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Las últimas novelas de a duro
por Ángel Torres Quesada

Tiempo estimado de lectura: 3 min 53 seg

Caronte en el infierno

Antes de la caída anunciada de Bruguera, a pocos meses de que en Camps y Fabrés el gigante diera las últimas coletadas y a su alrededor pulularan los depredadores buscando con ahínco algún botín que llevarse de sus despojos, Enrique García Fariñas, con visión del futuro, ya tenía preparado un puente para la retirada hacia delante.

Una mañana, Enrique me llamó para informarme que había recibido el visto bueno para lanzar al mercado unas colecciones de bolsilibros. La firma con la que había formalizado el acuerdo era Ediciones Forum. Serían cuatro los sellos de los nuevos bolsilibros, uno de ellos de ciencia-ficción, Galaxia 2000. En su inicio, la publicación sería mensual y más adelante ya se vería. Me dijo que contaba conmigo para el primer número y añadió que le urgía que yo le enviara algo. Le dije que al menos me llevaría un par de semanas escribir una novela, que andaba un poco desentrenado porque hacía unos meses, a la vista de que Bruguera llevaba casi un año sin pagarme había dejado de darle a la IBM. Ya no paga a nadie, me contestó. Tras decirle que tenía dos novelas sin publicar en Bruguera, me pidió que le enviara una autorización a su nombre para que los retirase. Entonces no había fax ni Internet y había que utilizar el correo. Le envié el documento por carta urgente. A la semana volvió a llamarme para decirme que ya tenía en su poder los dos manuscritos y uno de ellos, CARONTE EN EL INFIERNO, inauguraría la colección. Añadió que me pusiera manos a la obra y preparara más novelas. De acuerdo, le contesté. Esa misma noche quité la funda que protegía mi máquina eléctrica del polvo, una máquina gordota, de esas de bola, que corría que se las pelaba cuando uno estaba inspirado y me puse a trabajar. Por cierto, la máquina era del mismo modelo que aparece en la casa del escritor que es asaltado por los niñatos de LA NARANJA MECÁNICA. Me fijé en este detalle cuando vi la peli en el cine, máquina que se la destrozan los muy cabrones antes de cargarse a la señora del escritor, que estaba de muy buen ver. El ordenador con procesador de texto aún tardaría unos años en ser medio asequible.

A los tres meses más o menos, recibí un paquete con varios ejemplares del número uno de la colección Galaxia 2000, edición fechada en Octubre de 1984. Su precio de venta, 75 pesetas, se alejaba mucho del valor que había dado nombre a un estilo de publicación. Ya no costaba un duro, sino quince. Su presentación me gustó, mejoraba la maqueta tradicional de las novelas de a duro. A las pocas semanas, Enrique volvió a llamarme para decirme que la publicación pasaba a quincenal y más adelante sería confiaban en convertirla en semanal. Por lo tanto, me pidió, casi me ordenó, que le enviara más de un original por mes, pero que empleara otro seudónimo. De esta manera resucité el que había utilizado para mi primera novela de bolsillo, allá por el 62, cuando publiqué UN MUNDO LLAMADO BADOOM en Editorial Valenciana. Alex Towers resucitó para compartir con A. Thorkent mi nueva singladura.

En el ínterin, Bruguera cerró, se consumó el saqueo de sus sedes y parte de sus acreedores, entre ellos los autores de a duro, nos quedamos sin ver una pela.

Me dije que a rey muerto, rey puesto. Se había ido la mítica Bruguera, pero estaba Forum. Yo era así de optimista entonces. Y motivos no me faltaban porque Enrique me había asegurado que la cosa iba de viento en popa. Lo que más me complació fue que no me imponían nada. Yo podía escribir lo que pareciera, y si quería hacer series las hiciera. Durante siguiente viaje que hice a Barcelona, me reuní con Enrique y en compañía de su esposa y la mía nos fuimos a cenar. Mientras ellas hablaban de sus asuntos, nosotros hablamos de las nuestras, es decir de publicaciones. Yo había iniciado, así como quien no quiere la cosa, una serie de corte más bien fantástico cuyo primer título era LAS MURALLAS DE HONGARA, firmado con el seudónimo de Alex Towers. Bajo el de A. Thorken había escrito un par de títulos basados en los antecedes a la llegada de los kherles a la Tierra. De esta manera, escribía una novela de Hongara y luego otra de los kherles. Lo pasaba bien, de veras. Además, no me aburría.

