
Este relato de Conrad es un fiel retrato de la estupidez humana, del honor mal entendido y de lo absurdo de las tradiciones.
En él, dos oficiales napoleónicos se ven envueltos en un asunto que les llevará, a lo largo de dos décadas, a batirse incansablemente en duelo y a promocionar en sus carreras militares para evitar que las diferencias de rango sean un obstáculo a la solución de sus querellas.
¿Qué asunto puede ser tan grave como para que dos guerreros, no precisamente faltos de trabajo, se enfrasquen con tanto entusiasmo en la aniquilación mutua? Ninguno. Al menos ninguno más grave que el de la simple falta de tacto del teniente D´Hubert, enviado por el general de su división a detener al teniente Feraud. Éste, pendenciero y poco dado a la diplomacia, se había enredado en un turbio asunto con un civil al que abatió en un duelo. El general, disgustado por la negativa notoriedad que ese episodio suponía, decidió apartar de la circulación a Feraud, fundamentalmente para que dejara de molestar a la población civil, y para ello envió a D´Hubert, que sin reparar en el talante exaltado de Feraud le siguió hasta el salón de una dama, lugar en el que le conminó a acompañarle, dejándole en una posición bastante poco digna ante el resto de los presentes, cuestión que Feraud no estaba dispuesto a olvidar, de ninguna de las maneras.
A partir de ahí se suceden uno tras otro los enfrentamientos entre ambos oficiales, sucesivamente promocionados a capitanes, coroneles y generales, pero lo asombroso del caso no es tanto la persistencia en los duelos como en la negativa de ambos a revelar a familiares, amigos, compañeros y superiores la verdadera causa del pleito. D´Hubert, de un talante menos belicoso que Feraud hubiera olvidado rápidamente el lance, y más teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones él era el vencedor de los duelos, pero la persistencia cerril de Feraud le hacía volver una y otra vez al campo del honor, en algo que se acabó por convertir en una leyenda entre el ejército napoleónico.
Durante todo el relato asombra la terquedad y el retorcido sentido del honor del que hacen gala ambos oficiales ¿Absurdo? No. Día a día y en cada momento de la vida es posible encontrar situaciones similares, en las que las querellas sin un origen claro se perpetúan en el tiempo, culpando ambas partes a la otra de terribles crímenes, lamentándose por los agravios sufridos y, lo peor de todo, no olvidando o queriendo olvidar un asunto que, de no existir o sencillamente ignorar, haría la vida mucho menos complicada.
Existe una tan estupenda como fiel versión cinematográfica realizada por Ridley Scott en 1977, con Harvey Keitel en el papel de Feraud y Keith Carradine en el de D´Hubert.
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Publicado originalmente el 24 de enero de 2002 en www.ciencia-ficcion.com