Había seis hombres recorriendo la playa, tres de ellos con arcos dispuestos a disparar. Anderson venía directo hacia donde estaban escondidos. Drake suspiró.
—¡Tenemos una cuenta que saldar! —dijo a voz en grito mientras se mostraba—. Supongo que serás tan cobarde como para no querer aprovechar esta oportunidad, pero me gustaría tener ocasión de verte las tripas.
—Será para mí un placer darte una lección de cómo se mata a un bellaco —respondió Anderson sonriendo.
Se acercaron lentamente el uno al otro, estudiándose. Anderson tenía una guardia perfecta, estaba magníficamente equilibrado sobre sus piernas y parecía gozar de un cuerpo elástico y flexible. Drake trató de parecer relajado, escuchó el ruido de unos pasos a su lado y vio a Dario que se aproximaba a él.
—Manténte alejado, esto es personal. Entre él y yo.
—Así me gusta —respondió el Omir Anderson—. Dejemos a los niños fuera de este asunto. Al menos hasta que haya acabado contigo y pueda terminar una vieja conversación con él.
Cuando hubo dicho esto ambos permanecieron unos segundos en silencio, observándose. Luego atacaron casi al unísono. Drake lanzó un fulminante ataque en cuarta que Anderson paró eficazmente. Después, éste tiró repetidas veces en la misma línea, para luego sorprender rompiendo y lanzando una rápida estocada.
Drake desvió el arma de su rival con una ágil contrafinta. Ambos se separaron ligeramente para volver de nuevo a lanzar sendos fondos alternativamente.
Dario se daba perfecta cuenta de los errores que cometían uno y otro, pero los arqueros tenían sus armas tensas y les estaban apuntando. Si intervenía sólo lograría que en lugar de un combate uno a uno hubiera uno contra seis. No parecía una buena elección.
La lucha continuaba a un ritmo intenso y no estaba nada claro quién iba a ganar, aunque Anderson parecía estar perdiendo la iniciativa. Ahora trataba de echar arena a los ojos de Drake de una patada, pero éste se apartó a tiempo. Sin embargo, Anderson aprovechó la distracción creada para sacar de un bolsillo un pequeño aparato, uno de sus juguetes de otras eras, cuando las luchas no eran a espada.
Una fina aguja se clavó en el muslo de Drake, expulsando un rápido veneno paralizante.
—¡Hijo de perra! —bramó Dario, lanzándose contra él de inmediato y deteniendo la estocada con la que pretendía rematar a Drake.
Anderson tuvo que retroceder velozmente y realizar algunas paradas apuradas. Dario era demasiado rápido para él, pero estaba tan furioso que no aprovechaba su técnica lo suficiente.
Su rival trataba de apuntar de nuevo con la pistola, pero bastante tenía con parar los fondos de Dario y no le fue posible hacerlo. Por un instante creyó ver un hueco en la guardia del muchacho, pero éste se dio cuenta enseguida y con una hábil parada en cuarta desvió la punta del adversario.
Anderson tiró por lo alto y Dario le detuvo con una parada en cuarta al estilo húngaro, una guardia triangular notablemente alta. De inmediato Anderson contraatacó con una estocada muy baja, pero sólo para encontrarse con que Dario adoptaba de inmediato una guardia alemana: las rodillas muy dobladas y el cuerpo muy bajo. Imposible entrar por ahí. Entonces Anderson cometió un error: trató de volver a una estocada alta, pero Dario continuó con el estilo alemán y fácilmente pudo lanzar un fondo que terminó en una pasata de Soto. La punta de la hoja de Dario se clavó unas pulgadas en la barriga de Anderson, pero era insuficiente para matarlo.
El combate continuó durante unos segundos más, mientras Anderson retrocedía y Dario estaba a punto de clavarle la hoja en el corazón varias veces, sin acabar de conseguirlo.
—¡Cogedle, a por él! —gritó desesperado el Omir.
Los hombres se dispusieron a obedecerle, pero de repente quedaron quietos, aterrorizados.
—¡Disparadle! ¡Liquidadlo!
—¡Demasiado tarde, estás acabado! —gritó Dario viendo lo que sucedía—. Tenemos una visita que no esperabas.
A pesar del terror que sentían debido a la extraña aparición que surgía de las aguas, uno de los arqueros se recobró y disparó una flecha contra Dario. Acertó en el brazo derecho y lo obligó a soltar el arma.
—Bien, jovencito —dijo satisfecho Anderson, que no se había percatado de lo que pasaba, al tiempo que alejaba el florete de Dario con una patada—, ahora dile adiós al mundo —se dispuso a rematar a Dario, pero en ese momento quedó extrañamente parado y tieso. Elevó la vista al cielo estrellado, y cuando cayó de bruces al suelo ya estaba muerto.
