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LA GRAN PRUEBA
LA GRAN PRUEBA EE. UU., 1956
Título original: Friendly Persuasion
Dirección: William Wyler
Guión: Michael Wilson (sin acreditar) sobre un libro de Jessamyn West
Producción: William Wyler, Allied Artists Pictures Corporation
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Ellsworth Fredericks
Duración: 137 min.
IMDb: tt0049233. Doblaje: (es-ES)
Reparto: Gary Cooper (Jess Birdwell); Dorothy McGuire (Eliza Birdwell); Anthony Perkins (Joshua Birdwell); Phillys Love (Mattie Birdwell); Richard Eyer (Jessie Birdwell); Robert Middleton (Sam Jordan); Mark Richman (Gard Jordan); Walter Catlett (profesor Waldo Quigley); Richard Hale (Purdy); Joel Fluellen (Enoch), Theodore Newton (mayor Harvey); John Smith (Caleb Cope); Marjorie Main (viuda Hudspeth); Marjorie Durant (Pearl Hudspeth); Edna Skinner (Opal Hudspeth); Frances Farwell (Ruby Hudspeth); Samantha, el ganso

Tiempo estimado de lectura: 5 min 44 seg

Sinopsis

En plena Guerra de Secesión, Jess Birdwell, patriarca de una familia cuáquera, trata de sacar a los suyos adelante. La vida de los cuáqueros trascurre plácidamente, pero la guerra no tarda en llegar hasta ellos. Pacifistas convencidos, intentan mantenerse al margen de la lucha, pero las circunstancias pondrán a prueba sus convicciones.

Los Birdwell discutiendo lo difícil de la situación
Los Birdwell discutiendo lo difícil de la situación

Cada vez que vuelvo a ver una película de William Wyler, me reafirmo en la creencia de que era uno de los grandes del cine. LA GRAN PRUEBA es una de las cintas más interesantes de la segunda etapa de su carrera. Aunque muchos especialistas lo consideran un film menor, sobre todo en comparación con JEZABEL, LA CARTA, LA LOBA, LA SEÑORA MINIVER, LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA o VACACIONES EN ROMA, se trata de una de las películas más hermosas que realizó.

Dieciséis años después de EL FORASTERO, Gary Cooper se puso por segunda vez a las órdenes del cineasta en este formidable drama familiar, ambientado durante la guerra civil de los Estados Unidos. En esta ocasión, Cooper deja de lado su faceta de héroe de acción, que, en buena parte, había cimentado su carrera profesional, para encarnar a un tranquilo cuáquero de Indiana, un padre de familia que ve cómo el espectro de una contienda fratricida amenaza su forma de vida.

Los cuáqueros son una secta protestante que observa una religiosidad profunda, un puritanismo notable y un pacifismo decidido. Aunque hubo cuáqueros que decidieron luchar en la guerra de Secesión, siempre fueron una exigua minoría, casi irrelevante, porque la fuerza de sus convicciones religiosas impelió a la inmensa mayoría de ellos a permanecer al margen de la conflagración. La cinta de Wyler aborda esa cuestión de fondo, pero no se centra sólo en ella.

En realidad, buena parte del metraje es un relato costumbrista, en el que, a través de las vivencias de la familia Birdwell, se retrata el modo de vida de los cuáqueros hacia mediados del siglo XIX, el tema principal del libro de Jessamyn West. La obra literaria era una recopilación de historias sobre la vida cotidiana de los Birdwell, que abarcaba cuatro décadas de la existencia de dicha familia. Wyler seleccionó sólo aquellos pasajes que le parecieron más interesantes y reveladores, concentrando la acción en el año 1862. Con estos mimbres, más el trasfondo de la guerra de Secesión, Wilson escribió un guión formidable, que Wyler plasmó a la perfección en imágenes.

Si bien LA GRAN PRUEBA ofrece un incuestionable alegato antibelicista, como señalaron algunos críticos, lo cierto es que la película carece de moraleja, algo sorprendente en el cine de la época. Esto se debió, sin duda, a Michael Wilson, represaliado por su postura ante la Caza de Brujas, cuyo espléndido guión incide en la defensa de la libertad de conciencia por encima de cualquier otra cosa. El ambiente de la comunidad cuáquera a la que pertenecen los Birdwell es marcadamente religioso, a veces agobiante y opresivo. Pero, a pesar de observar un profundo respeto por las costumbres cuáqueras, Jess y su familia tratan de llevar una vida normal. La escena en la que los dos hermanos Birdwell juegan a la guerra demuestra que, aunque el pacifismo esté muy arraigado entre los cuáqueros, ni el adoctrinamiento religioso más pertinaz puede evitar que las circunstancias de la vida influyan en las personas y condicionen su comportamiento, sean cuáqueras o no.

