Soy luz en las tinieblas, luz que ilumina el firmamento y que luego se transforma en agua que sube hasta el cielo en pequeñas gotas de cristal, me convierto en roca, luego en tierra y arena elevándome al esplendor de la naturaleza de la suprema creación hasta donde nadie más jamás podría alcanzar. Desde mi posición, he visto nacer y morir grandes imperios estelares y pude ser testigo y cómplice de la creación y apogeo de una raza que sobrevoló el cosmos llevando la muerte y el sometimiento a todos los pueblos del universo en una guerra interminable.
Nací como producto de la fusión de las aguas con el viento, navegué entre nubes bajo la luz de dos imponentes soles azules, crecí en un claro del bosque rodeado de flores de colores y árboles de tupida vegetación, con el canto de mil aves diferentes y los tonos púrpuras del atardecer entre las sierras y los lagos. Soñé con mil lugares que estaban esperando por mí en alguna parte del profundo firmamento, entre las lejanas estrellas que alumbraban aquellas oscuras noches junto con esas tres lunas doradas. Volé como los pájaros entre mis sueños, ascendiendo y descendiendo de continuo y repitiendo sin cesar que algún día todo aquello se convertiría en una gran realidad.
Y entonces llegó ella a mi vida. Se llamaba Liadna y procedía de lugares remotos donde la vista del observador nunca llegaría a divisar, saltaba de estrella en estrella, de mundo en mundo, flotaba en el aire, se convertía en energía pura y volvía a ser cuerpo y alma impregnando todo a su alrededor con su fuente inagotable de sabiduría. Viajaba sin cesar por todos los sitios y me habló acerca de inmensos océanos, de interminables praderas y desolados páramos, de montañas de alturas impresionantes y abismos cuyos fondos no podían ser alcanzados ni siquiera por la vista de aquel que tuviera los ojos más sensibles. Era un fantasma que, de repente cobraba vida y la trasmitía con tanta alegría a quienes la rodeaban que terminó por acelerar el latir de mis tres corazones, haciendo que el corazón sensible perturbara mi mente hasta alcanzar el delirio.
Le pedí que me llevara con ella en sus viajes, que quería conocer esos miles de mundos y amarla y sentirla en cada sitio que visitáramos. Con satisfacción y mucha esperanza escuché cuando ella aceptó sonriente mi pedido y comenzamos juntos ese periplo inacabable que ojalá no hubiera acabado jamás, en el que descubrí cosas que mi fecunda imaginación nunca podría llegar a concebir por más que lo intentara. Descubrí todos los misterios y las maravillas ocultas tan lejos de mis sentidos y mis posibilidades de hallarlos y vivirlos antes de mi primer encuentro con Liadna.
Fueron miles y miles de años que duró aquel recorrido maravillosamente sorprendente. Vimos nacer mundos y luego los vimos morir, presenciamos tantas estrellas entrando en nova y planetas que desaparecían en aquellas nubes de fuego que acababan con todo a su paso, tantas civilizaciones desaparecidas cuando aún tenían tanto por dar y recibir. Y continentes en el crepúsculo de su existencia, habitados por seres melancólicos que tenían sus antiguas esperanzas perdidas, víctimas de realidades mucho más fuertes que sus deseos de vivir. Y las ruinas de lo que fueron sociedades muy avanzadas que conocieron el zenit de su existencia y luego el ocaso y el final o, simplemente un día decidieron partir a buscar nuevos rumbos y un lugar mucho más apto para sus intereses donde continuar con sus caminos. También estuvimos en ciudades maravillosas en el esplendor de su existencia, llenas de movimiento y de vehículos espaciales que de continuo partían o arribaban a ellas zumbando en el aire.
Con ella penetré en las oscuras entrañas de la antimateria que habita en los insondables agujeros negros y luego saltamos al total vacío, lejos de las galaxias para observar desde afuera aquel impresionante paisaje estelar y entonces lo penetramos hasta encontrarnos en el centro del gran cúmulo de estrellas una a continuación de la otra hasta donde abarcara la vista.
