EE. UU., 2008 Título original: Gran Torino Dirección: Clint Eastwood Guión: Nick Schenk Producción: Clint Eastwood, Bill Gerber y Robert Lorenz para Malpaso/Warner Bros. Música: Kyle Eastwood / Michael Stevens Fotografía: Tom Stern Duración: 114 min. IMDb:tt1205489. Doblaje: (es-ES) Reparto: Clint Eastwood (Walt Kowalski); Bee Vang (Thao); Ahney Her (Sue); Johnny Vue (Smokie); Christopher Carley (padre Janovich); Brian Haley (Mitch Kowalski); Geraldine Hughes (Karen Kowalski); Brian Howe (Steve Kowalski); Dreama Walker (Ashley Kowalski); J. Carroll Lynch (Martin); Doua Moua (Spider); Choua Kue (Youa)
Clint Eastwood es, hoy por hoy, el único miembro de la comunidad hollywoodense que puede ser considerado una leyenda viva del cine. Es también el profesional más completo que ha dado el séptimo arte en las últimas décadas, ya que no sólo es un gran actor, sino que también destaca como productor, director y músico. Ya octogenario, ha sabido envejecer con dignidad y sin dejar nunca de trabajar a uno y otro lado de la cámara. Pero lo más importante de este mito viviente de Hollywood, lo que le hace realmente único a los ojos de los cinéfilos como el que suscribe, es su extraordinaria capacidad para sorprender continuamente al público. Otros actores de su generación se han retirado ya, o sobreviven en pantalla interpretando personajes secundarios o de soporte en películas no demasiado interesantes. Eastwood, por el contrario, es el protagonista absoluto de todas y cada una de sus películas, independientemente de que actúe en ellas o no, y su impronta personal, eso que podríamos definir como el toque Eastwood, se percibe casi en cada fotograma. Mas siendo un intérprete genial, Clint pasará a la historia del cine no sólo como una estrella de la pantalla, sino como uno de los grandes narradores de historias en celuloide, y también como el hombre que supo insuflar nueva savia a un arte que en los últimos tiempos ha ido perdiendo calidad alarmantemente.
Denostado durante años por la crítica profesional, que se negaba cerrilmente a reconocer su gran talento, cargó durante mucho tiempo con el Sanbenito de ser un actorcillo de filmes de acción y poco más. Los tres westerns que protagonizó en España a las órdenes de Sergio Leone le convirtieron en el actor más taquillero en Europa, permitiéndole regresar a su país y entrar en Hollywood por la puerta grande, tras haber pasado largos años interpretando papeles secundarios en cintas no demasiado relevantes. Los críticos de entonces se ensañaron con Leone, Eastwood y aquellas pésimas cintas del Oeste. Hoy Sergio Leone y Clint Eastwood son universalmente reconocidos como auténticos nombres de oro del cine, y POR UN PUÑADO DE DÓLARES, LA MUERTE TENÍA UN PRECIO y EL BUENO, EL FEO Y EL MALO brillan a la misma altura que otros western míticos rodados en la Meca del cine. sus detractores tuvieron una nueva oportunidad para ensañarse con Eastwood cuando protagonizó HARRY EL SUCIO, modélico thriller de acción que creó escuela, dando origen a cuatro estupendas secuelas y siendo imitado, con mejor o peor fortuna, hasta la saciedad. El rol del violento, antipático y expeditivo inspector Callahan, pensado inicialmente para el gran John Wayne, aumentó la popularidad de Clint... y también la inquina que le tenía la crítica, para gran parte de la cual pasó a ser simple y llanamente un fascista. Arreciaron los ataques contra él en prensa, radio y televisión, especialmente en la culta Europa. Inmune al desaliento, Eastwood siguió adelante ignorando olímpicamente los ataques y las críticas negativas, consciente de que en el cine es el público quien tiene siempre la última palabra. Y el público de todo el mundo le adoraba. A mediados de los setenta, Eastwood era considerado el actor más popular después de John Wayne. Y cuando Duke murió, en 1979, el duro Clint pasó a ser la estrella más famosa de Hollywood y uno de los activos más valiosos de la industria del cine.
Tras romper las taquillas de toda Europa con la trilogía del hombre sin nombre de Leone, regresó a su país como ya hemos dicho, iniciando una brillante carrera cinematográfica que no tiene parangón. Tras crear su propia productora, la Malpaso, comenzó su labor como realizador dirigiendo en 1972 su primera película, ESCALOFRIO EN LA NOCHE, un tenso thriller que muchos años después sería plagiado de forma más bien chapucera en una insulsa cinta titulada ACOSO. A partir de ese momento, Eastwood se pondría tras la cámara cada vez con más frecuencia, dirigiéndose a sí mismo en numerosas ocasiones.
