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TIEMPOS MODERNOS
TIEMPOS MODERNOS EE. UU., 1936
Título original: Modern Times
Dirección: Charles Chaplin
Guión: Charles Chaplin
Producción: Charles Chaplin
Música: Charles Chaplin
Fotografía: Ira H. Morgan, Roland Totheroh
Duración: 87 min.
IMDb: tt0027977. Doblaje: (es-ES)
Reparto: Charles Chaplin (Charlot, obrero de fábrica); Paulette Godard (Gamine, la huérfana); Chester Conklin (mecánico); Allan García (director de la fábrica); Henry Bergman (propietario del café); Stanley Blystone (sheriff Coluler); Stanley J. Sandford, Wilfred Lukas, Edward Kimball y Edward LeSaint (trabajadores de la fábrica)

Tiempo estimado de lectura: 8 min

Sinopsis

Charlot trabaja en la cadena de montaje de una fábrica. La monotonía de la labor que realiza—apretar tuercas durante ocho horas seguidas—le provoca una crisis nerviosa, por lo que pierde su trabajo y debe ser ingresado en un sanatorio. Ya repuesto, es detenido por encontrarse casualmente a la cabeza de una manifestación obrerista y es encarcelado. En prisión logra evitar la fuga de unos peligrosos delincuentes, lo que le vale ser premiado con una cómoda celda para él solo y otros privilegios. En el exterior las cosas no van nada bien para los obreros. El paro y la miseria se ceban en la clase trabajadora y las revueltas están a la orden del día. Gamine, una hermosa muchacha que sobrevive como puede en medio de tanta pobreza, pierde a su padre, obrero en paro, cuando la policía reprime con extrema dureza una manifestación obrera. Sus hermanas pequeñas son enviadas a instituciones estatales, y para evitar correr la misma suerte, Gamine huye y comienza a vagar por las calles.

Mientras tanto Charlot es puesto en libertad, cosa que no le agrada demasiado porque vivía muy bien en prisión. Aunque el sheriff Couler le proporciona una carta de recomendación, no tiene suerte al buscar trabajo y decide cometer algún pequeño delito para volver a la cárcel, único lugar en el que ha sido feliz y ha llevado una vida tranquila. Cuando Gamine roba una barra de pan, Charlot dice a la policía que el ladrón es él. A partir de ese momento, el pequeño vagabundo y la golfilla vivirán una serie de divertidas peripecias mientras buscan la felicidad, que siempre parece mostrarse esquiva con los humildes.

Apretando tuercas
Apretando tuercas

TIEMPOS MODERNOS fue la primera película de Chaplin que provocó un amplio rechazo entre el público y los críticos norteamericanos. Film adelantado a su tiempo, fue considerado por muchos un panfleto izquierdista. Esto se explica porque, si bien todas las películas de Chaplin tienen toques de crítica social, en ésta en concreto, el gran artista londinense metió a fondo el dedo en la llaga de los problemas que acuciaban a la clase trabajadora en los EE UU de la Depresión, y eso no fue del agrado de ciertos sectores de la sociedad estadounidense. En consecuencia, y a pesar de haber funcionado bastante bien en taquilla, la cinta fue mejor acogida en Europa, donde crítica y público dieron la razón a Charlie. Con el paso del tiempo, también en USA acabarían reconociendo que TIEMPOS MODERNOS era una obra maestra del cine, pero incluso entonces la verían con recelo, pues muchos seguían considerándola subversiva.

Estamos ante una película que se rodó ya consolidada la era del sonoro, pero que fue confeccionada casi al modo del cine mudo. El protagonista es Charlot, el pequeño vagabundo al que los espectadores de todo el mundo adoraban. Chaplin siempre había incluido en sus historias referencias a las injusticias sociales, pero en el film que nos ocupa la carga ideológica adquiere más peso y relevancia que en sus obras anteriores, de ahí el desagrado con que fue recibido por los sectores política y financieramente más influyentes de la sociedad norteamericana de los años treinta. La película se estructura como un hibrido entre la comedia chaplinesca tradicional y el cine que podríamos definir como de denuncia social. La cinta es una sucesión continua de elaborados gags al más puro estilo Chaplin. Pero incluso en la escena más desternillante subyace un cierto poso de amargura y tristeza, condensado en un mensaje nada subliminal, que hasta el espectador más obtuso puede captar con facilidad. Charlie emplea el humor como arma para denunciar las tropelías que los poderosos cometen contra los humildes. No es casual que en casi todas sus películas los accidentes más cómicos, los estropicios más hilarantes, les ocurran a empresarios, banqueros, políticos, clérigos, damas burguesas o policías. Charles Chaplin conoció la pobreza, el hambre y la miseria en el Londres victoriano, y jamás olvidó las penurias que sufrió de niño. En una ocasión, cuando se le preguntó, con bastante mala fe por cierto, por qué en sus films se ridiculizaba de continuo a los ricos e influyentes, el artista respondió: El noventa por ciento de la población mundial es pobre. Si en una película mostramos a una muchacha sin trabajo, hambrienta y vestida con harapos, que resbala en una piel de plátano y se cae de bruces, nueve de cada diez espectadores sentirán lástima por ella, por muy cómica que haya sido la caída. Sin embargo, si la que resbala y se cae de manera graciosa es una señora gorda, bien vestida y cargada de alhajas, provocaremos la carcajada general, pues habremos transmitido al público la sensación de que incluso los ricos y poderosos pueden encontrarse en situaciones ridículas.

