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SOY UN FUGITIVO
SOY UN FUGITIVO EE. UU., 1932
Título original: I Am A Fugitive From A Chain Gang
Dirección: Mervyn Leroy
Guión: H. J. Green, B. Holmes, S. Gibney sobre una novela de Robert E. Burns
Producción: Hal B. Wallis para Warner Brothers
Música: Leo F. Forbstein, Vitaphone Orchestra
Fotografía: Sol Polito en B/N
Duración: 92 min.
IMDb: tt0023042. Doblaje: (es-ES)
Reparto: Paul Muni (James Allen); Noel Francis (Linda); Preston Foster (Pete); Edward Ellis (Bomber Wells); Hale Hamilton (Reverendo Robert Clint Allen); Louise Carter Willard (Sra. Allen); Robert McWade (F. E. Ramsey); Erville Anderson (jefe de policía); Reginald Barlow (Parker); Glenda Farrell (Marie Woods); Helen Vinson (Helen); Sally Blane (Alice); Allen Jenkins (Barney Sykes); Berton Churchill (Juez); David Landau (Alcaide); Willard Robertson (presidente de la junta penitenciaria); Robert Warwick (Fuller); William LeMaire (Tejano)

Tiempo estimado de lectura: 8 min 12 seg

Sinopsis

A su regreso de la Gran Guerra, James Allen trata de rehacer su vida, pero no consigue adaptarse de nuevo a un trabajo que considera monótono y vulgar, pues tiene aspiraciones más elevadas. Aunque intenta progresar, las circunstancias hacen que termine en un albergue para pobres, parados y excombatientes sin trabajo. Un día se ve implicado en un atraco, y, aunque no ha tenido nada que ver con el delito, es arrestado y condenado a diez años de trabajos forzados. Las condiciones en el penal son tan brutales, que Allen planea su huida. Ya en libertad, consigue rehacer su vida, logrando abrirse camino como ingeniero. Obligado a casarse con una mujer a la que no quiere, pues ella le chantajea al descubrir su verdadera identidad, acaba encontrando el amor verdadero en una dulce muchacha. Sin embargo, su perversa esposa no quiere ni oír hablar de divorcio, y, ante la determinación de Allen, revela a la policía su condición de fugitivo de la justicia.

Robert Elliot Burns
Robert Elliot Burns

Entre las joyas del cine clásico hay algunas que, como la cinta que tengo el privilegio de reseñar hoy, en su tiempo tuvieron una influencia notable, que fue más allá de su mera significación cinematográfica. Pero SOY UN FUGITIVO supera con creces a otros films de similar temática, pues está basado en la vida real de un hombre que fue víctima de una de las mayores injusticias perpetradas por el sistema legal imperante hace un siglo en los Estados Unidos.

Robert Elliot Burns (1895-1955) fue un veterano estadounidense de la I Guerra Mundial, licenciado con honores. Su regreso a la vida civil no fue fácil, ya que, al parecer, los horrores del conflicto le habían marcado en el aspecto psicológico. Debido a ello, Burns fue incapaz de readaptarse a su trabajo de antes de la guerra, lo que determinaría que, como muchos otros veteranos de la contienda, acabara convirtiéndose en un vagabundo.

Encontrándose en Atlanta, Georgia, fue engañado por un individuo que le involucró en el robo a mano armada de una tienda de comestibles. El dueño del comercio le identificó como uno de los ladrones, y a pesar de que había dudas razonables sobre su participación voluntaria en el delito, fue juzgado y condenado a diez años de trabajos forzados. Esto ocurrió en 1921. El botín del robo no llegaba a los seis dólares, una cantidad irrisoria incluso para aquella época.

Por aquel entonces Georgia no poseía una prisión estatal digna de tal nombre, de modo que muchos condenados debían cumplir su sentencia en campos de trabajo, conforme al sistema de arrendamiento de convictos entonces vigente en algunos estados de la Unión. Los presos trabajaban realizando diversas obras para el Estado, subcontratadas en muchos casos a compañías privadas que se lucraban con ellos, forzándoles a cumplir jornadas agotadoras, de doce o catorce horas, con apenas media hora para las comidas y muy poco descanso. Los encargados de esos campos no eran funcionarios de prisiones tal como se entiende hoy día, sino personal reclutado por las autoridades estatales, al que sólo se le exigía saber disparar y estar dispuesto a aplicar la disciplina más férrea a los prisioneros. En consecuencia, estos guardias eran básicamente matones armados, a los que el Estado había dado carta blanca para hacer lo que quisieran.