Buen conocedor de los mecanismos de la industria del cine, Clint jamás cometió el error de enfrentarse frontalmente a los Estudios. Para poder convertir en realidad algunos proyectos personales que tenía en mente, llegó a un acuerdo con la Warner, por el cual se comprometió a interpretar dos películas comerciales a cambio de que el Estudio le financiara otra cinta a su capricho. Y así pudieron ver la luz obras tan poco taquilleras como BIRD, que sin embargo se ha convertido con el paso del tiempo en un film de culto entre los aficionados al Jazz, su género musical preferido. Para que la Warner pagase esta película, Eastwood se avino a interpretar por última vez a Harry Callahan en LA LISTA NEGRA, modesto film de acción que sin embargo fue otro éxito de taquilla. Esta forma de trabajar proporcionaría a Clint muchas satisfacciones y haría de él uno de los profesionales más versátiles de Hollywood.
Mas a pesar de ello, la crítica seguía negándole el pan y la sal. Su etiquetamiento como cineasta fascista fue mucho más notable en España, donde numerosos críticos de oficio parecían hallar cierto morboso placer en denostarle, recordando machaconamente y sin venir a cuento su interpretación del fachaHarry Callahan en la obra maestra de Don Siegel. Las cosas empezaron a cambiar un poco en 1992, cuando dirigió y protagonizó SIN PERDÓN, la película que revitalizaría el western, y que hoy día es reconocida como un clásico del género. Pero hubo que esperar hasta 1995 y LOS PUENTES DE MADISON para que la crítica profesional agachara las orejas y admitiera, en muchos casos concretos a regañadientes, lo que los cinéfilos sabíamos desde siempre: que Clint Eastwood no sólo era un actor excepcional, sino también un cineasta muy personal, dotado de una sensibilidad artística que para sí quisieran los profesionales del patético cine español. Como director, productor e intérprete, Eastwood demostró en LOS PUENTES DE MADISON que había alcanzado su plena madurez artística, y sus detractores se quedaron sin argumentos que utilizar en su contra. El hombre que ya había demostrado con creces su capacidad para la acción y la comedia en títulos como el citado HARRY EL SUCIO, DOS MULAS Y UNA MUJER, CIUDAD MUY CALIENTE o DURO DE PELAR y su secuela LA GRAN PELEA, sorprendía ahora a propios y extraños interpretando un papel romántico en una cinta extraordinaria. LOS PUENTES DE MADISON representó la consagración absoluta de Eastwood como uno de los grandes del cine actual, el único en realidad que puede ser equiparado con los monstruos sagrados de antaño, tales como John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks o Raoul Walsh.
LA GRAN PELEA
Desde 1995 hasta hoy, Eastwood ha seguido trabajando incansablemente, dirigiendo, produciendo, protagonizando e incluso en ocasiones componiendo la música de un puñado de películas que son verdaderas joyas del cine contemporáneo. Y al contrario que otros profesionales, que una vez encontrado el camino del éxito seguro se apalancan en un tipo de filmes y no innovan nada por temor al fracaso comercial, Clint continúa sorprendiendo al público con cada nuevo trabajo. Así, en BANDERAS DE NUESTROS PADRES el republicano Eastwood ofreció a sus compatriotas una visión realista, patriótica pero no patriotera, de la batalla de Iwo Jima y de los hombres que izaron la bandera de las barras y estrellas en el monte Suribachi, mientras la carnicería continuaba a su alrededor. De igual modo, acometió la tarea de narrar la misma batalla desde el punto de vista japonés en CARTAS DESDE IWO JIMA, ofreciendo a los espectadores de todo el mundo, pero especialmente a los estadounidenses, una visión nada maniquea ni estereotipada de los soldados del Imperio del Sol Naciente que defendieron aquella desolada isla del Pacífico, centrándose principalmente en la figura del general Tadamichi Kuribayashi (autor de las cartas del título) personaje que Eastwood trató con el mismo respeto que otros directores mostraron por generales americanos tales como Patton o MacArthur.
En 2008 Clint volvió a sorprender a sus incondicionales con la cinta que reseño a continuación, GRAN TORINO, quizá su interpretación más lograda después de LOS PUENTES DE MADISON. Recientemente ha estrenado INVICTUS, otra obra maestra en la que ha ejercido labores de dirección y producción. A sus ochenta años, este veterano del cine y de la vida, que es ya casi un icono cultural de los EE. UU., todavía puede dar bastante guerra. Esperemos que INVICTUS no haya sido su canto del cisne y que vuelva a sorprendernos con otro de sus fabulosos proyectos cinematográficos.
