Nunca me cansaré de repetir que el cine clásico americano, el del Hollywood de los grandes Estudios, es irrepetible. Cualquier tema que quiera tratar el cine actual es casi seguro que ya fue tratado, mucho más inteligentemente y con más estilo, por alguna cinta clásica. El film que tengo el honor de reseñar hoy es una de esas joyas atemporales que con tanta profusión producía la Meca del Cine en los viejos buenos tiempos; una película que a pesar de haberse estrenado hace la friolera de sesenta y cuatro años, conserva toda su gracia y frescura.

El héroe de la historia es Jim Blandings, ejecutivo de una importante firma publicitaria. Jim tiene una esposa, Muriel, dos hijas, Joan y Betty, una criada negra, Gussie, y un canario, Teodoro. Gana 15.000 dólares anuales, goza de respeto y consideración en su trabajo y podría decirse que es un hombre feliz. Lo único que no acaba de gustarle a nuestro protagonista es eso de vivir en un apartamento de alquiler, con sólo un cuarto de baño para cuatro personas —cinco, si contamos la criada— y con unos dormitorios un poco más grandes que la cabina de un ascensor. Muriel, práctica como cualquier esposa que se precie, planea hacer algunas reformas en el piso, a lo que Jim se opone, pues le parece una tontería gastar un dineral en reformar un apartamento que ni siquiera es de su propiedad. Poco después, cuando ve el anuncio de una inmobiliaria, Jim concluye que es mucho más sensato adquirir una casa vieja y rehabilitarla, que gastarse 7.000 dólares en hacer unos cambios en el angosto piso en que viven. Así las cosas, convence a Muriel y acaban comprando un ruinoso caserón en Connecticut. De nada sirve que Bill Cole, abogado y amigo de la familia, le demuestre que ha sido víctima de un timo; Jim está dispuesto a seguir adelante, secundado por una esposa que le ama profundamente... y que está tan harta como él de vivir encajonada en aquella especie de madriguera en pleno centro de Manhattan. Las cosas empiezan a complicarse cuando varios expertos examinan la casona, descubriendo que tanto los cimientos como la estructura están hechos polvo, por lo que aconsejan derribarla. Jim Blandings no se arredra, y siguiendo una sugerencia del arquitecto Simms, opta por construir una casa nueva, del mismo tamaño, una vez demolida la antigua. Y ahí comienza el verdadero calvario para el pobre publicista, sobre el que lloverán los problemas y las complicaciones de todo tipo, hasta el punto de que llegará un momento en que deseará no haberse embarcado en tamaña aventura.
LOS BLANDINGS YA TIENEN CASA es, sin duda, una de las grandes comedias de Cary Grant y uno de los mejores títulos del cine de los años cuarenta. La película se beneficia de su extraordinario reparto, en el que destacan la espléndida Myrna Loy, una de las parejas habituales de Grant en la pantalla, y el genial Melvyn Douglas en un papel a su medida: el del amigo aguafiestas, que es el único que se percata del berenjenal en el que se ha metido el impulsivo Jim. Los tres están magníficos en sus respectivos papeles, apoyados por un estupendo plantel de secundarios, la mayoría de ellos viejos conocidos del buen cinéfilo. Algunos apenas aparecen unos momentos en pantalla, como Jason Robards en el efímero papel del contratista de la obra, el señor Retch, que pasa olímpicamente del pobre Jim. Otros tienen mucho más protagonismo, llegando incluso a robarle alguna que otra escena a la estrella de la función, el fabuloso Cary Grant. Es el caso del entrañable Harry Shannon, que da vida al señor Tesander, quien se ocupa de excavar el pozo de agua para la casa de los Blandings. Nestor Paiva y Tito Vuolo, dos característicos del cine de la época, bordan los breves pero divertidos roles de Joe Apolonio y Zucca, respectivamente. El tal Apolonio es el experto recomendado por Bill para examinar esa ruina adquirida por Jim; Zucca es el operario de la excavadora que cada dos por tres se avería, y que acaba tropezándose con una inmensa roca que hay que dinamitar a un coste prohibitivo. (Una roca no, señora: ¡Un banco
! Zucca dixit) Y no olvidemos a Reginald Denny, que en el papel del arquitecto Simms tiene que atender los caprichos de Jim y Muriel, que incluso llegan a ejercer ellos mismos de delineantes, en una de las secuencias más desternillantes del film. Todos están perfectos en sus personajes, contribuyendo con su buen hacer interpretativo a convertir esta película en una de las comedias más memorables del Hollywood clásico.
Lo más destacable de la cinta es su divertido argumento, rabiosamente actual, porque es seguro que aquellas personas que se hayan embarcado en la construcción de una casa, y vean ahora esta película, no podrán evitar sentirse siquiera un poquito identificadas con el personaje de Grant, que en algunos momentos llega a preguntarse si no habrá perdido el juicio. Y es que la cosa no es para menos, porque lo que comenzó como un proyecto en el que Jim pensaba invertir 10.000 dólares como mucho, acaba deviniendo en una sangría de facturas, gastos extras y contratiempos sin cuento, que amenazan con desquiciarle los nervios y dejarle sin un centavo en el banco.