Los lobbys empresariales norteamericanos, sintiéndose atacados por la película, utilizaron su considerable influencia en los medios de comunicación para denostarla. La imagen que Chaplin ofrecía de las cadenas de montaje de las grandes industrias, con los trabajadores reducidos al rol de simples piezas del sistema, levantó ampollas en muchas corporaciones industriales, precisamente porque se ajustaba demasiado fielmente a una realidad que todas trataban de ocultar. Los primeros minutos del film, que se desarrollan en la acería en la que trabaja Charlot, son devastadores. Los obreros no sólo desempeñan un trabajo aburrido, agotador y alienante; también son sometidos a vigilancia por el director de la fábrica, que utiliza una especie de circuito cerrado de televisión para controlar lo que ocurre en cada departamento de la misma, y que cuando faltan apenas unos minutos para terminar la jornada laboral, ordena a un técnico que acelere la velocidad de la cadena de montaje, con el fin de exprimir al máximo a su empleados. Otro fabuloso gag, que sin duda hizo rechinar los dientes de más de un empresario, fue ése en el que Charlot es utilizado como conejillo de indias, para probar un novedoso artefacto diseñado para alimentar a los obreros mientras trabajan, y así reducir el tiempo de trabajo que se pierde con el descanso para el almuerzo. La secuencia es de una gran comicidad, y sólo la supera la memorable escena de LA QUIMERA DEL ORO (THE GOLDEN RUSH, Charles Chaplin, 1925), en la que Charlot y su compañero de fatigas en Alaska, acuciados por el hambre, guisan una bota y se la comen. El gag de la máquina alimentadora de operarios fue uno de los pasajes más criticados por los detractores de Chaplin, por razones fáciles de comprender, ya que una de las cosas que esta película magistral critica más abiertamente es el Taylorismo, doctrina empresarial desarrollada por Frederik Winslow Taylor. No es fácil resumir en unas líneas este concepto, pero a título meramente informativo, diremos que el Taylorismo pretendía —y de hecho consiguió, aunque a un coste humano vergonzoso— dar uniformidad a los procesos industriales y aumentar la productividad mediante el adiestramiento intensivo de los obreros, reduciendo a éstos poco menos que a la condición de máquinas de carne y hueso, que sólo servían para realizar determinadas tareas; eso sí, con una eficiencia increíble. El Taylorismo revolucionó la industria, mejorando y aumentando notablemente la calidad y cantidad de la producción, pero en la práctica significó una horrorosa deshumanización del trabajo, convirtiendo a los trabajadores en auténticos esclavos asalariados de las grandes empresas. Chaplin, el mayor humanista que ha dado el Séptimo Arte, supo plasmar en pantalla la indefensión de la clase trabajadora ante las prácticas explotadoras de los grandes empresarios. La secuencia de la máquina alimentadora, antes mencionada, es la alusión más explícita al Taylorismo y sus abusos.

TIEMPOS MODERNOS significó la última aparición en el cine del personaje de Charlot. Chaplin aparecería en EL GRAN DICTADOR con el look clásico del pequeño vagabundo, pero el personaje, aunque muy similar, no era el mismo. TIEMPOS MODERNOS nos presenta a un Charlot que trata de integrarse en la sociedad y abandonar su vida nómada, cosa que, como veremos, no va a resultarle nada fácil. Chaplin concibió esta cinta como la última aventura de su inmortal personaje, y aunque al final todo parezca salirle mal al protagonista, que se ve impelido de nuevo al vagabundeo, en esta ocasión la conclusión del film no está teñida de tristeza y melancolía. Casi todas las aventuras de Charlot acababan igual, con nuestro protagonista alejándose por una polvorienta carretera, hacia el sol poniente. Pero esta vez es distinto, porque Charlot ha encontrado una compañera, y juntos emprenden el camino hacia un destino que no saben qué les deparará, pero al que no temen porque, por fin, tienen a alguien que les importa a su lado. El pequeño vagabundo, que siempre se enamoraba de alguna chica que acababa en los brazos de otro, ya nunca más estará solo. Un magnífico y consecuente final para el personaje más gracioso, simpático y conmovedor que ha dado el cine.