Más que campos de trabajo, aquellas instalaciones eran auténticos campos de concentración. Como Burns recordaría años más tarde, lo peor no era el trabajo agotador, sino la pésima alimentación que, sumada a las brutales palizas de los guardias, y al alojamiento en barracones infestados de ratas, pulgas, cucarachas y chinches, convertía la existencia cotidiana de los reclusos en un infierno. Según él, fue testigo de la muerte de varios prisioneros por maltrato físico, y al menos dos murieron porque los guardias les obligaron a seguir trabajando, a pesar de estar enfermos.

Burns consiguió evadirse del mismo modo que se describe en la película. Abandonó el Sur y se trasladó a Illinois, instalándose en Chicago. Allí intimó con una mujer, Emily del Pino Pacheco, que le alquiló una habitación. Emily, que acabaría siendo su esposa, le ayudó económicamente a establecerse como promotor inmobiliario, apoyándole también cuando Robert decidió hacerse periodista y fundar una revista. Sin embargo, parece ser que Emily era demasiado posesiva y siempre quería imponer su voluntad a su esposo, de modo que el matrimonio fue distanciándose. En 1929 Robert conoció a Lillian Salo, una chica de veintidós años de la que se enamoró. Emily se negó a concederle el divorcio, y, ante la insistencia de Burns, y como estaba en el secreto de su verdadera identidad, envió una carta anónima a la prensa revelando su pasado, de modo que el hombre fue arrestado en espera de su extradición a Georgia. Se había labrado una reputación de ciudadano respetable, así que muchísimas personas, algunas bien situadas socialmente, hicieron campaña en su favor, sobre todo después de conocer los detalles del horrible crimen por el que había sido condenado a pena tan desproporcionada. De hecho, conforme fueron conociéndose las circunstancias de lo ocurrido, en todo el país se alzaron voces en su defensa.

Pero no sirvió de nada, pues fue extraditado a Georgia en junio de 1929. Pasó un par de meses en el campo del condado de Campbell, donde fue relativamente bien tratado, trabajando como pintor. Pero pronto fue trasladado al campo del condado de Troup, que era un calco exacto de aquel otro del que se había fugado. Soportó durante un año las condiciones más brutales, incluidas varias palizas de los guardias, confiando en obtener la libertad condicional. Pero cuando ésta le fue negada, el 4 de septiembre de 1930, consiguió escapar de nuevo. Para entonces la nación ya estaba hundida en la Gran Depresión, por lo que Burns no pudo rehacer su vida como en la ocasión anterior. Sobrevivió como pudo en el estado de New Jersey, a base de trabajos ocasionales y sin futuro, mientras escribía sus memorias noveladas, que consiguió publicar por entregas en la revista True Detective Mysteries en 1931, y editar como libro en 1932. SOY UN FUGITIVO DE UNA PANDILLA ENCADENADA DE GEORGIA, título de la obra, despertó enorme expectación, llamando la atención de Warner Bros, que se apresuró a adquirir los derechos cinematográficos.

Hal B. Wallis, por aquel entonces uno de los productores más prestigiosos que velaban armas en Warner Bros, se puso en contacto con Burns a través de uno de los ejecutivos del Estudio en la costa este. Wallis quería que Burns se trasladara a Hollywood, para ejercer labores de asesor en el film que se iba a rodar sobre su novela autobiográfica. New Jersey no tenía acuerdo de extradición con Georgia, pero California sí, de modo que Wallis aseguró a Burns que su traslado a la Meca del Cine se realizaría en absoluto secreto. El libro ya había levantado ampollas en la sociedad estadounidense de la época, pero, convencido en su fuero interno de que una película tendría un impacto aún mayor sobre la opinión pública, Robert E. Burns decidió arriesgarse. Llegó a Hollywood de incógnito, trasladándose de inmediato a los Estudios Warner, donde se le habilitó un apartamento. La mayoría del personal del Estudio ignoró durante mucho tiempo su verdadera identidad. Sólo algunos miembros seleccionados del equipo de filmación sabían que estaba allí, colaborando en la realización de la película. Según parece, el mismísimo Jack L. Warner tomó cartas en el asunto, advirtiendo a quienes conocían la presencia de Burns que, si se iban de la lengua, serían despedidos de inmediato y él se encargaría personalmente de que jamás encontraran trabajo en Hollywood.

