
La temperatura es una magnitud física que está íntimamente relacionada con la cinética (es decir, el movimiento) de los átomos o las moléculas en el interior de un cuerpo. Este movimiento está relacionado a su vez con el calor, por lo que la temperatura viene a ser en definitiva un índice de la cantidad de calor existente en un sistema físico. No obstante, conviene tener en cuenta que la relación entre temperatura y calor, aunque directa (a más calor, más temperatura), depende también de varios factores tales como la masa o el calor específico, que es una constante propia de cada sustancia que determina la facilidad con la que ésta se calienta.
La unidad de medida de la temperatura más usual son los grados Celsius (ºC) o centígrados, aunque en los países anglosajones, pese a los esfuerzos realizados para que se incorporen a los sistemas de medidas internacionales, todavía se sigue utilizando la escala Fahrenheit (ºF). Aunque el sistema más utilizado a nivel mundial es, con diferencia, el Celsius, el hecho de que éste presente valores negativos implicaba una complicación a la hora de utilizarlo en las expresiones termodinámicas; puesto que no tiene ningún sentido físico la existencia de temperaturas negativas, en el Sistema Internacional de Medidas se realiza la corrección de restar a la temperatura, medida en grados Celsius, la cantidad de 273 grados, por ser la temperatura de 273 ºC la correspondiente al cero absoluto, es decir, la más baja posible, que es la que tendría un cuerpo con energía cinética (o calor) nulos. A esta escala de temperaturas se le denomina escala Kelvin (por ser éste el científico que la implantó) o absoluta, representándose como ºK.
Aunque en el universo nos podemos encontrar con un amplísimo rango de temperaturas, desde los millones de grados existentes en las supernovas hasta el prácticamente cero absoluto de los espacios intergalácticos, la vida, al menos tal como nosotros la concebimos, sólo puede ser posible en un intervalo sumamente reducido de temperaturas, que viene a coincidir aproximadamente con las existentes en nuestro planeta, las cuales determinan entre otros factores el clima en el que habitamos. Estas condiciones no siempre se mantienen constantes, debido a factores tales como pequeñas irregularidades cíclicas en la órbita de la Tierra, que hacen que su distancia media al Sol varíe ligeramente, o las variaciones periódicas de la actividad solar. Por esta razón el clima de la Tierra ha variado a lo largo de su historia de forma natural, independientemente de posibles perturbaciones causadas por la actividad humana.
Pese a que en condiciones de temperatura diferentes a las habituales en nuestro planeta no es posible encontrar condiciones de habitabilidad, los escritores de ciencia-ficción han imaginado frecuentemente posibles formas de vida exóticas que, basadas en metabolismos totalmente diferentes del nuestro, podrían vivir en ambientes que para nosotros resultarían mortales, por tratarse de temperaturas demasiado elevadas o, por el contrario, demasiado bajas para nuestros organismos, en ocasiones combinadas con otros elementos hostiles como pudieran ser atmósferas irrespirables o presiones inauditas. Así ocurre, por ejemplo, con los habitantes de Júpiter imaginados por Poul Anderson en LLAMADME JOE, o con los nativos de Titán, el principal satélite de Saturno, que aparecen en OJOS DE ÁMBAR, de Joan D. Vinge. Dentro de la serie B, mucho menos exigente con estos detalles, huelga decir que nos encontramos con que prácticamente todo el Sistema Solar es habitable por definición, independientemente de que se trate de Mercurio o de Plutón; de hecho, ni tan siquiera el propio Sol se ha librado, en ocasiones, de verse habitado por seres inteligentes, cuando no incluso por los propios humanos.
Fuera ya de este tópico, pero también relacionada (aunque sea tangencialmente) con la temperatura, es preciso recordar la conocida novela de Ray Bradbury FAHRENHEIT 451. Este título, tal como reveló el propio autor, se debe a que ésta es la temperatura (equivalente a unos 233 grados centígrados) a la que arde el papel; recordemos que en la sociedad imaginada por Bradbury la lectura es algo prohibido, de forma que todos los libros son condenados a la hoguera. Otro ejemplo sería la novela de Stephen King OJOS DE FUEGO, donde la niña protagonista es piroquinética, es decir, capaz de elevar la temperatura de cualquier materia hasta el punto de combustión y hacerla arder.