y a pesar de haber protagonizado en su Inglaterra natal LA MARAVILLOSA AVENTURA DE ERNEST BLISS (THE AMAZING QUEST OF ERNEST BLISS, Alfred Zeisler, 1936), un modesto film independiente que funcionó bastante bien tanto en el Reino Unido como en USA, Grant consideraba que la tiranía del sistema de Estudios lastraba su carrera, pues pensaba que la mayoría de los papeles que le daban no eran adecuados para él. De modo que empezó a maniobrar para independizarse. Como es obvio, Adolph Zukor, el gran jefe de la Paramount, no estaba por la labor. Grant todavía no era una gran estrella, pero estaba camino de serlo y no quería perderle. Sin embargo, la tibia acogida de CÁSATE CONMIGO... SI PUEDES (WEDDING PRESENT, Richard Wallace, 1936), la última película que había rodado para Paramount, decidió a Cary a tomar el toro por los cuernos. Su contrato con el Estudio estaba a punto de expirar. El actor comunicó formalmente a Zukor que no pensaba renovarlo.
Al principio, Zukor pensó que se trataba de un farol, con el que Grant buscaba que le aumentara el salario. Además, todo el mundo sabía, y por supuesto Cary no lo ignoraba, que en aquella época los actores independientes no conseguían abrirse camino en el cine, sin un gran Estudio que los respaldara. Pero la decisión del actor era inamovible.
De modo que, a finales de 1936, Cary Grant se convirtió en el primer actor totalmente independiente de Hollywood. La noticia fue acogida con mucha reserva por la prensa especializada, que lo consideraba un paso hacia el suicidio profesional. No puede negarse que la suya fue una decisión audaz e incluso peligrosa. El ejemplo más notorio de lo que podía ocurrirle a un actor que se enfrentara al rígido sistema de los Estudios lo tenemos en Ronald Colman. Entre 1917 y 1936, Colman trabajó en cuarenta y dos películas. Cuando optó por independizarse, sólo consiguió rodar quince títulos en los veinte años siguientes. De hecho, poco a poco la industria del cine fue marginándolo, lo que determinaría que acabara trabajando en radio y televisión. Charles Chaplin, el ídolo de Grant, estuvo sucesivamente bajo contrato con las compañías Keystone, Essanay, Mutual y First National, trabajando en docenas de cortos y algunos largometrajes durante ese periodo. Para ser independiente, no le quedó más remedio que fundar, junto a Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David W. Griffith, United Artists, para así poder distribuir sus películas sin plegarse a las imposiciones de las Majors, que entonces controlaban férreamente el mercado. De todas formas, los cuatro fundadores de UA eran considerablemente ricos, por lo que la apuesta no era muy arriesgada. En cambio, Grant, si bien no pasaba por apuros económicos, no era ningún potentado, así que, en su caso, sí que podría hablarse de un salto al vacío.
Grant, que hasta entonces no había tenido agente, contrató a Frank W. Vincent para que le representara, lo que a la larga sería uno de los mayores aciertos de su carrera. Vincent y su socio, Harry Edington, también representaban a gente de la talla de Edward. G. Robinson, Nigel Bruce, Rosalind Russell, Claire Trevor, Rita Hayworth, Douglas Fairbanks, Marlene Dietrich o la mismísima Greta Garbo. Era un tipo muy eficaz, acostumbrado a vérselas con los tiburones de los grandes Estudios.
Vincent se ocupó de negociar los términos de la salida de Grant de Paramount Pictures. Como sabía que Zukor era un pesetero [1] de cuidado, ideo una estratagema. Ofreció a Zukor la renovación del contrato de Grant, a condición de que se le abonaran 75.000 dólares por película. Además, exigió que su representado tuviera el derecho de aprobar o rechazar los guiones. El jefazo de Paramount pilló un berrinche de campeonato ante aquellas desproporcionadas exigencias. A regañadientes, accedió a que Grant se fuera. Pero añadió que el actor tendría que pagarle al Estudio 11.800 dólares, en concepto de los meses que restaban para la finalización del contrato. Y aún pidió una cosa más: que Grant aceptara una última cesión a otro Estudio, cuya prima percibiría la Paramount.
De este modo, Grant se independizó, pero tuvo que aceptar su traspaso eventual a Columbia Pictures. Por aquel entonces, pasar a Columbia significaba una merma de la categoría profesional de cualquier actor, porque el Estudio de la dama de la antorcha era conocido por la industria como El pabellón de los pobres de Hollywood. Su propietario era Harry Cohn, un tipo que tenía fama, al parecer merecida, de vulgar, mujeriego e irascible.