Y, entre tantas sorpresas, alegrías y tristezas, un día nuestro móvil se averió y naufragamos en un mundo desierto que pugnaba por nacer a la vida en medio de impresionantes erupciones volcánicas que cambiaban su morfología a cada instante en un juego enloquecido de metamorfosis continua. Donde ayer hubo una montaña, hoy hay un gran agujero y así ocurría en cada momento.
—De acá nunca podremos salir —dije asustado mientras Liadna con una sangre fría que impresionaba y yo desconocía en ella, se puso a pensar en una salida a nuestra situación. Mientras tanto el único consuelo de que yo disponía era el conocimiento de que en ese lugar estaría siempre al lado de mi amada Liadna hasta el final de nuestra existencia, junto con tantos buenos recuerdos.
Y entonces ella hizo algo que nunca llegaré a comprender y vi con sorpresa como en ese mundo comenzó a llover. Fue una de esas tormentas que de tan fuertes e intensas que son, acaban con todo el fuego y que de esa forma terminó con esa orgía volcánica acabando con aquel interminable aquelarre de llamas y lava que arrasaban con todo a su paso. No recuerdo cuánto tiempo duró la tormenta pero sé muy bien que se trató de un plazo incalculablemente largo.
Cierto día las nubes se fueron dispersando y poco a poco volvimos a ver brillar el astro amarillento dando luz al cielo de un celeste brillante. Recuperamos la visión de la oscuridad nocturna llena de estrellas que cada vez parecían estar más distantes e inaccesibles, difícil de imaginar que cierta vez las tuvimos al alcance de nuestras manos y aquella, su única luna que nos observaba todo el tiempo sin perder su rígido rostro sonriente. Las montañas más altas se convirtieron en islas de todas las formas y dimensiones posibles y el aire llevaba el sonido del viento en su andar.
—Muy hermoso todo, pero falta vida en estos desiertos de arena y rocas rodeados por mares solitarios. —dije en una oportunidad mientras paseábamos por una de las tantas playas en las costas quebradas del planeta.
Eso creo que se puede solucionar —me respondió Liadna mientras sembraba los mares de seres unicelulares que fueron el comienzo de la vida que llenaría ese planeta durante las próximas millones de perezosas revoluciones que daría el mundo alrededor de ese Sol.
Se produjo la mitosis y los seres se empezaron a dividir y a ligar unos con otros, se formaron habitantes cada vez más complejos que nadaban por el fondo de los mares, animales con ocho brazos en forma de tentáculos, seres viscosos con protuberancias como largos cabellos y otros de formas tan variadas e imprecisas que resultan casi imposibles de describir. Poco a poco, se fueron aproximando a las costas para comenzar sus primeros pasos en tierra firme, a colocar sus primeros huevos fuera del agua en una nueva forma de vivir, en un nuevo concepto de su existencia fuera del agua.
Nuevas y variadas formas de seres vivientes se fueron creando, gigantescos y monstruosos saurios carnívoros, depredadores naturales que se despedazaban unos a otros incontrolablemente, hicieron que yo notara un dejo de preocupación cada vez más intenso en el rostro de mi amada.
—Cualquier raza con inteligencia superior perecerá en forma irremediable frente a estos seres rapaces. Así nuestro destino quedaría definitivamente sellado entre estos reptiles —fue lo único que le escuché decir al respecto antes que se produjera la catástrofe que acabó con la vida de estos lagartos que ya habían terminado con muchos otros animales con menor capacidad de supervivencia ante esa situación que les había tocado en suerte para subsistir.
El mundo se calmó, los habitantes que sobrevivieron a tanta devastación llevaron una vida mucho más armónica con su naturaleza, con la fotosíntesis del agua que circulaba por todos los organismos vivientes y el aire que hinchaba sus pulmones.
