El director se ha documentado bien estudiando los clásicos del genero. De este modo la película responde a un inteligente esquema coral trazado de principio a fin entre lo que debemos esperar de una película y lo que debemos esperar de Arnie. Nada más empezar vemos nacer a la niña destinada a ser madre a su vez del hijo del diablo, que de inmediato es conducida al Departamento de Culto Satánico del correspondiente hospital donde recibe la ceremonia correspondiente. Cuando llega el momento actual aparece el diablo y, por si quedaba alguna duda de lo malo que es, hace su declaración de principios: sale de las cloacas con explosiones, demuestra su lascivia y degeneración en público el muy guarrete y pone el broche con otra explosión. El director se habrá quedado a gusto con semejante alarde de ingenio. Ah, por cierto, el diablo además fuma.
Luego aparece el Héroe, Arnie, nuestro astuto director, consciente de que el espectador va a ver la película sin ningún temor de lo que pueda pasar, puesto que tenemos la tranquilizadora presencia de Arnie el Infalible para poner a ese pobre diablo en su sitio, trata de presentarnos a un Arnold inédito e increíblemente original. Vemos así a Arnie alcoholizado, con barba de tres días, aspecto descuidado y a punto de suicidarse, que en el cine actual son síntomas inequívocos de héroe derrotado por la reciente pérdida de su esposa. Pero llega su mejor amigo (que tiene que morir, por supuesto) y le saca a trabajar.
A partir de ahí tenemos unas cuantas secuencias de acción interesantes, otras menos, una sagaz investigación en la que Arnold utiliza todo el poder de su mente para localizar a una persona en una ciudad de doce millones de habitantes a partir de una foto y la palabra Nueva York (entre medias pega unos cuantos tiros para evadirse un rato) y, por fin, el encuentro de amigos entre Nuestro Hombre y el Pobre Diablo. Lo típico, uno despotrica un poco de dios, el otro dice que ni dios, ni leches, Arnold y punto, oferta de empleo por parte del diablo, el chiste clásico de decirle al diablo que se vaya al infierno, diferencia de opiniones, intercambio de hostias, exhibición de los sorprendentes poderes de curación del diablo ante las balas, y al final Arnie se cansa y arroja al diablo por la ventana.
En un punto dado se nos explica por qué será el fin de los días en la nochevieja de 1999. Algo así como el prestigioso libro de POR QUÉ SE ACABARÁ EL MUNDO EN 1983. La teoría es sencilla. Todos sabemos que el número del diablo es 666. Pues no, es mentira, estaba al revés (y como no tenía el puntito debajo, como los números del Bingo, nadie se había dado cuenta del error), en realidad es 999. Por lo tanto 1000 + 999 = Fin del mundo. El por qué no es 999*2 o 999+666 o 999+1001 (puesto que 1001 es primo y capicua) es algo que escapa a este cronista, tal vez dejé escapar algún sutil detalle.
Todo esto entre la aparición estelar de los Curas In Black (una organización de asesinos secretos algo chapuceros por su técnica de asesinato con métodos tradicionales y la obsesión en dar extremauciones de quince minutos antes de cumplir su misión) hábilmente aderezado con los buenos chistes a los que Arnie nos tiene acostumbrados.
Y el tradicional desenlace. Después de recibir la BRUTAL paliza que le suele dejar medio muerto, después de que el diablo cometa el ligero desliz de dejar a Arnie vivo y CABREADO (a quién se le ocurre), cuando todo parece en contra y el tiempo se acaba, con el Papa echándose las manos a la cabeza, en inferioridad numérica y mal alimentado, nuestro héroe despierta y no pierde tiempo ni en ponerse esparadrapo en las costillas donde le han arreado veinte tipos con barras de acero antes de crucificarle, se venda con un trapo la mano donde tiene un corte de cinco centímetros para que no le moleste al disparar, realiza la tradicional visita a la armería, coge la artillería pesada y a por el pringado de turno. Carreras, explosiones, tiros (entre medias Arnie se reencuentra con su fe perdida en un emotivo momento ante el altar y arroja sus armas) y encuentro cara a cara final en el que yo me esperaba alguno de esos entrañables chistes malos, pero ni eso.
La humanidad obtiene una segunda oportunidad gracias a la hermosa demostración de San Arnold.
Amén.
Antonio Santos en Historias de la frontera (rv. 10-10-24)
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