Allen en la penitenciaría.
Allen en la penitenciaría.

SOY UN FUGITIVO se estrenó el 10 de noviembre de 1932, convirtiéndose de inmediato en un enorme éxito de público y crítica. Al trascender que el film adaptaba un libro que narraba un hecho real, tanto los espectadores como los críticos empezaron a verlo con otros ojos. Radio y prensa se hicieron eco de la tremenda injusticia que narraba. Fue, con diferencia, la película más importante y polémica del año, que levantó un gran clamor popular. Según iba estrenándose por los distintos Estados, se sucedían las protestas ciudadanas de todo tipo contra el brutal régimen penitenciario que describía. Aunque acabaría por estrenarse también en Georgia, a pesar de la oposición frontal de la camarilla del Partido Demócrata que controlaba ese Estado, lo cierto fue que su exhibición allí se restringió a los principales centros de población, a pesar de los esfuerzos de Warner Bros para que se proyectara hasta en el cine del villorrio más insignificante.

Hubo, naturalmente, personas que criticaron el film, tachando de falsedad absoluta todo lo que en el mismo se contaba. Huelga decir que la inmensa mayoría de los detractores de SOY UN FUGITIVO eran políticos y juristas, cuyas subespecies más deleznables eran retratadas en la cinta con toda fidelidad. Burns salió al paso de esas manifestaciones, y, a pesar de encontrarse en un Estado que tenía un pacto de extradición con Georgia, y que se arriesgaba a ser detenido de nuevo, no dudó en hablar en la radio en defensa de la veracidad de todo lo que contaba en sus memorias.

SOY UN FUGITIVO es la denuncia fílmica, sobria y desprovista por completo de artificios cinematográficos, de una despreciable injusticia perpetrada, precisamente, por aquellas instituciones e individuos que deben velar por la observancia de las leyes y el castigo del delincuente; pero cuyas obligaciones también incluyen asegurarse de la justicia e imparcialidad de sus dictámenes, así como de la salvaguarda del inocente.

También denuncia la brutalidad del sistema carcelario entonces imperante en muchos Estados de USA, y que apenas había sufrido modificaciones desde la guerra civil de 1861-1865. Un sistema en el que un convicto, por el simple hecho de serlo y sin que se entrara a valorar la gravedad del delito que supuestamente hubiese cometido, era tratado como un criminal de la peor especie.

El infierno carcelario que experimentó Burns está enfatizado en el film por la presencia constante de las cadenas, que los presos debían llevar en todo momento, incluso para dormir, y que limitaban extraordinariamente su movilidad.

Después de ver la película terminada, antes de su estreno oficial, Burns comentó que las escenas de las torturas físicas, infligidas por los celadores a los prisioneros, estaban muy suavizadas. Evidentemente, aunque se trata de una película anterior al Código Hays, en aquel tiempo no podían mostrarse en pantalla escenas de violencia explícita. Sin embargo, vista hoy, noventa y un años después de su realización, las secuencias que sugieren la brutalidad de los guardias siguen siendo estremecedoras.

La solidaridad entre los penados que aparecen en el film también se corresponde con la que Burns conoció en Georgia. Según él, aunque había algunos presos que eran verdaderas bestias, con los que era necesario tener mucho cuidado, otros eran, simplemente, hombres que habían cometido un error y que no merecían ser tratados de aquella forma.