Le pregunté a Enrique que una vez llegado el momento en que finalizara la historia kherliana, se podía utilizar las novelas publicadas en Nueva Dimensión, DIOS DE DHRULE y DIOS DE KHERLE, que pensaba reescribirlas y convertirlas cada una en dos títulos para Galaxia 2000 y más tarde incluiría la inédita DIOS DE LA ESFERA y ya vería más adelante cómo prolongar la serie sin abandonar el asunto de Hongara. Siempre temiendo que la política restrictiva de Bruguera resucitase en Forum y volviera a amargarme la existencia, temí que mi propuesta fuera rechazada. Me equivoqué. Enrique, como jefe de las colecciones, me dijo que yo tenía carta blanca. En la casa estaban contentos con mi trabajo y sin darme cuenta me había convertido en el alma mater de la colección, que hiciera lo que mejor me pareciese. ¿Qué más podía pedir?

Lo que me había dicho Enrique era cierto. En realidad, lo era a medias. Pero él no tendría la culpa de lo que pasaría meses después. Y lo que pasó fue que un buen día, en realidad un mal día, me llamó para darme la mala noticia de que la editorial había decidido suspender la publicación de las cuatro colecciones de bolsillo, la de ciencia-ficción, la del oeste, la de terror y la policíaca. ¿El motivo? Es fácil adivinarlo: las bajas ventas. Pero no las de ciencia-ficción, sino de las demás. Como el asunto económico estaba supeditado a un mínimo de ventas para las cuatro colecciones, el proyecto no iba a seguir adelante. Enrique me aseguró que si las otras colecciones hubieran alcanzado unas ventas como las de ciencia-ficción, no hubiera habido problema. Además, el mercado sudamericano se había perdido definitivamente. Por aquellos años había crisis económica en todos ellos, la misma crisis que fue determinante a la hora de la quiebra de Bruguera.

Lo lamenté de veras porque por primera vez me sentía a gusto escribiendo para una colección de bolsillos, sin censura, sin que nadie me dijera que no podía repetir personajes y situaciones en mis novelas. En Galaxia 2000 se publicaron 30 números. Quince títulos fueron míos. Yo la comencé y yo la clausuré. En la editorial quedaron cuatro novelas mías inéditas, dos de la serie Hongara y las dos primeras entregas de DIOS DE DHRULE. El número 30 lleva por título Y LOS KHERLES DIJERON... La fecha de edición, Julio 1985. La aventura había durado alrededor de un año de intenso trabajo por mi parte, una labor que no me costó mucho esfuerzo sacarlo adelante. Fue el final de las colecciones de a duro. Bueno, no es cierto. Más adelante, los nuevos propietarios de los derechos de autor reeditaron algunas novelitas de la colección La conquista del espacio, muy pocas, ninguna mía. Después, nada. Pasó una época, pasó la nada insana costumbre de leer en su casa, en el autobús o en el metro un librito de 96 páginas que la gente llevaba en el bolsillo de la chaqueta para pasar el rato mientras volvía del trabajo o se dirigía a él.

El otro día, paseando por la avenida paralela a la playa de la Victoria, vi a un señor mayor, más que yo, sentado en una terraza con un café por delante y una novelita de a duro en las manos, bastante ajada por cierto, que mantenía doblada y la página muy pegada a sus ojos. Me entraron ganas de preguntarle qué leía, si era algo de Estefanía o de algún autor, colega mío, de La conquista del espacio o Héroes del espacio. No lo hice. Creo que me dio no sé qué interrumpirle. Ahora me arrepiento. Otra vez será. Espero volver a verle sentado a la mesa con un café al lado que tal vez se le esté enfriando, tan enfrascado estaba en la lectura de una sencilla pero distraída novelita de a duro.

Nostálgico que uno se está volviendo, pardiez.

Ángel Torres Quesada
Ángel Torres Quesada,
(1.398 palabras) Créditos
Publicado originalmente en Bibliópolis el 10 de abril de 2007
como Las últimas novelas de a duro
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