GRAN TORINO: el viejo cascarrabias y los inmigrantes asiáticos
En GRAN TORINOEastwood da vida a Walt Kowalski, un viejo cascarrabias que acaba de perder a su esposa y va a quedarse completamente sólo. Walt, veterano de la sangrienta guerra de Corea y jubilado de la Ford, empresa en la que trabajó durante cincuenta años, no está muy satisfecho con el panorama que se le presenta tras enviudar. Su familia, formada por sus dos hijos y las esposas y retoños de éstos, no es precisamente modélica, y Walt sabe que apenas tiene nada en común con ellos. Sus hijos son casi unos desconocidos para él, y en cuanto a sus nietos... bueno, sólo hay que verles en la secuencia con la que se inicia el film. Están en el funeral de su abuela paterna pero se comportan como si estuvieran en una fiesta de adolescentes, riéndose estúpidamente y observando en todo momento una absoluta falta de respeto hacia la difunta. Walt, que permanece de pie junto al féretro de su mujer, los fulmina con la mirada, sobre todo a su nieta Ashley, que ha tenido la desvergüenza de presentarse en el sepelio vestida como si fuese a una discoteca, con el ombligo al aire y todo. Lejos de comprender la actitud de su padre, los hijos de Walt, a los que tampoco parece haber afectado mucho el fallecimiento de su propia madre, a juzgar por lo tranquilos y relajados que se muestran, cuchichean entre sí poniéndolo a bajar de un burro y dejándole claro al espectador que la relación entre Walt y su familia es todo menos cordial. Poco después, en la recepción en casa de Kowalski tendremos ocasión de comprobar lo ruines que son sus nietos, especialmente Ashley. Su abuelo posee un Ford Gran Torino Coupé de 1972, una verdadera joya automovilística, y a la impertinente y estúpida cría no se le ocurre otra cosa que preguntarle qué va a hacer con el coche cuando la palme. Incluso insinúa que le gustaría quedarse con el sofá retro del salón. Walt le dirige una mirada furiosa y, por un instante, da la impresión de que va a cruzarle la cara a tortas, cosa que, por otra parte, la insensible niñata parece estar pidiendo a gritos.
En un momento dado alguien llama a la puerta. Walt abre y se encuentra ante un muchacho asiático que viene a pedir prestado algo, pero nuestro protagonista apenas le deja hablar, espetándole que están de luto y echándole con muy malos modos, sin sospechar que muy pronto ese chico significará para él más que su patética familia.
La esposa de Walt, Dorothy, católica practicante, rogó al joven padre Janovich que cuidase de su esposo cuando ella muriera, y el novato pero animoso cura trata de cumplir su promesa lo mejor que puede. Pero Walt no está por la labor. Nunca ha sido un hombre religioso, y si acudía con regularidad a la iglesia era por complacer a su mujer, a la que amaba más que a su propia vida. Muerta ella, Walt no tiene la menor intención de volver a misa, y mucho menos de soportar los sermones de un virgen de 27 años que no sabe nada de la vida. Lo único que quiere nuestro protagonista es que todo ese circo escenificado en torno al funeral de su esposa acabe cuanto antes y le dejen en paz con su soledad y su dolor.
El barrio en el que Kowalski tiene su casa, antaño habitado por norteamericanos de clase media baja, está hoy poblado por inmigrantes asiáticos, siendo el bueno de Walt el único yanqui que queda en el mismo. Nuestro cascarrabias no siente especial simpatía por los amarillos, y está convencido de que el sentimiento es mutuo. Sin su amada esposa, con una familia que es cualquier cosa menos ejemplar, y con la única compañía de su vieja perrita Daisy, Walt se va encerrando en sí mismo y, salvo alguna ocasional salida para tomar unas copas con sus viejos amigos, vive solo y casi aislado. El padre Janovich, como buen sacerdote, trata de cumplir la promesa que le hizo a la difunta señora Kowalski, y acude con cierta frecuencia a casa de Walt con la intención de ayudarle en lo posible. Incluso se deja caer por el bar que frecuenta Walt, sosteniendo una conversación con éste acerca de sus mutuos conocimientos de la vida y de la muerte que dejará no poco confundido al clérigo. Para Janovich esta charla es una revelación, pues descubre que Kowalski está atormentado por algo relacionado con la guerra, y se promete a sí mismo hacer cuanto esté en su mano para ayudar a ese hombre que ha perdido aquello que más amaba y que daba un cierto sentido a su vida: su esposa.
Nuestro protagonista tiene por inmediatos vecinos a los Van Lor, una familia de inmigrantes del sudeste asiático que le caen bastante gordos. Los miembros más destacados de esta familia, que tendrán un protagonismo especial en el inmediato devenir de la vida de Walt, son la joven y bella Sue y su hermano Thao. Este último es un chico algo apocado, que obedece en todo a su hermana mayor y que parece carecer de carácter y personalidad propias, lo que hace que nadie le tome en serio y que muchos se burlen cruelmente de él. Spider, primo de Sue y Thao, es un miserable pandillero que está empeñado en meter a éste último en su banda de delincuentes juveniles ameriasiáticos.