Vincent demostró una vez más que era un portentoso negociador. Cohn sólo quería a Grant para una película, PRELUDIO DE AMOR (WHEN YOU ´RE IN LOVE, Robert Riskin, 1937). Vincent le convenció para que aceptara un contrato de cuatro películas, las dos primeras por 40.000 dólares cada una y por 75.000 las dos restantes. Aunque no le hacía gracia desembolsar esas cantidades, Cohn, intuyendo que quizá Grant se convertiría en una gran estrella, puso una condición para aceptar: que el actor se comprometiese a rodar al menos una película al año para Columbia. Con ese acuerdo en el bolsillo, Vincent se fue a la RKO y consiguió para su cliente otro contrato idéntico por cuatro años.
Columbia Pictures y RKO Radio Pictures aceptaron las condiciones de Vincent sólo por una razón: necesitaban desesperadamente un galán para competir con las todopoderosas Metro Golwyn Mayer, Warner Brothers, 20th Century Fox y Paramount Pictures, que entonces tenían en nómina a los mejores actores del momento. Cary tuvo que dimitir de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, porque entonces esta institución, controlada por el establishment de la industria del cine, no aprobaba que un actor tuviera relaciones contractuales con dos o más Estudios al mismo tiempo. Los mentideros hollywoodenses vaticinaron que la carrera de Grant se hundiría para siempre. El actor se tomó las cosas con filosofía, concluyendo que la apuesta merecía la pena, porque no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Como se demostraría a la larga, ganó.
PRELUDIO DE AMOR, la primera cinta de Cary como actor independiente, fue un fracaso que ni siquiera consiguió amortizar su coste, aunque hoy esté muy bien considerada por los cinéfilos. Su siguiente título fue EL ÍDOLO DE NUEVA YORK (THE TOAST OF NEW YORK, Rowland V. Lee, 1937) para RKO. El film funcionó un poco mejor que el anterior, pero se vio considerablemente lastrado por la actitud intransigente de Will Hays [2] y su corte de meapilas, que presionaron al Estudio para endulzar y aligerar de detalles escabrosos la biografía del magnate neoyorkino Jim Fisk. El resultado fue una cinta insípida, que se centraba más en contar una típica y tópica historia de amor al estilo hollywoodense, que en narrar los entresijos de la vida real de Fisk.
Fue el legendario director de comedias Hal Roach, por entonces vecino de Grant, quien ofrecería al actor el mejor proyecto de su carrera hasta ese momento. Roach soñaba con adaptar a la pantalla TOPPER, la celebrada novela de Thorne Smith sobre un matrimonio que muere en accidente automovilístico y retorna al mundo como fantasmas. Poco a poco, Roach, responsable de algunos de los títulos más populares de Stan Laurel y Oliver Hardy, El gordo y el flaco, se las arregló para ir convenciendo a un en principio reticente Grant. Cary terminó por aceptar a cambio de un porcentaje de los beneficios, además de su salario habitual, y con la condición de un rodaje rápido. Aunque el realizador escogido por Roach, Norman Z. McLeod, no era del agrado del actor, que consideraba su estilo demasiado anticuado, la filmación fue como la seda. Era un título bastante modesto, una comedia no demasiado original que, sin embargo, se convirtió en un taquillazo. De hecho, fue la primera película que asoció el nombre de Cary Grant con las grandes recaudaciones.
El tremendo e inesperado éxito de UNA PAREJA INVISIBLE (TOPPER, Norman Z. McLeod, 1937) convenció a Cohn para embarcar a Grant en su próximo proyecto, LA PÍCARA PURITANA. Se basaba en una obra teatral de Arthur Richman, estrenada en Broadway en 1922. De hecho, los Estudios Pathé, que habían quebrado recientemente, la habían adaptado a la pantalla en dos ocasiones. Cohn había comprado casi a precio de saldo los derechos de todas las propiedades de Pathé. Cuando las revisó y se encontró con los guiones de las dos cintas inspiradas en la obra de Richman, de inmediato decidió producir una nueva versión más elaborada.