La comicidad de la cinta no decae en ningún momento, logrando mantener la sonrisa en el rostro del espectador durante todo el metraje, llegando incluso a provocarle verdaderos ataques de hilaridad en algunos pasajes. Magistral el gag de los dinteles ensamblados, lo mismo que la ya comentada escena en la que la pareja protagonista altera los planos de Simms, dibujando la planta superior con una superficie dos veces mayor que la inferior, a base de meter añadidos por aquí y por allá. Y qué decir de esa otra, hacia el final de la cinta, en la que el arquitecto explica a un perplejo Jim Blandings cómo es posible que poner media docena de losas de piedra en el suelo del lavadero de su esposa cueste más de mil dólares... de los de 1948, no lo olvidemos. Estamos, en definitiva, ante una inteligente sátira del mundo de la construcción y la propiedad inmobiliaria, que hará las delicias de los entusiastas de la genuina comedia ligera y sofisticada hollywoodense.
Hablemos ahora un poco del origen literario de la película. La novela de Eric Hodgins en la que se basó el argumento fue uno de los bestsellers del año 1946. David Oliver Selznick adquirió los derechos cinematográficos, pensando ya desde un principio en Cary Grant y Myrna Loy para interpretar al matrimonio Blandings. La pareja de actores había cosechado un enorme éxito de público y crítica con EL SOLTERÓN Y LA MENOR (THE BACHELOR AND THE BOBBY-SOXER, Irving Reis, 1947) producida igualmente por Dore Schary. Si la química entre Cary y Myrna funcionaba de nuevo en taquilla, Selznick proyectaba producir una saga de films dedicados a los personajes de Jim y Muriel Blandings. Myrna Loy ya tenía experiencia en las películas de serie—no confundir con los seriales cinematográficos o films de episodios—, pues durante doce años había protagonizado la muy popular saga de EL HOMBRE DELGADO, cinco títulos en total, inspirados en un memorable relato policial de Samuel Dashiell Hammett. En todos ellos compartió protagonismo con el afable William Powell y la perrita Asta, también conocida como el simpático foxterrier George de la disparatada LA FIERA DE MI NIÑA (BRINGING UP BABY, Howard Hawks, 1938) LOS BLANDINGS YA TIENEN CASA resultó un completo éxito, recibiendo críticas muy halagadoras, pero, por la razón que fuese, Seltznick renunció a su idea de rodar más películas sobre los mismos personajes.
De la dirección se ocupó H. C. Potter, un realizador hoy algo olvidado que, sin embargo, gozaba de bastante prestigio en aquellos años, y que tenía ya una interesante aunque algo irregular filmografía a sus espaldas. Entre sus títulos más valorados figuran los siguientes: ADORABLE ENEMIGA (BELOVED ENEMY, 1936); LA ESCUADRILLA DEL PACÍFICO (WINGS OVER HONOLULU, 1937); EL ÁNGEL NEGRO (THE SHOPWORN ANGEL, 1938); EL VAQUERO Y LA DAMA (THE COWBOY AND THE LADY, 1938); LA HISTORIA DE IRENE CASTLE (THE STORY OF VERNON AND IRENE CASTLE, 1939); UN DESTINO DE MUJER (THE FARMER´S DAUGHTER, 1947); ¡VIVA LA VIDA! (YOU GOTTA STAY HAPPY, 1948); EL TIEMPO DE TU VIDA (THE TIME OF YOUR LIFE, 1948); LA HISTORIA DE LOS MINIVER (THE MINIVER STORY, 1950) —innecesaria continuación del clásico de Wyler LA SEÑORA MINIVER — e INTRIGA FEMENINA (TOP SECRET AFFAIR, 1957)

Lo más destacado del film, a nivel técnico, es su efectiva fotografía, obra de James Wong Howe. Este extraordinario director de fotografía de origen chino, uno de los mayores expertos en su especialidad, desarrolló una de las carreras profesionales más interesantes de Hollywood. En su curriculum figuran títulos tan memorables como [V:OBJETIVO: BIRMANIAV (OBJETIVE: BURMA! Raoul Walsh, 1945); ARGEL (ARGIELS, John Cromwell, 1938); PICNIC (ídem, Joshua Logan, 1955); LA MARCA DEL VAMPIRO (MARK OF THE VAMPIRE, Tod Browning, 1935); CUERPO Y ALMA (BODY AND SOUL, Robert Rossen, 1947) una de las cumbres del cine negro; CHANTAJE EN BROADWAY (SWEET SMELL OF SUCCESS, Alexander Mackendrick, 1957) o LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER (THE ADVENTURES OF TOM SAWYER, 1938) cinta ésta en la que, aunque atribuida a H. C. Potter, trabajaron además otros tres directores: Norman Taurog, Willian A. Wellman y el maestro George Cukor. Este último título representó un reto para Howe, pues fue su primera experiencia con el technicolor. Huelga decir que pasó la prueba con nota.
Cuarenta años después del estreno de LOS BLANDINGS YA TIENEN CASA, el desnortado Hollywood moderno perpetró un horripilante remake de este gran clásico. El bodrio, titulado en España ESTA CASA ES UNA RUINA (THE MONEY PIT, Richard Benjamin, 1986) pretendía actualizar el film de Potter, adaptándolo al dudoso gusto del público de los ochenta. Con un Tom Hanks que aún estaba muy lejos de ser el gran actor que conocemos hoy, y una insufrible y repelente Shelley Long como protagonistas, la cinta es un mazacote de chistes sin gracia, aparatosos gags sin chispa y penosas interpretaciones. LOS BLANDINGS YA TIENEN CASA no necesitaba ninguna actualización, y si algo demostró su patético remake fue que, como dije al principio, el Cine clásico americano es irrepetible e inimitable. Lo mismo que sus estrellas.
Así pues, pasen, pasen y vean. Si están pensando en construirse un chalé, a lo mejor les conviene conocer a los Blandings. Lo que sí puedo asegurarles es que lo pasarán en grande con las desventuras inmobiliarias del nunca suficientemente admirado Cary Grant, el actor más grande entre los grandes... con permiso de Charles Chaplin, claro.