Sue, que sabe qué se puede esperar de un tipejo como Spider, trata de ayudar a su hermano lo mejor que puede, pero éste acaba sucumbiendo ante las presiones de los pandilleros y les da a entender que quiere entrar en su banda. Para ser admitido debe hacer algo que demuestre que tiene agallas, y Spider le pide que robe el magnífico coche clásico del único blanco del barrio; es decir, el Gran Torino de Kowalski. Esa noche, Thao se cuela en el garaje de Walt, pero éste le sorprende y le encañona con un pavoroso rifle; no obstante, aprovechando que el viejo tropieza en la oscuridad del garaje y cae al suelo, el muchacho consigue huir, aterrorizado. La experiencia le quita las ganas de convertirse en pandillero y a partir de ese momento procurará esquivar siempre que pueda a Spider y su gentuza. Pero los pandilleros insisten en que el chico se convierta en uno de los suyos, y una noche, mientras Thao y su hermana están sentados en el porche de su casa, Spider y sus quinquis amarillos se presentan y tratan de llevarse con ellos al chico por la fuerza, lo que provoca una algarada entre los gamberros y los familiares de Thao y Sue. Cuando parece que Spider y sus arañas van a conseguir su objetivo, entra en acción Walt con su impresionante fusil. Los quinquis, como es natural, procuran conservar la compostura y hacen ademán de plantarle cara al viejo blanco. Pero una cosa es intentar raptar a un adolescente apocado, y otra muy distinta enfrentarse con un vejestorio gigantón, con más mala leche que un rinoceronte enfurecido y que, además, empuña con manos firmes un Garand M-1 calibre 30-06 capaz de volarle la cabeza a un toro de lidia. Los pandilleros se retiran con el rabo entre las piernas, no sin antes dirigirle algunas chulescas amenazas a Kowalski. Sue agradece a Walt su intervención, pero éste se limita a espetarles que salgan de su jardín.
Dando miedito a los Van Lor
El paso dado por Walt cambiará su vida para siempre. A la mañana siguiente, y para su sorpresa, sus vecinos amarillos comienzan a depositar en su puerta toda clase de presentes. Mosqueado por un comportamiento que de momento no acierta a comprender, Walt tira todas esas cosas a la basura, pero sus vecinos insisten en hacerle regalos en agradecimiento por lo que hizo la noche anterior. Sue le explica que para su gente él es ahora un héroe por haber salvado a Thao, y el muchacho, inducido por su madre y por su hermana, le pide perdón por haber intentado robarle el coche. Kowalski, que ya se está hartando de esos amarillos, le deja bien claro que si vuelve a poner un pie en su casa le descerrajará un tiro. Sin embargo, los destinos de Walt, Thao y Sue parecen estar entrelazados, ya que poco después, cuando el irascible jubilado vuelve a casa tras cortarse el pelo en la barbería de un amigo, observa cómo unos gamberros negros molestan a la muchacha asiática y a su acompañante, un chico blanco. Una vez más, Kowalski hace gala de las malas pulgas que le caracterizan, salvando a Sue de una violación casi segura, y dejando a los negros y al cobarde y contemporizador acompañante de la chica acoquinados con su peculiar sentido del humor, apoyado por una antigua pero mortífera Colt 45 modelo 1911.
Mientras lleva a Sue de regreso al barrio, Walt va descubriendo que esos extranjeros amarillos no son tan molestos como él creía. Al menos Sue le cae bien, ya que, a pesar de su juventud, es una chica inteligente, sensata y educada, como a él le habría gustado que fuera su nieta Ashley. La simpatía de Walt por Sue y su gente aumenta cuando la muchacha le cuenta que su familia pertenece a la etnia Hmon g, un pueblo del sudeste asiático que combatió al lado de los EE. UU. en Vietnam y que, posteriormente, y para evitar que los comunistas se vengaran de ellos asesinándolos, el gobierno federal acogió en América como refugiados. Ella y Thao son ciudadanos estadounidenses ya que han nacido allí, y según las leyes federales, por el simple hecho de nacer en territorio americano ya se obtiene la ciudadanía. La joven y hermosa Sue, como se ha dicho, causa muy buena impresión a Kowalski, que gracias a ella empieza a ver con nuevos ojos a sus vecinos orientales.
En cuanto a Thao, Walt está convencido de que es algo retrasado, a pesar de que su hermana insiste en que sólo anda algo perdido. La opinión de Kowalski sobre el hermano de Sue empezará a cambiar muy pronto. Así, un día, estando sentado en su porche, observa a unos chicos que se burlan de una mujer a la que se le han caído al suelo los paquetes de compras. Asqueado por la actitud de la juventud moderna, Walt se dispone a acudir en ayuda de la mujer, pero alguien se le adelanta. Ese alguien es Thao. Walt se queda gratamente sorprendido por la acción del joven pero, de todas formas, sigue pensando que es un pusilánime.
La relación de nuestro héroe con su familia se deteriora por momentos. Uno de sus hijos le llama por teléfono con una excusa banal, fingiendo preocuparse por cómo le va, pero interesándose tan sólo por ver si su padre puede conseguirle, a través de un viejo amigo, entradas preferentes para cierto evento deportivo. Por su cumpleaños recibe la visita de su hijo mayor, Mitch, y la esposa de éste, Karen, que tras hacerle unos ridículos regalos pretenden convencerle para que se marche a una residencia de ancianos. Harto de aguantar a tanto miserable, Walt los echa de su casa con cajas destempladas. Para Kowalski su familia es un fracaso, y aunque dado su carácter no lo exterioriza, lo cierto es que se siente frustrado como padre y se pregunta en qué falló para que sus hijos salieran así. En realidad, son ellos los que le han fallado a él, porque Walt Kowalski, a pesar de su mala uva, es un hombre extraordinario, como nos demostrarán los posteriores acontecimientos.
