Basado en el mismo principio que el llamado látigo neurónico, se trata de un bastón telescópico, de unos cincuenta centímetros de largo, que una vez extendido casi cuadruplica esa longitud. En el extremo más fino posee una bola luminosa de material traslúcido, semejante al cristal, cuyo color varía en función de cómo esté regulada el arma. Si presenta un color blanco brillante, basta que roce levemente la piel de una persona o animal para transmitirle una dolorosísima descarga energética que afecta al sistema nervioso. Regulada el arma a su máxima potencia, puede provocar incluso la muerte; una muerte terrible, entre agónicos espasmos de dolor. No obstante, se trata de un arma reversible, y mediante una sencilla manipulación en sus controles, el color de la esfera cristalina cambia a verde intenso, emitiendo por contacto una descarga sedante que anula los dolorosos efectos de las precedentes.
Obviamente, el bastón neurónico, más que un arma ofensiva, es un eficaz instrumento de tortura, que permite aplicar dolor y alivio en la misma proporción.