La cuestión de la religión está presentada de forma humanista e inteligente. Toda la secuencia de la reunión, cuando el mayor Harvey acude a interesarse por la negativa de esa gente a empuñar las armas, es muy reveladora al respecto. Frente al dogmatismo intransigente y exaltado del patético ministro cuáquero, se alza la serenidad de Jess Birdwell, un hombre fiel a sus creencias, que, a pesar de su profunda religiosidad, no permite que sus preceptos nublen su raciocinio. Como su hijo Joshua poco antes, reconoce que no sabe cómo reaccionaría si su familia se encontrase en peligro. Como buen cuáquero, no cree en la violencia, pero, al contrario que sus hermanos de fe, es muy tolerante. Por eso, cuando Josh decide luchar en la guerra, no se opone, y ante las súplicas de su esposa, responde: Yo sólo soy su padre, Eliza, no su conciencia. La vida de un hombre no vale nada si no vive de acuerdo con su conciencia. Tengo que darle a Josh esta oportunidad. Más adelante veremos que es él quien permanece fiel a sus convicciones, mientras el ministrillo se olvida de su pacifismo radical al incendiarle el granero los confederados. Cuando un rebelde intenta matarlo, Jess consigue desarmarlo y, por un segundo, se siente tentado a disparar contra él. Pero la firmeza de sus creencias se lo impide y le deja en libertad.

Gary Cooper está inmenso en el papel del honesto cabeza de familia. Junto a él, una Dorothy McGuire más bella y radiante que nunca encarna a Eliza, su abnegada esposa, una mujer dulce y considerada, pero a la vez enérgica, que ejerce en la unidad familiar de algo así como de suma sacerdotisa, pues es ella la que aboga por una observancia estricta de los preceptos del cuaquerismo. Sin embargo, mujer, al fin y al cabo, no puede evitar que, en la secuencia de la visita a la feria, se le vayan los pies y las manos al influjo de la música, y eso a pesar de que los cuáqueros estén en contra de todo lo musical. Cuando se opone a que Jess meta en la casa el armonio que ha comprado en la feria, lo hace más por ser fiel a las normas de su religión que por otra cosa. Es también una pacifista convencida. Pero, cuando un soldado rebelde pretende llevarse a Samantha, su ganso preferido y el terror del pequeño Jessie, reacciona violentamente, golpeando con una escoba al pobre confederado.

Anthony Perkins bordó su personaje en ésta su segunda película. Josh Birdwell se debate entre los principios que le han inculcado sus padres, y su convencimiento de que, llegado el caso, es lícito ir en contra de aquello en que siempre se ha creído, cuando de defender las vidas de los que te importan se trata. Las cuitas que acosan a Josh están tratadas por el director con su proverbial sensibilidad. La crítica ha insistido en que la mejor interpretación del actor fue la de PSICOSIS (PSYCHO, Alfred Hitchcock, 1960), pero personalmente opino que Perkins nunca estuvo mejor en pantalla que en este trabajo del maestro Wyler. Los planos medios de Josh Birdwell, disparando, recargando y volviendo a disparar su rifle, mientras las lágrimas se deslizan por su rostro, son impresionantes y conmovedores a un tiempo.

Phyllis Love da vida a Mattie Birdwell, una jovencita a la que nada parece interesar, salvo sus sentimientos por el apuesto Gard Jordan, oficial del ejército de la Unión e hijo del mejor amigo de su padre. A pesar de las restricciones de todo tipo a que se supone debe estar sujeta una mujer cuáquera, en el fondo es una muchacha como otra cualquiera, que sueña con tener una vida social sugestiva y fascinante, así como con un romance de novela.

El cuadro familiar se completa con Jessie Birdwell, interpretado por Richard Eyer, un actor infantil muy popular en la época, que de adulto se dedicaría a la enseñanza. Es un niño como tantos otros, algo travieso, que mantiene una simpática enemistad con Samantha, el ganso de su madre. Por cierto, Samantha está acreditada en los títulos iniciales, lo que no resulta extraño, porque sus apariciones, casi siempre fastidiando al pobre Jessie, son tremendamente divertidas.

El personaje más entrañable del film, aparte de los Birdwell, es Sam Jordan, metodista y buen amigo de Jess. Más conocido por sus papeles de villano, en esta ocasión Robert Middleton interpretó magistralmente a un hombre sensato y jovial, que admira la firmeza de espíritu de Jess Birdwell, aunque tampoco pierde ocasión de tomarle el pelo de vez en cuando, pero siempre de forma respetuosa. Sam tendrá una muerte trágica y conmovedora, en uno de los pasajes más emotivos de la película.