Invitado por Sue, Walt acude a una fiesta de sus vecinos Hmong, donde tiene oportunidad de conocer algunas de las tradiciones y peculiaridades de tan singular etnia. En esta reunión, la vieja chamán de la familia, algo así como una hechicera, insiste en ver dentro de Walt, y éste, que naturalmente piensa que la vieja debe de ser la chiflada de los Hmong, accede, dispuesto a pasar un buen rato con las tonterías que le suelte la anciana. La escena que sigue es una de las más reveladoras de toda la cinta, la que nos permitirá conocer lo que siente en realidad nuestro protagonista. Cuando la anciana comienza a hablar y Sue va traduciendo lo que dice, el rostro de Walt se transmuta, porque es como si esa vieja chalada pudiera ver realmente en su interior, igual que si tuviera el poder de acceder a los secretos que encierra el alma de Kowalski. La expresión del rostro de Walt, entre sombría y atónita, nos confirma que la anciana ha dado en el clavo. No hay felicidad en la vida de Walt, se siente inseguro y su conciencia carga con el peso de un error cometido en el pasado.
Aturdido ante lo que acaba de oír sobre sí mismo, Walt sufre un repentino ataque de tos. Sue se percata de que algo serio le ocurre cuando observa como él, tras llevarse la mano a la boca, trata de evitar que ella la vea. Preocupada, la chica le sigue hasta el cuarto de baño, donde nuestro protagonista vuelve a toser sangre. Es algo que le viene ocurriendo desde hace algún tiempo y no quiere que nadie lo sepa. Por otra parte, le llena de perplejidad el descubrir que tiene muchas más cosas en común con esos malditos jamón, como él los llama, que con su propia y malcriada familia.
En esta reunión tiene ocasión de encontrarse de nuevo con Thao. La verdad es que el chico le da lástima, pues es tan apocado que permanece en un rincón, sin tomar parte en la diversión y sin darse cuenta de que una jovencita Hmong, a la que asedian tres moscones amarillos, no deja de mirarle. Esta chica, llamada Youa, habla un momento con Walt, revelándose como una joven tan agradable como Sue. Cuando la muchacha se marcha, seguida por su séquito de aduladores, Kowalski le larga a Thao una auténtica diatriba, poniéndole literalmente a caldo e insistiendo en lo patético que le parece, pues ni siquiera se ha dado cuenta de que aquella chica, Yogur como lo pronuncia Walt, no ha dejado de mirarle y sonreírle ni un momento a pesar de los moscones que la rodeaban. Para el personaje de Clint, Thao es un atontao, y así empieza a llamarle a pesar de las débiles protestas del muchacho. De todas formas, está claro que Kowalski, aunque muy a su pesar, siente simpatía por ese debilucho jamón. El aparente desentendimiento de Thao por el interés mostrado por Youa hacia él le saca de quicio, y cuando le suelta cuatro verdades al muchacho, lo hace en el mismo tono que emplearía un padre decepcionado con el comportamiento de su hijo. A Walt, Thao le cae tan bien como su hermana, y por eso se muestra tan duro con él, porque le gustaría que se comportara más como un hombre y no como un niño asustado.
Las relaciones de Kowalski con sus vecinos mejoran sensiblemente a partir de entonces, y el bueno de Walt ya no pone reparos a que le obsequien con comida, sobre todo después de probar la cocina típica Hmong en casa de Sue y comprobar que es mucho más apetitosa que la cecina que suele tomar él habitualmente. Un día se presenta en su casa Sue acompañada de su madre y de Thao. De acuerdo con las costumbres de su gente, Thao debe purgar su culpa trabajando durante algún tiempo para el hombre al que intentó robar. A Walt la cosa no le gusta ni pizca, al menos al principio, pero se ve forzado a aceptarlo para no herir los sentimientos de la muy tradicional madre de los jóvenes. Como no necesita ayuda en su casa, y con el fin de librarse de Thao lo antes posible, le encarga tonterías tales como contar los pájaros que anidan en los árboles. Ante la insistencia del muchacho, que quiere hacer algo útil, Walt decide utilizarlo para ayudar a sus vecinos, cuyas casas están pidiendo a gritos unas cuantas reparaciones. Durante la semana siguiente el pobre Thao ejercerá de eficaz manitas, solucionando las pejigueras domésticas de medio barrio, siempre bajo la supervisión de Kowalski. La aplicación y laboriosidad con la que Thao se toma el trabajo impresiona muy favorablemente a Walt, que comienza a apreciar al muchacho. Lo cierto es que ese joven Hmong y su hermana están aportando mucho a su vida, y nuestro protagonista se va encariñando con ellos casi sin darse cuenta. Para él, Sue, tan sensata, inteligente y cariñosa, representa la hija que le habría gustado tener, y en cuanto a Thao, a pesar de su apocamiento, posee unas cualidades que ninguno de sus hijos tuvo jamás. Ambos jóvenes pasan a ser algo así como los hijos adoptivos de Walt, que comienza a pasar mucho tiempo con ellos, sobre todo con Thao, con el que ha alcanzado un grado de compenetración y entendimiento que nunca tuvo con sus propios vástagos. La relación entre ambos va afianzándose rápidamente. Kowalski apoya a Thao consiguiéndole un trabajo en la construcción y prestándole sus herramientas, y la relación entre ellos va pareciéndose cada vez más a la existente entre un padre y un hijo. Walt guía a Thao por el buen camino, tratándole con una mezcla de dureza y cariño, muy en la línea de un progenitor a la antigua usanza. Por primera vez en mucho tiempo, el joven Hmong se siente seguro y querido, y su admiración y cariño por Kowalski aumentan exponencialmente. Walt, dispuesto a que Thao deje de comportarse como un mariquita, le apremia para que invite a salir a aquella chica llamada Yogur (Youa) y hasta le presta su coche para la cita. No la vieja camioneta que conduce normalmente, sino el Gran Torino. Este en apariencia intrascendente hecho demuestra, sin embargo, lo que Thao ha llegado a significar para Walt, porque es seguro que jamás permitió a sus hijos que pusiesen las manos sobre su tesoro sobre ruedas.