Preparando la fuga
Preparando la fuga

Tras su fuga, James Allen invierte su nombre, pasando a llamarse Allen James. Logra prosperar en la vida, llegando a ser directivo de una importante empresa de ingeniería. El único lastre en su existencia es un matrimonio insatisfactorio con Marie, la mujer que, al descubrir casualmente su pasado, le había chantajeado obligándole a casarse con ella. Enamorado de la bella y dulce Helen, James ofrece a su esposa ocuparse económicamente de ella como hasta entonces, si accede al divorcio. Pero Marie, una verdadera Femme Fatale, no quiere que nada cambie, y al comprender que él está dispuesto a seguir adelante con su propósito, le denuncia a la policía.

A partir de aquí, el relato se centra en los esfuerzos de Allen, su familia y amigos, por resolver la situación sin que tenga que volver a prisión para cumplir lo que restaba de su condena cuando se fugó. La buena fe de Allen se contrapone a las hipócritas y torticeras maniobras de las autoridades políticas y judiciales de Georgia, que no dudan en tenderle una celada para que regrese, asegurándole que sólo deberá abonar las costas del proceso y cumplir noventa días, tres meses de reclusión, para obtener el perdón. Allen accede y se esfuerza por ser un preso modelo durante esos tres meses. Pero, como revelan las palabras de un politiquillo georgiano, presumiblemente del hoy sacralizado Partido Demócrata, el Estado no tiene ninguna intención de cumplir su compromiso. Pasados los noventa días, la junta penitenciaria dictamina que Allen debe cumplir otros nueve meses más, hasta sumar un año de reclusión, para ser perdonado. Ante los ruegos de su hermano, James opta por aguantar nueve meses más en ese infierno, con la esperanza de que, por fin, el Estado le conceda el perdón prometido. Pero, al cumplirse el año, el alcaide le comunica que la junta penitenciaria ha decidido suspender indefinidamente la resolución de su caso. Desesperado, Allen huye de nuevo con la ayuda de su buen amigo, el viejo Bomber Wells, que muere durante la fuga, pasando a convertirse en un eterno fugitivo de lo que algunos llaman justicia.

La sobria puesta en escena de Mervyn Leroy casa muy bien con la crudeza del relato. No obstante, aunque el director no se planteó siquiera realizar una obra expresionista, durante el rodaje de la última escena se produjo un accidente, que determinaría que el film se cerrara con un expresionismo casual pero muy eficaz. En dicha escena, un atormentado James Allen iba al encuentro de Helen, para reiterarle su amor y darle su definitivo adiós. Convertido en apenas una sombra del hombre que había sido, tras despedirse de la muchacha Paul Muni debía retroceder hacia un callejón, hasta que las sombras difuminaran su rostro. Ella le preguntaba de qué viviría. Muni debía responder: ¡Del robo!. Pero, coincidiendo con esta frase, falló el foco principal y una oscuridad casi total se abatió sobre el plató. Guiado por su instinto de cineasta, y antes de proceder a filmar de nuevo la escena, como le sugirieron algunos miembros del equipo, Leroy visionó el copión[1], concluyendo que aquel oportuno apagón otorgaba a la cinta un final más impactante que el ideado por los guionistas.

Por aquel entonces, los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood todavía no tenían una fecha fija para la celebración de la ceremonia, que en 1932 tuvo lugar el 18 de noviembre, una semana después del estreno oficial del film que nos ocupa, así que éste no pudo competir en aquella edición, ya que las candidaturas ya habían sido seleccionadas. De modo que SOY UN FUGITIVO compitió en la edición correspondiente a 1933, que se celebró el 16 de marzo de 1934 en el Ambassador Hotel de Los Angeles, siendo conducida por Will Rogers. Varias cintas estrenadas en 1932 figuraban entre las candidatas.

