Sinopsis
El matrimonio Cooper está arruinado y pierde su casa, por lo que queda bajo el amparo de sus hijos. Como ninguno de éstos parece disponer de espacio y recursos suficientes para hacerse cargo de los dos, optan por acoger cada uno de ellos a uno de sus progenitores. En vista de las circunstancias, y como no les queda otro remedio, los ancianos hacen de tripas corazón y aceptan la hospitalidad de sus hijos, confiando en que sea una solución temporal. Los hermanos viven en distintas ciudades, por lo que es un duro golpe para el matrimonio de ancianos vivir separados, ellos, que han pasado juntos medio siglo. Pero a la terrible separación se suman los desaires de unos hijos egoístas e hipócritas, que ven la presencia de los ancianos como una carga.
Para ti, con el convencimiento de que todo saldrá bien.

Hay docenas de películas clásicas que son auténticas joyas y, sin embargo, resultan casi desconocidas para el gran público. Esta cinta de Leo McCarey, muy superior a sus oscarizadas y muy apreciadas TÚ Y YO (LOVE AFFAIR, 1939), SIGUIENDO MI CAMINO (GOING MY WAY, 1944), LAS CAMPANAS DE SANTA MARÍA (THE BELLS OF ST. MARY, 1945) o la nueva versión de TÚ Y YO (AN AFFAIRE TO REMEMBER, 1956) es una de ellas. Se trata de un film excelente que, quizá por el incómodo tema que plantea, se ha visto relegado a un segundo término en la extensa filmografía de McCarey. Sin embargo, es una de sus mejores películas, una de esas historias que cualquier cineasta con un poco de sensibilidad habría estado encantado de rodar.
Si tuviera que decantarme por las dos características más notables de DEJAD PASO AL MAÑANA, lo haría por su sencillez y credibilidad, pues son las que mejor definen esta película. Lejos de los cómodos planteamientos románticos y sentimentales de muchas de sus obras, McCarey ofrece aquí una visión decididamente agridulce de un asunto no muy tratado en el cine de la época: las difíciles relaciones intergeneracionales entre padres e hijos. Y aunque no carga las tintas en los enfrentamientos no declarados pero latentes entre ambos, deja un poso de amargura sólo atenuado, muy ligeramente, por una sutil ironía.
McCarey plasma en maravillosas imágenes fílmicas, con su tacto y buen gusto habituales, la penosa odisea por la que ha de pasar un matrimonio en el último tramo de sus vidas. Arruinados, obligados a dejar su casa, tienen que irse a vivir con sus hijos. Pero, al no poder hacerse cargo ninguno de ellos de los dos, han de separarse, y eso, en una pareja que ha pasado medio siglo junta, representa un durísimo golpe. La situación, ya dura de por sí, se verá agravada por la actitud de sus hijos, aparentemente ejemplares pero que mostrarán su verdadero carácter cuando, empujados por las circunstancias, tengan que acoger a sus progenitores. La cosa se agrava porque cada uno de ellos vive en una ciudad distinta, y los ancianos, separados por más de quinientos km, se sentirán aún más solos y desamparados. Lo que asumieron como una solución temporal acabará por concretarse en una separación indefinida, acentuada por el egoísta comportamiento de unos hijos que los consideran poco menos que una pesada carga.

Quizá lo más sangrante de todo sea la situación económica de los retoños. En 1937, a pesar de que ya se había iniciado una lenta recuperación, EE. UU. aún se hallaba sumido en la Gran Depresión, con millones de desempleados y hambrientos inundando el país. A pesar de ello, McCarey, posiblemente fiel a la novela original, presenta a los hijos del matrimonio Cooper como de clase media, no ricos pero si moderadamente acomodados, a juzgar por cómo viven. Esta circunstancia magnifica todavía más el discreto pero evidente desapego por sus padres, que vamos descubriendo de forma paulatina según avanza la historia. Si se tratase de familias sin recursos, abocadas a la miseria, se comprendería, al menos en parte, su manera de actuar. Pero teniendo ciertos posibles, hemos de colegir que su actitud hacia sus padres obedece únicamente, como he dicho antes, ha motivos egoístas, y que tal forma de actuar intensifica el dolor de los ancianos separados por causa de fuerza mayor. Ese egoísmo, camuflado pero notorio, se irá evidenciando a medida que los hijos se vayan cansando de aguantar a sus padres, y se explicitará en la decisión de enviar a Barkley a California, mientras que a Lucy optan por ingresarla en un asilo para mujeres ancianas. Al espectador se le forma un nudo en la garganta cuando, al descubrir por casualidad lo que su hijo pretende hacer con ella, Lucy habla de irse a una residencia, para evitarle a él el mal trago de tener que decírselo. Otro tanto nos ocurre con Barkley, que parece estar conmovedoramente convencido de que en California encontrará trabajo y podrá reunirse de nuevo con su amada.
Dice un viejo adagio español: de la familia y el Sol, cuanto más lejos mejor. Puede que no siempre sea cierto, pero en esta obra maestra de McCarey los de fuera, los extraños, se portan con los ancianos protagonistas con más tacto y deferencia que sus propios hijos. Ahí está el entrañable dueño de una papelería, a la que Barkley va a romper su soledad con un poco de charla. O el vendedor de automóviles, que hace de chofer para la anciana pareja. O el director del hotel donde pasaron su luna de miel, que les ofrece un trato más sincero y humano que el que reciben de sus propios hijos. Por no hablar del conmovedor detalle que tiene con ellos el director de orquesta, personaje que apenas sale medio minuto en pantalla, pero que llega al alma del espectador. Todo esto hará ver a la pareja que existe un mundo amable ahí afuera, aunque en su propia familia predomine el egoísmo más patente, disfrazado de fría cortesía. Film realista como pocos de su tiempo, DEJAD PASO AL MAÑANA cimenta su atemporalidad en la presentación de una brecha generacional ensanchada por la distante actitud de los retoños de los Cooper, los cuales, aunque acaban por admitir su egoísmo y, en parte al menos, su carencia de amor filial, no dudan en seguir adelante con sus planes.
Pero es sin duda la escena final, en la estación del ferrocarril, la que pone un nudo en el corazón del espectador y conmueve hasta la última fibra de su ser. La separación de los ancianos tras apurar al máximo las pocas horas de que disponen, que adivinamos trágicamente definitiva, se explicita en la triste y resignada expresión de Lucy mientras ve alejarse el tren. En la faz de la anciana se revela toda la amargura y tristeza de una madre que, al final de su vida, descubre resignada que su amor por sus hijos no es correspondido en la misma medida, y que posiblemente no volverá a ver al hombre al que ha amado durante medio siglo y con el que ha compartido la vida. Es éste uno de los finales más emotivos de la historia del cine, una de esas conclusiones que hacen de una experiencia cinematográfica algo único y casi devastador. DEJAD PASO AL MAÑANA no tiene un final feliz, como los que se estilaban en su época, porque no podía tenerlo, so pena de semejar un relato poco creíble. Ello le da a la historia un realismo pocas veces visto en pantalla, y quizá sea ésa la razón por la que esta película no es muy conocida. Nos hallamos, por tanto, ante una oportunidad única para ver y reivindicar una cinta excepcional, por la que no pasa el tiempo y que es, insistamos en ello, muy superior a otras realizaciones de McCarey mejor valoradas.