No sabes ande te metes, zagal
Las cosas comienzan a irle bien a Thao gracias a su amistad con Walt. Tiene trabajo, una novia y ha recuperado su autoestima. Pero su primo Spider y su panda de delincuentes no le dejan en paz, y un día, al volver del trabajo, le atacan y le queman el rostro con un cigarrillo. Furioso, Kowalski se presenta en la guarida de los pandilleros y, tras propinarle una soberana paliza al chulo gordinflón de Smokie, lugarteniente de Spider, le incrusta el cañón de una 45 en la frente y le advierte sobre lo que puede ocurrirles si no dejan en paz a Thao y su familia. El quinqui asiático, como todos los de su calaña, es una rata cobarde cuando está solo frente a alguien con arrestos, y literalmente se lo hace todo en los pantalones. Pero esa noche, y una vez reunida la manada de sabandijas amarillas, acribillan a tiros la casa de los Van Lor, hiriendo levemente a Thao. Lo peor, sin embargo, está por venir. Spider y su grupo de miserables han apaleado y violado a Sue.
Kowalski está más furioso de lo que lo haya estado en toda su vida. Sue es casi una hija para él, y está dispuesto a acabar con esa banda de criminales como sea. Thao se encuentra mucho peor. La ira le ciega y a duras penas consigue Walt tranquilizarle. El padre Janovich, que conoce a Walt y sabe de lo que es capaz, va a verle con la intención de disuadirle de que tome represalias. Por primera vez el sacerdote y el veterano de guerra conversan amigablemente, y Kowalski trata de que el cura comprenda que es preciso hacer algo, o Thao y Sue no podrán vivir en paz. Janovich, como buen sacerdote, no cree en la violencia, y convencido de que Walt está dispuesto a acabar a tiro limpio con Spider y los suyos, le advierte que piensa ir a la guarida de los quinquis cada día, para asegurarse de que ni Thao ni él cometen una locura. Aun comprendiendo la postura de Janovich, Walt sabe que si dejan el asunto en manos de la policía no conseguirán nada, de modo que urde un plan para acabar de una vez por todas y para siempre con esa escoria color limón. Thao, cada vez más rabioso, insiste en ir a por ellos cuanto antes mejor y cargárselos, pero Walt logra tranquilizarle a medias. Tras comprarse un traje a medida y pedir a su amigo el peluquero que le afeite a navaja, algo que nunca antes había solicitado, Kowalski acude a la iglesia a confesarse, lo que deja atónito al padre Janovich. Después vuelve a su casa, donde ya le espera Thao, ansioso por empuñar un arma y vengar el ultraje que ha sufrido su hermana. Pero Walt le tiende una trampa y le encierra en el sótano, pues lo que tiene pensado hacer ha de llevarlo a cabo solo. Tras llamar a Sue para decirle dónde está su hermano, Kowalski parte en busca de Spider y sus gamberros. Cuando éstos le ven venir, salen a recibirle en actitud chulesca, exhibiendo toda clase de armas de fuego, mientras que los asustados vecinos observan temerosos la escena. Walt les echa en cara el que hayan sido capaces de violar a una mujer de su propia familia, y tras espetarles todo lo que piensa de ellos, se pone un cigarrillo en la boca, y tras dejar atónitos a los pandilleros preguntándoles con toda frialdad si tienen fuego, hace un brusco ademán llevándose la mano derecha bajo la chaqueta, como si fuese a extraer una pistola de una funda sobaquera. Spider y sus alimañas abren fuego, acribillándole a balazos, y Walt cae muerto en el acto, mientras en su mano derecha vemos un encendedor con el emblema del cuerpo de Caballería del Ejército de los EE UU.
Cuando Sue y Thao llegan al lugar en el Gran Torino, todo ha terminado ya. Spider y sus pandilleros han caído en la trampa tendida por Walt, que ha sacrificado su propia vida para garantizar la seguridad de aquellos a los que considera como su verdadera familia. Docenas de testigos han presenciado el asesinato de Kowalski, que iba desarmado, y la carrera criminal de Spider y el resto de los quinquis amarillos ha terminado. Les aguardan largas condenas de prisión, posiblemente incluso la cadena perpetua o una sentencia de muerte. Como sea, Walt ha logrado su propósito y Thao y Sue podrán vivir tranquilos a partir de ahora.
