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Apócrifos irreverentes, 1
EL QUE ACECHA EN LA OSCURIDAD
por José Carlos Canalda

Tiempo estimado de lectura: 50 seg

Aterrado, Randolph Carter retrocedió de espaldas hasta que su cuerpo tropezó con la sólida pared de roca que le impedía la huida. Estaba atrapado. Frente a él, bloqueando el único camino posible hacia la salvación, se erguía el horror llegado de las dimensiones infernales que él, en su insolente imprudencia, había osado invocar sin calibrar las atroces consecuencias de tan irreflexivo acto.

Pero ya era demasiado tarde para los arrepentimientos; la suerte estaba definitivamente echada. El monstruoso Cthultu se aproximaba a su indefensa víctima sin prisa alguna, regodeándose en su ineluctable victoria. El frágil humano, sin posibilidad alguna de fuga, era presa segura.

Y entonces, cuando apenas un metro de distancia separaba a tan dispares habitantes de sendos mundos antagónicos, las sobrecogedoras fauces del engendro del Más Allá, toda una sinfonía de colmillos aguzados como cuchillos, se abrieron en toda su magnitud exhalando la espantosa fetidez de su putrefacto aliento, al tiempo que una voz cavernosa surgida de las profundidades de la inhumana garganta retumbaba una y otra vez en las anfractuosidades de la tortuosa cueva:

—¡Hermano! La Verdad está en la Biblia.

Graznaba la aparición al tiempo que en uno de sus múltiples tentáculos esgrimía, con una delicadeza insospechada en un apéndice erizado de tan afiladas púas, el ejemplar de una revista de temática religiosa. Pero Randolph Carter jamás llegaría a recibir el mensaje puesto que su debilitado corazón, incapaz de soportar tamañas emociones, se había quebrado para siempre.

Vaya —se dijo para sí, aturdido, el abominable Cthultu—. Si al final van a tener razón los que insisten en convencerme para que cambie de estrategia... porque por más que lo intento, no consigo predicar la Verdad a ningún humano vivo....

Y abandonando a su suerte al convulso cadáver, se retiró despechado a su inaccesible cubil. Una vez más tendría que intentarlo de nuevo.

José Carlos Canalda
© José Carlos Canalda,
(304 palabras) Créditos
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