Cohn encargó la dirección a Leo McCarey, el primer realizador que reunió a Stan Laurel y Oliver Hardy en la pantalla. En realidad, el magnate del Estudio había pensado ofrecerle la película a Frank Capra, el director estrella de Columbia. Pero en esos momentos mantenía un contencioso con Capra, que exigía un notable aumento de salario y amenazaba con abandonar el Estudio si no se le concedía. Cohn asumió que era mejor ofrecerle 100.000 dólares al año a McCarey, antes que ceder ante Capra. Para McCarey fue como un auténtico maná llovido del cielo, porque estaba atravesando un periodo de penuria económica.
Los guiones de la Pathé no convencieron a McCarey, que decidió reescribir la historia por completo, con la colaboración de su amiga, la guionista Viña Delmar. Esto fue un acierto, porque la versión de McCarey / Delmar, respetando los conceptos básicos de la historia original, le confería un estilo más dinámico, mucho más cinematográfico que las anodinas versiones de la Pathé.
LA PÍCARA PURITANA es una típica screwall comedy o comedia de enredo, donde los diálogos se declaman a una velocidad endiablada, que alcanza las doscientas palabras por minuto, a veces incluso más. Una característica de este tipo de comedias es que, en ocasiones, el sentido de las frases de un personaje se ve eclipsado por la veloz réplica de otro, de modo que esa réplica se convierte en el sentido.
El film se centra en un malentendido conyugal, que conduce a la pareja protagonista a una situación rocambolesca. La incomunicación entre Jerry y Lucy Warriner conduce a la ruptura del matrimonio. Pero como en el fondo se aman, aunque se niegan a reconocerlo, urden una serie de ardides y estratagemas, a cada cual más delirante, para intentar reconquistar al otro.

Así, Jerry le dice a Lucy que se va de vacaciones a Florida, pero se queda en Nueva York, bronceándose con lámparas de rayos UVA para asegurar el éxito de su engaño. Regresa a casa, confiando en que ella esté esperándole como una amante esposa, pero Lucy anda por ahí, flirteando con el tan apuesto como lascivo y repelente profesor de canto Armand Duvalle. La mujer cala enseguida a Jerry, porque éste luce un perfecto bronceado, pero, según la radio, en Florida no ha dejado de llover en las últimas semanas. Ambos asumen que el otro, además de embustero, es también infiel, de modo que deciden divorciarse. En una surrealista vista judicial, Lucy, sólo para fastidiar a Jerry, consigue que le otorguen la custodia de Mr. Smith, un foxterrier al que su marido adora[3]
Jerry finge sentirse exultante ante la posibilidad de reanudar su vida de soltero. Pero como sigue queriendo a Lucy, trata de darle celos con una de sus antiguas novias, la descocada Dixie Belle Lee. Al mismo tiempo, recurre a la excusa de estar con el perro para entrometerse en la vida de Lucy, que mientras tanto entabla una relación con el archimillonario pero aburridísimo petrolero tejano Daniel Leeson. La mujer no puede evitar comparar al insulso y decididamente cargante Leeson con Jerry. Comprendiendo por fin que todavía le ama, se las arregla para intentar salvar su matrimonio con ayuda de Armand Duvalle. Las cosas no salen como ella esperaba y Jerry, despechado, se promete con Barbara Vance, una joven de la alta sociedad. Lucy, con la intención de impedir esa boda, se presenta en una cena que dan los padres de Barbara, haciéndose pasar por hermana de Jerry y fingiendo emborracharse y desmadrarse. Jerry, que la cree ebria, se la lleva a una cabaña que ambos poseen en la montaña, para intentar que se serene. Allí, por fin, se aclaran todos los malentendidos amorosos, se reconcilian y se supone que, a partir de entonces, vivirán felices... aunque no queda claro si para siempre.
LA PÍCARA PURITANA significó la eclosión en pantalla del genuino Cary Grant. En sus anteriores películas faltaba algo, todavía no había conseguido desarrollar por completo ese inimitable estilo de humor gestual, que le permitiría transmitir al espectador la profunda humanidad de sus personajes. Fue la sabia y decidida dirección de McCarey la que le permitió perfilar su modo de interpretar, caracterizado por unos movimientos casi felinos, suaves pero enérgicos. Cary tenía la madera y el carisma, pero fue McCarey quien le ayudó a transformarse en el intérprete sofisticado, ingenioso, galante y atractivo que adorarían varias generaciones de espectadores. Bajo su firme dirección, Grant trabajó a fondo su lenguaje corporal. Su modo de inclinar la cabeza, que parece dar a entender que pone la otra mejilla, o su manera de alzar las palmas de las manos, al tiempo que su rostro refleja un perpetuo escepticismo, son gestos inimitables, que los cinéfilos asociamos de inmediato con él.