Liadna prestó especial atención en un grupo de simios que se protegía del frío y del hambre como podía en un mundo que se aproximaba a un inexorable y prolongado invierno. Nunca podrían sobrevivir a lo que se venía a menos que un factor externo a ellos les instrumentara una nueva forma de defenderse ante los avatares de una naturaleza siempre hostil. Y ese factor fue Liadna quien les aportó las herramientas para defenderse de sus enemigos y para alimentarse, utilizando los cueros de sus víctimas como abrigos. También les enseñó a dominar el fuego que les traería calor y alejaría de ellos a los tigres de largos y puntiagudos colmillos que los observaban hambrientos y viéndolos como si los simios fueran deliciosos banquetes. Pero, con todas esas enseñanzas que estaban recibiendo, los simios cada vez más inteligentes, que otrora fueran seres herbívoros y ahora también se alimentaban de la carne de los animales por ellos cazados, habían aprendido el oscuro arte de matar. Hasta que ese arte no se utilizó tan solo por necesidad de defensa propia o para llevar alimentos a casa, también fue empleado de otras maneras hasta que se hizo por placer, venganza e incluso para lograr objetivos personales que lindaban con el egoísmo, acabando impunemente con seres de su misma especie en guerras inútiles y cada vez más extensas y sangrientas, con tecnologías que iban complicándose cada vez más. Y pasó mucho tiempo hasta que mi Liadna pudo comprenderlo y, para entonces ya sería demasiado tarde y ella ya habría perdido el control de la situación.
El momento en que la ciencia alcanzada por ese pueblo nos permitiría solucionar los problemas que a la postre nos devolvería la posibilidad de alejarnos de ese mundo, se estaba aproximando, y sin embargo Liadna no se encontraba ni entusiasmada ni feliz por ello. Todo lo contrario, ella se había vuelto melancólica, estaba siempre cabizbaja y no encontraba en sus entrañas la alegría de volver a la aventura como lo hiciéramos en otras épocas tan felices.
—He interferido en la vida de todo un planeta y terminé creando una monstruosidad que quién sabe hasta donde llegará con sus impulsos destructores —me dijo mientras yo sentía como agonizaba y mi corazón sensible moría con ella en tanto los otros dos pugnaban por mantenerme con vida.
—Nunca me iré de aquí —respondí—. Me quedaré a acompañarte por el resto de la eternidad..
—No, debes partir y continuar con lo nuestro hasta el momento de la entropía. Un pedazo de mí irá contigo a todas partes, no te abandonará y nunca más estarás solo —y dicho esto, dio su último suspiro y, en el más profundo de los remordimientos terminó con su vida.
Hice lo que ella me pidió y me alejé de ahí para retomar aquel viaje que hasta entonces parecía acabado definitivamente. Volví a ver otras estrellas y otras civilizaciones muy superiores a la del mundo que acababa de dejar, otros paisajes tan distintos a ese que tan acostumbrado estaba a ver, jóvenes nebulosas que otrora no existieran donde nuevas estrellas comenzaban a recorrer su ciclo vital. Y siempre sentí la presencia de Liadna acompañando mi andar, volando conmigo por cuanto rincón del infinito me atreviera a recorrer.
Pero algo estaba empezando a cambiar en el universo y yo tardé largo tiempo en comprender de qué era que se trataba. Todos los pueblos civilizados se estaban poniendo en armas y empezaban a prepararse para la guerra estelar que se encontraba en ciernes y se respiraba en todos los aires.
—Los habitantes de un mundo ubicado en los confines de la galaxia están recorriendo el espacio y conquistando todo lo que encuentran a su paso y destruyendo a quienes se resisten. Debemos detenerlos antes que se queden con todo —me dijo el morador de uno de los mundos en armas.
Así fue como terminó la obra de mi entrañable amada Liadna. Hoy su espectro recorre el universo conmigo, llorando y lamentando por tanto daño que terminó produciendo a seres pacíficos que tanto abundan en el firmamento. Y yo lo recorro como mudo y triste testigo de tanta miseria que, aunque los conquistadores pierdan su guerra y deban replegarse al planeta azul de procedencia, el resto de los pueblos habrán conocido el placer del holocausto y Liadna falleció con el conocimiento de que fue ella misma quien comenzó con todo eso.
FIN