El funeral de Walt reúne a su familia biológica y a su familia real. Sus hijos, Mitch y Steve, no aciertan a comprender qué pintan en el sepelio aquellos tres orientales que parecen verdaderamente afectados por la muerte de su padre. La sorpresa para los Kowalski vendrá durante la lectura del testamento, en la que está presente, por expreso deseo de Walt, Thao, a quien el difunto ha decidido dejar su más preciada posesión, su Ford Gran Torino Coupé de 1972. El gesto lo dice todo, y la patética familia de Walt no tiene más opción que rendirse a la evidencia. Jamás mostraron el menor respeto, consideración o cariño hacia él, por lo que a la hora de su muerte optó por dejar cuanto tenía a la iglesia, en recuerdo de su amada Dorothy, y al muchacho que se portó con él mejor que sus propios hijos.
Lo mejor de GRAN TORINO es, sin duda, la impresionante interpretación de Eastwood. El de Walt Kowalski es uno de los mejores papeles de su carrera, por no decir el mejor. Kowalski es uno de los personajes más realistas jamás vistos en película alguna. Estamos ante un hombre que se encuentra ya en la última etapa de su vida, que ha perdido a la mujer con la que ha compartido ésta, y que está bastante asustado ante la idea de pasar sus últimos años solo. Su familia, que en teoría debería prestarle todo su apoyo en estos momentos, pasa olímpicamente de él. Ni siquiera sus nietos le demuestran el más mínimo cariño, y aunque Walt es un tipo duro poco acostumbrado a exteriorizar sus sentimientos, queda claro que esto le duele. A pesar de su fortaleza exterior, es un hombre sensible que, en cierto modo, se siente superado por la situación y piensa que ha fracasado al educar a sus hijos. Pero conforme avanza la película y vemos cómo se portan éstos con él, comprendemos que Mitch y Steve Kowalski son dos desgraciados egoístas que nunca han tratado de entender a su padre, dos productos de la sociedad moderna que ni siquiera se han molestado en inculcar a sus consentidos hijos el respeto por sus mayores.
Al igual que muchos americanos de su generación, Walt observa ciertos matices racistas en su comportamiento, cuenta chistes de negros y judíos y no se siente precisamente feliz de tener a un montón de orientales por vecinos. Pero cuando conoce a Sue y Thao encuentra en ellos cualidades que sus hijos jamás tuvieron, y su relación con los jóvenes Hmong se va haciendo cada vez más estrecha, hasta que surge un auténtico cariño entre ellos, lo que permite a Walt ir superando poco a poco sus prejuicios. En Sue ve a la hija que todo padre ansia tener, pero es Thao quien acapara la atención de Walt. Aunque le pica continuamente, llamándole ladrón, inútil, marica amarillo y otras lindezas, Kowalski quiere al chico y, a su manera un tanto brusca, le ayuda en todo lo que puede. Thao, por su parte, encuentra en Walt un modelo masculino a seguir, ejemplo del que hasta entonces carecía. Poco a poco se va forjando entre ellos una amistad que para Walt se convertirá en algo más, porque llegará a sentir más amor por el tímido Hmong que por sus propios y desagradecidos hijos.
A Walt, que lleva tiempo tosiendo sangre, se le diagnostica un cáncer mortal. Su primera reacción es llamar a su hijo mayor para decírselo, pero ante la despreocupada actitud de éste, que le insinúa que no puede perder el tiempo hablando con él porque tiene mucho trabajo, opta por no decir nada. Es en esta secuencia donde queda definitivamente claro la clase de personas que son los hijos del protagonista, que ni siquiera muestran interés por escuchar lo que su padre tiene que decirles, lo que demuestra de qué pasta están hechos y lo que se puede esperar de ellos. Thao, por el contrario, ha visto a Walt toser sangre, se preocupa por él y le aconseja que deje el pernicioso vicio de fumar. Walt, naturalmente, no le hace caso, pero se siente conmovido por la preocupación del muchacho. El saber que padece un cáncer incurable y que le queda poco de vida será determinante para la actuación de Walt tras el ataque de Spider y su ganado a la casa de Thao y Sue y la violación de ésta última. Kowalski no quiere morir, pero tampoco le hace gracia la idea de pasar los últimos años de vida escupiendo sangre y padeciendo dolores cada vez más intensos. Por eso, cuando comprende que es preciso hacer algo para liberar a sus jóvenes amigos de la amenaza de los pandilleros, decide sacrificar su vida para matar dos pájaros de un tiro, como suele decirse. Con su sacrificio Walt consigue dos cosas: librar a Sue y Thao de Spider y su grupo de matones y morir con dignidad, haciendo algo noble y valeroso. También es una forma de exorcizar sus demonios interiores, los que le han atormentado durante cincuenta años, las cosas terribles que tuvo que hacer en Corea. No quiere que Thao pase por algo como lo que él vivió, por eso cuando el chico le pregunta qué se siente cuando se mata a alguien, responde: Mejor que no lo sepas. Luego, cuando ya ha encerrado al muchacho en el sótano y éste le exige a gritos que le deje ir con él a matar a esos cabrones, Walt, hablando como un padre más que como un amigo, le confiesa a Thao su secreto, aquel que le ha perseguido en forma de pesadilla desde los lejanos años de Corea: le voló la cabeza a un soldado enemigo, un niño apenas, que había tirado su fusil e intentaba rendirse.