Su compañera de reparto fue la gran Irene Dunne, una preciosa chica sureña y una actriz colosal, que se desenvolvía con la misma soltura en la comedia que en tremebundos melodramas. En LA PÍCARA PURITANA ofrece una imagen posmoderna de la mujer, que sorprendió gratamente a muchos y desagradó a los beatos de siempre. Lucy Warriner es inteligente y bella, pero también se considera igual a cualquier hombre, y es capaz de defenderse por sí misma y de salir airosa de cualquier encontronazo provocado por la eterna guerra de los sexos. Su interpretación es brillante y desenfadada, anticipando y definiendo el estilo de muchas actrices futuras en papeles de comedia.
El tercero en discordia es Ralph Bellamy, un estupendo actor que, a pesar de su innegable talento, nunca logró destacar en la pantalla grande, aunque está considerado como uno de los grandes actores teatrales de Estados Unidos. Bellamy volvería a encontrarse con Grant en LUNA NUEVA (HIS GIRL FRIDAY, Howard Hawks, 1940), donde interpretaría un papel muy similar al que asumió en LA PÍCARA PURITANA.
A Mr. Smith lo interpreta el entonces popularísimo foxterrier Asta, que apareció en varias de las películas de la serie El hombre delgado, en las que William Powell y Myrna Loy encarnaban a Nick y Nora Charles, un matrimonio de detectives aficionados. El primer título de la dilatada saga fue LA CENA DE LOS ACUSADOS (THE TIN MAN, W. S. Van Dyke, 1934), que devino un bombazo de taquilla y sería nominada para el Oscar a la mejor película. Su guión adaptaba un popular relato de Samuel Dashiell Hammett. El perrito también aparecería como George en LA FIERA DE MI NIÑA (BRINGING UP BABY, Howard Hawks, 1938), comedia no demasiado exitosa en la época, pero hoy considerada una obra maestra, en la que Grant compartió protagonismo con Katharine Hepburn.
LA PÍCARA PURITANA se estrenó el 21 de octubre de 1937 en el prestigioso Radio City Music Hall de Nueva York. Aunque LA GRAN AVENTURA DE SILVIA también se había estrenado allí, la cinta de McCarey fue la primera película con Cary Grant de principal protagonista en estrenarse en ese legendario cine. A lo largo de los años, otros veintisiete títulos protagonizados por el actor serían estrenados en el mismo lugar.
En apenas tres semanas de exhibición, LA PÍCARA PURITANA recuperó lo que había costado su producción, y, mes y medio más tarde, su recaudación superaba los 700.000 dólares. Vincent consiguió que un exultante Cohn, que se pavoneaba ante la prensa jactándose de haber producido el mejor film de la década, se aviniera a darle a Grant el diez por ciento de los beneficios.
La cinta fue aclamada por todos, espectadores y críticos. Para Cary Grant, que hasta entonces ocupaba una discreta posición entre los actores de Hollywood, significó el espaldarazo definitivo. La crítica lo situó al mismo nivel que Gary Cooper, Spencer Tracy, Clark Gable y Paul Muni, por entonces las estrellas masculinas más importantes de la industria del cine.
La ceremonia de la 10ª Gala de los Oscars iba a celebrarse el 3 de marzo de 1938, pero, debido a las tremendas inundaciones que sufrió Los Ángeles por las lluvias torrenciales, hubo que retrasarla hasta el día 10. Se celebró en el Biltmore Hotel y estuvo conducida por el popular cómico Bob Burns.
LA PÍCARA PURITANA competía en las categorías de mejor película, dirección (Leo McCarey), actriz protagonista (Irene Dunne), actor secundario (Ralph Bellamy), guión (Viña Delmar) y montaje (Al Clark). Sólo McCarey se alzaría con el premio.
El tremendo éxito de la película desató la Carymanía entre el público. De pronto, todas las mujeres del país suspiraban por el actor, como antaño habían suspirado por Rodolfo Valentino. Incluso, aunque parezca mentira, hubo hombres que, no contentos con imitarle, vestirse y peinarse como él, se colocaban extrañas piezas de metal en la barbilla a la hora de acostarse, obsesionados con conseguir un hoyuelo como el suyo.
