
Estoy teniendo un mosqueo de aúpa porque un servidor de ustedes tiene la manía, desde hace mucho tiempo, de sentirse atraído por los misterios que subyacen en los estratos más profundos y oscuros de nuestro mundo. Me fascinan las leyendas antiguas y recientes, todo lo que huela a hechos asombrosos, me divierte leer acerca de los mitos de los dioses que dicen que existieron, como los que moraban en el Olimpo y se lo pasaban pipa contemplando las putadas que infligían a los seres que, asegura la tradición, habían creado pero nadie sabe con qué propósito, aunque hay sospechas fundadas para pensar que sus intenciones no fueron otras que para que les sirvieran de distracción.
Como en aquellos tiempos no había telebasura, ni series con las que solazarse a tutiplé, hay quienes apuestan a que los dioses con algo tenían que pasar el tiempo, porque aun en su condición de inmortales se aburrían como el vecino del rellano y por eso crearon a los mortales como dice la Biblia a imagen y semejanza de Yavé. Que fueran a imagen suya se puede entender, pero lo que me cuesta comprender es el concepto de la semejanza, que no sé a qué atribuirlo. ¿Acaso crearon a los humanos inmortales y luego les despojaron de tal privilegio porque les salió de las narices o porque no querían tener competencia?
La caterva de dioses asentados en la urbanización del Olimpo, liderados por el dios más bestia y caprichoso de todos, el tal Zeus, la tenían tomada con los humanos, lo mismo que el Yavé bíblico, todos jodían a sus supuestas progenies, bien porque se aburrían o cuando se encorajinaban como vulgares políticos, echaban la culpa a otros de sus garrafales fallos o de lo imperfectas que le habían salido sus criaturas, sin pararse a pensar que ellos, gracias a su infinita sabiduría y podían haberlas hecho mejores, menos imperfectas y no joder a la marrana llevando a la práctica tanta limpiezas étnicas con un diluvio, mediante catástrofes arrasadoras de continentes o lanzando meteoritos contra la superficie terráquea.
Pero aparquemos de momento este tema y centrémonos en lo que a mí me interesa: los profetas, los vaticinadores y los agoreros que ha habido en este mundo. Ahora que hemos dejado atrás el temido 21 de diciembre, fecha nefasta por culpa de la profecía Maya que en apariencia ha pasado sin pena ni gloria —aunque los pesimistas dicen que ese día dio comienzo el Apocalipsis final que concluirá en los próximos años, mañana o dentro de una década— me ha venido a la memoria un par de personajes que en su momento lanzaron sus profecías: Edgar Cayce y San Malaquías, y si quieren incluyo a Isaac Newton, que también aportó su granito de arena a la hora de amargarnos la existencia.

Edgar Cayce nació en 1877 y murió en 1945. Malaquías, santificado en su día y elevado a los altares, vino al mundo en 1098 y falleció en 1198. Unos ocho siglos separan a ambos, dato a tener en cuenta. Según las crónicas, el primero de ellos, siendo un niño, empezó a tener contactos con espíritus, querubines o serafines o vayan ustedes a saber con qué mensajeros celestiales mantuvo relación para que les fueran revelados los sucesos por venir. No queda aquí la cosa, pues Cayce también fue dotado con el don de sanar a las personas castigadas con enfermedades incurables, tanto mentales como físicas, y ejerció la capacidad de devolver la cordura a los que la perdían.
Tanta fama alcanzó Cayce que personajes de tanta importancia como Edison, los presidentes Hoover y Roosevelt y el magnate Rockefeller entre otros, se reunieron con él. Curiosamente, de éste último se dice que, aconsejado por Cayce, meses antes del crack de Wall Street, retiró sus inversiones en bolsa y fue de los pocos que se libraron de la hecatombe. Más o menos, Cayce apuntó que el fin del mundo se produciría a mediados del siglo del siglo XXI, o antes. No fue muy preciso.
Pero para hechos trascendentes, ocupémonos de San Malaquías. Este clérigo de origen irlandés visitó Roma entre 1139 y 1140, y durante su estancia en la Ciudad Santa fue pródigo en anunciar males para la humanidad. Fijó el final de los tiempos en los primeros años del siglo XXI, cuando el Papa número 112 ocupara la silla magna, al que dio el título de antipapa, de anticristo y otras lindezas. O sea se trata del actual Papa Francisco, conocido por los irrespetuosos como Papa Paco o Papa Curro. Al pobre argentino de origen italiano le ha caído el sambenito. No conozco mucho acerca de Su Santidad, sé de él lo mismo, más o menos, que todo el mundo, pero en su rostro no veo nada demoníaco. No sé si cambiará en el transcurso de los años. Ya lo veremos. O no lo veremos porque antes habremos desaparecido.
La experiencia me dice que ha habido muchas profecías en el pasado que no se cumplieron. Por poner un ejemplo, a finales del 999 se corrió la voz de que en el comienzo del nuevo milenio la Tierra sería destruida, nos visitarían los dichosos jinetes del Apocalipsis, humanidad se extinguiría y ¡ale! todos de cabeza al Juicio Final. Y ha habido más fracasos pronosticadores. Mucho.
Creo que augurar desastres para la humanidad no tiene mucho mérito, es fácil decir que nos vamos a hacer puñetas a corto plazo. Sólo hay que escuchar las noticias o leer los periódicos. Cuando un servidor tenía unos diez años me enteré que la población del mundo, que acababa de salir de la peor de las guerras conocidas, la segunda Mundial, en un par de años el mundo iba a alcanzar los tres mil millones de habitantes, lo cual traería más problemas que ventajas. Hoy estamos rondando los siete mil millones, y el hambre se extiende, los conflictos aumentan, las protestas crecen y la crisis económica se acentúa, no se le ven brotes verdes y luz al final del túnel.
Para decepción de los partidarios de los antiguos astronautas, de los que creyeron que algún día seríamos nosotros los que exploraríamos el Cosmos y asentaríamos nuestros reales en otros mundos, será enorme. No habrá tiempo de emigrar a otros planetas, no crearemos colonias en mundos como la Tierra porque todos están demasiado lejos, son inalcanzables hoy seguirán siéndolos en las próximas décadas. O siglos. Para colmo, la ambición aumenta, los políticos ya no se dedican a la política sino a llenarse el bolsillo, y los pobres, incluidos las clases medias, son saqueados aunque los medios para perpetrar tamaño robo se llamen preferentes o hipotecas.
Malaquías, me vas a obligar a rezar para que te equivoques, hijo. Y no te pongo apellido alguno, pero ustedes me entiendes.
Como en esta Memoria no soy optimista, para la próxima prometo dejar a un lado el pesimismo y trataré de enderezar el entuerto que yo mismo he fabricado empleando algunas dosis de esperanza.
Esta mañana he oído en la radio el siguiente chiste, por llamarlo así, que gracias tiene poca porque refleja con descaro la actual realidad.
En Londres, en una cafetería, hay tres insignes científicos, un alemán, un inglés y un español. Los dos primeros están sentados a una mesa, hablando de sus investigaciones y proyectos, y el tercero se acerca a ellos y les pregunta: ¿Qué van a tomar los señores?


