
Enfrentarse a un libro que está colocado en lo altares de lo bueno y lo bonito tiene grandes peligros. Puede ser, como parece marcar la lógica, que guste y se aplauda de forma entusiasta tal ascensión, pero también es posible que, por el contrario, no se entienda como es posible que nadie se haya dado cuenta de que de obra perfecta no tiene nada, y que a lo sumo se le pueden sacar unas cuantas virtudes con un poco de buena voluntad.
LA LÍNEA DE SOMBRA entra dentro de esa categoría de obras de las que me resulta muy difícil creerme su bondad. Puede que en su tiempo, fue escrita en 1915, compilara todos los pasos que habrían de convertir un niño en un hombre, pero al día de hoy no solo no encuentro ni una, sino que además considero al protagonista un muy mal ejemplo de nada que no sea un imbécil integral con cierta capacidad para salir adelante.
A grandes rasgos, el tal protagonista es oficial de un barco mercante que, sin explicar muy bien porqué, tiene un ataque de morriña tontorrona y decide dejar el barco y volver a casa. Como estamos en los mares de Indochina, y el barco de vuelta aún tardará en partir, debe hospedarse en el Hogar de Oficiales del puerto, donde a nuestro amigo todo le parece mal, el encargado, sus compañeros, hasta el aire que respira. A todo esto, llega el aviso de que un carguero se ha quedado sin capitán y se busca un oficial dispuesto a hacerse con el mando. La morriña desaparece como por ensalmo y el futuro capitán se apresura a quedarse con el puesto. Camino de Bangkok, donde le espera el barco, sigue haciendo amigos, y nada en el vapor que le transporta ni en la tripulación le parece bien, y no hace más que quejarse y rezongar. Al fin, una vez tomado el mando, intenta ponerse en marcha, pero no solo no hay viento, sino que además se encuentra al primero oficial con un acceso de fiebre y al resto de la tripulación cayendo poco a poco enferma. Toda una aventura.
En los dos primeros capítulos se desgrana su personalidad. Un tipo veleidoso, indeciso, imprevisible, poco fiable, altivo, estúpido hasta decir basta y muy poco respetuoso para con los demás, aunque no es menos cierto que es posible que Conrad perdiera el tiempo en dos capítulos perfectamente prescindibles para dejar clara la evolución posterior de un mamarracho de tal calibre. Pero la supuesta evolución tampoco tiene mucho de creíble, aunque no es menos cierto que nunca me he encontrado en situaciones parecidas por las que pasa tal personaje, hay algo en ellas que no termina de convencer, las dificultades son ciertas, pero tan poco espectaculares, en el sentido épico de la palabra, que nadie se va a ver demasiado impresionado de verse metido en tales problemas.
Finalmente, todo acaba como si tal cosa, mal que bien se capean las dificultades y se moraliza con aquello de que la superación personal, el carácter y la tenacidad son dotes necesarias para sobrevivir a cualquier adversidad y transformarse completamente, etcétera, etcétera, etcétera. Muy instructivo.
Sin duda es lo peor que he leído de Conrad. Mal estructurada, sin fuerza, apenas transmite poco más que antipatía hacia el joven capitán de barco, enfrentado nada menos que a una epidemia de malaria y a la calma chicha en un mar perezoso y remolón. Nada de tipos sólidos y de determinación ciega, como Gaspar Ruiz, o desquiciados pero firmes, como Feraud y su contrapunto fatalista aunque resuelto en la figura de D´Hubert.
Aunque claro, quizá lo que Conrad quería era precisamente eso, hacer entender que un cretino también puede estar perfectamente capacitado para ocupar un puesto de responsabilidad.
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Publicado originalmente el 3 de agosto de 2008 en www.ciencia-ficcion.com
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