Lo más curioso de todo es que, según confesaría a algunos amigos íntimos, a Cary nunca le gustó esta película. Por otra parte, encontraba gracioso que la gente diera por sentado que él era como Jerry Warriner. No obstante, siempre estuvo agradecido a McCarey por el éxito que le había brindado, afianzando definitivamente su carrera cinematográfica.
La película tuvo una adaptación radiofónica, que también alcanzaría el favor de los radioyentes. Grant repitió el papel de Jerry. Lucy fue interpretada por Claudette Colbert. La versión radiada se grabó poco después de terminado el film, pero como éste se proyecto durante muchísimo tiempo, Columbia presionó para que se retrasara su emisión mientras LA PÍCARA PURITANA se exhibía en cines, para evitar que la gente pudiera conocer la historia gratis a través de las ondas. De modo que el programa fue archivado, y no sería emitido hasta el 11 de septiembre de 1939, casi dos años después del estreno de la cinta. Cabe comentar que Grant era un entusiasta seguidor del espacio Lux Radio Theater.
Después de LA PÍCARA PURITANA, a Cary Grant le llovieron las ofertas. Hizo películas muy estimables, algunas geniales. Sin embargo, sentía que le faltaba algo. Se había encumbrado como un gran actor de comedia, pero sabía que podía dar mucho más de sí en otros papeles. Todo el mundo quería verle en comedias sofisticadas y llegó a hartarse un poco de eso. Por fortuna, en su camino se cruzaría un orondo compatriota suyo recién llegado a USA, un genio del séptimo arte, que le ofrecería la posibilidad de ampliar sus registros interpretativos, dando un sorprendente giro a su carrera. Pero esa es otra historia.
[1] En España, calificativo que se daba a aquéllos obsesionados con el vil metal, por haber sido durante mucho tiempo la peseta la moneda de curso legal en nuestro país. N del A.
[2] William Harrison Hays padre (1879-1954). Político republicano, director general de Correos entre 1921 y 1922, con la administración del presidente Harding. Renunció a ese cargo para asumir la presidencia de la recién creada MPPDA (Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América, por sus siglas en inglés). Este organismo fue creado por los propios Estudios, alarmados ante la campaña emprendida contra la industria cinematográfica por las iglesias protestante y católica, que consideraban que las películas de Hollywood contribuían a degradar la moral ciudadana
. Aunque su figura ha sido muy denostada, en parte con razón, lo cierto fue que, a su manera, contribuyó al sostenimiento de la industria fílmica, porque, en contra de la creencia general, su cargo no dependía del gobierno federal, sino de los grandes Estudios. Los responsables de éstos, curándose en salud y para evitarse problemas, encargaron a Hays crear un organismo censor, que se cuidara de asegurar la corrección moral y política de los argumentos de las películas. Hays se implicó de tal manera en su misión, que las normas censoras que ideó llegaron a ser conocidas como El código Hays. A pesar de que, a partir de la entrada en vigor del código, en 1934, se trató de imponer la hipocresía social y la mojigatería religiosa en las producciones de Hollywood, lo cierto fue que las instancias protestantes y católicas nunca se vieron satisfechas. Además, tanto productores como directores y guionistas se las ingeniaron para saltarse las normas censoras siempre que les fue posible, recurriendo a la ambigüedad y la sugerencia veladas para conseguir meter en sus films todo aquello prohibido por el código. Irónicamente, las estúpidas prohibiciones recogidas en El código Hays contribuyeron a depurar y agilizar el estilo de los directores, obligados a buscar la forma de burlarlas. El caso más conocido es el de ENCADENADOS (NOTORIUS, Alfred Hitchcock, 1946). El código prohibía que los besos en pantalla tuvieran una duración superior a un minuto. Incluso apuntaba que sería deseable que no excedieran de los 30 segundos. Hitch solucionó la papeleta de una manera genial, como era su costumbre. En vez del largo ósculo que venía en el guión, y siguiendo instrucciones del obeso cineasta, Cary Grant e Ingrid Bergman escenificaron una sucesión de besitos de apenas unos segundos, que, paradójicamente, resultaron muchísimo más eróticos que un beso normal, prolongado durante varios minutos. N del A.
[3] McCarey utilizó el pleito de la custodia del perro para enfatizar lo ridículo de la situación de Jerry y Lucy. Hoy día, una legión de descerebrados animalistas vería esto normal. ¡Vaya concepto de la normalidad que tienen los progres! N del A.