—Gracias por quedarte quieto el tiempo suficiente para que te lanzara el cuchillo —Drake tenía la pierna y parte del cuerpo inmovilizados, mientras que la parálisis se extendía rápidamente por el resto, pero había aguardado a tener un blanco seguro y los brazos no le habían fallado.
En ese momento se dio cuenta de que los arqueros estaban disparando contra ellos, pero las flechas se detenían mansamente en medio del aire y luego caían verticalmente al suelo.
—Oye, ¿qué es lo que ocurre?
—¡Estamos salvados! Mira, te dije que estaban a punto de llegar, y ahí los tienes.
Dario corrió con los brazos abiertos hacia el agua, hacia unos horrendos seres gibosos, con cabezas de batracio descomunalmente grandes y un único gran ojo de cíclope en medio de la frente, un ojo que emitía una luz tan potente como nunca la había visto en plena noche. Una luz halógena de quinientos watios.
Drake estaba tan aterrorizado ante la aparición como los hombres del Omir Anderson, pero a diferencia de ellos no podía huir. Tuvo que permanecer en su sitio viendo cómo se acercaban aquellos seres deformes, cubiertos por armaduras negras erizadas de púas. Llevaban varios aparatos extraños en las manos, algunos de los cuales tenían tubos cuyo interior brillaba como iluminado por el fuego del infierno. Uno de ellos emitió un cegador rayo de luz roja contra las piedras del fondo y estallaron como un volcán en plena erupción. Los soldados, que habían empezado a retroceder poco a poco, dieron media vuelta y huyeron despavoridos. Mientras corrían otro de los seres anfibios empleó su aparato. Esta vez no se vio ningún rayo, pero las rocas hacia las que apuntaba se pusieron al rojo vivo y se fundieron.
Dario se había metido hasta la cintura en el agua para abrazar a uno de los monstruos subacuáticos, y Drake no pudo evitar pensar que prefería a los elfos. Luego condujo al ser hasta Drake, que estaba tendido en el suelo y veía la alta y grotesca figura recortada contra las estrellas.
—Peter —dijo solemnemente—, te presento a mi maestro de esgrima, Roberto Alessandri. Roberto, este es Peter Drake; me ha salvado la vida algunas veces estos días.
La criatura se llevó las manos a la cabeza y se quitó la escafandra. Un hombre joven, moreno y sonriente tendió la mano a Drake. Éste, entre el miedo, el asombro y la parálisis, no pudo devolverle el saludo.
—Encantado de conocerle, señor Drake. Veo que está usted herido. Si lo permite le pondremos un traje para llevarlo con nosotros y podrá recuperarse en nuestro hospital.
—Dime, Roberto, ¿cómo está Marco? ¿Se salvó?
—Sí, desde luego, pero todavía viene de camino. Tuvo que descansar algunos días y eso le ha retrasado; Ferruccio le acompaña. Por desgracia, no todos han tenido tanta suerte. Hubo varias bajas en la emboscada y otra más cuando tratábamos de liberarte. Por cierto, ¿es éste el tipo que te llevó consigo? Estuvimos varios días buscándote. De hecho, hemos llegado esta misma mañana a la nave.
—Sí, es el que me salvó de vosotros. Creía que ibais a secuestrarme para hacerme cosas horribles.
Los dos rieron de buena gana. Drake estaba sentado en el suelo sin poder moverse apenas, pero pocos minutos más tarde llegó un traje y equipo médico de emergencia con el que le durmieron. Cuando despertó estaba dentro de la nave.
A bordo Peter Drake fue el invitado de honor. Los oficiales del crucero le mostraron todas las dependencias que no habían quedado destruidas. Los diplomáticos de la Corporación y los delegados del gobierno regional italiano hicieron una gran fiesta en su honor, donde las mujeres y algún hombre le acosaron hasta lo indecible. Era el héroe del momento, junto con Dario, y todos querían que les contara sus aventuras, lo que le parecía magnífico. Por vez primera, cuanto más exageraba sus hazañas más éxito tenía. Le encantaba repantigarse sobre almohadones con una jarra de cerveza en la mano, rodeado de las bellísimas mujeres corporativas que se maravillaban ante sus relatos de duelos, juergas, batallas, viajes, asaltos a castillos y luchas con monstruos voraces. Los deportistas solían pedirle demostraciones de cómo había derrotado a tal o cual oponente y las mujeres de la alta sociedad le preguntaban por las costumbres de la corte y sus lances amorosos. El equipo de esgrima también estaba entusiasmado con él. Se pasaban las mañanas entrenando en el gimnasio, enseñándole las técnicas más refinadas. Drake, por su parte, les mostraba los trucos y argucias de un mundo donde la gente realmente se batía en duelos a espada, casi nunca por placer.