SOY UN FUGITIVO estaba nominada como mejor película (categoría entonces denominada producción sobresaliente), actor principal (Paul Muni) y sonido (Nathan Levinson). No consiguió ninguno de los galardones. Como mejor película fue elegida la decididamente sobrevalorada CABALGATA (CAVALCADE, Frank Lloyd, 1933), que también obtuvo el premio al mejor director. Muni fue derrotado por Charles Laughton y su creación en LA VIDA PRIVADA DE ENRIQUE VIII (THE PRIVATE LIFE OF HENRY VIII, Alexander Korda, 1933), que era una producción británica, no hollywoodense, lo que provocaría airadas protestas, plenamente justificadas, en una parte de la prensa especializada. En cuanto al sonido, el ganador fue Franklin B. Hansen por ADIÓS A LAS ARMAS (A FAREWELL TO ARMS, Frank Borzage, 1932). Curiosamente, Muni volvería a ser nominado como mejor actor, alzándose con el premio, por LA TRAGEDIA DE LOUIS PASTEUR (THE STORY OF LOUIS PASTEUR, William Dieterle, 1936), un film notable, pero, a juicio de este cinéfilo, muy inferior en todo a SOY UN FUGITIVO.

A título de curiosidad cinéfila, cabe comentar que fue en la edición de noviembre de 1934 cuando se utilizó, por primera vez en público, la palabra Oscar. Hacía algún tiempo que la estatuilla era conocida con ese nombre por la gente del mundillo del cine, pero era un término coloquial. Cuando Walt Disney subió al estrado para recoger el premio al mejor cortometraje animado por LOS TRES CERDITOS (THE THREE LITTLE PIGS, Burt Gillett, 1933), dio las gracias a la Academia por el Oscar, dando así carta de naturaleza a aquella denominación. A partir de ese momento, los galardones serían conocidos como los Oscars de Hollywood.

RKO Radio Pictures decidió aprovechar el tirón de SOY UN FUGITIVO, produciendo y estrenando a marchas forzadas el mediometraje LA CARRETERA DEL INFIERNO (HELL´S HIGHWAY, Rowland Brown, 1932). En apenas una hora, la cinta narraba la historia de dos hermanos condenados a trabajos forzados. Aunque también se trataba el tema de la brutalidad de los guardias, esta oportunista película procuraba dar una imagen positiva de las autoridades, incluyendo el personaje de un agente infiltrado en el penal para descubrir los turbios manejos de algunos funcionarios. Huelga decir que pasó por las carteleras sin pena ni gloria, a pesar de ostentar la buena factura que caracterizaba la mayoría de los films de la mítica RKO.

En cuanto a Burns, el doble éxito de libro y película le animó a dar conferencias en contra del régimen carcelario de Georgia. En diciembre de 1932 fue arrestado en Newark, a requerimiento de un juez de Atlanta. Pero el gobernador de New Jersey se negó a extraditarlo, consciente de que gozaba del apoyo incondicional de la mayoría de la opinión pública.

Burns, que había obtenido por fin el divorcio de Emily, se casó de nuevo y tuvo cuatro hijos con Clara, su segunda y definitiva esposa. Pero tuvo que pasar diez años extremando las precauciones al desplazarse, para no caer en alguna trampa de las autoridades de Georgia, Estado en el que todavía era considerado un convicto fugitivo. En 1943, aprovechando una visita a Nueva York del recientemente elegido gobernador de Georgia, Ellis Arnall, Burns se entrevistó con él y solicitó formalmente el perdón. Arnall, un hombre de principios, comprometido con la verdadera justicia, convenció a Burns para que le acompañara a Georgia y se presentará ante la junta estatal de libertad condicional. En noviembre de 1945, con Ellis Arnall ejerciendo como su abogado, Robert E. Burns compareció ante la mencionada junta. Tras escuchar el alegato de Arnall, la sentencia de Burns fue conmutada. Vivió como un hombre libre hasta su muerte, en 1955.

En cuanto a SOY UN FUGITIVO, es un film plenamente vigente, precursor del cine negro y obra maestra indiscutible entre las películas de tema carcelario, muy por encima, incluso, de la estupenda FUERZA BRUTA (BRUTE FORCE, Jules Dassin, 1947), en cierto modo deudora de la cinta de LeRoy.


Notas

[1] Serie de planos no montados, tal como salen del revelado, cuyo visionado, normalmente diario y con sonido sincronizado, permite apreciar los resultados del rodaje en curso. N del A.

© Antonio Quintana Carrandi,
(2.955 palabras) Créditos
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