
Una de las formas más sencillas de detectar al autor bisoño, deseoso de pasar a la posteridad por su gracejo y verborrea, es comprobar como en el primer párrafo de su primera novela intenta cautivar, epatar, anodadar, emocionar y fascinar todo a la vez, consiguiendo apenas construir una frase tortuosa y alambicada que no solo no consigue nada de lo mencionado, sino que enciende todas las alarmas del recelo y la desconfianza.
Sin embargo, al autor veterano, ingenioso y buen conocedor de la lengua le bastan unas pocas palabras para encandilar, sorprender y atraer la atención: Llamaron. Abrí. Nunca lo hiciera
Así, comienza Eduardo Mendoza la última novela de su innominado detective loco (al que no se porqué quiebro de la mente me da por llamar Expósito Sugrañes) EL ENREDO DE LA BOLSA Y LA VIDA, en el que la inagotable habilidad de Expósito (ustedes disculpen) para atraer las desgracias ajenas y salir con vida de ellas vuelve a proporcionar horas de alegre divertimento.
En esta ocasión Rómulo el Guapo, un antiguo compañero de manicomio, delincuente de poca monta, como él, al contrario que él, bastante más hábil a la hora de buscarse la vida, propone a nuestro héroe que se le asocie para dar el golpe que les sacará de la miseria para siempre. Expósito se niega, ya mayor para andar dando tumbos por ahí, y convertido al fin en un hombre de provecho gracias a su peluquería (ver LA AVENTURA DEL TOCADOR DEL SEÑORAS), no considera adecuado volver a la actividad delictiva. A los pocos días se presenta en la peluquería una adolescente que dice ser hija de la amante de Rómulo, y que éste ha desaparecido misteriosamente, lo que lleva a Expósito, tras un prudente periodo de reflexión, a embarcarse en su búsqueda.
El rosario que se sucede a continuación de peripecias, personajes desquiciados, lugares entre lo piojoso y lo cutre y situaciones que intercambian alegremente el surrealismo con la pura extravagancia, es el habitual en las aventuras de Expósito, que ve como todos sus esfuerzos coordinando el material humano del que dispone y estirando hasta el infinito el presupuesto del que no dispone, no son en absoluto recompensados. Naturalmente que acaba por destapar el misterio, a estas alturas ya es un veterano investigador, pero no es menos cierto que nunca se hizo más con menos medios.
Mientras que Expósito es más maduro y sistemático, la propia aventura no es tan desopilante como las entregas anteriores de sus infortunios. Quizá porque el personaje es ya más que conocido y no sorprende tanto, quizá porque los despojos humanos que retrata son, pese a lo caricaturesco, demasiado patéticos, demasiado pegados a la realidad, lo que debería ser burlesco acaba siendo melodramático. La novela se lee con una sonrisa en los labios, pero también con una cierta amargura.
Por supuesto, no faltan las escenas hilarantes. En este caso vienen de mano de la familia Siau. Emprendedores chinos llegados a Barcelona con la declarada intención de enriquecerse y progresar a base de mucho trabajo e inteligentes inversiones, y que tienen sede central del futuro emporio el bazar del que el señor Siau es industrioso gerente. En un juego en el que entran tres generaciones de Siau, anciano progenitor, joven pareja hacendosa e infante graciosillo, Mendoza hace un retrato socarrón de los inmigrantes chinos, puede que exagerado y distorsionado a mayor gloria de la humorada, pero como toda parodia, subrayando los rasgos más característicos.
Al cabo de tantos años de conocimiento las aventuras de Expósito ya no suponen ninguna novedad. Su verbo florido y el aplomo con el que se embarca en cada proyecto, que no por fallido deja de ser menos audaz, son la marca de fábrica de éste perdulario que, no obstante, acaba saliendo más o menos entero de cada una de las pruebas a las que el destino le somete.
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Publicado originalmente el 3 de junio de 2012 en www.ciencia-ficcion.com