Por suerte para Drake los técnicos tardaron varios días en arreglar el transmisor y establecer contacto. Entonces supieron que la nave de rescate tardaría dos semanas en llegar. Esto le proporcionó tiempo suficiente para familiarizarse con el entorno. Más o menos llegó a aceptar la omnipresencia de la voz del ordenador de la nave, algo que al principio le preocupaba. Al cabo de unos días las costumbres sexuales de la tripulación empezaron a gustarle y dejó de preguntarse cuál era la clase social de una dama antes de abordarla. También cesó de preocuparse por quién estaba casado y qué tipo de contrato matrimonial tendría, pues por algún motivo aquella gente no parecía relacionar el matrimonio con el sexo y el concepto mismo de fidelidad conyugal les parecía una curiosidad propia de mundos anticuados. A Drake le iba muy bien que fuera así.
Tan pronto como el médico logró convencerlo de que un implante cortical no entrañaba riesgo alguno y sería muy ventajoso para él, se sometió a la operación y pudo dejar el engorroso traductor portátil. Ahora hablaba con fluidez en el propio idioma de los pasajeros, ya fuera lingua o italiano. El implante supuso una ventaja añadida; ahora podía consultar la matriz de datos del ordenador directamente. Cada día sabía más cosas y se desenvolvía con mayor soltura entre las maravillas técnicas de la nave y las pautas sociales de sus pasajeros.
Dario asistía maravillado a todo este proceso de descubrimiento y adaptación de su amigo. Le parecía imposible que aquel vagabundo parlanchín y supersticioso se acomodara tan fácilmente a su nuevo entorno, pero cuando hablaban descubría la nostalgia en su expresión. Sin duda alguna Drake no se acoplaba del todo a una sociedad tan compleja, distinta a la suya, y deseaba volver a su forma de vida.
Cuando llegó el esperado momento, un gran crucero de recreo de la misma compañía naviera se posó en el lecho marino junto a ellos. Los técnicos instalaron un conducto entre las dos naves y los pasajeros de una pasaron cómodamente a la otra caminando, con los robots detrás de ellos, llevando el equipaje.
Drake fue a visitar a Dario en su nuevo camarote justo antes de la partida. El muchacho estaba viendo una película en la pantalla holográfica mural. La apagó y se levantó con una cierta tristeza en la mirada.
—¿Vienes a despedirte? —fue la escueta pregunta.
Drake no estaba seguro de nada. El delegado del gobierno italiano le había invitado oficialmente a visitar Roma. Un embajador de la Corporación le había pedido que fuera con él a la Tierra, para poder contar con su presencia cuando presentara la solicitud de enviar una nueva delegación ekuménica a este planeta. El equipo de esgrima le había ofrecido un lugar entre ellos. Todo el mundo quería que Peter Drake les acompañara, pero él dudaba.
—No lo sé, no estoy seguro de que desee ir. Todo será muy diferente de lo que conozco. Estoy acostumbrado a ganarme la vida jugando a las cartas, a desenvainar para salvar el pellejo y a cabalgar de un país a otro. En tu mundo la esgrima es un deporte, la gente viaja dentro de máquinas y se gana la vida haciendo cosas que ni tan siquiera entiendo.
—Te comprendo muy bien —Dario se sentó en una butaca que emergió del suelo como por arte de magia; parecía una seta blanda que se acomodaba a la figura del cuerpo que se le echaba encima—. Supongo que no tengo derecho a influirte, pero me gustaría que vinieras con nosotros. No estás atado a nadie en este planeta y me tendrás a mí para ser tu guía en la Tierra. El embajador te ha ofrecido un viaje de regreso, tanto si el Ekumen envía de nuevo un emisario como si decide no hacerlo, así que podrás volver cuando quieras. Por otra parte puedes ser muy útil como guía de una delegación ekuménica. En fin, tú decides. Yo solamente puedo decir que tal vez sea ésta tu mejor aventura, un viaje más interesante que todos esos que me contabas.
Drake suspiró. Toda su vida había deseado correr aventuras y ahora que podía realizar una de ensueño dudaba. ¿Habrían tenido esas mismas dudas los héroes y exploradores de la antigüedad? ¿Escribiría él una página de la historia de su país si aceptaba viajar a las estrellas? No estaba seguro, pero ¿quién podía saber si una aventura sería de su gusto antes de empezarla?
—¡Por un millón de demonios hambrientos! —exclamó a voz en grito, levantándose y desenvainando su florete—. ¡Volemos hacia la Tierra, y que alguien les advierta que Peter Drake está a punto de llegar!
« 12.- Una huida
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