El rodaje de TIEMPOS MODERNOS comenzó en octubre de 1934, prolongándose hasta junio de 1935; es decir, ocho meses de arduo trabajo. La postproducción consumió varios meses más, de modo que el film no se estrenó hasta febrero de 1936. Puede parecer una exageración para una película de sólo 85 minutos, pero en aquella época Chaplin trabajaba así. Cuando empezó a realizar largometrajes —entendiéndose como tales aquellas películas de 70 o más minutos de duración—, Charlie invertía más de un año en cada proyecto. Una excepción fue UNA MUJER DE PARÍS (A WOMAN OF PARIS, 1923), cuyo rodaje duró menos de once meses. Perfeccionista hasta la obsesión, Chaplin planificaba cuidadosamente cada escena, exprimía los gags al máximo y repetía las tomas cuantas veces consideraba necesarias. Charlie fue uno de los primeros cineastas que se ocuparon personalmente del montaje, tarea que la mayoría de los realizadores de aquel tiempo dejaban en manos de otros. Su libertad creativa era envidiada por todos los directores de su tiempo, que se veían obligados a lidiar de continuo con los caprichos de los capitostes de los grandes Estudios. Dueño de una inmensa fortuna personal, Chaplin financiaba sus propios proyectos y sólo era responsable económicamente ante sí mismo. Trabajaba a su ritmo, sin que nadie le impusiera plazos para finalizar los rodajes, y tenía un control absoluto de todos los procesos de creación artística. Una película de Chaplin era precisamente eso: una película de Chaplin, una obra muy personal, nunca mancillada por injerencias externas; en definitiva, una auténtica obra de arte.

la máquina de comer
la máquina de comer

La llegada del sonoro significó una revolución absoluta para la industria cinematográfica, pero Chaplin no se dejó seducir fácilmente por la novedad. Maestro indiscutible del cine mudo, Charlie aprovechó las técnicas de sonorización para incorporar música a sus films, pero se resistía a incluir diálogos. Su anterior película, LUCES DE LA CIUDAD (CITY LIGHTS, 1930), era una cinta silente, aunque dotada de una banda sonora cuyo leit motiv musical fue La Violetera, melodía que por aquel entonces popularizaba por el mundo nuestra gran cupletista Raquel Meller, buena amiga del artista. Concebida como una película muda en plena eclosión del cine hablado, LUCES DE LA CIUDAD devino en un clamoroso éxito, lo que confirmó que, incluso en pleno auge del cine sonoro, el genial Chaplin no necesitaba de la palabra para conectar con el gran público.

Chaplin decidió añadir efectos de sonido a la película, además de la banda musical. Durante la postproducción barajó la posibilidad de que su personaje hablara en algunos momentos, pero las grabaciones de su voz no acabaron de convencerle. Así pues, optó por crear unos sonidos con su voz y con distintos instrumentos musicales, combinándolos luego con la partitura que había compuesto para la cinta. Los arreglos corrieron a cargo del gran Alfred Newman, que debería haber dirigido la orquesta, pero que renunció a hacerlo debido al despotismo mostrado por Chaplin hacia los músicos. Así las cosas, Charlie quiso contratar a David Raksin, futuro compositor del inolvidable tema de LAURA (ídem, Otto Preminger, 1944), pero éste, buen amigo de Newman, se negó en redondo. Por lo tanto, de la dirección musical se ocupó Edward Powell, cuyo nombre no apareció en los créditos. Cabe mencionar que, aun siendo un film esencialmente mudo, TIEMPOS MODERNOS contiene una escena sonora memorable: ésa en la que Charlot interpreta una canción cuya letra no tiene ni pies ni cabeza.

El origen de TIEMPOS MODERNOS fue una entrevista que Chaplin mantuvo con un periodista del diario neoyorkino The World. El reportero informó a Charlie de los métodos de trabajo aplicados en las industrias automovilísticas de Detroit, Michigan, donde la monotonía y pesadez de la labor que realizaban los obreros les provocaban, al cabo de algunos años, depresiones y crisis nerviosas de difícil tratamiento. De ahí sacó Charlie la idea base para su film, cuyo argumento, por otra parte, es muy parecido al de ¡VIVA LA LIBERTAD! (A NOUS LA LIBERTÉ, René Clair, 1931). Esta similitud argumental entre ambas cintas originó una anécdota que merece ser contada. Los responsables de la productora de la película francesa, Tobis Films, demandaron a Chaplin por plagio. Cuando René Clair se enteró del asunto, conminó a Tobis Films a retirar la demanda. Clair justificó su decisión admitiendo que, en no pocas ocasiones, se había inspirado en Chaplin, por lo que consideraba un honor que éste se inspirase ahora en una de sus obras.