El gesto póstumo de Walt demuestra cómo ha evolucionado el personaje a lo largo del film. Thao y Sue significan para él mucho más de lo que haya significado su repelente familia biológica, y el hecho de dejar su casa a la iglesia y su Gran Torino a Thao puede interpretarse tanto como un deseo de premiar a quienes se han portado bien con él como de castigar, en cierto modo, a unos parientes que nunca le quisieron. La escena de la lectura del testamento es harto reveladora. Cuando el abogado lee lo que Walt ha dispuesto, las caras de sus hijos son un poema. En cuanto se hace mención al coche, Karen Kowalski mira a su hija Ashley con arrobo, convencida de que su preciosa niñita va a heredar esa maravilla con ruedas. La infame niñata también muestra una expresión de felicidad... que se trunca en un gesto de estupor, asombro y rabia cuando el letrado lee lo escrito por Walt, que ha decidido dejar su coche a su buen amigo, y casi un hijo para él, Thao Van Lor. Todos miran al muchacho oriental con hostilidad, pero éste, que permanece en un rincón, no les hace ningún caso. Al contrario que ellos, Thao está sufriendo por la pérdida de un buen amigo que fue para él el padre que nunca tuvo.
Bee Vang y Ahney Her, los jóvenes actores ameriasiáticos que dan vida a Thao y Sue, brillan casi a la misma altura que el gran Eastwood. Vang compone a la perfección su papel de jovencito tímido y pusilánime, que va evolucionando lentamente hasta transformarse en un hombre de provecho gracias a la beneficiosa influencia de Walt. Por su parte, Ahney Her borda su personaje de Sue, la encantadora hermana del atontao, que es quien descubre la sensible y casi tierna personalidad que se oculta tras la adusta fachada de Kowalski, la primera en intuir que detrás de ese rostro pétreo, esa mirada taladrante y ese perenne mal humor hay un ser humano realmente extraordinario, que sólo necesita un poco de cariño y comprensión para mostrarse al exterior.
Anda, que menudo aprendiz que me he echao
Otro personaje interesante es el padre Janovich, joven sacerdote católico que, a pesar de su bisoñez, muestra una gran disposición a ayudar a Walt, no sólo porque se lo haya prometido a su difunta esposa, sino porque sabe que es un hombre atormentado que necesita ayuda. Aunque al principio su relación con Kowalski no sea muy buena, acabarán entendiéndose bastante bien, y al final de la película el honesto cura admitirá sin complejos que con Walt aprendió más sobre la vida y la muerte que en el Seminario.
El Gran Torino del título representa para el protagonista lo único afectivo que le queda tras la muerte de su mujer. Es un coche viejo pero potente, sólido, bien conservado y con clase. Es casi una proyección de su propia personalidad y así es como realmente lo ve Walt. El hecho de que sus hijos nunca quisieran ayudarle cuando lo estaba restaurando, y de que uno de ellos se gane la vida vendiendo coches extranjeros, es como una afrenta para alguien como Walt, que ha dedicado su vida a una empresa tan netamente americana como Ford Motors Company. Ni Mitch ni Steve mostraron nunca el menor interés por ese coche, y de la ruin Ashley mejor no hablar. Es por eso que nuestro protagonista decide dejar su propiedad más querida, su hermoso Gran Torino del 72, a la única persona que lo merece y sabrá apreciarlo: Thao.
Con GRAN TORINOEastwood nos ofrece su obra más conseguida hasta la fecha. La película, sin abandonar en ningún momento cierto tono intimista, consigue arrancarnos una sonrisa en una escena, para conmovernos en la siguiente. Una de las más acusadas características de Eastwood como intérprete es su sorprendente habilidad para conjugar en un mismo personaje dureza y ternura, hallando siempre el perfecto equilibrio entre ambas, y Walt Kowalski es el perfecto ejemplo de ello. Se trata, posiblemente, del personaje más complejo que el gran actor norteamericano ha interpretado en toda su carrera, uno de los seres humanos más creíbles y conmovedores que hayan aparecido en una película. Decididamente, GRAN TORINO es una de las últimas grandes obras maestras del cine, y por eso mismo, un film de lo más recomendable.
Filmografía selecta de Clint Eastwood
No están, ciertamente, todas las que son, pero casi. Desde sus primeras y modestas apariciones en varias cintas de Serie B, hasta sus últimos éxitos, esta es la filmografía básica del maestro Eastwood, una serie de largometrajes de imprescindible visionado para todo amante del cine, y la mejor prueba de que estamos ante el último gran narrador de historias del Séptimo Arte.
LA VENGANZA DE LA CRIATURA DE LA LAGUNA NEGRA (REVENGE OF THE CREATURE, Jack Arnold, 1955)
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