
La maldición para quien escribe lo que sea, una carta a la novia, un pliego de descargo por una multa de tráfico, o a Hacienda porque te reclama un pago que tú creías haberlo hecho y la misiva certificada con acuse de recibo que te envían te deja patidifuso, son procesos nada reconfortantes.
Hace bastantes años tuve el placer de conocer personalmente, en la primera convención de Burjasot, a don Pascual Enguidanos, más conocido como George H. White, prolífico autor de bolsilibros, especialmente por su incomparable Saga de los Aznar, que a principios de los cincuenta me animó a entrar en el mundillo de la ciencia-ficción. Con esta persona mantuve una larga e interesante conversación, en compañía de otros admiradores suyos, y le pregunté si estaba escribiendo algo, y él, tras pensárselo un instante, me contestó, así vagamente, que había empezado algunas cosas pero no las había terminado. No necesité preguntarle si había tirado la toalla, porque era evidente que lo había hecho. Fue lo que deduje y me dolió admitir que no estaba errado y pensé: ¿cómo era posible que un autor de su enjundia que renunciara a su carrera? No me atreví a sugerirle que debía verter en una novela larga sus conocimientos, su profesionalidad, intentar salir del ghetto de los bolsilibros y buscar nuevos horizontes porque las novelitas de a duro habían desaparecido. No lo hice, no me atreví. Como éramos varias personas, la entrevista, el debate o como quieran llamarlo, tomó otros derroteros.
Este encuentro tuvo lugar hace unos veinte años o más. No recuerdo exactamente la fecha. Hoy en día, a mi edad, comprendo que don Pascual hubiera tomado la decisión de dejar de escribir, aunque las circunstancias entre él y un servidor no fueran las mismas, porque siempre hay diferencias entre la decisión que toma una persona y la que toma otra. Motivos distintos, causas y efectos dispares.
Mi empeño en reanudar la Memoria Estelar, que parece haber alegrado a algunos, se debe a que pretendo no caer en el desaliento que aquel día apreció en don Pascual: mandarlo todo a hacer puñetas y admitir que mi ciclo como escritor ha concluido. Este tío está desanimado, dirán algunos. Es cierto. El desánimo empieza a pasarme factura, y más ahora con la situación del país, porque en mi defensa puedo alegar que no toda la culpa es mía, sino a las circunstancias actuales. Ea, ya está este tío con su pesimismo habitual
, dirán otros. No voy a recurrir a la respuesta manida de que el pesimista es una persona conocedora de la realidad. La actual situación no puede ser más desoladora. No es necesario hablar de lo que todos conocen: el paro, la disminución del poder adquisitivo, el cierre de empresas... y, sobre todo de los políticos, los banqueros, los sindicatos y esa sarta de ladrones y saqueadores que pululan en todas la regiones de España. Las editoriales, por ahora las modestas, están echando el cierre. A un editor que le envié un original me respondió por su parte lo publicaría, pero que tenía órdenes de los jefes de no publicar nada cuya venta no estuviera garantizada en más de tres mil ejemplares. Joder, me dije. Bruguera llegó a tirar más de veinte mil de cada novelita semanal, del oeste, de ciencia-ficción, de terror, del género que fuera. Y Ultramar vendió más de siete mil de mi trilogía de Las Islas. Qué tiempos. La suerte de las editoriales modestas todo el mundo lo conoce, y la desolación de muchas librerías es patente. Sus cierres son inminentes.
Tengo en el disco duro tres novelas inéditas y cuatro ampliaciones de relatos cortos, amén de algunos cuentos. He decidido caminar para no perder el hábito de hacerlo, dar paseos cuantos más largos mejor, porque es bueno para la salud. Por lo tanto, me esforzare en prolongar la Memoria Estelar todo lo que pueda y dar mayor difusión a algunos de mis relatos. Por ello he iniciado, gracias al apoyo de Paco, una nueva etapa con la publicación de la Trilogía de la Playa, que pueden leer en el Sitio cuando no tengan nada mejor que hacer. En breve iré enviado otros relatos, poquito a poco.
Una vez un amigo me dijo que yo era un poco pesetero. O mucho. Tal vez tenía razón. Le respondí que un creador de lo que sea, escritor, escultor o pintor, no sólo vive de los parabienes y de los halagos sinceros o menos sinceros. Si inicio una labor de creación sabiendo que me la van a pagar, la imaginación fluye a mayor velocidad, me siento más animado, más dispuesto para terminar el trabajo y escribir la palabra Fin. Esto no quita que si alguien me pide un artículo o un cuento para una web, me apresto de inmediato a corresponderle.
¿Qué les parece si les hablo de pelis, de antiguas novelas de ciencia-ficción, de la época dorada del género o de mis andanzas por Bruguera, de lo bien que funcionaba la editorial en sus años de esplendor hasta que fue saqueada por sus acreedores? O sea, que tal vez incumpla esta promesa por culpa del germen que nos azota. Pero sean optimistas, que yo intentaré serlo.