La compañera de Chaplin en esta cinta magistral fue Paulette Godard, con la que el artista vivía un romance por aquel entonces. La relación entre Paulette y Charlie era considerada escandalosa por la sociedad estadounidense, ya que vivían juntos pero nadie sabía si estaban casados. La pareja sostenía que su vida privada sólo les concernía a ellos, por lo que jamás revelaron si estaban unidos legalmente. Tal actitud, vergonzosa e incluso indecente según la pacata moral norteamericana de la época, les causó no pocos quebraderos de cabeza, pues tuvieron que soportar los ataques de la prensa más conservadora y un constante acoso por parte de las ligas por la moral y las buenas costumbres, organizaciones que, por lo visto, no tenían nada mejor que hacer que injuriar a un par de actores. Inmunes a la vesania moralista, Charlie y Paulette vivieron su amor sin inhibiciones, poniendo en práctica la máxima que afirma que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. El devenir del tiempo ha puesto a cada cual en su lugar, y mientras Chaplin y Godard son recordados con cariño y admiración por las nuevas generaciones de aficionados al cine, nadie se acuerda, ni por casualidad, de aquella escoria beatera que tanto veneno vertió contra ellos.

Paulette y Charlie se conocieron en 1932 por mediación del productor Joseph Schenck. Con dos matrimonios fracasados y dos hijos a sus espaldas, el incombustible seductor que era Chaplin creyó encontrar en aquella muchacha el amor de su vida, a pesar de la notable diferencia de edad que los separaba, pues ella era veintidós años más joven que él. En el plano estrictamente profesional, Chaplin decidió comprar el contrato que unía a Godard con el productor Hal Roach. Luego la convenció para que firmara un nuevo contrato con su propia productora, por el que percibiría un sueldo semanal de 2.500 dólares, una suma considerable en aquellos tiempos. Se sabe que Paulette tenía muchas posibilidades de ser Escarlata O´Hara en LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, pues era vecina y amiga de David Oliver Selznick, y éste había declarado en varias ocasiones que nadie podría interpretar a su protagonista mejor que ella. Pero al final, el papel del siglo recaería en la británica Vivien Leigh. Se dijo que Selznick había desechado a Godard porque era consciente de que sus licenciosas relaciones con Chaplin podrían provocar que el público la rechazara, pero esta explicación no convenció a nadie. Parece cierto que a Charlie, por las razones que fueran, no le hacía ninguna gracia que su amada interpretase a la heroína de Margaret Mitchell, y así se lo había hecho saber a ella, lo que confirmaría las sospechas de muchos historiadores del cine, que sostienen que Paulette renunció a encarnar a Escarlata por amor a Chaplin. Sea como fuere, las pruebas que hizo para el papel, que todavía se conservan, demuestran que podría haber sido una Escarlata O´Hara tan memorable como la de Vivien Leigh.

Una nueva vida
Una nueva vida

TIEMPOS MODERNOS representó un punto de inflexión en la carrera de Charles Chaplin. A partir de aquí su característico humor, tierno y romántico, muta y se adapta a los nuevos tiempos, adquiriendo una funcionalidad crítica notable, ausente de su obra hasta entonces, y cuyos máximos exponentes serían esa espléndida sátira sobre los totalitarismos fascistoides que fue EL GRAN DICTADOR (THE GREAT DICTATOR, 1940), y la estimable aunque poco exitosa en su momento MONSIEUR VERDOUX (ídem, 1947), fabulosa comedia negra sobre las andanzas de Henri Landru, alias Barba Azul, un asesino de mujeres que existió realmente en la Francia de principios del siglo XX.

A pesar del rechazo de buena parte del público y la crítica estadounidenses de la época, TIEMPOS MODERNOS recaudó más de 1.400.000 dólares sólo en EE UU, lo que da idea de la popularidad de Chaplin. La cinta se estrenó el 5 de febrero de 1936 en el Rivoli Theatre de Nueva York, llegando a España ese mismo año y estrenándose en Madrid el 4 de marzo, en el cine Capitol, y en Barcelona dos días después, en la sala Tívoli, con un considerable éxito.

© Antonio Quintana Carrandi, (2.881 palabras) Créditos
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