La puesta en escena es brillante, como en todos los títulos de Wyler. El film transita por diversos registros, funcionando a la vez como retrato costumbrista de una época y una sociedad concreta, como comedia familiar y, en el último cuarto de la película, como relato bélico. El ritmo es pausado, se diría que casi sosegado. Wyler se toma su tiempo para poner en situación al espectador, recreando su cámara en la descripción de unos pasajes que los cineastas actuales habrían desechado, en aras de las no siempre recomendables inmediatez y concisión narrativas. Apoyándose en la fotografía en color De Luxe de Fredericks, nos ofrece algunos encuadres de una belleza casi pictórica, como las tomas de los bucólicos amaneceres, o esas imágenes iniciales, que nos muestran el pequeño mundo en que transcurre la vida de los protagonistas.

El humor sano y de exquisito buen gusto salpica todo el film, destacando las secuencias de las carreras entre Jess y Sam, magníficamente filmadas. Pero donde la comicidad alcanza cumbres paroxísticas, provocando las carcajadas del espectador, es en el encuentro de los hombres Birdwell con la viuda Hudspeth y sus bastas hijas, quienes, deseosas de encontrar marido, acosan al pobre Josh en una sucesión de escenas a cada cual más hilarante. Jess cambia su caballo con la viuda, deseosa de poseer un animal más tranquilo para facilitar el cortejo de sus hijas por los galanes locales, y así entra en posesión de una yegua que le permitirá vencer, por fin, a Sam Jordan.

Con un guión sencillamente espléndido, unos actores en estado de gracia y su maestría innata, William Wyler compuso una de las piezas fílmicas más bellas del cine clásico. La maravillosa partitura de Dimitri Tiomkin realza más si cabe la perfección de la película. El tema central, interpretado por Pat Boone, fue un número uno en aquellos años, siendo una de las canciones más emitidas por la radio.

Escenas del rodaje
Escenas del rodaje

En un principio, estaba previsto rodar en el sureste de Indiana, el escenario original del libro de West, pero consideraciones presupuestarias aconsejaron realizar la filmación en el valle de San Fernando, California, cercano a Los Ángeles.

El presupuesto inicial era de un millón y medio de dólares, pero la producción acabaría costando casi el doble. En su estreno en USA recaudó casi cinco millones.

El film fue nominado para los Oscars de 1956 en seis categorías: mejor película (William y Robert Wyler, productores); director (William Wyler); actor secundario (Anthony Perkins); guión adaptado (Michael Wilson); canción original (Dimitri Tiomkin y Paul Francis Webster) y sonido (Gordon E. Sawyer, Gordon R. Glennan y los departamentos de sonido de MGM y Sound Services Inc.). No obtuvo ninguno de ellos. Lo más sangrante, una de las injusticias más flagrantes de la historia de los Premios de la Academia, fue que la aparatosa superproducción LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS (AROUND THE WORLD IN 80 DAYS, Michael Anderson), estimable, pero en todo inferior al sensible film de Wyler, se alzara con el galardón a la mejor película.

Caso curioso fue el de Michael Wilson (no confundir con Michael G. Wilson, guionista y productor de varios films de James Bond 007) que en ese momento se encontraba en la lista negra de Hollywood, por haberse negado a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Wilson se negó a firmar su trabajo con seudónimo, de modo que a Wyler no le quedó otro remedio que omitir el nombre del guionista en los créditos, lo que impidió que el guión de LA GRAN PRUEBA pudiera ni siquiera ser considerado por el jurado. En la misma edición, el Oscar al mejor argumento fue para EL BRAVO (THE BRAVE ONE, Irving Rapper), de Dalton Trumbo, otro represaliado por la Caza de Brujas, que lo firmó bajo el alias de Robert Rich. Cuando se anunció el premio, como es obvio, nadie subió a recogerlo. Lo recibiría en 1975, un año antes de su muerte, en una ceremonia de desagravio.

Es necesario mencionar un detalle poco conocido: en una de las cumbres que celebró con el premier soviético, Mihail Gorbachov, el presidente Ronald Reagan le obsequió con una copia, convenientemente doblada al ruso, de LA GRAN PRUEBA, como símbolo de la imperiosa necesidad de encontrar una alternativa pacífica al enfrentamiento bélico.

Por una vez la traducción del título al español, si bien libre, fue muy acertada. El título del libro de West era AMISTOSA PERSUASIÓN, el mismo que eligió Wyler para la cinta por razones obvias. Pero LA GRAN PRUEBA revela mejor los derroteros por los que transita la historia que narra el film, uno de los más logrados de ese genio del séptimo arte que fue William Wyler.

© Antonio Quintana Carrandi,
(2.066 palabras) Créditos
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