Lo que perseguía canónicamente y después rebasaba el desencanto era la alarma. La corriente del Golfo se desvanecería, los europeos se morirían de frío en la cama, el Amazonas se convertiría en un desierto, algunos continentes se incendiarían, otros se ahogarían, y para 2085 el verano ártico habría desaparecido y con él los osos polares. Beard había oído antes estos vaticinios y no creía en ninguno. Y si se los hubiera creído no se habría alarmado. Un hombre sin hijos, de cierta edad y al final de su quinto matrimonio, podía permitirse un ápice de nihilismo. La Tierra podía prescindir de Patrice y de Michael Beard. Y si aniquilaba a todos los demás seres humanos, la biosfera seguiría en la brecha y dentro de unos meros diez millones de años estaría repleta de nuevas formas extrañas, quizás ninguna de ellas inteligente de una manera simiesca. ¿Quién lamentaría entonces que nadie recordase a Shakespeare, Bach, Einstein o la Combinación Beard —Einstein?
La novela
Michael Beard es un renombrado físico británico que años atrás ganó el Premio Nobel por su profunda contribución a nuestra comprensión de la interacción entre la materia y la radiación electromagnética
y ahora, al final de su quinto matrimonio, una serie de circunstancias convergen hacia él. En cada matrimonio él ha tenido diversas aventuras extramatrimoniales y una y otra vez se ha divorciado, en el último de estos enlaces ha ocurrido algo más.
Patrice, su bella y un poco más joven que él esposa, cansada de sus viajes de trabajo y sus infidelidades, toma por amante primero al electricista que habitualmente les hace las instalaciones en casa y más tarde a un joven colaborador del equipo de su esposo, un recién licenciado con un refrescante idealismo humanitario y con nuevas ideas sobre energías limpias. Un día al volver Beard de uno de sus viajes encuentra al joven en su casa, en bata y recién salido de la ducha, éste le revela que Patrice y él son amantes desde hace algún tiempo y que debe dejarlos que sigan su camino. La indignación del marido se hace evidente al verse sustituido por alguien más joven que osa ponerse su bata y tener que oír por boca de él que su matrimonio con Patrice había terminado tiempo atrás, lo que origina una caminata rápida hasta la puerta y el joven con los pies aun mojados resbalará, de tal modo que su cabeza choca contra una mesa causándole la muerte inmediata.
Beard tras colgar el teléfono y rechazar la idea de llamar a la policía explicando el accidente, dejará la casa y toda la culpa recaerá sobre el primer amante, el electricista, de carácter algo violento y que había insistido a Patrice para que volviera con él.
Al margen de todo ello, Beard aprovechará los apuntes que el joven le había dejado a él para proseguir la investigación, llegando a beneficiarse de los logros en el plano material y profesional sin revelar la auténtica fuente de las ideas en las que se ha basado.
La ciencia y los intereses creados
Con un estilo sosegado McEwan describe un personaje egocéntrico, incapaz de negarse placeres de sexo o comida aunque su salud peligre y cuyo sentido de la ética está muy lejos de ser comparable a quienes le rodean, pero aun así el personaje se hace irritablemente simpático, a lo que el humor habitual de McEwan contribuye bastante:
Tenía las rodillas y los tobillos hinchados por el peso, la osteoartritis era cada vez más probable, el hígado se le había agrandado, la tensión arterial había vuelto a subir y existía un riesgo creciente de fallo cardíaco congestivo. Tenía alto el colesterol malo, incluso para parámetros ingleses.
El protagonista se las ingenia desde muy joven para conseguir sus objetivos que se convierten en más ambiciosos conforme pasan los años. Su investigación le proporcionó el Nobel, pero el escándalo de la muerte del joven que fuera amante de su esposa le supone una posición incómoda para los círculos de la comunidad científica británica y las aspiraciones a ser nombrado caballero por algunos de sus miembros. En ningún momento se hace mención de sus infidelidades por ser frecuentes pero discretas, y surge la pregunta si la vida privada puede ser mezclada con la profesional.
Otro interesante debate es el que se promueve a partir de una ponencia en la que Beard contesta a la pregunta formulada por una periodista sobre si se facilita una igualdad hombre-mujer en los ámbitos científicos, a lo que él responde de una manera rutinaria y sincera, aportando datos, y está muy lejos de imaginar lo que esa respuesta generará tras la tergiversación de imágenes tomadas a la salida y posteriormente. Ese episodio es una clara referencia al uso que ciertos medios de información ofrecen y a la impotencia de detener los malentendidos que pueden generar la propagación de noticias de un canal a otro sin el debido rigor. También hay la alusión a los políticos y sus intereses, Bush, Obama, Blair... ¿Entienden la gravedad de la situación o se suman a movimientos que les puede beneficiar en su carrera?
(...) cuando rociaba su plato le encantaba evocar la celebrada perspicacia de Ronald Reagan diciendo que el kétchup era una verdura.
Humor, sarcasmo, idealismo, amor, infidelidad... La novela intercala las descripciones de cada situación en tercera persona, con los diálogos incluyendo también los discursos que el protagonista imparte en cada ocasión y el colofón de estos es el que se pronunció en su honor en la entrega del Nobel, lo que aporta un interesante dato sobre la conducta de Beard hacia los demás en contraste con la que otras personas tuvieron con él.
Nadie puede ser el propietario de la luz del Sol
¿La Ciencia al servicio de la humanidad o de unos pocos? ¿Puede el protagonista, habiéndose apropiado de investigaciones ajenas, sin citar nunca la auténtica procedencia de estas, ser considerado un altruista benefactor de la humanidad y salvador del mundo?
Una fracción de nuestros desiertos calurosos podría alimentar de energía a nuestra civilización. Nadie puede ser el propietario de la luz del Sol, nadie puede privatizarla o nacionalizarla. Pronto todos nosotros la cosecharemos de los tejados, las velas de los barcos, las mochilas de los niños. Al principio he hablado de la pobreza; algunos de los países más pobres del mundo son ricos en energía solar. Podríamos ayudarles comprando sus megavatios. Y los consumidores domésticos estarán encantados de extraer energía de la luz del Sol y vendérsela a la red.
Sus discursos persiguen una y otra vez, en distintas partes del mundo, atraer inversiones millonarias para la construcción de la tecnología requerida por la energía limpia. Pagado de sí mismo, invitado a lugares donde el lujo es lo habitual, sin perder la oportunidad de comer y beber abundantemente, viaja una y otra vez de Inglaterra a Estados Unidos para comprobar qué difícil es romper la barrera del interés a corto plazo, de la dificultad de compartir la visión panorámica de un mundo interconectado por la atmósfera y los océanos del que, estropeando una parte, el resto quedará ineludiblemente afectado. Este interés a corto plazo es el mismo que él experimenta con su afición a la comida y la bebida en detrimento de su salud, como ya le han advertido repetidamente los médicos que le atienden.
El autor
Ian McEwan (Inglaterra, 1948) ha escrito un sinfín de novelas sobre temas humanos relacionados con el momento histórico entrando a veces en el campo de la fantasía y la ciencia-ficción y también teatro. Nominado diversas veces para el Premio Booker lo ganó con Amsterdam y ha obtenido otros premios y reconocimientos. Actualmente en activo vive en Londres y está casado con Annalena McAfee, redactora en el periódico The Guardian. En su web (http://ianmcewan.com) agrupa sus artículos, libros publicados, entrevistas y otros datos de interés para profundizar en su obra.
